viernes, noviembre 16, 2007
75 AÑOS DE ABUNDANTE COSECHA PARA EL ATLÁNTICO
Es satisfactorio cuando los fieles que buscan orientación espiritual tienen en cuenta compartir las experiencias positivas y los adelantos que han tenido en su proceso de fe y, a la vez, buscan soluciones creativas a sus conflictos. No mantienen una fijación en las dificultades que atraviesan y son capaces de compartir las cosas buenas que acontecen en su vida, que, seguramente, son muchas. Es esta la mentalidad que se debe generar en las organizaciones y procesos, en los análisis y evaluaciones: ser capaces de resaltar lo bueno, lo acertado y lo efectivo, y acabar con esa tendencia que sólo ve lo negativo.
Al ponernos frente a nuestras parroquias, y la Arquidiócesis en general, con esta visión, podemos apreciar vientos nuevos, de renovación, de ardor y de creatividad; grandes signos de crecimiento reflejados en ambiente de alegría, en las oportunidades que se están creando para acercar a tantos católicos que antes estaban alejados.
La participación, el compromiso, la disponibilidad, la identidad diocesana en comunión con los pastores, las estructuras existentes, la programación y organización general de la pastoral, la sensibilización frente a la misión, el conocimiento de la Palabra, el crecimiento espiritual, la motivación permanente y un sinnúmero de manifestaciones, reflejan una Iglesia viva en comunión, participación y misión; que da importancia a cada ambiente, a cada persona; que está en sintonía especial con el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y las directrices planteadas por la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Realmente estos 75 años han sido de una cosecha abundante que, con seguridad, se multiplicará para gloria de Dios y bendición de todos los atlanticenses.
Al ponernos frente a nuestras parroquias, y la Arquidiócesis en general, con esta visión, podemos apreciar vientos nuevos, de renovación, de ardor y de creatividad; grandes signos de crecimiento reflejados en ambiente de alegría, en las oportunidades que se están creando para acercar a tantos católicos que antes estaban alejados.
La participación, el compromiso, la disponibilidad, la identidad diocesana en comunión con los pastores, las estructuras existentes, la programación y organización general de la pastoral, la sensibilización frente a la misión, el conocimiento de la Palabra, el crecimiento espiritual, la motivación permanente y un sinnúmero de manifestaciones, reflejan una Iglesia viva en comunión, participación y misión; que da importancia a cada ambiente, a cada persona; que está en sintonía especial con el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y las directrices planteadas por la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Realmente estos 75 años han sido de una cosecha abundante que, con seguridad, se multiplicará para gloria de Dios y bendición de todos los atlanticenses.
¡GRAN CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR!
Todos los participantes en los jubileos de artistas, transportadores, periodistas, niños, jóvenes, adultos mayores, familias, docentes, profesionales de la salud, adultos mayores, deportistas, organismos de seguridad, agentes de pastoral, movimientos eclesiales, sacerdotes y vida consagrada, entre otros, convergirán este sábado 24 de noviembre en la gran clausura del Año Jubilar.
La cita es en el Estadio Metropolitano Roberto Meléndez a las 2:00 de la tarde, donde 50 mil fieles –en representación de toda la comunidad católica del Atlántico- nos reuniremos para vivir fraternalmente el cierre de este año de gracia que declaró el Papa Benedicto XVI para que la Arquidiócesis de Barranquilla celebrara sus 75 años de vida como iglesia particular.
Vestidos de blanco y con gran entusiasmo, el Atlántico entero se unirá a la gran celebración ya sea movilizándose hasta el Estadio Metropolitano el sábado 24 de noviembre, o siguiendo paso a paso los acontecimientos de esa tarde a través de los medios de comunicación social.
Las autoridades civiles, militares y de policía del departamento y del distrito estarán presentes en este trascendental acontecimiento eclesial y cultural que concluirá con una celebración eucarística presidida por el Arzobispo Rubén Salazar Gómez y concelebrada por sus obispos auxiliares y varios obispos de distintas jurisdicciones del país, junto con todos los presbíteros del Atlántico.
LO QUE SE VIVIRÁ EN EL METROPOLITANO
Desde la una de tarde se abrirán las puertas del estadio para que las delegaciones de todas las parroquias de Barranquilla y los municipios del Atlántico se ubiquen de una manera ordenada.
A las 2:30 p.m., el grupo musical Fe y Alabanza, de la Comunidad Carismática Católica Formando el Cuerpo de Cristo, presentará una selección de sus mejores temas y, a las 3 en punto, acompañará musicalmente al centenar de jóvenes que irrumpirá en el campo de juego con una coreografía especial, indicando que la Iglesia en el Atlántico sigue viva y ‘siempre joven’ gracias a la acción renovadora del Espíritu Santo. Seguidamente, doscientos estudiantes del Colegio Arquidiocesano San Pancracio presentarán una serie de acrobacias que les ha permitido destacarse a nivel nacional con distintos concursos de porras.
Luego, seguirán otros momentos especiales que los organizadores prefieren tener en reserva para que se vivan con mayor plenitud durante la celebración.
Como gesto máximo de acción de gracias a Dios por los 75 años de vida eclesial en el Atlántico y, de manera especial por este ‘Año Jubilar’, se concluirá el encuentro arquidiocesano en el estadio con la celebración eucarística que presidirá el Arzobispo Rubén Salazar, la cual litúrgicamente estará enmarcada con cantos y ritmos caribeños interpretados por el Coro Arquidiocesano.
En el marco del cierre jubilar se realizarán las ordenaciones sacerdotales de Danilo Cantillo y Edgar Mejía, el sábado 17 de noviembre a las 10:00 de la mañana, en la Catedral Metropolitana María Reina. De esta manera contaremos con dos servidores presbiterales más para finalizar este Jubileo y comenzar un nuevo año de gracia, amor y solidaridad, año 2008.
La cita es en el Estadio Metropolitano Roberto Meléndez a las 2:00 de la tarde, donde 50 mil fieles –en representación de toda la comunidad católica del Atlántico- nos reuniremos para vivir fraternalmente el cierre de este año de gracia que declaró el Papa Benedicto XVI para que la Arquidiócesis de Barranquilla celebrara sus 75 años de vida como iglesia particular.
Vestidos de blanco y con gran entusiasmo, el Atlántico entero se unirá a la gran celebración ya sea movilizándose hasta el Estadio Metropolitano el sábado 24 de noviembre, o siguiendo paso a paso los acontecimientos de esa tarde a través de los medios de comunicación social.
Las autoridades civiles, militares y de policía del departamento y del distrito estarán presentes en este trascendental acontecimiento eclesial y cultural que concluirá con una celebración eucarística presidida por el Arzobispo Rubén Salazar Gómez y concelebrada por sus obispos auxiliares y varios obispos de distintas jurisdicciones del país, junto con todos los presbíteros del Atlántico.
LO QUE SE VIVIRÁ EN EL METROPOLITANO
Desde la una de tarde se abrirán las puertas del estadio para que las delegaciones de todas las parroquias de Barranquilla y los municipios del Atlántico se ubiquen de una manera ordenada.
A las 2:30 p.m., el grupo musical Fe y Alabanza, de la Comunidad Carismática Católica Formando el Cuerpo de Cristo, presentará una selección de sus mejores temas y, a las 3 en punto, acompañará musicalmente al centenar de jóvenes que irrumpirá en el campo de juego con una coreografía especial, indicando que la Iglesia en el Atlántico sigue viva y ‘siempre joven’ gracias a la acción renovadora del Espíritu Santo. Seguidamente, doscientos estudiantes del Colegio Arquidiocesano San Pancracio presentarán una serie de acrobacias que les ha permitido destacarse a nivel nacional con distintos concursos de porras.
Luego, seguirán otros momentos especiales que los organizadores prefieren tener en reserva para que se vivan con mayor plenitud durante la celebración.
Como gesto máximo de acción de gracias a Dios por los 75 años de vida eclesial en el Atlántico y, de manera especial por este ‘Año Jubilar’, se concluirá el encuentro arquidiocesano en el estadio con la celebración eucarística que presidirá el Arzobispo Rubén Salazar, la cual litúrgicamente estará enmarcada con cantos y ritmos caribeños interpretados por el Coro Arquidiocesano.
ORDENACIÓN PRESBITERAL
En el marco del cierre jubilar se realizarán las ordenaciones sacerdotales de Danilo Cantillo y Edgar Mejía, el sábado 17 de noviembre a las 10:00 de la mañana, en la Catedral Metropolitana María Reina. De esta manera contaremos con dos servidores presbiterales más para finalizar este Jubileo y comenzar un nuevo año de gracia, amor y solidaridad, año 2008.
AGENTES DE PASTORAL: HUMILDES PARA SEGUIR AL MAESTRO
Por MARQUEZA ROMERO GUTIÉRREZ *
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29)
El Año Jubilar que hemos vivido con motivo de los 75 años de la Arquidiócesis de Barranquilla nos permitió a los agentes de pastoral del Departamento del Atlántico dimensionar con claridad nuestro compromiso como discípulos y misioneros de Cristo. Fue un año de jubileos específicos en cada una de las unidades pastorales que nos dejó una gran enseñanza: hacer las cosas bien hechas aunque los resultados no sean los mejores.
Comprender que las acciones evangelizadoras se realizan para la gloria de Dios, y no para nuestra grandeza personal, debe ser el reconocimiento humilde de todo agente de pastoral que se considere discípulo y misionero de Jesús; es estar dispuesto a servirle a los demás siguiendo el modelo del Maestro, tal y como él lo hizo al lavarle los pies a sus discípulos. Nos deja así Nuestro Señor una gran lección para que entendamos que si no somos humildes, si no estamos dispuestos a servir, no podemos seguir al Maestro.
EL DON MARAVILLOSO DE LA HUMILDAD
La real academia de la lengua define humildad como la actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo; mientras que para nosotros los cristianos humildad es la virtud moral por la que el hombre reconoce que de sí mismo sólo tiene la nada y el pecado. La palabra humildad tiene su origen en la latina “Humus”, tierra; humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra. La virtud de la humildad consiste, entonces, en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las criaturas.
Santa Teresa de Jesús decía que la humildad es vivir en verdad. Por eso la humildad es requisito indispensable del verdadero discípulo; que ve lo bueno como bueno, lo malo como malo y lo mediano como mediano. En la medida en que un ser humano es más humilde, tiene una visión más correcta de la realidad. La humildad es lo contrario al orgullo, al amor propio, al egoísmo, y a la soberbia que es rebeldía ante Dios, pues con ella la persona busca ser superior a los demás.
El humilde cuando reconoce algo malo en su vida puede corregirlo, aunque ello le resulte doloroso; mientras que el soberbio al no aceptar, o no ver ese defecto, no puede corregirlo y se queda con él. Un agente de pastoral carente de humildad cree que las acciones que realiza las hace por su propia fuerza e inteligencia, olvidando que todo lo que hace viene de Dios y a Dios va. Un agente de pastoral humilde siempre coloca en oración todo lo que programa y hace, para que con la gracia de Dios se alcancen los objetivos trazados. Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios, ni alabanzas, porque su vida está en Dios. “La oración del humilde traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a Dios”. (Eclesiástico 35, 16-18) Para Él es todo honor y gloria.
JESUS, HUMILDAD ENCARNADA
Jesús es modelo perfecto de humildad. Desde su nacimiento, la cueva de Belén y el establo en que es recostado el Niño se convierten en una auténtica cátedra que nos habla de humildad. Su vida sencilla en Nazareth y durante su vida pública enseñando como Maestro, nos revela modos de vivir la humildad, siendo él mismo modelo para sus discípulos cuando nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.” (Mateo 11, 29)
Jesús es la humildad encarnada, perfecto en todo; siempre hizo la voluntad de su Padre. Nunca buscó llamar la atención sobre sí mismo sino dar gloria al Padre, tal como lo demostró con dignidad cuando murió en la Cruz. Sus testimonios de humildad son una invitación permanente para que un agente de pastoral aprenda las formas de vivir del Maestro: “Que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha” (Mateo 6,3); “El primero entre vosotros sea vuestro servidor” (Mateo 23,11); “Ahora yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los odian” (Mateo 5, 44)…
El Maestro nos invita a seguirle, y como agentes de pastoral de la Arquidiócesis de Barranquilla no podemos ser inferiores a ese reto. Aprendamos su modelo de humildad recordando siempre este mensaje de Jesús: “Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlos también vosotros con ellos” (Mateo 7, 12)
* Comunicadora Social-Periodista, agente de pastoral de la Unidad Pastoral Padre Nuestro e integrante de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores y Periodistas.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29)
El Año Jubilar que hemos vivido con motivo de los 75 años de la Arquidiócesis de Barranquilla nos permitió a los agentes de pastoral del Departamento del Atlántico dimensionar con claridad nuestro compromiso como discípulos y misioneros de Cristo. Fue un año de jubileos específicos en cada una de las unidades pastorales que nos dejó una gran enseñanza: hacer las cosas bien hechas aunque los resultados no sean los mejores.
Comprender que las acciones evangelizadoras se realizan para la gloria de Dios, y no para nuestra grandeza personal, debe ser el reconocimiento humilde de todo agente de pastoral que se considere discípulo y misionero de Jesús; es estar dispuesto a servirle a los demás siguiendo el modelo del Maestro, tal y como él lo hizo al lavarle los pies a sus discípulos. Nos deja así Nuestro Señor una gran lección para que entendamos que si no somos humildes, si no estamos dispuestos a servir, no podemos seguir al Maestro.
EL DON MARAVILLOSO DE LA HUMILDAD
La real academia de la lengua define humildad como la actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo; mientras que para nosotros los cristianos humildad es la virtud moral por la que el hombre reconoce que de sí mismo sólo tiene la nada y el pecado. La palabra humildad tiene su origen en la latina “Humus”, tierra; humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra. La virtud de la humildad consiste, entonces, en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las criaturas.
Santa Teresa de Jesús decía que la humildad es vivir en verdad. Por eso la humildad es requisito indispensable del verdadero discípulo; que ve lo bueno como bueno, lo malo como malo y lo mediano como mediano. En la medida en que un ser humano es más humilde, tiene una visión más correcta de la realidad. La humildad es lo contrario al orgullo, al amor propio, al egoísmo, y a la soberbia que es rebeldía ante Dios, pues con ella la persona busca ser superior a los demás.
El humilde cuando reconoce algo malo en su vida puede corregirlo, aunque ello le resulte doloroso; mientras que el soberbio al no aceptar, o no ver ese defecto, no puede corregirlo y se queda con él. Un agente de pastoral carente de humildad cree que las acciones que realiza las hace por su propia fuerza e inteligencia, olvidando que todo lo que hace viene de Dios y a Dios va. Un agente de pastoral humilde siempre coloca en oración todo lo que programa y hace, para que con la gracia de Dios se alcancen los objetivos trazados. Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios, ni alabanzas, porque su vida está en Dios. “La oración del humilde traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a Dios”. (Eclesiástico 35, 16-18) Para Él es todo honor y gloria.
JESUS, HUMILDAD ENCARNADA
Jesús es modelo perfecto de humildad. Desde su nacimiento, la cueva de Belén y el establo en que es recostado el Niño se convierten en una auténtica cátedra que nos habla de humildad. Su vida sencilla en Nazareth y durante su vida pública enseñando como Maestro, nos revela modos de vivir la humildad, siendo él mismo modelo para sus discípulos cuando nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.” (Mateo 11, 29)
Jesús es la humildad encarnada, perfecto en todo; siempre hizo la voluntad de su Padre. Nunca buscó llamar la atención sobre sí mismo sino dar gloria al Padre, tal como lo demostró con dignidad cuando murió en la Cruz. Sus testimonios de humildad son una invitación permanente para que un agente de pastoral aprenda las formas de vivir del Maestro: “Que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha” (Mateo 6,3); “El primero entre vosotros sea vuestro servidor” (Mateo 23,11); “Ahora yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los odian” (Mateo 5, 44)…
El Maestro nos invita a seguirle, y como agentes de pastoral de la Arquidiócesis de Barranquilla no podemos ser inferiores a ese reto. Aprendamos su modelo de humildad recordando siempre este mensaje de Jesús: “Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlos también vosotros con ellos” (Mateo 7, 12)
* Comunicadora Social-Periodista, agente de pastoral de la Unidad Pastoral Padre Nuestro e integrante de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores y Periodistas.
"ESTAMOS MODIFICANDO NUESTRA REALIDAD SOCIAL": ARZOBISPO DE BARRANQUILLA
Dice Monseñor Rubén Salazar Gómez que el Evangelio es la gran fuerza socializadora que fomenta el cambio en las personas y las involucra de manera positiva y productiva al tejido social.
Por MARTHA GUARÍN RODRÍGUEZ *
Cifrando sus esperanzas en el desarrollo de un ambicioso plan de evangelización para conseguir profundos y positivos cambios en nuestra realidad social, llegó hace ocho años y medio, a asumir el liderazgo pastoral de la Iglesia de Barranquilla y el Atlántico, Monseñor Rubén Salazar Gómez.
Anclar en este puerto y buscar el faro en este territorio no le resultó una ruta desconocida. Su brújula lo orientaba siempre a estas tierras, a través del lazo familiar con María Luz, su hermana. De tal manera que deshacer la maleta que traía como Obispo de Cúcuta fue para él un encuentro definitivo con el Caribe, al que aprendió a querer a través del contacto que tuvo con el Río Magdalena, desde el departamento del Tolima. En la tierra del bunde recibió su ordenación sacerdotal después de estudiar en la Universidad Gregoriana en Roma, donde obtuvo licenciatura en Teología.
Al llegar a ‘La Arenosa’, su visión de lo que conocía y cuanto acontecía lo motivaron a anunciar el 15 de mayo de 1999, en el primer encuentro con su feligresía en la Catedral Metropolitana, que su reto era construir una Iglesia muy fuerte, para servir mejor, con un esquema de trabajo proyectado a 30 años. Ya hay resultados: de 70 parroquias el número se ha elevado a 127 en su conjunto en el Atlántico. “Partimos de un principio de fe, que la predicación del Evangelio es el mejor aporte que uno puede dar para la convivencia y para la paz. Por lo tanto, para lograr una transformación fundamental en Barranquilla y el Departamento se requiere llevar el Evangelio a más personas con el convencimiento que así se gesta un genuino proceso de formación social.”
En algunos casos se han empezado a crear parroquias, incluso en sitios donde faltan sacerdotes –con el convencimiento- y los resultados así lo están mostrando, que las comunidades se están interesando, y están solicitando más presencia y radio de acción de la Iglesia para sus barrios. De tal manera, que esa debilidad o ausencia de sacerdotes ha mostrado fortalezas de las comunidades, que se comprometen a sacar adelante sus parroquias con palustre y ladrillo en mano. Optimista, un poco más allá, Monseñor Rubén dice que eso ha generado procesos de organización, acercamiento y contactos extraordinarios con los laicos, y que con la implementación de una campaña por la cultura vocacional ya se empiezan a notar resultados en el número de sacerdotes en esta Arquidiócesis.
Esta acogida hacia el proyecto de crear una Iglesia muy fuerte para servir mejor, ha traído también como consecuencia que los encuentros habituales que él tiene con su clero se orienten hacia el fomento de una solidaridad con mayor conciencia, para la reconstrucción del tejido social. “Es que toda evangelización debe llevar anexo un trabajo social, eso no se puede desconocer. La verdadera evangelización tiene que encarnarse en nuestra realidad social, porque cuando la persona recibe el Evangelio empieza socialmente a cambiar, a integrarse más claramente en el tejido social. Lo digo porque el Evangelio es la gran fuerza socializadora que nosotros tenemos en nuestra patria.”
Le pregunto cómo se pueden cuantificar esos resultados a la luz de las repercusiones en nuestra sociedad. “Es difícil asegurarlo, pues esta es una tarea espiritual y analizar hasta dónde penetra, hasta dónde las personas se vuelven verdaderamente hacia Dios, es algo que nos motiva a trazar planes para lograr esas transformaciones fundamentales del ser humano y de la realidad social, que se necesitan de manera permanente en Colombia y de manera esencial en el Atlántico”. Eso lo ha llevado a observar, producto de sus continuas visitas a todas las parroquias, que los costeños tienen una gran cuota de hospitalidad, pero que son valores que hay que impulsarlos al máximo para que esa solidaridad innata se organice mejor y se vaya plasmando en obras mucho más comunitarias, más amplias, para que se puedan ver más claramente a nivel de barrio, ciudad y de todos los estamentos.
Cuando le planteo que uno encuentra a mucha gente mostrando sus fortalezas espirituales a través de sus actitudes diarias, pero que la muerte y el mal imperan, señala que “la ciudad que encontré ha cambiado y se ha modernizado en muchos aspectos, pero también observo un deterioro en ciertos barrios marginales, a pesar de la presencia de la Iglesia, y subrayo, de paso, que pese a ello nunca nos hemos retirado de esos contextos porque es allí donde se requiere de un diálogo conducente.”
Pero no se da por vencido cuando le digo que esa sí que es una tarea difícil. A lo que argumenta: “Antes del fin del mundo nosotros nunca habremos podido decir que ya la tarea está hecha. Todos los días hay que empezar de nuevo, porque estamos convencidos que Dios es amor y en Él todo se puede.”
Llegamos al punto de lo terrenal, de los hechos tangibles. Monseñor Rubén, que en sus inicios sacerdotales fue director del Departamento de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Colombiana y representante de los países bolivarianos en el consejo ejecutivo de Cáritas Internacional, dice que para él la Iglesia es y debe ser una fuente permanente de progreso social en el auténtico sentido del término. En ese sentido, entre los aportes de la Arquidiócesis menciona el proceso educativo a través de cinco colegios –dos de clase media, y el resto, populares-. Él suma, además, como otros proyectos visibles las misiones que consagradamente realizan distintas comunidades religiosas, entre ellas las dedicadas al campo de la salud, como la de los Padres Camilos en el barrio La Paz, y el Banco de Alimentos, que genera de 30 a 35 toneladas mensuales para los necesitados.
Le digo que como sus tareas están proyectadas a 30 años y que ya hay frutos, percibo que pronto se va ir del Atlántico, rumbo a Cardenal, porque desde el 2006 es el presidente de la Comisión Nacional Episcopal de Pastoral Social, cargo que lo lleva a ser uno de los promotores de obras de la Iglesia para los pobres en Colombia. El Arzobispo de Barranquilla saca en ese momento su mejor sonrisa para responder:
“En absoluto. Pueden estar seguros que no creo que el Señor me tenga ese destino, por el contrario él ha sido muy generoso en permitirme servirle desde ésta la cuarta ciudad del país más importante a nivel de diócesis, y lo de los 30 años es porque todo es un proceso lento, en el que cada paso que se va dando exige del anterior y prepara el siguiente, y eso indudablemente requiere todavía de mucho tiempo.” Aclara, entonces, que en vida hay otra meta que aún no varía: “Ofrecer el Evangelio como una opción que llena la vida de todos de alegría y de paz. Para construir un mundo mejor, donde haya menos muerte, menos angustia, menos dolor, un mundo más humano y más fraterno.”
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Redactora de la Página Cultural del periódico El Heraldo.
Por MARTHA GUARÍN RODRÍGUEZ *
Cifrando sus esperanzas en el desarrollo de un ambicioso plan de evangelización para conseguir profundos y positivos cambios en nuestra realidad social, llegó hace ocho años y medio, a asumir el liderazgo pastoral de la Iglesia de Barranquilla y el Atlántico, Monseñor Rubén Salazar Gómez.
Anclar en este puerto y buscar el faro en este territorio no le resultó una ruta desconocida. Su brújula lo orientaba siempre a estas tierras, a través del lazo familiar con María Luz, su hermana. De tal manera que deshacer la maleta que traía como Obispo de Cúcuta fue para él un encuentro definitivo con el Caribe, al que aprendió a querer a través del contacto que tuvo con el Río Magdalena, desde el departamento del Tolima. En la tierra del bunde recibió su ordenación sacerdotal después de estudiar en la Universidad Gregoriana en Roma, donde obtuvo licenciatura en Teología.
Al llegar a ‘La Arenosa’, su visión de lo que conocía y cuanto acontecía lo motivaron a anunciar el 15 de mayo de 1999, en el primer encuentro con su feligresía en la Catedral Metropolitana, que su reto era construir una Iglesia muy fuerte, para servir mejor, con un esquema de trabajo proyectado a 30 años. Ya hay resultados: de 70 parroquias el número se ha elevado a 127 en su conjunto en el Atlántico. “Partimos de un principio de fe, que la predicación del Evangelio es el mejor aporte que uno puede dar para la convivencia y para la paz. Por lo tanto, para lograr una transformación fundamental en Barranquilla y el Departamento se requiere llevar el Evangelio a más personas con el convencimiento que así se gesta un genuino proceso de formación social.”
En algunos casos se han empezado a crear parroquias, incluso en sitios donde faltan sacerdotes –con el convencimiento- y los resultados así lo están mostrando, que las comunidades se están interesando, y están solicitando más presencia y radio de acción de la Iglesia para sus barrios. De tal manera, que esa debilidad o ausencia de sacerdotes ha mostrado fortalezas de las comunidades, que se comprometen a sacar adelante sus parroquias con palustre y ladrillo en mano. Optimista, un poco más allá, Monseñor Rubén dice que eso ha generado procesos de organización, acercamiento y contactos extraordinarios con los laicos, y que con la implementación de una campaña por la cultura vocacional ya se empiezan a notar resultados en el número de sacerdotes en esta Arquidiócesis.
Esta acogida hacia el proyecto de crear una Iglesia muy fuerte para servir mejor, ha traído también como consecuencia que los encuentros habituales que él tiene con su clero se orienten hacia el fomento de una solidaridad con mayor conciencia, para la reconstrucción del tejido social. “Es que toda evangelización debe llevar anexo un trabajo social, eso no se puede desconocer. La verdadera evangelización tiene que encarnarse en nuestra realidad social, porque cuando la persona recibe el Evangelio empieza socialmente a cambiar, a integrarse más claramente en el tejido social. Lo digo porque el Evangelio es la gran fuerza socializadora que nosotros tenemos en nuestra patria.”
Le pregunto cómo se pueden cuantificar esos resultados a la luz de las repercusiones en nuestra sociedad. “Es difícil asegurarlo, pues esta es una tarea espiritual y analizar hasta dónde penetra, hasta dónde las personas se vuelven verdaderamente hacia Dios, es algo que nos motiva a trazar planes para lograr esas transformaciones fundamentales del ser humano y de la realidad social, que se necesitan de manera permanente en Colombia y de manera esencial en el Atlántico”. Eso lo ha llevado a observar, producto de sus continuas visitas a todas las parroquias, que los costeños tienen una gran cuota de hospitalidad, pero que son valores que hay que impulsarlos al máximo para que esa solidaridad innata se organice mejor y se vaya plasmando en obras mucho más comunitarias, más amplias, para que se puedan ver más claramente a nivel de barrio, ciudad y de todos los estamentos.
Cuando le planteo que uno encuentra a mucha gente mostrando sus fortalezas espirituales a través de sus actitudes diarias, pero que la muerte y el mal imperan, señala que “la ciudad que encontré ha cambiado y se ha modernizado en muchos aspectos, pero también observo un deterioro en ciertos barrios marginales, a pesar de la presencia de la Iglesia, y subrayo, de paso, que pese a ello nunca nos hemos retirado de esos contextos porque es allí donde se requiere de un diálogo conducente.”
Pero no se da por vencido cuando le digo que esa sí que es una tarea difícil. A lo que argumenta: “Antes del fin del mundo nosotros nunca habremos podido decir que ya la tarea está hecha. Todos los días hay que empezar de nuevo, porque estamos convencidos que Dios es amor y en Él todo se puede.”
Llegamos al punto de lo terrenal, de los hechos tangibles. Monseñor Rubén, que en sus inicios sacerdotales fue director del Departamento de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Colombiana y representante de los países bolivarianos en el consejo ejecutivo de Cáritas Internacional, dice que para él la Iglesia es y debe ser una fuente permanente de progreso social en el auténtico sentido del término. En ese sentido, entre los aportes de la Arquidiócesis menciona el proceso educativo a través de cinco colegios –dos de clase media, y el resto, populares-. Él suma, además, como otros proyectos visibles las misiones que consagradamente realizan distintas comunidades religiosas, entre ellas las dedicadas al campo de la salud, como la de los Padres Camilos en el barrio La Paz, y el Banco de Alimentos, que genera de 30 a 35 toneladas mensuales para los necesitados.
Le digo que como sus tareas están proyectadas a 30 años y que ya hay frutos, percibo que pronto se va ir del Atlántico, rumbo a Cardenal, porque desde el 2006 es el presidente de la Comisión Nacional Episcopal de Pastoral Social, cargo que lo lleva a ser uno de los promotores de obras de la Iglesia para los pobres en Colombia. El Arzobispo de Barranquilla saca en ese momento su mejor sonrisa para responder:
“En absoluto. Pueden estar seguros que no creo que el Señor me tenga ese destino, por el contrario él ha sido muy generoso en permitirme servirle desde ésta la cuarta ciudad del país más importante a nivel de diócesis, y lo de los 30 años es porque todo es un proceso lento, en el que cada paso que se va dando exige del anterior y prepara el siguiente, y eso indudablemente requiere todavía de mucho tiempo.” Aclara, entonces, que en vida hay otra meta que aún no varía: “Ofrecer el Evangelio como una opción que llena la vida de todos de alegría y de paz. Para construir un mundo mejor, donde haya menos muerte, menos angustia, menos dolor, un mundo más humano y más fraterno.”
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Redactora de la Página Cultural del periódico El Heraldo.
"ES CUESTIÓN DE FE, OPTIMISMO, ALEGRÍA Y ESPERANZA": MONSEÑOR LUIS ANTONIO NOVA
Por CARLOS ARRIETA DEL CASTILLO *
Durante una hora larga de diálogo, Monseñor Luís Antonio Nova Rocha, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Barranquilla, al término de su jornada diaria de evangelización, reflexionó acerca de la historia, el presente y el porvenir de la Arquidiócesis de Barranquilla.
Además de mostrar la faceta humana de un obispo comprometido con una comunidad que a veces requiere de llamados de atención, consejos o simplemente “empujoncitos” para avanzar en su historia comunitaria comprometida y agradecida del amor de Dios.
La primera impresión que se tiene de Monseñor Nova es la de un señor algo serio, pero a medida que se le conoce, tal vez en cuestión de minutos, cambia nuestra percepción por la de un hombre con fino sentido del humor, gran conversador, y consejero de la fe y de la vida. Tal y como lo describió él mismo: “tengo una cara terrible, pero cuando me conocen dicen que soy buena papa. Realmente nos falta algo de humor en nuestras vidas.”
También ese fue mi parecer, mucho antes de sostener esta conversación, cuando lo conocí recién nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis, durante la realización de la primera Templotón de la parroquia La Sagrada Eucaristía, a la cual pertenezco. “Si algo nos hace falta es una dosis de sonrisas en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, cristiana, eclesiástica y comunitaria”, añadió.
Nacido en Subachoque, Cundinamarca, Monseñor Nova Rocha fue consagrado Obispo el 9 de marzo de 2002 en la Catedral de Facatativá y tomó posesión de su cargo en la Catedral Metropolitana María Reina de la Arquidiócesis de Barranquilla, el 25 de marzo del mismo año.
Aunque no tiene un equipo favorito, fue futbolista hasta que lo lesionaron en el tendón de aquiles. “En general fui deportista al practicar diferentes categoría como el voleibol y el baloncesto, pero tuve una verdadera afición, durante muchos años, a la fotografía”, destacó.
Casi desde la época de seminarista, Monseñor Luís Nova mantiene sus mejores amigos. “Son tres o cuatro, pero es una muy buena amistad y del grupo el único obispo soy yo”, aclaró.
Regresando al plano arquidiocesano, lo que más le gusta de Barranquilla y del Atlántico es su gente tan alegre y hospitalaria que se desborda en atenciones y muestras de afecto sin reparos y con mucha sinceridad, destacó el prelado recordando diversos episodios acaecidos durante sus recorridos por los barrios de esta capital y en cada uno de los municipios del departamento. “Yo he recorrido, al menos dos veces, todos los municipios que conforman esta Arquidiócesis y mi primera conclusión es reconocer el trabajo evangelizador que se ha realizado en estos últimos 75 años… Le hago ver a la comunidad dos aspectos muy importantes relacionados, en primera instancia, con la labor desarrollada por los sacerdotes. Y, la segunda, es la posibilidad de constituirse en una comunidad cristiana que vive con fe y el compromiso de cambiar su vida personal y la vida en comunidad”.
Precisamente, el Jubileo que llevamos acabo desde diciembre de 2006 refuerza estos aspectos, basados en una comunidad como la nuestra que vive sus 75 años mirando hacia atrás dando gracias a Dios de todo corazón. “Es toda una historia de gracia y salvación que en este Año jubilar hemos tratado de valorar, así como los avances conseguidos”, afirma Monseñor Nova aseverando que la evangelización no es un camino fácil de transitar, “pero si uno mira lo que hicieron aquí los primeros obispos, no podemos menos que agradecer a Dios por la entrega de ellos a esta comunidad.”
En otras palabras: vivimos la alegría de un pasado, la responsabilidad de un presente y la preocupación por el futuro de la Arquidiócesis. Es una triple perspectiva al mirar el presente, agradeciendo el pasado, pero sobretodo comprometiendo a la comunidad en el porvenir. Eso es muy cierto, agregó Monseñor, “ya que la vida cristiana no se reduce a la oración, sino que conlleva a una convivencia comunitaria constituida en compromiso para hacer más amable la vida de todos.”
Eso es lo que trata de llevar en su mensaje durante el recorrido por los municipios, “explicando a la comunidad como direccionamos la función de cada una de las estructuras que conforman la Arquidiócesis con el objetivo de ir formando un ambiente de fraternidad, ardor, empuje y superación en una comunidad a veces es poco unida.” Precisamente y en tono firme Monseñor Luís Antonio manifestó que debemos tener conciencia de esa falta de unidad. Suavizó sus palabras al recordarnos que “Dios nos quiere felices aunque tengamos dolores, enfermedades y haya problemas en la familia, asumiendo esas vicisitudes con una dosis de fe, optimismo, alegría y esperanza.”
Citando a Pablo VI con la frase: “El evangelio tiene que transformar a las personas, la sociedad y sus estructuras”, el Obispo Nova agregó que es “tan sencillo como reunirse cada semana los de la cuadra no sólo para orar, sino también para compartir en familia y comunidad… Cuando llegan a ese punto, podemos decir que esa comunidad es una comunidad cristiana porque se reúnen en nombre del Señor, se aman y escuchan la Palabra, para transformar la vida de cada uno, la de sus familias y la de sus semejantes.”
* Autor invitado - Comunicador Social y Periodista - Jefe de Comunicaciones Externas de Triple A S.A. E.S.P.
Durante una hora larga de diálogo, Monseñor Luís Antonio Nova Rocha, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Barranquilla, al término de su jornada diaria de evangelización, reflexionó acerca de la historia, el presente y el porvenir de la Arquidiócesis de Barranquilla.
Además de mostrar la faceta humana de un obispo comprometido con una comunidad que a veces requiere de llamados de atención, consejos o simplemente “empujoncitos” para avanzar en su historia comunitaria comprometida y agradecida del amor de Dios.
La primera impresión que se tiene de Monseñor Nova es la de un señor algo serio, pero a medida que se le conoce, tal vez en cuestión de minutos, cambia nuestra percepción por la de un hombre con fino sentido del humor, gran conversador, y consejero de la fe y de la vida. Tal y como lo describió él mismo: “tengo una cara terrible, pero cuando me conocen dicen que soy buena papa. Realmente nos falta algo de humor en nuestras vidas.”
También ese fue mi parecer, mucho antes de sostener esta conversación, cuando lo conocí recién nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis, durante la realización de la primera Templotón de la parroquia La Sagrada Eucaristía, a la cual pertenezco. “Si algo nos hace falta es una dosis de sonrisas en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, cristiana, eclesiástica y comunitaria”, añadió.
Nacido en Subachoque, Cundinamarca, Monseñor Nova Rocha fue consagrado Obispo el 9 de marzo de 2002 en la Catedral de Facatativá y tomó posesión de su cargo en la Catedral Metropolitana María Reina de la Arquidiócesis de Barranquilla, el 25 de marzo del mismo año.
Aunque no tiene un equipo favorito, fue futbolista hasta que lo lesionaron en el tendón de aquiles. “En general fui deportista al practicar diferentes categoría como el voleibol y el baloncesto, pero tuve una verdadera afición, durante muchos años, a la fotografía”, destacó.
Casi desde la época de seminarista, Monseñor Luís Nova mantiene sus mejores amigos. “Son tres o cuatro, pero es una muy buena amistad y del grupo el único obispo soy yo”, aclaró.
Regresando al plano arquidiocesano, lo que más le gusta de Barranquilla y del Atlántico es su gente tan alegre y hospitalaria que se desborda en atenciones y muestras de afecto sin reparos y con mucha sinceridad, destacó el prelado recordando diversos episodios acaecidos durante sus recorridos por los barrios de esta capital y en cada uno de los municipios del departamento. “Yo he recorrido, al menos dos veces, todos los municipios que conforman esta Arquidiócesis y mi primera conclusión es reconocer el trabajo evangelizador que se ha realizado en estos últimos 75 años… Le hago ver a la comunidad dos aspectos muy importantes relacionados, en primera instancia, con la labor desarrollada por los sacerdotes. Y, la segunda, es la posibilidad de constituirse en una comunidad cristiana que vive con fe y el compromiso de cambiar su vida personal y la vida en comunidad”.
Precisamente, el Jubileo que llevamos acabo desde diciembre de 2006 refuerza estos aspectos, basados en una comunidad como la nuestra que vive sus 75 años mirando hacia atrás dando gracias a Dios de todo corazón. “Es toda una historia de gracia y salvación que en este Año jubilar hemos tratado de valorar, así como los avances conseguidos”, afirma Monseñor Nova aseverando que la evangelización no es un camino fácil de transitar, “pero si uno mira lo que hicieron aquí los primeros obispos, no podemos menos que agradecer a Dios por la entrega de ellos a esta comunidad.”
En otras palabras: vivimos la alegría de un pasado, la responsabilidad de un presente y la preocupación por el futuro de la Arquidiócesis. Es una triple perspectiva al mirar el presente, agradeciendo el pasado, pero sobretodo comprometiendo a la comunidad en el porvenir. Eso es muy cierto, agregó Monseñor, “ya que la vida cristiana no se reduce a la oración, sino que conlleva a una convivencia comunitaria constituida en compromiso para hacer más amable la vida de todos.”
Eso es lo que trata de llevar en su mensaje durante el recorrido por los municipios, “explicando a la comunidad como direccionamos la función de cada una de las estructuras que conforman la Arquidiócesis con el objetivo de ir formando un ambiente de fraternidad, ardor, empuje y superación en una comunidad a veces es poco unida.” Precisamente y en tono firme Monseñor Luís Antonio manifestó que debemos tener conciencia de esa falta de unidad. Suavizó sus palabras al recordarnos que “Dios nos quiere felices aunque tengamos dolores, enfermedades y haya problemas en la familia, asumiendo esas vicisitudes con una dosis de fe, optimismo, alegría y esperanza.”
Citando a Pablo VI con la frase: “El evangelio tiene que transformar a las personas, la sociedad y sus estructuras”, el Obispo Nova agregó que es “tan sencillo como reunirse cada semana los de la cuadra no sólo para orar, sino también para compartir en familia y comunidad… Cuando llegan a ese punto, podemos decir que esa comunidad es una comunidad cristiana porque se reúnen en nombre del Señor, se aman y escuchan la Palabra, para transformar la vida de cada uno, la de sus familias y la de sus semejantes.”
* Autor invitado - Comunicador Social y Periodista - Jefe de Comunicaciones Externas de Triple A S.A. E.S.P.
MONSEÑOR VÍCTOR TAMAYO, UN PUENTE ENTRE EL DOLOR Y EL AMOR
“¿Víctor y usted para dónde va?”, pregunta el maestro, con firmeza y extrañeza. Un niño de cabello negro, que aún no alcanza los 10 años, con un poco más de un metro de estatura y de ojos vivaces responde: “Maestro las campanas de la iglesia están sonando, algo debe estar pasando allá. Debo ir porque seguro me necesitan”.
Por DIANA ACOSTA M. *
Ese diálogo entre maestro y discípulo se repitió muchas veces en la escuelita de Yarumal, en Antioquia, a mediados de los años 40. Y en cada ocasión, el niño salía del aula de clases con la venia del maestro. Hoy, a sus setenta años, el protagonista de esta historia, con ese mismo corazón de niño, sigue acudiendo a cada llamado de campana que escucha y se ha convertido en uno de los protagonistas de la historia espiritual de la Arquidiócesis de Barranquilla.
Tamayito, como le dicen con amor, respeto y admiración miles de feligreses, llegó a Barranquilla hace 50 años. Por eso, cuando le pregunto si se siente antioqueño o atlanticense dice sin pensar: “Yo soy barranquillero. A Barranquilla la conozco toda, he visitado cada barrio de la ciudad y he visto como ha crecido. Y digo que soy barranquillero porque de Antioquia conozco muy poco, como no he tenido nada que hacer allá, no he ido”.
Nació en Anorí, Antioquia el 20 de julio de 1937 en una familia de 16 hermanos. “Mi papá decía que por docena era más barato”, apunta con la picardía que lo caracteriza. Es uno de los menores de la casa y vivió muy poco en su pueblo natal, pues siendo muy pequeño se trasladó a Yarumal. “Anorí lo volví a conocer luego que me ordenaron obispo en 2004. En Yarumal, donde crecí, era acólito de Monseñor Francisco Gallego Pérez, quien fue el cuarto obispo de Barranquilla. Un grupo de amigos y yo que estábamos en el Seminario de Santa Rosa de Osos, vinimos a ayudar a Monseñor Gallego. En ese momento había entre 20 y 25 parroquias en Barranquilla y la mayoría de los sacerdotes eran boyacenses, antioqueños... Yo era un montañerito que nunca había salido de su casa. La primera vez que me monté a un avión fue en enero del 57, cuando vine a Barranquilla, y el primer recuerdo que tengo es el calor intenso de esta tierra”.
Inició sus estudios de filosofía en el Seminario San Luis Beltrán de Barranquilla y aquí le impusieron la sotana, como un símbolo de la nueva vida que iniciaba. Su ordenación como sacerdote fue en 1964, y, en enero de 1965, fue designado auxiliar del párroco de San Clemente; al poco tiempo quedó encargado de esta parroquia. En ese enero, con las brisas características de Barranquilla, Tamayito llegó en su bicicleta, forrado en su sotana, a meterse en el corazón de los vecinos de San Clemente. “Con los muchachos del barrio limpiábamos un campito de fútbol, en lo que hoy es el Colegio Sofía Camargo de Lleras, y jugábamos parejo, yo me remangaba mi sotana... Luego de los partidos nos íbamos para la iglesia y allí todos nos poníamos a pintar las paredes o hacer cualquier cosita que faltara en el templo, mientras la abuela daba de beber a los sedientos...”
La historia de Tamayito jugando fútbol la he oído ciento de veces en mi casa, porque algunos de los jugadores eran mi papá y sus hermanos, y la señora que siempre le tenía agua de panela fría era mi abuelita; desde entonces mi familia considera a Monseñor Tamayo amigo de la casa. Y como mi caso, cientos de historias similares en centenares de hogares barranquilleros.
Esa ha sido su gran estrategia de amor: mantener el contacto con la gran mayoría de los feligreses. Sus allegados son innumerables, es común que alguien lo aborde y le diga que él casó a sus abuelos, a sus padres y que hoy quiere que lo case, o que le bautice a su hijo. Tamayito es amigo especial de muchas familias. “Cuando tienes la misión de ser párroco, lo primero que haces es construir el cuerpo de la Iglesia y eso se logra haciendo amigos. Por eso, cuando era más joven jugaba fútbol con los muchachos, me hacía amigo de las familias e íbamos, juntos, buscando un lugar donde celebrar la misa, entonces, surgía la necesidad de construir el templo. Juan Pablo II definía la parroquia como la casa de Dios en medio de las casas de los hombres, y eso era lo que yo buscaba cuando llegaba a edificar la comunidad parroquial”.
Tamayito comenzó a recorrer Barranquilla en su bicicleta, hoy lo sigue haciendo en su campero, con el cabello blanco y la sonrisa intacta. Como cuando tenía veinte años sigue regalando saludos amorosos en la calle o en cada esquina donde encuentra un amigo. Ha sido capellán del Hospital Mental, de la Universidad del Norte, del Colegio María Auxiliadora, de la Escuela Naval, entre otras instituciones, en las cuales ha sembrado semillas de amor que hoy siguen dando frutos. Cuando estaba en el Hospital Mental, una aventura de la juventud, como el mismo designa ese trabajo, encontró a una niña drogadicta que no debía estar allí y con ayuda de sicólogos y otros amigos fundó lo que hoy es UCLAD. Con la experiencia en el trabajo de rehabilitación en drogradicción también impulsó la creación de Hogares Crea. En otra ocasión se enteró que una adolescente estaba embarazada y que se había quedado sin el respaldo de la familia y del colegio, entonces se dio a la tarea de conseguirle hogar a la joven madre, pero como no encontró un lugar que la acogiera, apoyó la creación del Hogar Santa Elena.
A su regreso de Roma en 1997 se reencontró, casi veinte años después, con un grupo de estudiantes de la Universidad del Norte en una misa de medio día sabatina, en la parroquia Corazón Inmaculado de María. Los estudiantes de entonces, ahora empresarios, siguen acompañando al padre Tamayo como cuando era el capellán de la universidad en acciones benéficas. Al principio llevaban mercaditos para las familias humildes y de allí surgió la idea de apoyar a los niños con hambre. Ese es el origen de “Pan y Panela”, una fundación que todos los días proporciona desayunos a mil 200 niños que viven en el sur-occidente.
Y así, con su red de amigos y su vocación de servicio, el Obispo Víctor Tamayo ha logrado entrelazar los afectos y las necesidades para servir en los rincones más deprimidos del Atlántico. Por eso, al preguntarle quién es Víctor Tamayo responde: “Yo quiero ser ese puente entre el dolor y el amor. Soy un puente que comunica en las dos vías y que está abierto las 24 horas”.
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Gestora Cultural.
Por DIANA ACOSTA M. *
Ese diálogo entre maestro y discípulo se repitió muchas veces en la escuelita de Yarumal, en Antioquia, a mediados de los años 40. Y en cada ocasión, el niño salía del aula de clases con la venia del maestro. Hoy, a sus setenta años, el protagonista de esta historia, con ese mismo corazón de niño, sigue acudiendo a cada llamado de campana que escucha y se ha convertido en uno de los protagonistas de la historia espiritual de la Arquidiócesis de Barranquilla.
Tamayito, como le dicen con amor, respeto y admiración miles de feligreses, llegó a Barranquilla hace 50 años. Por eso, cuando le pregunto si se siente antioqueño o atlanticense dice sin pensar: “Yo soy barranquillero. A Barranquilla la conozco toda, he visitado cada barrio de la ciudad y he visto como ha crecido. Y digo que soy barranquillero porque de Antioquia conozco muy poco, como no he tenido nada que hacer allá, no he ido”.
Nació en Anorí, Antioquia el 20 de julio de 1937 en una familia de 16 hermanos. “Mi papá decía que por docena era más barato”, apunta con la picardía que lo caracteriza. Es uno de los menores de la casa y vivió muy poco en su pueblo natal, pues siendo muy pequeño se trasladó a Yarumal. “Anorí lo volví a conocer luego que me ordenaron obispo en 2004. En Yarumal, donde crecí, era acólito de Monseñor Francisco Gallego Pérez, quien fue el cuarto obispo de Barranquilla. Un grupo de amigos y yo que estábamos en el Seminario de Santa Rosa de Osos, vinimos a ayudar a Monseñor Gallego. En ese momento había entre 20 y 25 parroquias en Barranquilla y la mayoría de los sacerdotes eran boyacenses, antioqueños... Yo era un montañerito que nunca había salido de su casa. La primera vez que me monté a un avión fue en enero del 57, cuando vine a Barranquilla, y el primer recuerdo que tengo es el calor intenso de esta tierra”.
Inició sus estudios de filosofía en el Seminario San Luis Beltrán de Barranquilla y aquí le impusieron la sotana, como un símbolo de la nueva vida que iniciaba. Su ordenación como sacerdote fue en 1964, y, en enero de 1965, fue designado auxiliar del párroco de San Clemente; al poco tiempo quedó encargado de esta parroquia. En ese enero, con las brisas características de Barranquilla, Tamayito llegó en su bicicleta, forrado en su sotana, a meterse en el corazón de los vecinos de San Clemente. “Con los muchachos del barrio limpiábamos un campito de fútbol, en lo que hoy es el Colegio Sofía Camargo de Lleras, y jugábamos parejo, yo me remangaba mi sotana... Luego de los partidos nos íbamos para la iglesia y allí todos nos poníamos a pintar las paredes o hacer cualquier cosita que faltara en el templo, mientras la abuela daba de beber a los sedientos...”
La historia de Tamayito jugando fútbol la he oído ciento de veces en mi casa, porque algunos de los jugadores eran mi papá y sus hermanos, y la señora que siempre le tenía agua de panela fría era mi abuelita; desde entonces mi familia considera a Monseñor Tamayo amigo de la casa. Y como mi caso, cientos de historias similares en centenares de hogares barranquilleros.
Esa ha sido su gran estrategia de amor: mantener el contacto con la gran mayoría de los feligreses. Sus allegados son innumerables, es común que alguien lo aborde y le diga que él casó a sus abuelos, a sus padres y que hoy quiere que lo case, o que le bautice a su hijo. Tamayito es amigo especial de muchas familias. “Cuando tienes la misión de ser párroco, lo primero que haces es construir el cuerpo de la Iglesia y eso se logra haciendo amigos. Por eso, cuando era más joven jugaba fútbol con los muchachos, me hacía amigo de las familias e íbamos, juntos, buscando un lugar donde celebrar la misa, entonces, surgía la necesidad de construir el templo. Juan Pablo II definía la parroquia como la casa de Dios en medio de las casas de los hombres, y eso era lo que yo buscaba cuando llegaba a edificar la comunidad parroquial”.
Tamayito comenzó a recorrer Barranquilla en su bicicleta, hoy lo sigue haciendo en su campero, con el cabello blanco y la sonrisa intacta. Como cuando tenía veinte años sigue regalando saludos amorosos en la calle o en cada esquina donde encuentra un amigo. Ha sido capellán del Hospital Mental, de la Universidad del Norte, del Colegio María Auxiliadora, de la Escuela Naval, entre otras instituciones, en las cuales ha sembrado semillas de amor que hoy siguen dando frutos. Cuando estaba en el Hospital Mental, una aventura de la juventud, como el mismo designa ese trabajo, encontró a una niña drogadicta que no debía estar allí y con ayuda de sicólogos y otros amigos fundó lo que hoy es UCLAD. Con la experiencia en el trabajo de rehabilitación en drogradicción también impulsó la creación de Hogares Crea. En otra ocasión se enteró que una adolescente estaba embarazada y que se había quedado sin el respaldo de la familia y del colegio, entonces se dio a la tarea de conseguirle hogar a la joven madre, pero como no encontró un lugar que la acogiera, apoyó la creación del Hogar Santa Elena.
A su regreso de Roma en 1997 se reencontró, casi veinte años después, con un grupo de estudiantes de la Universidad del Norte en una misa de medio día sabatina, en la parroquia Corazón Inmaculado de María. Los estudiantes de entonces, ahora empresarios, siguen acompañando al padre Tamayo como cuando era el capellán de la universidad en acciones benéficas. Al principio llevaban mercaditos para las familias humildes y de allí surgió la idea de apoyar a los niños con hambre. Ese es el origen de “Pan y Panela”, una fundación que todos los días proporciona desayunos a mil 200 niños que viven en el sur-occidente.
Y así, con su red de amigos y su vocación de servicio, el Obispo Víctor Tamayo ha logrado entrelazar los afectos y las necesidades para servir en los rincones más deprimidos del Atlántico. Por eso, al preguntarle quién es Víctor Tamayo responde: “Yo quiero ser ese puente entre el dolor y el amor. Soy un puente que comunica en las dos vías y que está abierto las 24 horas”.
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Gestora Cultural.
PARROQUIAS: AYER Y HOY DE LA FE
Uno de los pueblos del Atlántico que conserva sus tradiciones ancestrales, culturales y religiosas, es el bello municipio de Tubará, que enclavado en la montaña evoca siglos de historia.
Por JULIO GIRALDO *
La mayoría de los habitantes de Tubará conserva los rasgos de sus antepasados, los indios Mocaná; rasgos que llevan con orgullo y por eso han tratado de no degenerar su raza. Estar en Tubará es encontrarse con la naturaleza, disfrutar del aire puro, escuchar el canto de las aves y mirar hacía el pasado…
Son muchos siglos de historia y ha corrido mucha agua por debajo de los puentes desde que procedente de Cartagena, después de un largo viaje desde España, llegó a Tubará el gran misionero fray Luís Beltrán, de la orden de Santo domingo de Guzmán; llegada que prácticamente marca el inició de la historia religiosa del lugar. Era un 28 de septiembre del año 1562, y Tubará era bendecido por Dios con la llegada de tan especial “santo misionero”. No había tenido tiempo de desempacar su humilde maleta de cuero, cuando presuroso llega un indígena pagano con su hijo moribundo y le dice al misionero: “Un espíritu bueno me reveló su llegada y me ha dicho que mi hijo se salvará si usted derrama el agua sobre su frente”. Fray Luís lo bautiza y el niño al día siguiente estaba totalmente curado. ¿De cuántas bendiciones, gracias espirituales y perdones no se harían acreedores los indígenas de Tubará con un santo misionero como el padre Luís Beltrán que les envió el prior del convento de Cartagena?
Instalado a medias en su pobre residencia, dedicó parte de su humilde bohío para que le sirviera de capilla y parte para su habitación particular; de muebles le servían algunos troncos de madera, y de lecho un cañizo o barbacos sin esteras, almohadas y frazadas de las que no tenía necesidad; cocina, comedor, despensa y fogón no había, porque el padre se alimentaba con lo poco que de su comida le daban los indios, pero como la mayor parte del día casi todos se ausentaban del poblado yéndose a cultivar sus sementeras, a la cacería y a la pesca, solamente por la mañana o por la tarde el santo conseguía qué comer. Los indios, al partir, le dejaban algunas provisiones que él las distribuía entre los ancianos y los niños que permanecían en el pueblo; por la tarde o por la noche, los instruía en las verdades de la fe.
Son 500 años de historia, imposible de contar en una página, razón por la cual me limito a extraer apenas algunos pequeños trozos de los libros que narran esta historia. Se cuenta que el 4 de agosto de 1610, ya se hacía el primer inventario por parte de un emisario del Rey sobre la capilla y ornamentos que existían en Tubará; el inventario que hace el oidor Juan de Villabona es el siguiente: “Una iglesia de bahareque y techo de paja, con sus tres puertas y sacristía grande y cumplida. El altar mayor con sus gradas de madera y sus colaterales a los lados. Un frontal de damasco de la china y raso blanco con su frontalera del mismo damasco, nuevo con su flocadura. Un retablo del nacimiento de Nuestro Señor, en tabla de óleo. Una tabla de manteles alemaniscos. Una casulla de raso blanco de la china, con estola y manípulo de lo mismo, con su flocadura. Otra casulla de damasco carmesí y amarillo, con zanefa de damasco amarillo, forrada en lienzo amarillo, con estola y manípulo, alba de ruan y sus faldones. Amito y cíngulo. Un cáliz y patena de plata con su funda de ruan…” Es un inventario bastante extenso en donde se detalla hasta lo más mínimo que se encuentra en la pequeña capilla. Parece ser que en la actualidad lo único que se conserva de esa época, es el cáliz de plata, y un Retablo de Arte Barroco que data aproximadamente de 1740 con policromías en oro, rojo y verde oscuro, colores naturales de la época, lo demás los coleccionistas de antigüedades lo trasladaron hacía otros lugares.
Es importante saber, que San Luís Beltrán no alcanzo a construir la nueva iglesia, porque en el año 1569 fue llamado por sus superiores para que ocupara el cargo de prior del convento de Santafé de Bogotá, cargo que sólo ocupa por un año ya que se enfermó y debió viajar a Valencia, España, en donde murió el 9 de octubre de 1581. Trescientos treinta y cinco años después fue construida la nueva iglesia con tejas traídas de Italia (Tortona) y baldosas traídas de Barcelona España. Su construcción duró un año (1897-1898). Los archivos parroquiales se conservan desde 1820, razón por la cual no existe ningún libro firmado por San Luís Beltrán. Existe una lista interminable de párrocos que han pasado haciendo el bien con su trabajo evangelizador, pero su feligresía recuerda con amor y agradecimiento al padre José Feliciano Hernández, quien por mucho tiempo fue su pastor, guía y padre espiritual.
Hoy después de 500 años de historia, la pequeña iglesia sigue en pie con algunas restauraciones, conservando siempre su antiguo estilo y evocando todo un peregrinar de la Iglesia atlanticense que al culminar la celebración de su gran jubileo con motivo de sus 75 años, fija su mirada hacía el pasado para evaluar el presente y proyectar el futuro. En Tubará no sólo se conserva su iglesia material, sino que también se conserva la fe de sus moradores que como buenos católicos cumplen con los preceptos de su Iglesia, participan de la Eucaristía dominical, celebran sus tradicionales fiestas como la de su santo patrono San José el 19 de marzo y la de San Luís Beltrán el 9 de octubre; son feligreses muy comprometidos que trabajan de la mano de su párroco padre Dimas Fernández, siguiendo las directrices de la Misión Arquidiocesana.
El padre Dimas, joven sacerdote de origen campesino, ancestro que él ostenta con orgullo, lleva 2 años como párroco de este municipio, y se encuentra feliz de poder trabajar pastoralmente con gente humilde, sencilla y acogedora como son los habitantes de Tubará. Pero, lo que más lo motiva es el trabajo y contacto diario con los campesinos de la región con los cuales puede hablar el mismo idioma; una de sus preocupaciones en el campo pastoral es el trabajo con niños y jóvenes que son el presente y futuro de la iglesia, con ellos se reúne semanalmente, los instruye y aconseja y poco a poco estos se van integrando a las actividades de la parroquia.
* Periodista especialista en temas relacionados con la Arquidiócesis de Barranquilla.
Por JULIO GIRALDO *
La mayoría de los habitantes de Tubará conserva los rasgos de sus antepasados, los indios Mocaná; rasgos que llevan con orgullo y por eso han tratado de no degenerar su raza. Estar en Tubará es encontrarse con la naturaleza, disfrutar del aire puro, escuchar el canto de las aves y mirar hacía el pasado…
Son muchos siglos de historia y ha corrido mucha agua por debajo de los puentes desde que procedente de Cartagena, después de un largo viaje desde España, llegó a Tubará el gran misionero fray Luís Beltrán, de la orden de Santo domingo de Guzmán; llegada que prácticamente marca el inició de la historia religiosa del lugar. Era un 28 de septiembre del año 1562, y Tubará era bendecido por Dios con la llegada de tan especial “santo misionero”. No había tenido tiempo de desempacar su humilde maleta de cuero, cuando presuroso llega un indígena pagano con su hijo moribundo y le dice al misionero: “Un espíritu bueno me reveló su llegada y me ha dicho que mi hijo se salvará si usted derrama el agua sobre su frente”. Fray Luís lo bautiza y el niño al día siguiente estaba totalmente curado. ¿De cuántas bendiciones, gracias espirituales y perdones no se harían acreedores los indígenas de Tubará con un santo misionero como el padre Luís Beltrán que les envió el prior del convento de Cartagena?
Instalado a medias en su pobre residencia, dedicó parte de su humilde bohío para que le sirviera de capilla y parte para su habitación particular; de muebles le servían algunos troncos de madera, y de lecho un cañizo o barbacos sin esteras, almohadas y frazadas de las que no tenía necesidad; cocina, comedor, despensa y fogón no había, porque el padre se alimentaba con lo poco que de su comida le daban los indios, pero como la mayor parte del día casi todos se ausentaban del poblado yéndose a cultivar sus sementeras, a la cacería y a la pesca, solamente por la mañana o por la tarde el santo conseguía qué comer. Los indios, al partir, le dejaban algunas provisiones que él las distribuía entre los ancianos y los niños que permanecían en el pueblo; por la tarde o por la noche, los instruía en las verdades de la fe.
Son 500 años de historia, imposible de contar en una página, razón por la cual me limito a extraer apenas algunos pequeños trozos de los libros que narran esta historia. Se cuenta que el 4 de agosto de 1610, ya se hacía el primer inventario por parte de un emisario del Rey sobre la capilla y ornamentos que existían en Tubará; el inventario que hace el oidor Juan de Villabona es el siguiente: “Una iglesia de bahareque y techo de paja, con sus tres puertas y sacristía grande y cumplida. El altar mayor con sus gradas de madera y sus colaterales a los lados. Un frontal de damasco de la china y raso blanco con su frontalera del mismo damasco, nuevo con su flocadura. Un retablo del nacimiento de Nuestro Señor, en tabla de óleo. Una tabla de manteles alemaniscos. Una casulla de raso blanco de la china, con estola y manípulo de lo mismo, con su flocadura. Otra casulla de damasco carmesí y amarillo, con zanefa de damasco amarillo, forrada en lienzo amarillo, con estola y manípulo, alba de ruan y sus faldones. Amito y cíngulo. Un cáliz y patena de plata con su funda de ruan…” Es un inventario bastante extenso en donde se detalla hasta lo más mínimo que se encuentra en la pequeña capilla. Parece ser que en la actualidad lo único que se conserva de esa época, es el cáliz de plata, y un Retablo de Arte Barroco que data aproximadamente de 1740 con policromías en oro, rojo y verde oscuro, colores naturales de la época, lo demás los coleccionistas de antigüedades lo trasladaron hacía otros lugares.
Es importante saber, que San Luís Beltrán no alcanzo a construir la nueva iglesia, porque en el año 1569 fue llamado por sus superiores para que ocupara el cargo de prior del convento de Santafé de Bogotá, cargo que sólo ocupa por un año ya que se enfermó y debió viajar a Valencia, España, en donde murió el 9 de octubre de 1581. Trescientos treinta y cinco años después fue construida la nueva iglesia con tejas traídas de Italia (Tortona) y baldosas traídas de Barcelona España. Su construcción duró un año (1897-1898). Los archivos parroquiales se conservan desde 1820, razón por la cual no existe ningún libro firmado por San Luís Beltrán. Existe una lista interminable de párrocos que han pasado haciendo el bien con su trabajo evangelizador, pero su feligresía recuerda con amor y agradecimiento al padre José Feliciano Hernández, quien por mucho tiempo fue su pastor, guía y padre espiritual.
LA PARROQUIA HOY
Hoy después de 500 años de historia, la pequeña iglesia sigue en pie con algunas restauraciones, conservando siempre su antiguo estilo y evocando todo un peregrinar de la Iglesia atlanticense que al culminar la celebración de su gran jubileo con motivo de sus 75 años, fija su mirada hacía el pasado para evaluar el presente y proyectar el futuro. En Tubará no sólo se conserva su iglesia material, sino que también se conserva la fe de sus moradores que como buenos católicos cumplen con los preceptos de su Iglesia, participan de la Eucaristía dominical, celebran sus tradicionales fiestas como la de su santo patrono San José el 19 de marzo y la de San Luís Beltrán el 9 de octubre; son feligreses muy comprometidos que trabajan de la mano de su párroco padre Dimas Fernández, siguiendo las directrices de la Misión Arquidiocesana.
El padre Dimas, joven sacerdote de origen campesino, ancestro que él ostenta con orgullo, lleva 2 años como párroco de este municipio, y se encuentra feliz de poder trabajar pastoralmente con gente humilde, sencilla y acogedora como son los habitantes de Tubará. Pero, lo que más lo motiva es el trabajo y contacto diario con los campesinos de la región con los cuales puede hablar el mismo idioma; una de sus preocupaciones en el campo pastoral es el trabajo con niños y jóvenes que son el presente y futuro de la iglesia, con ellos se reúne semanalmente, los instruye y aconseja y poco a poco estos se van integrando a las actividades de la parroquia.
* Periodista especialista en temas relacionados con la Arquidiócesis de Barranquilla.
MÁS QUE LADRILLOS, EVANGELIZACIÓN
Por MARÍA PATRICIA DÁVILA*
La labor que lidera el Arzobispo Rubén Salazar Gómez a través del Proceso Diocesano de Renovación y Evangelización –PDRE-, ubica a nuestra Iglesia atlanticense dentro de las más modernas instituciones del país.
A partir de técnicas prospectivas y un estructurado programa fundamentado en valores, la Arquidiócesis de Barranquilla promueve el cambio de actitudes y comportamientos para una vida más fraterna en el Atlántico. Dentro de este ambicioso proyecto que busca la construcción de una mejor sociedad, está inserta la “Catedratón”. Más que un evento o una fecha especial, se trata sin duda de un nuevo espacio de amor a través del cual los católicos hemos encontrado una forma de vivir nuestra fe: compartiéndola y renovándola para EVANGELIZAR.
Desde hace cuatro años, la Catedratón ha brindado a miles de atlanticenses la oportunidad de sembrar con alegría y esperanza en nuestra Iglesia, contribuyendo así a la construcción de templos que son la viva presencia de Dios entre los hombres. Doce templos entregados en obra gris, dos más en proceso de construcción y ocho prometidos por familias e instituciones, son el fruto del desprendimiento de una comunidad que se ha unido para cumplir una gran misión: que la fe llegue a todos los rincones del Atlántico. Así, desde la Catedral -la madre de todos los templos- cada mes de agosto se realiza en nuestro departamento la más grande convocatoria, sin precedentes en el país, para fortalecer la labor evangelizadora de nuestros pastores y vivir el más hermoso encuentro de hermandad.
Resulta conmovedor ver durante este proceso a miles de personas, sin distingos de credo religioso, género, ni condición económica, aportando con amor a la Catedratón. Motivados por la genuina vocación de evangelizar, el compromiso de todos es que Dios habite en los barrios y municipios para que su presencia sea luz, verdad y vida. Este milagro, además, trae consigo una transformación social que brinda una mejor calidad de vida a nuestras comunidades. No hay duda que donde se construye un templo, se extiende el desarrollo, se renueva la vida en comunidad y reinan los valores en pro de la vida.
Más que ladrillos, agua y cemento para edificar lugares de culto, la Catedratón promueve la construcción de una nueva Iglesia. Las donaciones de trabajo, dinero y esfuerzo de miles de atlanticenses de todos los sectores de la sociedad, se convierten en “bloques de esperanza” que edifican el Reino de Dios entre los hombres. La oración permanente y la renovación de la fe que vivimos con intensidad durante todo el mes de agosto –el mes de la Catedral-, son el “agua viva” que bendice a nuestra comunidad católica. Y la alegría de compartir -laicos y pastores-, es el “cemento de la fraternidad” que nos une a Cristo, sirviendo a los hermanos que más nos necesitan.
Así, la Catedratón edifica el espíritu, toca corazones y transforma vidas, para seguir llevando el evangelio a todos.
* Autora invitada – Coordinadora General de la Catedratón – Directora de Dávila Publicidad y Marketing Estratégico.
La labor que lidera el Arzobispo Rubén Salazar Gómez a través del Proceso Diocesano de Renovación y Evangelización –PDRE-, ubica a nuestra Iglesia atlanticense dentro de las más modernas instituciones del país.
A partir de técnicas prospectivas y un estructurado programa fundamentado en valores, la Arquidiócesis de Barranquilla promueve el cambio de actitudes y comportamientos para una vida más fraterna en el Atlántico. Dentro de este ambicioso proyecto que busca la construcción de una mejor sociedad, está inserta la “Catedratón”. Más que un evento o una fecha especial, se trata sin duda de un nuevo espacio de amor a través del cual los católicos hemos encontrado una forma de vivir nuestra fe: compartiéndola y renovándola para EVANGELIZAR.
Desde hace cuatro años, la Catedratón ha brindado a miles de atlanticenses la oportunidad de sembrar con alegría y esperanza en nuestra Iglesia, contribuyendo así a la construcción de templos que son la viva presencia de Dios entre los hombres. Doce templos entregados en obra gris, dos más en proceso de construcción y ocho prometidos por familias e instituciones, son el fruto del desprendimiento de una comunidad que se ha unido para cumplir una gran misión: que la fe llegue a todos los rincones del Atlántico. Así, desde la Catedral -la madre de todos los templos- cada mes de agosto se realiza en nuestro departamento la más grande convocatoria, sin precedentes en el país, para fortalecer la labor evangelizadora de nuestros pastores y vivir el más hermoso encuentro de hermandad.
Resulta conmovedor ver durante este proceso a miles de personas, sin distingos de credo religioso, género, ni condición económica, aportando con amor a la Catedratón. Motivados por la genuina vocación de evangelizar, el compromiso de todos es que Dios habite en los barrios y municipios para que su presencia sea luz, verdad y vida. Este milagro, además, trae consigo una transformación social que brinda una mejor calidad de vida a nuestras comunidades. No hay duda que donde se construye un templo, se extiende el desarrollo, se renueva la vida en comunidad y reinan los valores en pro de la vida.
Más que ladrillos, agua y cemento para edificar lugares de culto, la Catedratón promueve la construcción de una nueva Iglesia. Las donaciones de trabajo, dinero y esfuerzo de miles de atlanticenses de todos los sectores de la sociedad, se convierten en “bloques de esperanza” que edifican el Reino de Dios entre los hombres. La oración permanente y la renovación de la fe que vivimos con intensidad durante todo el mes de agosto –el mes de la Catedral-, son el “agua viva” que bendice a nuestra comunidad católica. Y la alegría de compartir -laicos y pastores-, es el “cemento de la fraternidad” que nos une a Cristo, sirviendo a los hermanos que más nos necesitan.
Así, la Catedratón edifica el espíritu, toca corazones y transforma vidas, para seguir llevando el evangelio a todos.
* Autora invitada – Coordinadora General de la Catedratón – Directora de Dávila Publicidad y Marketing Estratégico.
ORÍGENES DE LA ARQUIDIÓCESIS DE BARRANQUILLA Y SUS ULTERIORES PROGRESOS
Antes de 1932 el territorio del actual Departamento del Atlántico era atendido, eclesiásticamente, por la Arquidiócesis de Cartagena. Desde entonces, muchos acontecimientos se entretejen para dar vida a nuestra querida Arquidiócesis de Barranquilla.
Por RODOLFO ZAMBRANO *
Cuando el territorio del Departamento del Atlántico, en 1905, fue segregado del de Bolívar durante el gobierno del General Rafael Reyes, desde ese momento se arreció el deseo de ser independientes no sólo políticamente, sino también en la parte religioso-administrativa. El mayor impulsador de este deseo, por largo tiempo, fue Monseñor Pedro María Revollo Del Castillo, educado en Roma con una beca que le consiguiera su padrino, el Presidente Rafael Núñez.
Como había que sacar partido de las oportunidades y las comunicaciones con la capital no eran fáciles, Revollo, cura de Mompox, aprovechó el viaje a Barranquilla del Presidente Marco Fidel Suárez, en 1921, quien preocupado por el significado político de la creación de la Liga Costeña se autoproclamó miembro de la misma y se vino a la Costa en un vapor fluvial con una nutrida comitiva que incluía al Tesorero General de la Nación, don Esteban Jaramillo; al Ministro de Hacienda, don Pomponio Guzmán, más su confesor y su telegrafista. Se vinieron a inaugurar el imponente Edificio de la Aduana. En el viaje de subida por el río Magdalena, Monseñor Revollo viajó a embarcarse en Magangué para unirse a la comitiva presidencial hasta El Banco y, ahí, continuó sus conversaciones para el establecimiento de la Diócesis de Barranquilla. El Presidente Suárez, jugando un poco al “patronato” arrancó las primeras conversaciones con la Legación Apostólica y el Legado inició consultas con el prestigioso y muy respetado Monseñor Carlos Valiente, quien consideró que “la fruta aún no estaba madura”. Además, la parte económica de la supervivencia del proyecto independentista no tenía bases sólidas, ni siquiera incipientes.
Pero, se presentó una segunda oportunidad. El ahora Nuncio apostólico Monseñor Giobbe viajó a Roma y tuvo que usar la ruta conocida –río abajo–. El alcalde Nicolás Llinás Vega salió a encontrarlo a Calamar y le organizó un recorrido por toda la futura Diócesis, terminando la gira en una gran acogida en Sabanalarga.
Doña Beatriz Pumarejo De Mier, otorgó testamento y con otras de sus hermanas decidieron dotar la futura Diócesis con 6 casas del centro de la urbe, en ese momento, para que con sus rentas la nueva entidad religiosa tuviera una base para su sostenimiento. Eso ayudó mucho para que las gestiones avanzaran. En Cartagena debían conceptuar; el Arzobispo Brioschi con un enorme territorio y con difíciles comunicaciones no se opuso al proyecto segregacionista; al fin y al cabo se crearía una nueva diócesis, pero sufragánea de la suya.
En l932, las cartas apostólicas llegaron y, sorpresivamente, quien en un principio había sido partidario del statu quo temporal -Monseñor Valiente-, fue llamado a Bogotá a la sede de la Nunciatura, adonde se le comunicó la voluntad papal de nombrarlo, precisamente a él, como primer obispo de Barranquilla. Cuentan que Valiente cayó de rodillas al leer las cartas de nombramiento y le manifestó al Nuncio: “Dómine, non sum dignus” (Señor, no soy digno) y de esa manera no aceptó el episcopado. El Vaticano, entonces, seleccionó a Luis Calixto Leyva quien sí lo aceptó y ejerció con la colaboración y la ayuda del mismo Valiente y de Revollo, los más cercanos e importantes miembros de la comunidad religiosa de Barranquilla.
Ya existía de tiempo atrás la iglesia de San Nicolás, que daba sus espaldas al Camellón Abello y el frente a la plaza-parque de Bolívar rodeada de las grandes casas de los señores Lacorazza, Cardone, Volpe, Alzamora, Salazar Mesura y Urueta Insignares. Siguió Monseñor Valiente en su labor cooperadora e inició la construcción del templo del Rosario, al cual el presidente Miguel Antonio Caro lo dotó con un claustro y fue la sede de la misión capuchina para la evangelización del Cesar y La Guajira. Eran los tiempos de la guerra civil española y un selecto grupo de frailes expatriados, desde allí ejercieron una saludable labor sobre la sociedad barranquillera. El más famoso de ellos fue fray Alfredo de Totana, vicario de la diócesis algún tiempo y quien presidió el Tribunal Eclesiástico. Desde allí, la Orden Tercera de San Francisco, a la cual estaban vinculadas numerosas damas, hacía una cercana labor social.
Para ese templo contó Monseñor Valiente con la ayuda de la “Sociedad de los Hermanos de la Caridad” que, al parecer, todavía su control no había caído en manos de “los hermanos masones”. Esta benemérita sociedad, también le dio su apoyo en la obra del Asilo de San Antonio, antes de que la viuda de don Evaristo Obregón Arjona lo dotara de un hermoso pabellón para residencia de los ancianos; el esquinero que aún subsiste.
Siguiendo la expansión de obras, la Diócesis estableció también el Cementerio Católico de Calancala. Más tarde la familia Carbonell Insignares urbanizó unas tierras en la Carrera Progreso y allí se construyó la parroquia de la Sagrada Familia. La ciudad crecía y sobre la Avenida Olaya Herrera se erigió la nueva iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. En cercanías del Hotel El Prado, Don Manuel J. De la Rosa, con el apoyo de sus socios de la urbanizadora Parrish, fue factor importante para levantar el templo de La Inmaculada. El doctor Marco T. Mendoza Amarís, de ese mismo grupo, había visto una bella iglesia en uno de sus viajes y consiguió los planos para levantar una parecida.
En la calle de la vacas (Calle 30), se le rendía culto a san Roque, patrono de la ciudad, y allí se levantó una grande construcción estilo gótico, adonde el famoso padre Matutis y la comunidad salesiana han realizado una muy importante labor educativa. La colonia ocañera impulsó el templo de Torcoroma y sobre el boulevard Von Krohn se elevó el templo de la Guadalupe. En fin, son muchas los barrios que han contado con el apoyo diocesano para que la comunidad cuente con sus respectivos sitios de oración para adorar al Señor, lo mismo que las parroquias municipales a todo lo largo del departamento.
El gobernador Fuad Char desplegó una intensa labor para conseguir que la manzana de la hoy Plaza de la Paz fuera negociada, demolida y desocupada para albergar a los miles de fieles de la Costa Atlántica que acudieron a ver al Santo Padre Juan Pablo II, en 1986, en el balcón de la Catedral y recibir la bendición papal. Afortunadamente había Ministro de Obras Públicas barranquillero, el ingeniero Rodolfo Segovia Salas, quien con Char se apoyaron mutuamente para que la obra de la plaza estuviera lista a tiempo.
El Arzobispo Germán Villa Gaviria soñaba en grande para embellecer el templo y consiguió comprometer al famoso artista, el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, para realizar el enorme Cristo latinoamericano suspendido sobre la pared del fondo del altar mayor. Qué titánico esfuerzo constituyó instalar el Cristo en su sitio. Sin la grúa móvil de Monómeros que facilitó Hernando Celedón, eso no hubiera sido posible. A veces parecía que el peso de la escultura iba a levantar del piso a la grúa.
Los espectaculares vitrales de cristal alemán fueron realizados por el maestro Ayala en Cali y armados cual rompecabezas para representar los 7 días de la creación. Sobre las grandes columnas laterales hay adosadas unas imágenes de muy gran tamaño: la Virgen María y San José; esa es otra obra de arte que el público desconoce el trabajo que costó realizar y ensamblar manualmente esos pequeñitos mosaicos y pegarlos en las columnas para dar origen a las vistosas imágenes. Como Barranquilla es una ciudad portuaria, el altar mayor es una canoa, un bote de pescadores tallado en solo bloque de mármol blanco, que tiene inscrustada una escultura de bronce representando un Pentecostés. A veces los feligreses entran miran pero no ven, no detallan, no se dan cuenta de todo lo que allí se ejecutó AMDG.
Hoy en día, con el arribo del Arzobispo Rubén Salazar, se realiza una intensa tarea de llevar el mensaje de la fe a tantos municipios del departamento como se pueda, a tantos barrios de Barranquilla o Soledad hasta adonde se alcance. Hay más medios modernos de comunicación y todos se usan. Las Biblias se reparten en ediciones populares profusamente. La Pastoral Social, dentro de sus recursos, se esfuerza por llevar su apoyo material a los más necesitados. El Banco de Alimentos hace lo propio.
La Catedratón, integrando los aportes de muchos creyentes, y hasta de algunos generosos no católicos –como algunos miembros de la comunidad judía siempre presentes personalmente–, planea y realiza la construcción de nuevos sitios de oración y de difusión de la Palabra del Señor. Hay que impulsar el Seminario Mayor y, por supuesto, las vocaciones sacerdotales, para conseguir los segadores de la mies del Señor.
* Miembro de la Academia de Historia de Barranquilla.
Bibliografía consultada:
* Miguel Goenaga: Lecturas locales. Imp. Dptal. 1953. Biblioteca Alfredo De la Espriella.
* Jorge Becerra J.: Biografía del padre Revollo. Edición Banco de la República 1993.
* Biblioteca Confamiliar del Atlántico.
Por RODOLFO ZAMBRANO *
Cuando el territorio del Departamento del Atlántico, en 1905, fue segregado del de Bolívar durante el gobierno del General Rafael Reyes, desde ese momento se arreció el deseo de ser independientes no sólo políticamente, sino también en la parte religioso-administrativa. El mayor impulsador de este deseo, por largo tiempo, fue Monseñor Pedro María Revollo Del Castillo, educado en Roma con una beca que le consiguiera su padrino, el Presidente Rafael Núñez.
Como había que sacar partido de las oportunidades y las comunicaciones con la capital no eran fáciles, Revollo, cura de Mompox, aprovechó el viaje a Barranquilla del Presidente Marco Fidel Suárez, en 1921, quien preocupado por el significado político de la creación de la Liga Costeña se autoproclamó miembro de la misma y se vino a la Costa en un vapor fluvial con una nutrida comitiva que incluía al Tesorero General de la Nación, don Esteban Jaramillo; al Ministro de Hacienda, don Pomponio Guzmán, más su confesor y su telegrafista. Se vinieron a inaugurar el imponente Edificio de la Aduana. En el viaje de subida por el río Magdalena, Monseñor Revollo viajó a embarcarse en Magangué para unirse a la comitiva presidencial hasta El Banco y, ahí, continuó sus conversaciones para el establecimiento de la Diócesis de Barranquilla. El Presidente Suárez, jugando un poco al “patronato” arrancó las primeras conversaciones con la Legación Apostólica y el Legado inició consultas con el prestigioso y muy respetado Monseñor Carlos Valiente, quien consideró que “la fruta aún no estaba madura”. Además, la parte económica de la supervivencia del proyecto independentista no tenía bases sólidas, ni siquiera incipientes.
Pero, se presentó una segunda oportunidad. El ahora Nuncio apostólico Monseñor Giobbe viajó a Roma y tuvo que usar la ruta conocida –río abajo–. El alcalde Nicolás Llinás Vega salió a encontrarlo a Calamar y le organizó un recorrido por toda la futura Diócesis, terminando la gira en una gran acogida en Sabanalarga.
Doña Beatriz Pumarejo De Mier, otorgó testamento y con otras de sus hermanas decidieron dotar la futura Diócesis con 6 casas del centro de la urbe, en ese momento, para que con sus rentas la nueva entidad religiosa tuviera una base para su sostenimiento. Eso ayudó mucho para que las gestiones avanzaran. En Cartagena debían conceptuar; el Arzobispo Brioschi con un enorme territorio y con difíciles comunicaciones no se opuso al proyecto segregacionista; al fin y al cabo se crearía una nueva diócesis, pero sufragánea de la suya.
En l932, las cartas apostólicas llegaron y, sorpresivamente, quien en un principio había sido partidario del statu quo temporal -Monseñor Valiente-, fue llamado a Bogotá a la sede de la Nunciatura, adonde se le comunicó la voluntad papal de nombrarlo, precisamente a él, como primer obispo de Barranquilla. Cuentan que Valiente cayó de rodillas al leer las cartas de nombramiento y le manifestó al Nuncio: “Dómine, non sum dignus” (Señor, no soy digno) y de esa manera no aceptó el episcopado. El Vaticano, entonces, seleccionó a Luis Calixto Leyva quien sí lo aceptó y ejerció con la colaboración y la ayuda del mismo Valiente y de Revollo, los más cercanos e importantes miembros de la comunidad religiosa de Barranquilla.
Ya existía de tiempo atrás la iglesia de San Nicolás, que daba sus espaldas al Camellón Abello y el frente a la plaza-parque de Bolívar rodeada de las grandes casas de los señores Lacorazza, Cardone, Volpe, Alzamora, Salazar Mesura y Urueta Insignares. Siguió Monseñor Valiente en su labor cooperadora e inició la construcción del templo del Rosario, al cual el presidente Miguel Antonio Caro lo dotó con un claustro y fue la sede de la misión capuchina para la evangelización del Cesar y La Guajira. Eran los tiempos de la guerra civil española y un selecto grupo de frailes expatriados, desde allí ejercieron una saludable labor sobre la sociedad barranquillera. El más famoso de ellos fue fray Alfredo de Totana, vicario de la diócesis algún tiempo y quien presidió el Tribunal Eclesiástico. Desde allí, la Orden Tercera de San Francisco, a la cual estaban vinculadas numerosas damas, hacía una cercana labor social.
Para ese templo contó Monseñor Valiente con la ayuda de la “Sociedad de los Hermanos de la Caridad” que, al parecer, todavía su control no había caído en manos de “los hermanos masones”. Esta benemérita sociedad, también le dio su apoyo en la obra del Asilo de San Antonio, antes de que la viuda de don Evaristo Obregón Arjona lo dotara de un hermoso pabellón para residencia de los ancianos; el esquinero que aún subsiste.
Siguiendo la expansión de obras, la Diócesis estableció también el Cementerio Católico de Calancala. Más tarde la familia Carbonell Insignares urbanizó unas tierras en la Carrera Progreso y allí se construyó la parroquia de la Sagrada Familia. La ciudad crecía y sobre la Avenida Olaya Herrera se erigió la nueva iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. En cercanías del Hotel El Prado, Don Manuel J. De la Rosa, con el apoyo de sus socios de la urbanizadora Parrish, fue factor importante para levantar el templo de La Inmaculada. El doctor Marco T. Mendoza Amarís, de ese mismo grupo, había visto una bella iglesia en uno de sus viajes y consiguió los planos para levantar una parecida.
En la calle de la vacas (Calle 30), se le rendía culto a san Roque, patrono de la ciudad, y allí se levantó una grande construcción estilo gótico, adonde el famoso padre Matutis y la comunidad salesiana han realizado una muy importante labor educativa. La colonia ocañera impulsó el templo de Torcoroma y sobre el boulevard Von Krohn se elevó el templo de la Guadalupe. En fin, son muchas los barrios que han contado con el apoyo diocesano para que la comunidad cuente con sus respectivos sitios de oración para adorar al Señor, lo mismo que las parroquias municipales a todo lo largo del departamento.
CATEDRAL CON VISIÓN FUTURISTA
La iglesia pro-catedral de San Nicolás fungió como tal hasta que Monseñor Francisco Gallego Pérez, por allá en los años 50s se empeñó en dotar a la ciudad de una gran Catedral, acorde al empuje que en esa época llevaba Barranquilla. El famoso arquitecto Angiolo Manzzoni del Grande, quien había construido para Mussolini la estación del ferrocarril romano, elaboró los planos, pero fueron tan ambiciosos y la situación económica de la ciudad tuvo un receso largo, que debieron ser reducidos algunos componentes. La torre y los techos, por ejemplo. Sin embargo, la Catedral María Reina tuvo el privilegio de ser consagrada nada menos que por el Papa Juan XXIII. Una placa recordatoria sobre el lado derecho de la entrada principal da fe del hecho. Monseñor Víctor Tamayo Bentancourt fue el cura párroco a quien correspondió la terminación de la enorme edificación. José Victor Dugand A., en la última etapa, y José Rafael Abuchaibe, compartieron los esfuerzos de la presidencia de la junta que logró la culminación de la obra. El Papa concedió a don José Rafael, la Orden Vaticana de San Silvestre por su eficaz labor en la terminación de la Casa del Señor.El gobernador Fuad Char desplegó una intensa labor para conseguir que la manzana de la hoy Plaza de la Paz fuera negociada, demolida y desocupada para albergar a los miles de fieles de la Costa Atlántica que acudieron a ver al Santo Padre Juan Pablo II, en 1986, en el balcón de la Catedral y recibir la bendición papal. Afortunadamente había Ministro de Obras Públicas barranquillero, el ingeniero Rodolfo Segovia Salas, quien con Char se apoyaron mutuamente para que la obra de la plaza estuviera lista a tiempo.
El Arzobispo Germán Villa Gaviria soñaba en grande para embellecer el templo y consiguió comprometer al famoso artista, el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, para realizar el enorme Cristo latinoamericano suspendido sobre la pared del fondo del altar mayor. Qué titánico esfuerzo constituyó instalar el Cristo en su sitio. Sin la grúa móvil de Monómeros que facilitó Hernando Celedón, eso no hubiera sido posible. A veces parecía que el peso de la escultura iba a levantar del piso a la grúa.
Los espectaculares vitrales de cristal alemán fueron realizados por el maestro Ayala en Cali y armados cual rompecabezas para representar los 7 días de la creación. Sobre las grandes columnas laterales hay adosadas unas imágenes de muy gran tamaño: la Virgen María y San José; esa es otra obra de arte que el público desconoce el trabajo que costó realizar y ensamblar manualmente esos pequeñitos mosaicos y pegarlos en las columnas para dar origen a las vistosas imágenes. Como Barranquilla es una ciudad portuaria, el altar mayor es una canoa, un bote de pescadores tallado en solo bloque de mármol blanco, que tiene inscrustada una escultura de bronce representando un Pentecostés. A veces los feligreses entran miran pero no ven, no detallan, no se dan cuenta de todo lo que allí se ejecutó AMDG.
Hoy en día, con el arribo del Arzobispo Rubén Salazar, se realiza una intensa tarea de llevar el mensaje de la fe a tantos municipios del departamento como se pueda, a tantos barrios de Barranquilla o Soledad hasta adonde se alcance. Hay más medios modernos de comunicación y todos se usan. Las Biblias se reparten en ediciones populares profusamente. La Pastoral Social, dentro de sus recursos, se esfuerza por llevar su apoyo material a los más necesitados. El Banco de Alimentos hace lo propio.
La Catedratón, integrando los aportes de muchos creyentes, y hasta de algunos generosos no católicos –como algunos miembros de la comunidad judía siempre presentes personalmente–, planea y realiza la construcción de nuevos sitios de oración y de difusión de la Palabra del Señor. Hay que impulsar el Seminario Mayor y, por supuesto, las vocaciones sacerdotales, para conseguir los segadores de la mies del Señor.
* Miembro de la Academia de Historia de Barranquilla.
Bibliografía consultada:
* Miguel Goenaga: Lecturas locales. Imp. Dptal. 1953. Biblioteca Alfredo De la Espriella.
* Jorge Becerra J.: Biografía del padre Revollo. Edición Banco de la República 1993.
* Biblioteca Confamiliar del Atlántico.
ACONTECIMIENTOS PASTORALES
Son muchas las historias que se pueden vivir a lo largo de la vida de una diócesis. En la historia de la Iglesia del Atlántico se encuentran un sin fin de datos poco conocidos en cuanto a obispos, sacerdotes y evangelización de nuestro pueblo caribeño.
Por ONIX NEDEL CORREA GARCÍA *
Para recordar algunos interesantes pasajes de la vida arquidiocesana, hablamos con Monseñor Carlos José Ruiseco Vieira, Arzobispo emérito de Cartagena y gran conocedor de la historia pastoral del pueblo atlanticense pues es barranquillero de nacimiento y aquí se desempeñó como Obispo auxiliar de Barranquilla (1972 – 1977) y más recientemente, Arzobispo de Cartagena (1983-2005). Él, con su gran simpatía, alegría y amabilidad, quiso compartir con Kairós algunos de esos detalles que hacen de la Arquidiócesis de Barranquilla una Iglesia pujante, interesante y llena de vida.
Monseñor Ruiseco nos recibió en su actual residencia, la Casa Sacerdotal de nuestra Arquidiócesis y, uno a uno, detalle a detalle, nos contó algunos de los hechos eclesiales que, en su opinión, se destacan de estas tierras costeñas.
Kairós: Monseñor, ¿cómo era el Atlántico antes de que se creara la Diócesis de Barranquilla?
Monseñor Ruiseco: Para responder a esta buena pregunta nos remontaremos al siglo XVI: ya había entonces obispos en Cartagena y Santa Marta, pero Barranquilla no existía. La evangelización comenzaba ya, pero no sólidamente. Durante el tiempo del dominio español tuvimos, inclusive, un gran santo entre nosotros: san Luis Beltrán, quien misionó en Tubará. Pero, a pesar de todo lo que hicieron él y sus compañeros, la obra misionera no se continuó por la escasez de sacerdotes. Los pueblos yacían en notable abandono espiritual. Interesante es el "Acta de Visita Pastoral" del Obispo Díaz Delamadrid, año 1780; dedica al actual Atlántico 60 días (con sus noches) y recorre, en su orden: Palmar de Candelaria, Piojó, Usiacurí, Sabanalarga, Baranoa, Tubará, Galapa, Barranquilla, Soledad, Malambo, Sabanagrande, Santo Tomás, Ponedera, Candelaria y Real (Campo) De la Cruz; confirmó en total 7.979 personas. De Barranquilla dice: "Al hallarse esta población sin iglesia, di cien pesos de limosna para este fin y entre los principales sujetos se recogieron mil pesos más en aquella misma tarde". Sería la primera "Catedratón" de la historia. Al llegar al momento de la Independencia, la iglesia española dejó de existir tanto en Cartagena como en toda la provincia que comprendía lo que hoy son los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba, y por este motivo, Simón Bolívar tuvo que recurrir al Papa para pedirle el nombramiento de obispos colombianos. Durante todo el siglo XIX hubo varias guerras civiles en Colombia y los obispos eran expulsados de sus diócesis ya que no se sometían a las exigencias injustas del poder civil. Esto trajo como consecuencia una evangelización muy superficial; además, por el cierre de los seminarios, no había formación de nuevo clero. Llegose a la necesidad de nombrar a un laico como rector; fue nadie menos que el papá de Monseñor Carlos Valiente, como lo explica el padre Jorge Becerra en su libro "Historia de la Arquidiócesis de Barranquilla".
K: ¿En qué momento vuelven los obispos a evangelizar con más tranquilidad?
MR: Comenzó a respirar la paz en la Iglesia colombiana con el Concordato que se realizó en los años ochenta, del Siglo XIX, precisamente con la gestión de un gran cartagenero, el señor Rafael Núñez. Entonces, llegó a Cartagena como obispo un gran santo que fue monseñor Eugenio Biffi. Cuando él vino se dio cuenta que, ante todo, necesitaba la formación de nuevos sacerdotes, porque los que había no eran capaces de mantener el ritmo de la evangelización y la santificación. Así, en Cartagena, se fundó el seminario en el año 1883.
Monseñor Pedro Adán Brioschi, sucesor de Eugenio Biffi, conciente de la gran inmensidad de la diócesis, pidió a la Santa Sede que fuera desmembrada la diócesis para que la evangelización fuera más efectiva. Fue así como consiguió que, a comienzos del Siglo XX, se creara la Prefectura de San Andrés y Providencia, separándose de Cartagena. En el año 1924, la Misión del Río San Jorge y, con el mismo objetivo, en el año 1932 se creó la Diócesis de Barranquilla.
K: ¿Cómo fueron esos primeros años de la Diócesis?
MR: Gracias a esta división que hace el Obispo Brioschi comienza a entrar un nuevo aire de renovación en Barranquilla, porque ya con un obispo propio la Iglesia tendría manera de sobrevivir. Se puede decir que en Barranquilla creció demasiado rápido la parte humana de la ciudad y la parte religiosa no pudo alcanzar a esa parte humana, porque las estructuras religiosas no daban para estar al ritmo de la gran inmigración que hubo en esta ciudad y de la organización del comercio y la industria, en la última década del Siglo XIX y los primeros decenios del Siglo XX.
Antes del año 1932 –creación de la Diócesis de Barranquilla- la evangelización estaba a cargo de religiosos a diferencia de otras partes del interior del país. Éstos venían haciendo el trabajo de evangelización y santificación con mucho empeño y éxito. Los Agustinos, en la parroquia de San Nicolás y en parroquias rurales a la orilla del río Magdalena; los Capuchinos, en un sector específico de Barranquilla; en la Iglesia de San Roque, los padres Salesianos y, también, en la parroquia de Chiquinquirá, los padres Claretianos; todos estos se encargaban, en su momento, de la evangelización. Entonces, en el año en que se creó la Diócesis, se encontraban en Barranquilla un gran número de religiosos y sólo cinco o seis sacerdotes seculares; esto era absolutamente atípico, ya que era un número pequeño para que se creara una diócesis.
K: ¿Qué diferencia existe entre la Diócesis de aquella época y la Arquidiócesis de ahora?
MR: En el tiempo en que yo fui Obispo auxiliar nos tocó aplicar el Concilio Vaticano II en la recién establecida Diócesis de Barranquilla. Especialmente hubo algunos cambios que llamaron mucho la atención a las personas, pero que no eran muy importantes, por ejemplo que si los sacerdotes se iban a vestir de sotana o de clerigman. Pero sí hubo cambios más fundamentales, como era el caso de la diferencia de lengua en la liturgia, ya que durante muchos años se venía celebrando la misa en latín. Luego se insistió mucho en la catequesis y, en ese entonces, yo era el encargado. Posteriormente, se comenzaron a crear las pequeñas comunidades o las comunidades de base; todas estas cosas empezaron a crecer en esta época. También es muy importante saber que fue en estos tiempos cuando se creó el Seminario Mayor en el año 1966, y fue de esta manera como la Diócesis recibió durante mucho tiempo alumnos de toda la Costa Atlántica.
La Arquidiócesis de ahora la veo con varios adjetivos. En primer lugar, aparece, en lo más visible, una gran organización y ésta se debe al señor Arzobispo, Monseñor Rubén Salazar Gómez, que con gran tino y mucho temple de su parte le imprime a nuestra Arquidiócesis esta cualidad. Pero detrás de esta organización hay un movimiento doble de evangelización y santificación; siempre ha habido la evangelización, pero cuando esta es más organizada naturalmente tiene más efecto, y la santificación –que tiene que ver con todo lo que se hace con los sacramentos en las parroquias- ha crecido muchísimo. Se muestra la Arquidiócesis de Barranquilla, en este momento, como una de las más pujantes, más positivas, en el concierto de las diócesis colombianas.
* Asisten de redacción de Kairós – Comunicador Social y Periodista en formación – Universidad Autónoma del Caribe.
Por ONIX NEDEL CORREA GARCÍA *
Para recordar algunos interesantes pasajes de la vida arquidiocesana, hablamos con Monseñor Carlos José Ruiseco Vieira, Arzobispo emérito de Cartagena y gran conocedor de la historia pastoral del pueblo atlanticense pues es barranquillero de nacimiento y aquí se desempeñó como Obispo auxiliar de Barranquilla (1972 – 1977) y más recientemente, Arzobispo de Cartagena (1983-2005). Él, con su gran simpatía, alegría y amabilidad, quiso compartir con Kairós algunos de esos detalles que hacen de la Arquidiócesis de Barranquilla una Iglesia pujante, interesante y llena de vida.
Monseñor Ruiseco nos recibió en su actual residencia, la Casa Sacerdotal de nuestra Arquidiócesis y, uno a uno, detalle a detalle, nos contó algunos de los hechos eclesiales que, en su opinión, se destacan de estas tierras costeñas.
Kairós: Monseñor, ¿cómo era el Atlántico antes de que se creara la Diócesis de Barranquilla?
Monseñor Ruiseco: Para responder a esta buena pregunta nos remontaremos al siglo XVI: ya había entonces obispos en Cartagena y Santa Marta, pero Barranquilla no existía. La evangelización comenzaba ya, pero no sólidamente. Durante el tiempo del dominio español tuvimos, inclusive, un gran santo entre nosotros: san Luis Beltrán, quien misionó en Tubará. Pero, a pesar de todo lo que hicieron él y sus compañeros, la obra misionera no se continuó por la escasez de sacerdotes. Los pueblos yacían en notable abandono espiritual. Interesante es el "Acta de Visita Pastoral" del Obispo Díaz Delamadrid, año 1780; dedica al actual Atlántico 60 días (con sus noches) y recorre, en su orden: Palmar de Candelaria, Piojó, Usiacurí, Sabanalarga, Baranoa, Tubará, Galapa, Barranquilla, Soledad, Malambo, Sabanagrande, Santo Tomás, Ponedera, Candelaria y Real (Campo) De la Cruz; confirmó en total 7.979 personas. De Barranquilla dice: "Al hallarse esta población sin iglesia, di cien pesos de limosna para este fin y entre los principales sujetos se recogieron mil pesos más en aquella misma tarde". Sería la primera "Catedratón" de la historia. Al llegar al momento de la Independencia, la iglesia española dejó de existir tanto en Cartagena como en toda la provincia que comprendía lo que hoy son los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba, y por este motivo, Simón Bolívar tuvo que recurrir al Papa para pedirle el nombramiento de obispos colombianos. Durante todo el siglo XIX hubo varias guerras civiles en Colombia y los obispos eran expulsados de sus diócesis ya que no se sometían a las exigencias injustas del poder civil. Esto trajo como consecuencia una evangelización muy superficial; además, por el cierre de los seminarios, no había formación de nuevo clero. Llegose a la necesidad de nombrar a un laico como rector; fue nadie menos que el papá de Monseñor Carlos Valiente, como lo explica el padre Jorge Becerra en su libro "Historia de la Arquidiócesis de Barranquilla".
K: ¿En qué momento vuelven los obispos a evangelizar con más tranquilidad?
MR: Comenzó a respirar la paz en la Iglesia colombiana con el Concordato que se realizó en los años ochenta, del Siglo XIX, precisamente con la gestión de un gran cartagenero, el señor Rafael Núñez. Entonces, llegó a Cartagena como obispo un gran santo que fue monseñor Eugenio Biffi. Cuando él vino se dio cuenta que, ante todo, necesitaba la formación de nuevos sacerdotes, porque los que había no eran capaces de mantener el ritmo de la evangelización y la santificación. Así, en Cartagena, se fundó el seminario en el año 1883.
Monseñor Pedro Adán Brioschi, sucesor de Eugenio Biffi, conciente de la gran inmensidad de la diócesis, pidió a la Santa Sede que fuera desmembrada la diócesis para que la evangelización fuera más efectiva. Fue así como consiguió que, a comienzos del Siglo XX, se creara la Prefectura de San Andrés y Providencia, separándose de Cartagena. En el año 1924, la Misión del Río San Jorge y, con el mismo objetivo, en el año 1932 se creó la Diócesis de Barranquilla.
K: ¿Cómo fueron esos primeros años de la Diócesis?
MR: Gracias a esta división que hace el Obispo Brioschi comienza a entrar un nuevo aire de renovación en Barranquilla, porque ya con un obispo propio la Iglesia tendría manera de sobrevivir. Se puede decir que en Barranquilla creció demasiado rápido la parte humana de la ciudad y la parte religiosa no pudo alcanzar a esa parte humana, porque las estructuras religiosas no daban para estar al ritmo de la gran inmigración que hubo en esta ciudad y de la organización del comercio y la industria, en la última década del Siglo XIX y los primeros decenios del Siglo XX.
Antes del año 1932 –creación de la Diócesis de Barranquilla- la evangelización estaba a cargo de religiosos a diferencia de otras partes del interior del país. Éstos venían haciendo el trabajo de evangelización y santificación con mucho empeño y éxito. Los Agustinos, en la parroquia de San Nicolás y en parroquias rurales a la orilla del río Magdalena; los Capuchinos, en un sector específico de Barranquilla; en la Iglesia de San Roque, los padres Salesianos y, también, en la parroquia de Chiquinquirá, los padres Claretianos; todos estos se encargaban, en su momento, de la evangelización. Entonces, en el año en que se creó la Diócesis, se encontraban en Barranquilla un gran número de religiosos y sólo cinco o seis sacerdotes seculares; esto era absolutamente atípico, ya que era un número pequeño para que se creara una diócesis.
K: ¿Qué diferencia existe entre la Diócesis de aquella época y la Arquidiócesis de ahora?
MR: En el tiempo en que yo fui Obispo auxiliar nos tocó aplicar el Concilio Vaticano II en la recién establecida Diócesis de Barranquilla. Especialmente hubo algunos cambios que llamaron mucho la atención a las personas, pero que no eran muy importantes, por ejemplo que si los sacerdotes se iban a vestir de sotana o de clerigman. Pero sí hubo cambios más fundamentales, como era el caso de la diferencia de lengua en la liturgia, ya que durante muchos años se venía celebrando la misa en latín. Luego se insistió mucho en la catequesis y, en ese entonces, yo era el encargado. Posteriormente, se comenzaron a crear las pequeñas comunidades o las comunidades de base; todas estas cosas empezaron a crecer en esta época. También es muy importante saber que fue en estos tiempos cuando se creó el Seminario Mayor en el año 1966, y fue de esta manera como la Diócesis recibió durante mucho tiempo alumnos de toda la Costa Atlántica.
La Arquidiócesis de ahora la veo con varios adjetivos. En primer lugar, aparece, en lo más visible, una gran organización y ésta se debe al señor Arzobispo, Monseñor Rubén Salazar Gómez, que con gran tino y mucho temple de su parte le imprime a nuestra Arquidiócesis esta cualidad. Pero detrás de esta organización hay un movimiento doble de evangelización y santificación; siempre ha habido la evangelización, pero cuando esta es más organizada naturalmente tiene más efecto, y la santificación –que tiene que ver con todo lo que se hace con los sacramentos en las parroquias- ha crecido muchísimo. Se muestra la Arquidiócesis de Barranquilla, en este momento, como una de las más pujantes, más positivas, en el concierto de las diócesis colombianas.
* Asisten de redacción de Kairós – Comunicador Social y Periodista en formación – Universidad Autónoma del Caribe.
EVANGELIZANDO DESDE LA EDUCACIÓN
Por ANDRICK MARCEL DÁVILA *
Desde su nacimiento, el Departamento del Atlántico, y más concretamente su ciudad capital, han contado en su desarrollo educativo con la compañía de la Iglesia católica.
Son muchas las comunidades religiosas que fueron llegando con el deseo de educar y evangelizar a la joven ciudad, es así como nacen instituciones de reconocida tradición como son: el Colegio San Roque, el Instituto San José, el Colegio San Miguel del Rosario, el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, el Colegio Biffi La Salle, el Colegio María Auxiliadora, el Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo, el Colegio San Francisco, el Colegio de la Sagrada Familia, el Colegio Sagrado Corazón y el Seminario Conciliar San Luis Beltrán, entre otros. De igual forma, apareció un gran número de entidades educativas de carácter privado de enseñanza católica. Todas las anteriores se han unido, como en otras partes del país, a través de la Confederación Nacional Católica de Educación –CONACED-.
Dentro de la comunidad diocesana varias han sido las instituciones de educación preescolar, primaria y bachillerato que han marcado la historia educativa de la ciudad. Algunos de estos colegios ya han desaparecido, como son el María Auxiliadora del barrio La Magdalena, el Santa Isabel, el San Judas Tadeo y el Juan XXIII.
Los cinco colegios existente en la actualidad de carácter arquidiocesano, se agruparon desde de enero de 2007 a través de FUNADE, la Fundación Arquidiocesana de Educación. Estos colegios son: el Seminario Conciliar San Luis Beltrán y el Colegio Arquidiocesano Enrique Niessen, ubicados al norte de la Barranquilla; el Colegio Arquidiocesano Nuestra Señora de Fátima del barrio Valle, ubicado al suroccidente de la ciudad; el Centro Educativo San Pedro Apóstol, ubicado al sur, y el Colegio Arquidiocesano San Pancracio en el municipio de Soledad.
Estas instituciones, que albergan una población conjunta de aproximadamente 3 mil estudiantes, se encuentran en diferentes sectores sociales y buscan dentro de su objetivo principal la educación y la evangelización, además de incentivar las vocaciones en los niños y jóvenes.
Dentro de los proyectos que se desarrollan para estas instituciones están: el Plan Padrino Arquidiocesano, el cual busca apoyo para sostener la educación de niños de escasos recursos; el Proyecto de Evangelización que promueve los objetivos básicos de la Iglesia Católica en el Atlántico; los proyectos de investigación científica y de desarrollo de competencias; el proyecto de liderazgo y calidad, entre otros.
* Administrador FUNADE.
Desde su nacimiento, el Departamento del Atlántico, y más concretamente su ciudad capital, han contado en su desarrollo educativo con la compañía de la Iglesia católica.
Son muchas las comunidades religiosas que fueron llegando con el deseo de educar y evangelizar a la joven ciudad, es así como nacen instituciones de reconocida tradición como son: el Colegio San Roque, el Instituto San José, el Colegio San Miguel del Rosario, el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, el Colegio Biffi La Salle, el Colegio María Auxiliadora, el Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo, el Colegio San Francisco, el Colegio de la Sagrada Familia, el Colegio Sagrado Corazón y el Seminario Conciliar San Luis Beltrán, entre otros. De igual forma, apareció un gran número de entidades educativas de carácter privado de enseñanza católica. Todas las anteriores se han unido, como en otras partes del país, a través de la Confederación Nacional Católica de Educación –CONACED-.
Dentro de la comunidad diocesana varias han sido las instituciones de educación preescolar, primaria y bachillerato que han marcado la historia educativa de la ciudad. Algunos de estos colegios ya han desaparecido, como son el María Auxiliadora del barrio La Magdalena, el Santa Isabel, el San Judas Tadeo y el Juan XXIII.
Los cinco colegios existente en la actualidad de carácter arquidiocesano, se agruparon desde de enero de 2007 a través de FUNADE, la Fundación Arquidiocesana de Educación. Estos colegios son: el Seminario Conciliar San Luis Beltrán y el Colegio Arquidiocesano Enrique Niessen, ubicados al norte de la Barranquilla; el Colegio Arquidiocesano Nuestra Señora de Fátima del barrio Valle, ubicado al suroccidente de la ciudad; el Centro Educativo San Pedro Apóstol, ubicado al sur, y el Colegio Arquidiocesano San Pancracio en el municipio de Soledad.
Estas instituciones, que albergan una población conjunta de aproximadamente 3 mil estudiantes, se encuentran en diferentes sectores sociales y buscan dentro de su objetivo principal la educación y la evangelización, además de incentivar las vocaciones en los niños y jóvenes.
Dentro de los proyectos que se desarrollan para estas instituciones están: el Plan Padrino Arquidiocesano, el cual busca apoyo para sostener la educación de niños de escasos recursos; el Proyecto de Evangelización que promueve los objetivos básicos de la Iglesia Católica en el Atlántico; los proyectos de investigación científica y de desarrollo de competencias; el proyecto de liderazgo y calidad, entre otros.
* Administrador FUNADE.
DESDE LA ESPECIFICIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA
Por ALBERTO LINERO GÓMEZ *
Desde el 25 de enero 1876, en el que llegan a Barranquilla las primeras Hermanas de la Caridad para trabajar en el Hospital de la Caridad, nuestra Arquidiócesis ha sido bendecida por el Padre Dios a través del trabajo evangelizador de muchas comunidades religiosas. Por eso, es oportuno que en este Jubileo, tiempo de gracia y de bendición, reflexionemos sobre la manera cómo estos hermanos han colaborado en la tarea evangelizadora. Y sería bueno que comenzáramos comprendiendo lo que llamamos "vida religiosa".
Ese ha sido un regalo de Dios para su Iglesia, el Vaticano II se refiere así a la vida religiosa: "Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado. De donde, por designios divinos, floreció aquella admirable variedad de familias religiosas que en tan gran manera contribuyó a que la Iglesia no sólo estuviera equipada para toda obra buena (Cf. Tim., 3,17) y preparada para la obra del ministerio en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también a que, hermoseada con los diversos dones de sus hijos, se presente como esposa que se engalana para su Esposo, y por ella se ponga de manifiesto la multiforme sabiduría de Dios" (Perfectae Caritatis No. 1). Se destaca en esta presentación la total iniciativa de Dios, es Él, quien desde su libertad, elige y dispone llamar a estos hombres para su servicio sirviéndole a su pueblo. Señala la variedad de familias religiosas como un florecimiento, como una manifestación de la riqueza del Espíritu de Dios en la vida de su comunidad.
El señor Arzobispo de Barranquilla, en uno de sus diálogos semanales en El Heraldo, comprende la vida religiosa de la siguiente manera: " Por esto, desde los primeros momentos de la existencia de la Iglesia nació el deseo en algunos fieles de unirse en pequeños grupos o comunidades para poder seguir a Cristo en una forma más radical, buscando una configuración existencial más plena con Él. Es la "vida consagrada" que ha sido, como dice el Concilio, "un árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas a partir de una semilla puesta por el mismo Dios", ya que a lo largo de la historia de la Iglesia han existido múltiples formas de consagrarse enteramente al Señor. Como una especificación de esa radicalidad de la entrega nació la "vida religiosa" en la que se vive una profunda vida comunitaria con los votos de castidad perfecta, pobreza absoluta y obediencia incondicional”. Destaco en este comentario de nuestro Pastor el énfasis que resalta la vida religiosa como una experiencia específica, propia, que se realiza con toda radicalidad. Esa especificidad hace diferencia, mas no una diferencia que divide sino que enriquece en la unidad.
Todos los religiosos que han arado la tierra de esta Arquidiócesis lo han hecho tratando de responder al llamado personal que Dios le has hecho; pero también tratando de contribuir en el crecimiento de esta comunidad de discípulos, para que sean muchos los hermanos que cada día dejen que Jesús viva y reine en sus corazones. Esa tarea se ha realizado desde la vivencia de los votos evangélicos.
Todo esto desde el humilde reconocimiento de que no somos nada ante el Padre Dios y de que el único recurso verdadero y necesario es el amor de Dios. Por eso, se opta vivir en pobreza. Es decir, se decide tener una total relación de libertad con los bienes terrenos. Una libertad que permite desprendimiento y distancia. Quien confía en Dios, tiene allí su máxima riqueza y podrá tener ocupaciones distintas a las de los hombres de estos tiempos. Ese tipo de relación con lo material se expresa en una total disposición para evangelizar y donarse, en trabajo más allá de afán de lucro, por aquellos que tanto necesitan. Se trata de compartir todo lo que se tiene seguros de que lo importante en la vida no es el don sino el donante. No nos apegamos a los dones que Dios nos puede dar sino que nos apegamos a Él que lo es todo.
Desde la total libertad afectiva se sirve a todos los hermanos. Quien sabe amar, quien se deja amar en libertad, puede vivir el celibato. Es una opción, una decisión de un corazón maduro y libre. No es una imposición. No se trata de una debilidad, sino de una fortaleza del corazón que no se quiere amarrar amando a una sola persona en exclusiva, sino que quiere amar a todos los que Dios le presente. No se trata de cercenar la afectividad, sino de orientarla en función de una misión. Se trata de vivir en libertad todo le amor que Dios ha puesto en el corazón de este hermano. Se renuncia a la genitalidad para encontrar en las caricias existenciales de la amistad y del compartir fraterno una fuente de realización integral.
Teniendo a Jesucristo como modelo se realiza la misión en total obediencia. Los que hemos conquistado la libertad desde nuestras propias luchas existencias, por amor al Señor y por creer plenamente en Él, entregamos nuestra obediencia como un don al hermano superior. No se trata de incapacidad de auto-gobernabilidad, sino de una renuncia a los egoísmos que caracterizan nuestra humanidad. Es disponerse a que la fuerza de Dios lo conduzca a otros más allá de la propia voluntad.
Estos ejes existenciales son los que permiten la obra de las comunidades religiosas en nuestra Arquidiócesis. Son obras, misiones, apostolados que realizan las familias religiosas con la seguridad que a través de ellas contribuyen para que el Reino de Dios se establezca entre nosotros.
No soy religioso -ya que los padres Eudistas somos una sociedad de vida apostólica, esto es somos hermanos que vivimos juntos pero que no realizamos los votos evangélicos, sino que luchamos por vivir en plenitud los que el bautismo nos permite tener- pero nuestra vida en comunidad y el seguimiento de un carisma congregacional nos hace vivir en la dinámica de las familias religiosas.
Nosotros, los Eudistas, hemos podido colaborar en la realización de la misión desde nuestro carisma de formadores-evangelizadores en tres obras fundamentalmente: En la dirección del seminario Menor y mayor de la Arquidiócesis, en la conducción de la parroquia del Espíritu Santo y en la evangelización a través de las ondas hertzianas en la Emisora Minuto de Dios. Se trata de entregar todo lo que somos, de darnos plenamente por hacer lo que hemos descubierto como voluntad de Dios. Lo hemos realizado en comunión con nuestros pastores.
* Sacerdote Eudista – Director de la Emisora Minuto de Dios.
Desde el 25 de enero 1876, en el que llegan a Barranquilla las primeras Hermanas de la Caridad para trabajar en el Hospital de la Caridad, nuestra Arquidiócesis ha sido bendecida por el Padre Dios a través del trabajo evangelizador de muchas comunidades religiosas. Por eso, es oportuno que en este Jubileo, tiempo de gracia y de bendición, reflexionemos sobre la manera cómo estos hermanos han colaborado en la tarea evangelizadora. Y sería bueno que comenzáramos comprendiendo lo que llamamos "vida religiosa".
Ese ha sido un regalo de Dios para su Iglesia, el Vaticano II se refiere así a la vida religiosa: "Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado. De donde, por designios divinos, floreció aquella admirable variedad de familias religiosas que en tan gran manera contribuyó a que la Iglesia no sólo estuviera equipada para toda obra buena (Cf. Tim., 3,17) y preparada para la obra del ministerio en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también a que, hermoseada con los diversos dones de sus hijos, se presente como esposa que se engalana para su Esposo, y por ella se ponga de manifiesto la multiforme sabiduría de Dios" (Perfectae Caritatis No. 1). Se destaca en esta presentación la total iniciativa de Dios, es Él, quien desde su libertad, elige y dispone llamar a estos hombres para su servicio sirviéndole a su pueblo. Señala la variedad de familias religiosas como un florecimiento, como una manifestación de la riqueza del Espíritu de Dios en la vida de su comunidad.
El señor Arzobispo de Barranquilla, en uno de sus diálogos semanales en El Heraldo, comprende la vida religiosa de la siguiente manera: " Por esto, desde los primeros momentos de la existencia de la Iglesia nació el deseo en algunos fieles de unirse en pequeños grupos o comunidades para poder seguir a Cristo en una forma más radical, buscando una configuración existencial más plena con Él. Es la "vida consagrada" que ha sido, como dice el Concilio, "un árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas a partir de una semilla puesta por el mismo Dios", ya que a lo largo de la historia de la Iglesia han existido múltiples formas de consagrarse enteramente al Señor. Como una especificación de esa radicalidad de la entrega nació la "vida religiosa" en la que se vive una profunda vida comunitaria con los votos de castidad perfecta, pobreza absoluta y obediencia incondicional”. Destaco en este comentario de nuestro Pastor el énfasis que resalta la vida religiosa como una experiencia específica, propia, que se realiza con toda radicalidad. Esa especificidad hace diferencia, mas no una diferencia que divide sino que enriquece en la unidad.
Todos los religiosos que han arado la tierra de esta Arquidiócesis lo han hecho tratando de responder al llamado personal que Dios le has hecho; pero también tratando de contribuir en el crecimiento de esta comunidad de discípulos, para que sean muchos los hermanos que cada día dejen que Jesús viva y reine en sus corazones. Esa tarea se ha realizado desde la vivencia de los votos evangélicos.
Todo esto desde el humilde reconocimiento de que no somos nada ante el Padre Dios y de que el único recurso verdadero y necesario es el amor de Dios. Por eso, se opta vivir en pobreza. Es decir, se decide tener una total relación de libertad con los bienes terrenos. Una libertad que permite desprendimiento y distancia. Quien confía en Dios, tiene allí su máxima riqueza y podrá tener ocupaciones distintas a las de los hombres de estos tiempos. Ese tipo de relación con lo material se expresa en una total disposición para evangelizar y donarse, en trabajo más allá de afán de lucro, por aquellos que tanto necesitan. Se trata de compartir todo lo que se tiene seguros de que lo importante en la vida no es el don sino el donante. No nos apegamos a los dones que Dios nos puede dar sino que nos apegamos a Él que lo es todo.
Desde la total libertad afectiva se sirve a todos los hermanos. Quien sabe amar, quien se deja amar en libertad, puede vivir el celibato. Es una opción, una decisión de un corazón maduro y libre. No es una imposición. No se trata de una debilidad, sino de una fortaleza del corazón que no se quiere amarrar amando a una sola persona en exclusiva, sino que quiere amar a todos los que Dios le presente. No se trata de cercenar la afectividad, sino de orientarla en función de una misión. Se trata de vivir en libertad todo le amor que Dios ha puesto en el corazón de este hermano. Se renuncia a la genitalidad para encontrar en las caricias existenciales de la amistad y del compartir fraterno una fuente de realización integral.
Teniendo a Jesucristo como modelo se realiza la misión en total obediencia. Los que hemos conquistado la libertad desde nuestras propias luchas existencias, por amor al Señor y por creer plenamente en Él, entregamos nuestra obediencia como un don al hermano superior. No se trata de incapacidad de auto-gobernabilidad, sino de una renuncia a los egoísmos que caracterizan nuestra humanidad. Es disponerse a que la fuerza de Dios lo conduzca a otros más allá de la propia voluntad.
Estos ejes existenciales son los que permiten la obra de las comunidades religiosas en nuestra Arquidiócesis. Son obras, misiones, apostolados que realizan las familias religiosas con la seguridad que a través de ellas contribuyen para que el Reino de Dios se establezca entre nosotros.
No soy religioso -ya que los padres Eudistas somos una sociedad de vida apostólica, esto es somos hermanos que vivimos juntos pero que no realizamos los votos evangélicos, sino que luchamos por vivir en plenitud los que el bautismo nos permite tener- pero nuestra vida en comunidad y el seguimiento de un carisma congregacional nos hace vivir en la dinámica de las familias religiosas.
Nosotros, los Eudistas, hemos podido colaborar en la realización de la misión desde nuestro carisma de formadores-evangelizadores en tres obras fundamentalmente: En la dirección del seminario Menor y mayor de la Arquidiócesis, en la conducción de la parroquia del Espíritu Santo y en la evangelización a través de las ondas hertzianas en la Emisora Minuto de Dios. Se trata de entregar todo lo que somos, de darnos plenamente por hacer lo que hemos descubierto como voluntad de Dios. Lo hemos realizado en comunión con nuestros pastores.
* Sacerdote Eudista – Director de la Emisora Minuto de Dios.
¡SOMOS UNA COMUNIDAD QUE SE RENUEVA CON LA PALABRA Y NO EN LA COMPETENCIA!
Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro.
Hace dos mil años atrás el Señor Jesús, después de resucitar, encargó a sus discípulos la misión de propagar por el mundo entero su palabra y su mensaje de salvación. Ellos, convencidos que pregonaban no simplemente un mensaje sino a una persona, se pusieron en la tarea de evangelizar las ciudades y los pueblos a donde llegaban. Iban con la convicción de proponer no una doctrina, como muchas de las que existían en su época y cultura impregnada de la fuerza racional de la filosofía griega, sino un modelo de vida fundamentado en la persona misma de Jesús. Desde esa perspectiva no miraban si “ganaban adeptos” a fuerza de convicción racional, sino si el poder de su propia experiencia vital arrancaba a los hombres de un estilo de vida basado en principios materialistas y los colocaban a mirar la vida con unos ojos totalmente nuevos. Esa evangelización iba encaminada a modificar el modo de pensar y de sentir que hasta ese momento los hombres de su época llevaban.
Desde aquellos años la Iglesia ha evangelizado con la serena certeza de hacer únicamente aquello que su Maestro y Señor le ha encargado, no con espíritu competitivo sino desde la fuerza de la verdad. Esa convicción es la que nos mueve hoy a continuar, sin desanimarnos, la tarea delegada por parte de nuestro Salvador. Creemos que dos mil años de historia, en medio de tormentas y dolores, son la mayor prueba que tenemos un Espíritu que anima permanentemente nuestro proceso de evangelización en el mundo.
Las rivalidades que suelen resaltar las encuestas de los medios de comunicación cuando afirman, con desconocimiento de la historia, que el catolicismo ha ido en decadencia para dar paso al sin número de sectas que han entrado en el escenario, tienen como finalidad equívoca hacernos pensar que competimos y que somos uno de los tanto miles de grupos de cristianos que hay en el mundo entero luchando por mantener en su redil las ovejas del Señor. No somos una vitrina que exponga al público modelos esnobistas que encanten por su presentación conceptual, sino una comunidad que erige su vida desde la fuerza de la verdad, pero una verdad que es más existencial que epistemológica.
Esa idea ha movido todos estos años el proceso de evangelización de la Iglesia de Barranquilla en el Atlántico, que ha pregonado vitalmente que Jesús está vivo y sigue animando a sus fieles para que permanezcan en el amor de Dios. No tenemos un estante para proponer opciones que puedan elegirse desde las propias necesidades, sino que lo nuestro sigue siendo la oferta de Dios para sus hijos.
Esta es nuestra comunidad eclesial; en ella es donde el Señor Jesús sigue gestando sacerdotes, religiosas, misioneros laicos que han comprendido que cada uno tiene una enorme responsabilidad de hacer creíble su amor y su misericordia. A partir de esa experiencia de nueva evangelización, no en sus contenidos porque el mensaje sigue intacto en medio de la veleidad del corazón que se entusiasma más con el empaque que con la esencia, nuestra Iglesia arquidiocesana continúa pregonando una palabra esperanzadora, que convierte el corazón de los hijos a los padres y el corazón de todos hacia Dios. Así mismo, esa palabra da forma a la comunidad para que todos seamos y nos portemos realmente como lo que somos: redimidos por Cristo.
No vemos como una amenaza competitiva a quienes pregonan a Jesucristo. Lo nuestro es la Iglesia del Señor que no compite sino que evangeliza desde la convicción que el mismo Salvador ha hecho anidar en el corazón. Es por ello que estamos seguros de continuar construyendo una Iglesia cada vez más vital, más rejuvenecida, arraigada en el amor a Dios y al hombre. Si bien aún es mucho lo que hace falta para que el Evangelio impregne todos los ambientes de nuestra Arquidiócesis, vemos con gozo cómo lentamente la voz de Dios se va escuchando en cada rincón del Departamento. Es así como descubrimos que lo nuestro no está fundamentado en una fe emotiva, sino construida en el sólido fundamento de los principios del Evangelio que permanecen incólumes en medio de las dificultades de cotidianas de la existencia.
Este “año jubilar arquidiocesano” que culmina es la expresión viva de una feligresía que crece en la fraternidad, que ha reconocido el perdón de Dios y su bendición cada momento de la vida, que ha aprendido a amar, a respetar y colaborar a sus pastores en el proceso de evangelización entendiendo que es entre todos como podemos poner a navegar esta gran embarcación en la que vamos montados. Vamos, poco a poco, cambiando la mentalidad de una Iglesia exclusivamente jerárquica y un rebaño pasivo que sólo se dedica a escuchar. La evangelización hoy la realizamos entre todos, desde el compromiso y consagración hecha en nuestro bautismo para ser sacerdotes, profetas y reyes. Hoy no somos solamente discípulos sino, además, misioneros del Reino de Dios. Nuestra Iglesia arquidiocesana vibra y se renueva. Hoy contamos no solamente con un buen número de bautizados, sino con agentes que se van formando a los pies del Maestro para predicar su Palabra.
* Párroco de las unidades pastorales San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.
Hace dos mil años atrás el Señor Jesús, después de resucitar, encargó a sus discípulos la misión de propagar por el mundo entero su palabra y su mensaje de salvación. Ellos, convencidos que pregonaban no simplemente un mensaje sino a una persona, se pusieron en la tarea de evangelizar las ciudades y los pueblos a donde llegaban. Iban con la convicción de proponer no una doctrina, como muchas de las que existían en su época y cultura impregnada de la fuerza racional de la filosofía griega, sino un modelo de vida fundamentado en la persona misma de Jesús. Desde esa perspectiva no miraban si “ganaban adeptos” a fuerza de convicción racional, sino si el poder de su propia experiencia vital arrancaba a los hombres de un estilo de vida basado en principios materialistas y los colocaban a mirar la vida con unos ojos totalmente nuevos. Esa evangelización iba encaminada a modificar el modo de pensar y de sentir que hasta ese momento los hombres de su época llevaban.
Desde aquellos años la Iglesia ha evangelizado con la serena certeza de hacer únicamente aquello que su Maestro y Señor le ha encargado, no con espíritu competitivo sino desde la fuerza de la verdad. Esa convicción es la que nos mueve hoy a continuar, sin desanimarnos, la tarea delegada por parte de nuestro Salvador. Creemos que dos mil años de historia, en medio de tormentas y dolores, son la mayor prueba que tenemos un Espíritu que anima permanentemente nuestro proceso de evangelización en el mundo.
Las rivalidades que suelen resaltar las encuestas de los medios de comunicación cuando afirman, con desconocimiento de la historia, que el catolicismo ha ido en decadencia para dar paso al sin número de sectas que han entrado en el escenario, tienen como finalidad equívoca hacernos pensar que competimos y que somos uno de los tanto miles de grupos de cristianos que hay en el mundo entero luchando por mantener en su redil las ovejas del Señor. No somos una vitrina que exponga al público modelos esnobistas que encanten por su presentación conceptual, sino una comunidad que erige su vida desde la fuerza de la verdad, pero una verdad que es más existencial que epistemológica.
Esa idea ha movido todos estos años el proceso de evangelización de la Iglesia de Barranquilla en el Atlántico, que ha pregonado vitalmente que Jesús está vivo y sigue animando a sus fieles para que permanezcan en el amor de Dios. No tenemos un estante para proponer opciones que puedan elegirse desde las propias necesidades, sino que lo nuestro sigue siendo la oferta de Dios para sus hijos.
Esta es nuestra comunidad eclesial; en ella es donde el Señor Jesús sigue gestando sacerdotes, religiosas, misioneros laicos que han comprendido que cada uno tiene una enorme responsabilidad de hacer creíble su amor y su misericordia. A partir de esa experiencia de nueva evangelización, no en sus contenidos porque el mensaje sigue intacto en medio de la veleidad del corazón que se entusiasma más con el empaque que con la esencia, nuestra Iglesia arquidiocesana continúa pregonando una palabra esperanzadora, que convierte el corazón de los hijos a los padres y el corazón de todos hacia Dios. Así mismo, esa palabra da forma a la comunidad para que todos seamos y nos portemos realmente como lo que somos: redimidos por Cristo.
No vemos como una amenaza competitiva a quienes pregonan a Jesucristo. Lo nuestro es la Iglesia del Señor que no compite sino que evangeliza desde la convicción que el mismo Salvador ha hecho anidar en el corazón. Es por ello que estamos seguros de continuar construyendo una Iglesia cada vez más vital, más rejuvenecida, arraigada en el amor a Dios y al hombre. Si bien aún es mucho lo que hace falta para que el Evangelio impregne todos los ambientes de nuestra Arquidiócesis, vemos con gozo cómo lentamente la voz de Dios se va escuchando en cada rincón del Departamento. Es así como descubrimos que lo nuestro no está fundamentado en una fe emotiva, sino construida en el sólido fundamento de los principios del Evangelio que permanecen incólumes en medio de las dificultades de cotidianas de la existencia.
Este “año jubilar arquidiocesano” que culmina es la expresión viva de una feligresía que crece en la fraternidad, que ha reconocido el perdón de Dios y su bendición cada momento de la vida, que ha aprendido a amar, a respetar y colaborar a sus pastores en el proceso de evangelización entendiendo que es entre todos como podemos poner a navegar esta gran embarcación en la que vamos montados. Vamos, poco a poco, cambiando la mentalidad de una Iglesia exclusivamente jerárquica y un rebaño pasivo que sólo se dedica a escuchar. La evangelización hoy la realizamos entre todos, desde el compromiso y consagración hecha en nuestro bautismo para ser sacerdotes, profetas y reyes. Hoy no somos solamente discípulos sino, además, misioneros del Reino de Dios. Nuestra Iglesia arquidiocesana vibra y se renueva. Hoy contamos no solamente con un buen número de bautizados, sino con agentes que se van formando a los pies del Maestro para predicar su Palabra.
* Párroco de las unidades pastorales San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.
EN LOS JOVENES DE AMERICA LATINA ESTÁ LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
Por FULBIO DE JESÚS LABASTIDAS *
La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, ya nos decía que la Iglesia ve en la Juventud la constante renovación de la vida de la humanidad y descubre en ella un signo de sí misma: “La Iglesia es la verdadera juventud del mundo”.
Por ello, la juventud está llamada a: aportar una revitalización a la Iglesia, mantener fe en la vida, conservar su facultad de alegrarse con lo que comienza y reintroducir permanentemente en sus acciones el “sentido de la vida”. Frente a esto es importante, entonces, reconocer cuál ha sido el cumplimiento de esta definición entre los jóvenes del Atlántico.
Es así como hemos visto, a través de estos 75 años, que la juventud se ha mantenido en constante renovación y crecimiento, y trabajando mucho con la finalidad de llenar el vacío que le genera una inquietud básica, la misma inquietud que tenía el joven Agustín (San Agustín, el mismo que conocemos): “el encuentro de la verdad absoluta que le dé sentido a la vida”, y como no la halla, se acumula en él una gran carga de ansiedad y de vacío, los cuales trata de llenar con la búsqueda de sensaciones como las que brinda el alcohol, las drogas, el sexo sin responsabilidad, etc.
El trabajo de los grupos al quedar en eso -sólo trabajo de grupos cerrados-, no satisface o permite que el joven encuentre una relación dinámica con el otro que, a su vez, le permita una relación, también dinámica, con el mundo para experimentar la alegría de la libertad del reto frente a lo novedoso guiados, en esa búsqueda, por el siempre y eternamente joven, Jesucristo.
Hay que tener en cuenta que los jóvenes no sólo están llamados a recibir, sino a dar, y no porque les toque, sino porque tienen mucho que dar. Darle el rostro joven de Jesús a la Iglesia y al mundo, esa es la gran misión y ya lo decía sabiamente Juan Pablo II: “En los jóvenes de América Latina está la esperanza de la Iglesia”.
Pese a la manera en que se ha venido desarrollando el trabajo de los jóvenes, es imposible negar que en este trabajo el joven ha encontrado a Jesús, ese hombre alegre que siempre sale al encuentro del otro, que se hace el encontradizo, con la única finalidad de darle sentido a la vida, y que en esa manera de trabajar la juventud ha disfrutado los momentos del encuentro. Pero muchas veces no se ven los resultados por falta de una verdadera planeación visionaria que permita que el joven tome conciencia de la profundidad de la responsabilidad del trabajo que realiza y, principalmente, que se sienta protagonista de una historia de cambio en una sociedad que lo necesita precisamente como joven, joven que inyecte su dinamismo y su manera creativa y descomplicada de hacer las cosas. Aquí, toma vital importancia la descripción que trae el documento de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en su numeral 443, cuando dice: “Los jóvenes constituyen la gran mayoría de la población de América Latina y del Caribe. Representan un enorme potencial para el presente y el futuro de la Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes son sensibles a descubrir su vocación a ser amigos y discípulos de Cristo. Están llamados a ser centinelas del mañana, comprometiéndose en la renovación del mundo a la luz del plan de Dios”.
Haciendo eco de ello, la Arquidiócesis de Barranquilla, consciente de la importancia del trabajo de los jóvenes y de la manera en que éste se ha venido desarrollando, plantea la posibilidad de retomar ese trabajo y enfocarlo dentro de unas nuevas estructuras de acción, garantizando con ello que todo el esfuerzo realizado fructifique en la transformación real de la vida de los jóvenes pero que, a su vez, realice una transformación en el tiempo de las estructuras sociales. Por ello, nace la propuesta del cambio de sentido de un trabajo individual y grupal, estático y cerrado, hacia un trabajo de equipo, abierto y en permanente movimiento.
Este estilo de trabajo realmente ha renovado las estructuras pastorales en general y del trabajo juvenil en particular, logrando un matiz diferente que permite promover un movimiento permanente para garantizar el dinamismo de las acciones, un dinamismo que en su lógica y cotidianidad va agrupando de una manera abundante las inquietudes de muchos jóvenes, con la posibilidad de que cada uno, desde su diferencia, se sienta importante y protagonista del trabajo que realiza, y que vea en ese trabajo la posibilidad de desarrollar con alegría y creatividad un cambio profundo en las estructuras que llevan la historia, logrando así no sólo el encuentro consigo mismo y con el sentido de su vida, sino que comprenda que a él y sólo a él se le ha confiado el futuro, y que esa confianza que el mismo Dios le ha entregado merece toda la responsabilidad en la respuesta. Una respuesta generosa en la que el joven encuentra su propia realización y experimenta que es el mismo Jesús quien ha venido a caminar a su lado. ¡Así lo hemos sentido!
* Administrador de Empresas – Especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos – Integrante de la Comisión Arquidiocesana de Jóvenes.
La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, ya nos decía que la Iglesia ve en la Juventud la constante renovación de la vida de la humanidad y descubre en ella un signo de sí misma: “La Iglesia es la verdadera juventud del mundo”.
Por ello, la juventud está llamada a: aportar una revitalización a la Iglesia, mantener fe en la vida, conservar su facultad de alegrarse con lo que comienza y reintroducir permanentemente en sus acciones el “sentido de la vida”. Frente a esto es importante, entonces, reconocer cuál ha sido el cumplimiento de esta definición entre los jóvenes del Atlántico.
Es así como hemos visto, a través de estos 75 años, que la juventud se ha mantenido en constante renovación y crecimiento, y trabajando mucho con la finalidad de llenar el vacío que le genera una inquietud básica, la misma inquietud que tenía el joven Agustín (San Agustín, el mismo que conocemos): “el encuentro de la verdad absoluta que le dé sentido a la vida”, y como no la halla, se acumula en él una gran carga de ansiedad y de vacío, los cuales trata de llenar con la búsqueda de sensaciones como las que brinda el alcohol, las drogas, el sexo sin responsabilidad, etc.
El trabajo de los grupos al quedar en eso -sólo trabajo de grupos cerrados-, no satisface o permite que el joven encuentre una relación dinámica con el otro que, a su vez, le permita una relación, también dinámica, con el mundo para experimentar la alegría de la libertad del reto frente a lo novedoso guiados, en esa búsqueda, por el siempre y eternamente joven, Jesucristo.
Hay que tener en cuenta que los jóvenes no sólo están llamados a recibir, sino a dar, y no porque les toque, sino porque tienen mucho que dar. Darle el rostro joven de Jesús a la Iglesia y al mundo, esa es la gran misión y ya lo decía sabiamente Juan Pablo II: “En los jóvenes de América Latina está la esperanza de la Iglesia”.
Pese a la manera en que se ha venido desarrollando el trabajo de los jóvenes, es imposible negar que en este trabajo el joven ha encontrado a Jesús, ese hombre alegre que siempre sale al encuentro del otro, que se hace el encontradizo, con la única finalidad de darle sentido a la vida, y que en esa manera de trabajar la juventud ha disfrutado los momentos del encuentro. Pero muchas veces no se ven los resultados por falta de una verdadera planeación visionaria que permita que el joven tome conciencia de la profundidad de la responsabilidad del trabajo que realiza y, principalmente, que se sienta protagonista de una historia de cambio en una sociedad que lo necesita precisamente como joven, joven que inyecte su dinamismo y su manera creativa y descomplicada de hacer las cosas. Aquí, toma vital importancia la descripción que trae el documento de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en su numeral 443, cuando dice: “Los jóvenes constituyen la gran mayoría de la población de América Latina y del Caribe. Representan un enorme potencial para el presente y el futuro de la Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes son sensibles a descubrir su vocación a ser amigos y discípulos de Cristo. Están llamados a ser centinelas del mañana, comprometiéndose en la renovación del mundo a la luz del plan de Dios”.
Haciendo eco de ello, la Arquidiócesis de Barranquilla, consciente de la importancia del trabajo de los jóvenes y de la manera en que éste se ha venido desarrollando, plantea la posibilidad de retomar ese trabajo y enfocarlo dentro de unas nuevas estructuras de acción, garantizando con ello que todo el esfuerzo realizado fructifique en la transformación real de la vida de los jóvenes pero que, a su vez, realice una transformación en el tiempo de las estructuras sociales. Por ello, nace la propuesta del cambio de sentido de un trabajo individual y grupal, estático y cerrado, hacia un trabajo de equipo, abierto y en permanente movimiento.
Este estilo de trabajo realmente ha renovado las estructuras pastorales en general y del trabajo juvenil en particular, logrando un matiz diferente que permite promover un movimiento permanente para garantizar el dinamismo de las acciones, un dinamismo que en su lógica y cotidianidad va agrupando de una manera abundante las inquietudes de muchos jóvenes, con la posibilidad de que cada uno, desde su diferencia, se sienta importante y protagonista del trabajo que realiza, y que vea en ese trabajo la posibilidad de desarrollar con alegría y creatividad un cambio profundo en las estructuras que llevan la historia, logrando así no sólo el encuentro consigo mismo y con el sentido de su vida, sino que comprenda que a él y sólo a él se le ha confiado el futuro, y que esa confianza que el mismo Dios le ha entregado merece toda la responsabilidad en la respuesta. Una respuesta generosa en la que el joven encuentra su propia realización y experimenta que es el mismo Jesús quien ha venido a caminar a su lado. ¡Así lo hemos sentido!
* Administrador de Empresas – Especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos – Integrante de la Comisión Arquidiocesana de Jóvenes.
EL RINCON DE PABLITO
ÁNGELES SOMOS Y VINIMOS DEL CIELO
¡Hola amiguitos!
Fueron muchas las emociones que se vivieron durante la celebración del acto central del Jubileo de los Niños en el estadio Elías Chewing, el lunes 5 de noviembre desde las 2 de la tarde.
Todos los niños pudimos disfrutar de cada uno de los momentos que la Pastoral Infantil junto con el Despacho de la Primera Dama de Barranquilla organizaron con el fin de darnos un espacio de música, bailes, juegos y reconocimiento de los valores arquidiocesanos. Además, hubo muchos globos que adornaron el estadio y algodón de azúcar que nos dieron para comer mientras observábamos la presentación de las danzas con alabanzas representadas por un grupo de niños de las unidades pastorales San Germán y San Carlos Borromeo.
En la tarde de ‘Angelitos por la Paz’ compartimos y nos encontramos vestidos de blanco para mostrar la pureza de nuestras almas y el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.
Los niños y las niñas quedamos muy satisfechos al participar en familia y con alegría de esta gran fiesta junto con el padre Álvaro García Zapata, Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Barranquilla; la doctora Ingrid de Hoenigsberg, Primera Dama del Distrito; Angie De la Cruz, Reina del Carnaval de Barranquilla 2008; José Cassiani Muñoz, Rey Momo del Carnaval; los reyes del Carnaval de los Niños 2008 y, por supuesto, todos los integrantes de la Comisión de Pastoral Infantil que trabajaron durante mucho tiempo para brindarle a los niños del Atlántico una excelente celebración.
LITURGIA DE LA PALABRA
Continuemos estudiando las partes de la Liturgia de la Palabra. Después que el sacerdote proclama el Evangelio, todos nos sentamos a escucharlo. A esto se le llama ‘homilía’. Él, nos orienta y comparte con todos los que participamos en la Eucaristía el mensaje de Dios.
Terminada la homilía, profesamos nuestra fe. ¿Cómo así? Todos decimos públicamente que creemos en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Finaliza la Liturgia de la Palabra con la ‘Oración de los fieles’, en ella oramos los unos por los otros.
Antes de despedirme, quiero invitarlos al gran cierre del Año Jubilar… Dile a tus papitos para que se animen a ir el 24 de noviembre, a las 3 de la tarde, al Estadio Metropolitano. Juntos daremos gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas durante este año.
¡Nos vemos!
viernes, noviembre 02, 2007
NUESTRA PORTADA
¿CUÁNTO VALE LA VIDA DE UN NIÑO?
Trabajar en beneficio de los niños es asegurarnos el ahorro de millonarios recursos con los que tendríamos que reeducar a miles de adultos.
NIÑOS, DEPORTISTAS Y TRABAJADORES DE LA JUSTICIA, ANUNCIAN CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR
En los primeros días de noviembre se estarán realizando los jubileos de los niños, los deportistas y los trabajadores de la justicia.
RECLAME AFICHE
Únase a esta voz de protesta pacífica colocando en un lugar visible el afiche que acompaña esta edición.
En los primeros días de noviembre se estarán realizando los jubileos de los niños, los deportistas y los trabajadores de la justicia.
RECLAME AFICHE
Únase a esta voz de protesta pacífica colocando en un lugar visible el afiche que acompaña esta edición.
LA VIDA, PRESENTE EN APARECIDA
Después de la Sagrada Escritura existen un sinnúmero de enseñanzas que produce la Iglesia a lo largo de su caminar en la historia. Dichas enseñanzas hoy las encontramos a la mano pues han sido consignadas en diferentes documentos tales como encíclicas, exhortaciones y compendios elaborados de acuerdo al objetivo de encuentros episcopales. Sin embargo, al igual que son muchos los documentos que nos ofrece el Magisterio de la Iglesia para el fortalecimiento de nuestra fe, también es inmenso el número de católicos que los desconocen.
En esta oportunidad queremos abordar el último acontecimiento eclesial a nivel continental realizado en el Santuario Mariano de Aparecida, Brasil; más bien queremos tomar de él algo fundamental para todos los creyentes y que, como discípulos misioneros de Jesús, no puede pasar desapercibido en nuestro corazón, queremos acercarnos al documento fruto de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe para recordar la importancia de “la Vida”.
Desde la preparación de este gran encuentro resonó mucho la frase: “Para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Pero, ¿por qué? ¿Cuál sería el afán de nuestros pastores al tratar este tema? Analicemos un poco. Al hablar de vida no sólo podemos referirnos a la humana, también debemos mirar las plantas, animales, y todos esos elementos que nos permiten subsistir: agua, tierra, sol. Desafortunadamente el consumismo, el libertinaje, el obtener todo fácil, el querer estar cómodo ha atentado contra esa vida que Jesucristo quiere para nosotros. Prácticas como aborto, eutanasia, caza de animales desenfrenada, tala de árboles nos alejan de la vida, nos llevan a la muerte.
El vivir no implica sólo existir, sino cuidar, crear, gozar, sufrir. Jesucristo venció la muerte para darnos a todos vida, entonces ¿qué sentido tiene que la destruyamos? Como discípulos misioneros de Jesús debemos escuchar su Palabra y atender sus enseñanzas. Él nos ofrece vida y en abundancia, Él mismo es vida. Sigámoslo, defendamos la vida, ¡seamos hermanos!
“Alabemos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas. Alabemos a Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo por la muerte de Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la Eucaristía, pan de vida”. (Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado y del Caribe, num. 106).
En esta oportunidad queremos abordar el último acontecimiento eclesial a nivel continental realizado en el Santuario Mariano de Aparecida, Brasil; más bien queremos tomar de él algo fundamental para todos los creyentes y que, como discípulos misioneros de Jesús, no puede pasar desapercibido en nuestro corazón, queremos acercarnos al documento fruto de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe para recordar la importancia de “la Vida”.
Desde la preparación de este gran encuentro resonó mucho la frase: “Para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Pero, ¿por qué? ¿Cuál sería el afán de nuestros pastores al tratar este tema? Analicemos un poco. Al hablar de vida no sólo podemos referirnos a la humana, también debemos mirar las plantas, animales, y todos esos elementos que nos permiten subsistir: agua, tierra, sol. Desafortunadamente el consumismo, el libertinaje, el obtener todo fácil, el querer estar cómodo ha atentado contra esa vida que Jesucristo quiere para nosotros. Prácticas como aborto, eutanasia, caza de animales desenfrenada, tala de árboles nos alejan de la vida, nos llevan a la muerte.
El vivir no implica sólo existir, sino cuidar, crear, gozar, sufrir. Jesucristo venció la muerte para darnos a todos vida, entonces ¿qué sentido tiene que la destruyamos? Como discípulos misioneros de Jesús debemos escuchar su Palabra y atender sus enseñanzas. Él nos ofrece vida y en abundancia, Él mismo es vida. Sigámoslo, defendamos la vida, ¡seamos hermanos!
“Alabemos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas. Alabemos a Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo por la muerte de Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la Eucaristía, pan de vida”. (Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado y del Caribe, num. 106).
NO ES LO MISMO MUERTE DIGNA QUE EUTANASIA
En días pasados, la Conferencia Episcopal de Colombia se pronunció, a través de su presidente, el Arzobispo Luis Augusto Castro Quiroga, sobre el proyecto de ley estatutaria o5 de 2007 que pretende la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido. Trascribimos a continuación el texto del comunicado.
1. VIVIR DIGNAMENTE Y MORIR DIGNAMENTE
La vida humana es un bien superior y un derecho inalienable que no puede estar al arbitrio de la decisión de otros, ni de la de uno mismo. Todo ser humano tiene derecho a una vida digna que le permita realizarse como tal y buscar su propia felicidad. El sentido de la dignidad humana implica la búsqueda y el desarrollo de las condiciones físicas, psicológicas, espirituales y morales propias de la persona humana. La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que -quiérase o no, guste o no- constituye el horizonte natural del proceso vital. Morir dignamente no puede entenderse como el derecho de terminar con la vida de acuerdo a condiciones propicias creadas artificialmente por los servicios médicos o por un equivocado sentimiento de misericordia con el enfermo. El verdadero sentido de la muerte digna está en la conclusión natural del proceso vital en condiciones humanas de asistencia médica, familiar y espiritual.
2. VALOR HUMANO DEL SUFRIMIENTO Y DEL DOLOR
Muchos creen que la dignidad humana se degrada por el hecho del sufrimiento y del dolor. Esta es una manera parcial de mirar a la persona que sabe que el dolor y el sufrimiento son parte integrante de su existencia, del cual no puede huir sino asumirlo y vivirlo como un valor fundamental. El dolor y el sufrimiento no son obstáculos para la vida del ser humano, por el contrario, la experiencia de todos los seres humanos nos dice que esta realidad es parte integrante de la persona considerada en su integridad y totalidad. Tener dolor no significa sin más carecer de dignidad, es la gran oportunidad de reconocer la fragilidad humana y el natural desafío a superarla. La dignidad de un ser humano no entra en conflicto con la propia naturaleza, de tal manera que, envejecer, padecer y morir no son fenómenos que degraden la dignidad de un ser humano.
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Lee el final de este artículo en la edición 172 de Kairós.
La vida humana es un bien superior y un derecho inalienable que no puede estar al arbitrio de la decisión de otros, ni de la de uno mismo. Todo ser humano tiene derecho a una vida digna que le permita realizarse como tal y buscar su propia felicidad. El sentido de la dignidad humana implica la búsqueda y el desarrollo de las condiciones físicas, psicológicas, espirituales y morales propias de la persona humana. La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que -quiérase o no, guste o no- constituye el horizonte natural del proceso vital. Morir dignamente no puede entenderse como el derecho de terminar con la vida de acuerdo a condiciones propicias creadas artificialmente por los servicios médicos o por un equivocado sentimiento de misericordia con el enfermo. El verdadero sentido de la muerte digna está en la conclusión natural del proceso vital en condiciones humanas de asistencia médica, familiar y espiritual.
2. VALOR HUMANO DEL SUFRIMIENTO Y DEL DOLOR
Muchos creen que la dignidad humana se degrada por el hecho del sufrimiento y del dolor. Esta es una manera parcial de mirar a la persona que sabe que el dolor y el sufrimiento son parte integrante de su existencia, del cual no puede huir sino asumirlo y vivirlo como un valor fundamental. El dolor y el sufrimiento no son obstáculos para la vida del ser humano, por el contrario, la experiencia de todos los seres humanos nos dice que esta realidad es parte integrante de la persona considerada en su integridad y totalidad. Tener dolor no significa sin más carecer de dignidad, es la gran oportunidad de reconocer la fragilidad humana y el natural desafío a superarla. La dignidad de un ser humano no entra en conflicto con la propia naturaleza, de tal manera que, envejecer, padecer y morir no son fenómenos que degraden la dignidad de un ser humano.
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