LA VOCACION A UN AMOR ABSOLUTO
El presbiterado, o el sacerdocio como lo conoce la gran mayoría de personas, es un tema que por estos días ocupa nuevamente nuestra atención. Los acontecimientos recientes, los que nos llenan de gozo y los que son motivo de inevitable preocupación, nos han llevado a dirigir nuevamente nuestra "mirada" hacia este don maravilloso del Señor para su Iglesia.
Entre lo que nos llena de alegría está la ordenación de tres nuevos diáconos para la Arquidiócesis de Barranquilla, la exitosa culminación de la Segunda Semana Vocacional y el "sí" entusiasta de muchos jóvenes que hoy se han atrevido a iniciar un serio proceso de discernimiento vocacional, con miras a descubrir su verdadera vocación al interior de la Iglesia, ya sea como presbíteros, como religiosas o bien como casados.
Entre lo lamentable, el caso de un presbítero -que por motivaciones no tan claras- interpuso una demanda contra la Arquidiócesis de Cartagena, exigiendo el pago de prestaciones sociales por sus años de servicio pastoral.
Emitir un juicio al respecto no es la finalidad de este artículo, pues juzgar y no tener caridad, son una misma actitud. No obstante, un caso como este no deja de cuestionarnos, pues evidencia las serias ambigüedades que sobre la esencia y la misión del sacerdocio tenemos, no sólo como católicos, también como miembros de una sociedad que cada día valora menos el don del presbiterado. Sólo basta que nos detengamos en las reacciones de quienes leyeron o escucharon sobre la noticia, para que podamos tener una idea de esto.
LA IGNORANCIA ES...
En su página web, el periódico El Tiempo ofrece a sus lectores la posibilidad de expresar su opinión ante las noticias y acontecimientos que se registran en el país. La noticia del presbítero de Cartagena no fue la excepción. Cuando se lee lo que la gente opinó al respecto, las ambigüedades que mencionábamos se aprecian con toda claridad. El 100 por ciento de los comentarios fueron en contra de la Iglesia. Pero, particularmente uno, tocó el asunto de la injusticia social y la "inseguridad laboral" de la vida sacerdotal. En pocas palabras, el lector al que nos referimos, afirmaba que es incoherente el hecho de que la Iglesia cuestione las situaciones de injusticia social en el mundo, si ella misma no asume, dentro de sí, lo que predica.
Con semejante "argumento", más de una inquietud se nos plantea. ¿Se puede entender el sacerdocio como un oficio o profesión? ¿Se puede aplicar la legislación laboral, contenida en el Código Sustantivo de Trabajo, a una realidad que trasciende lo laboral? Para quienes opinaron en la página de El Tiempo: sí. Tal parece que existe una fuerte tendencia a desmembrar el presbiterado de su dimensión teológica, para reducirlo a una profesión como cualquier otra.
En lo que se refiere a la seguridad social de los ministros ordenados, el Arzobispo de Cartagena, Monseñor Jorge Enrique Jiménez, en su comunicado oficial señaló: "La Iglesia provee a nuestro sustento y a nuestra seguridad social de diversas maneras, en particular con las ofrendas que dan nuestros fieles con este fin. En la gran mayoría de nuestras parroquias estos recursos son limitados y, por lo tanto, pasamos por las mismas necesidades que atraviesa la gran mayoría de los colombianos. En todo caso, la Iglesia nunca desampara ni abandona a sus ministros y servidores, como obligación de caridad cristiana y deber de Derecho Canónico".
CONFUSIÓN
Es un hecho. Al interior de la sociedad en que vivimos existe una profunda confusión sobre el papel del presbítero, su misión y la esencia de su vocación. Dentro y fuera de la Iglesia, cristianos o no, aún no hemos descubierto el sentido profundo de este ministerio.
Vivimos en una sociedad que ha perdido el sentido de lo sagrado, y esta desacralización ha terminado por amenazar lo único que hace posible nuestra experiencia de Dios: la fe. Cuando una sociedad abre de par en par sus puertas a la secularización, lo que sigue inevitablemente es la perdida progresiva de la fe; y sin fe nada en la Iglesia puede entenderse ni asumirse. Sin fe no se acepta el celibato, la pobreza, la obediencia y, mucho menos, el carácter sagrado del sacerdocio.
Sobre este carácter sagrado, lo primero que se debe considerar es que el sacerdote ha sido llamado a participar, de un modo especial, del sacerdocio único de Cristo, no como quien simplemente coopera con Él o le asiste externamente, sino como Cristo mismo. En repetidas ocasiones el magisterio de la Iglesia ha abordado ampliamente esta cuestión. Un presbítero, en el ejercicio de su sacerdocio, no es un "ayudante de Cristo" ni un simple "obrero de Cristo", es Cristo mismo. En la persona del sacerdote Cristo realiza su obra de salvación.
Ya el Papa Juan Pablo II lo afirmaba en su Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis: "Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra, renuevan sus gestos de perdón, de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre". (Pastores Dabo Vobis No. 15)
SÓLO DESDE LA FE
Quien quiera entender el presbiterado, y en general el misterio de la Iglesia, desde una óptica meramente humana, no podrá conocer jamás su sentido y riqueza.
El presbiterado no es un oficio, no es una profesión y mucho menos un trabajo común sujeto a remuneraciones y garantías. Esto podría sonar injusto, pero lo cierto es que, cuando un hombre ha sido llamado a participar del sacerdocio único de Jesucristo, su vida se convierte en una prolongación de la vida de Aquel que lo ha llamado. Sería absurdo -sino una locura- igualar o equiparar este misterio con un mero ejercicio profesional.
Esta es quizás una de las más impresionantes paradojas del cristianismo: un hombre como tantos otros, especial por un llamado particular que Dios le hace, pero igual a todos los demás, con la misma fragilidad, los mismos sentimientos y pecados, comunes a la naturaleza humana, entra a participar del misterio de la presencia sacramental de Cristo, convirtiéndose el mismo en un sacramento de esta presencia mistérica en el "hoy de nuestra salvación". En efecto, si ser cristiano es ser otro Cristo, como lo afirmaba San Pablo, ser presbítero no es sólo ser otro Cristo, sino ser Cristo mismo.
Al respecto, el Papa Benedicto XVI afirmaba -refiriéndose a los que como él participan del sacerdocio de Cristo- que "El misterio del sacerdocio de la Iglesia radica en el hecho de que nosotros, seres humanos miserables, en virtud del Sacramento podemos hablar con su "yo": in persona Christi. Jesucristo quiere ejercer su sacerdocio por medio de nosotros". Recordando al sacerdote Andrea Santoro, un presbítero asesinado, el Papa añadió: "Quisiera concluir esta homilía con unas palabras de don Andrea Santoro, el sacerdote de la diócesis de Roma que fue asesinado en Trebisonda mientras oraba; el cardenal Cè nos las refirió durante los ejercicios espirituales. Son las siguientes: "Estoy aquí para vivir entre esta gente y permitir que Jesús lo haga prestándole mi carne... Sólo seremos capaces de ser instrumentos de salvación, en la medida en que, ofreciendo nuestra propia carne, carguemos con el mal del mundo y compartamos el dolor de los que sufren, absorbiéndolo en nuestra propia carne hasta el fondo, como lo hizo Jesús". (Homilía del Jueves Santo)
Ahora bien, por su ministerio, el presbítero también está llamado a compartir el sufrimiento del mundo, y esto no quiere decir que esté desprotegido o sea explotado por una "jerarquía injusta". Muchos sacerdotes deben ejercer su misión en zonas particularmente peligrosas, en territorios distantes, bajo lluvia o sol desplazarse a donde la evangelización lo requiera, arriesgar su vida, ser perseguidos, calumniados, despreciados e incluso morir lejos de los que aman. Ninguna profesión u oficio -por altruista que sea- ve en estos sufrimientos una gracia, un don maravilloso. Sin embargo, para un sacerdote de Cristo, esto que escandaliza al mundo, es consecuencia de una elección de amor, una dolorosa consecuencia de la que no huye sino que la abraza, pues en ella está la cruz de su Señor.
Los presbíteros, siendo hombres normales, con sueños y deseos de realización como cualquier persona, recibieron del Señor la invitación a recorrer un camino en contra vía con el mundo; por eso, si de verdad fueron llamados, en el sufrimiento lo único que verán será su anhelada configuración con Cristo; en los desprecios encontrarán su alegría; en la pobreza, su riqueza; en su cansancio, la fuerza; y en la muerte su resurrección.
Puede sonar espiritualista, pero el sacerdocio, si se asume con fidelidad y generosidad, es una "antiprofesión". Para un profesional el camino es ascendente, cada vez más cerca de la realización personal, el éxito, el reconocimiento... Para el sacerdote, en cambio, es descendente. Cada día de fidelidad a su Señor y a sus hermanos es un morir, un ser menos él y más Cristo, de modo que en un punto del descenso ya no exista división, y sea sólo Cristo quien predica, bautiza, salva, preside...