Por: Jaynes De Jesús Hernández Natera*
Dios nos quiere santas (1 Tes. 4,3) esta es su voluntad y nos invita, a todas sin excepción, para responder a su AMOR, amándole con todo nuestro corazón, alma y mente, sin miedo a abrir las puertas de nuestro yo a Cristo e iluminadas por la luz del Espíritu Santo; creciendo cada día en nuestra vida espiritual por la oración y la profunda e íntima unión con Dios.
Uno de los temas favoritos de las mujeres es hablar de la moda, ya sea la última dieta, la última tendencia en el vestir, en el peinado, los adornos para la casa, etc. Hay alegría al conseguir lo deseado, así sea a crédito, porque se tuvo disposición y perseverancia para adquirir lo efímero, lo que siempre pasa. Mientras que por la vocación a la santidad, que es permanente y siempre contemporánea, nos falta esfuerzo, empezando porque muchas mujeres y hombres aún no saben que han sido llamados a la santidad y a otros se les olvidó -y este es el grano de arena que podemos colocar al rodar la noticia de igual manera que cuando sabemos que hay promoción en un almacén, o que nos funcionó una dieta-. Hay que ser creativas usando: el internet, celular, fotocopia, un mensajito cualquiera.
Ser santa o santo no se puede llegar sin querer, es un reto vivir ese llamado de Dios que se nos ha dado por la gracia bautismal y que nos lleva a ser la presencia viva de Cristo, para irradiarlo entre nuestros hermanos, contagiándolos para que sigan las huellas al vivir cada instante con una fe plena, la esperanza firme y una ardiente caridad, con humildad, paciencia y gentileza; no importando el oficio o labor que realizamos, sin distinción de posición social, ni de estado civil. Ser santo es gozarse el hacer la voluntad de Dios.
Al diezmar alegres parte de nuestro tiempo -en la oración por ejemplo- se junta el cielo con el interior de nuestra alma y, de esa manera, empezamos a subir los peldaños de la escalera que lleva al cielo; aún mejor si se une el vivir y el orar en una sinfonía, porque nada hacemos si oramos una o dos horas diarias y el resto del día nos olvidamos que somos “hijas de Dios”.
Al ofrecer diariamente a Dios el trabajo o el estudio nos convertimos en creyentes que viven en la bondad y gozan de lo bello de la santificación, en lo ordinario alimentando nuestro espíritu en la Eucaristía y en la Palabra de Dios; sin descuidar el sacramento de la reconciliación que nos mantiene en una íntima amistad con Dios, la Iglesia, con nosotros mismos y con la comunidad.
La oración y la acción en obediencia es impulsada por el Espíritu Santo, y Dios nos premia dándonos fuerzas en nuestra debilidad. Son muchas cosas las que nos hacen solidarias con nuestras amigas, familiares y conocidos; siempre hay alguien en espera de un abrazo, de un apretón de mano, de saber que es amado por Dios y necesita que le demos del amor que nos dio Él primero. ¡Cuanto amamos, cuanto nos será perdonado!, ¡Qué rico es amar, abrazar en nombre de Cristo al Cristo que hay dentro de cada uno de nuestros semejantes!.
En la libertad Dios nos llama a todos a la vocación universal, a la santidad, y nuestra decisión es escoger la vocación específica, ya sea la vida consagrada, como laicas casadas, viudas o solteras con compromiso cristiano. Él nos llama desde el seno materno, aún en su pensamiento estamos antes de nacer.
Queridas amigas, la santidad, ¡no pasa de moda!, intentemos revestirnos de Cristo, vivir como Él, hablar y amar como Él. Muchos en el cielo ya gozan de la gloria de ser santos; de ellos podemos aprender leyendo cómo vivieron amando al prójimo o a través de sus escritos. En mi vida me han marcado los escritos de San Josemaría Escrivá de Balaguer, San Francisco de Sales, San Pío de Pietrelcina, Santa Teresa de Lisieux, San Luis María de Montfort, los escritos de Juan Pablo II, del Beato Juan XXIII, entre otros más.
Ser santa es una moda permanente. Anímate a renovar como bautizada a responder al llamado con un sí e iniciando el nacimiento espiritual a la santidad, con un padre que es Dios y una madre que es María, y la amistad de la comunión de los santos que nos animan y apoyan desde el cielo. ¡Sí se puede hacer de la vida una hostia santa, limpia, pura y agradable a Dios!, como nos dice Pablo en Romanos 12, 1. Atrévete hablar del llamado de Dios para vivir en plenitud la vida cristiana y el perfeccionamiento del amor, no es una estrella inalcanzable, tan sólo alcanzar trazos de su luz nos cambia la vida.
* Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Pastoral Vocacional.
jaynesher@hotmail.com