Hace dos mil años atrás el Señor Jesús, después de resucitar, encargó a sus discípulos la misión de propagar por el mundo entero su palabra y su mensaje de salvación. Ellos, convencidos que pregonaban no simplemente un mensaje sino a una persona, se pusieron en la tarea de evangelizar las ciudades y los pueblos a donde llegaban. Iban con la convicción de proponer no una doctrina, como muchas de las que existían en su época y cultura impregnada de la fuerza racional de la filosofía griega, sino un modelo de vida fundamentado en la persona misma de Jesús. Desde esa perspectiva no miraban si “ganaban adeptos” a fuerza de convicción racional, sino si el poder de su propia experiencia vital arrancaba a los hombres de un estilo de vida basado en principios materialistas y los colocaban a mirar la vida con unos ojos totalmente nuevos. Esa evangelización iba encaminada a modificar el modo de pensar y de sentir que hasta ese momento los hombres de su época llevaban.
Desde aquellos años la Iglesia ha evangelizado con la serena certeza de hacer únicamente aquello que su Maestro y Señor le ha encargado, no con espíritu competitivo sino desde la fuerza de la verdad. Esa convicción es la que nos mueve hoy a continuar, sin desanimarnos, la tarea delegada por parte de nuestro Salvador. Creemos que dos mil años de historia, en medio de tormentas y dolores, son la mayor prueba que tenemos un Espíritu que anima permanentemente nuestro proceso de evangelización en el mundo.
Las rivalidades que suelen resaltar las encuestas de los medios de comunicación cuando afirman, con desconocimiento de la historia, que el catolicismo ha ido en decadencia para dar paso al sin número de sectas que han entrado en el escenario, tienen como finalidad equívoca hacernos pensar que competimos y que somos uno de los tanto miles de grupos de cristianos que hay en el mundo entero luchando por mantener en su redil las ovejas del Señor. No somos una vitrina que exponga al público modelos esnobistas que encanten por su presentación conceptual, sino una comunidad que erige su vida desde la fuerza de la verdad, pero una verdad que es más existencial que epistemológica.
Esa idea ha movido todos estos años el proceso de evangelización de la Iglesia de Barranquilla en el Atlántico, que ha pregonado vitalmente que Jesús está vivo y sigue animando a sus fieles para que permanezcan en el amor de Dios. No tenemos un estante para proponer opciones que puedan elegirse desde las propias necesidades, sino que lo nuestro sigue siendo la oferta de Dios para sus hijos.
Esta es nuestra comunidad eclesial; en ella es donde el Señor Jesús sigue gestando sacerdotes, religiosas, misioneros laicos que han comprendido que cada uno tiene una enorme responsabilidad de hacer creíble su amor y su misericordia. A partir de esa experiencia de nueva evangelización, no en sus contenidos porque el mensaje sigue intacto en medio de la veleidad del corazón que se entusiasma más con el empaque que con la esencia, nuestra Iglesia arquidiocesana continúa pregonando una palabra esperanzadora, que convierte el corazón de los hijos a los padres y el corazón de todos hacia Dios. Así mismo, esa palabra da forma a la comunidad para que todos seamos y nos portemos realmente como lo que somos: redimidos por Cristo.
No vemos como una amenaza competitiva a quienes pregonan a Jesucristo. Lo nuestro es la Iglesia del Señor que no compite sino que evangeliza desde la convicción que el mismo Salvador ha hecho anidar en el corazón. Es por ello que estamos seguros de continuar construyendo una Iglesia cada vez más vital, más rejuvenecida, arraigada en el amor a Dios y al hombre. Si bien aún es mucho lo que hace falta para que el Evangelio impregne todos los ambientes de nuestra Arquidiócesis, vemos con gozo cómo lentamente la voz de Dios se va escuchando en cada rincón del Departamento. Es así como descubrimos que lo nuestro no está fundamentado en una fe emotiva, sino construida en el sólido fundamento de los principios del Evangelio que permanecen incólumes en medio de las dificultades de cotidianas de la existencia.
Este “año jubilar arquidiocesano” que culmina es la expresión viva de una feligresía que crece en la fraternidad, que ha reconocido el perdón de Dios y su bendición cada momento de la vida, que ha aprendido a amar, a respetar y colaborar a sus pastores en el proceso de evangelización entendiendo que es entre todos como podemos poner a navegar esta gran embarcación en la que vamos montados. Vamos, poco a poco, cambiando la mentalidad de una Iglesia exclusivamente jerárquica y un rebaño pasivo que sólo se dedica a escuchar. La evangelización hoy la realizamos entre todos, desde el compromiso y consagración hecha en nuestro bautismo para ser sacerdotes, profetas y reyes. Hoy no somos solamente discípulos sino, además, misioneros del Reino de Dios. Nuestra Iglesia arquidiocesana vibra y se renueva. Hoy contamos no solamente con un buen número de bautizados, sino con agentes que se van formando a los pies del Maestro para predicar su Palabra.
* Párroco de las unidades pastorales San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.
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