AL LADO DE LOS MÁS DÉBILES
Continuamos con la segunda parte de la reflexión histórica sobre el acompañamiento que a los más necesitados ha hecho la Conferencia Episcopal de Colombia a lo largo de estos 100 años.
Por JAVIER DARÍO RESTREPO*
LA PROPIEDAD
Se lee en la pastoral de 1940: “La propiedad privada individual es, para el hombre, de derecho natural, pero del hecho de que sea legítima no se puede concluir que le sea permitido al propietario encerrarse en el goce egoísta de sus bienes; la propiedad tiene una función social.”
En 1958, la Conferencia Episcopal de Colombia reiteró su defensa de la propiedad privada y de su carácter social: “tiene que ser usada en forma tal que de ella se beneficie la sociedad entera.” Los obispos comentaron las tensiones que hicieron crisis a comienzos de 1971, atribuyéndolas al desempleo masivo y a los problemas de subdesarrollo, marginalidad y dependencia y a la “actual distribución del ingreso y de la propiedad.”
En una declaración conocida el cinco de marzo de ese año, afirmaron con énfasis que sólo hay verdadera democracia económica cuando su estructura “hace posible en la práctica el acceso de todos a la propiedad.”
LOS SINDICATOS
Los sindicatos, que siempre fueron la piedra en el zapato de los empresarios, los gobiernos y los medios de comunicación, recibieron sin embargo el estímulo de las conferencias episcopales. Ya en 1940, en una extensa pastoral del 17 de abril, escribieron los obispos: “debe haber sindicatos de trabajadores y obreros, pero también los debe haber de patronos.” Para los obispos era tan inicuo el obrero solo e indefenso como el patrono aislado.
Esa curiosa propuesta desapareció en la pastoral del 11 de febrero de 1955 en que insistieron “el derecho de los trabajadores a organizarse y defender sus intereses.” Pero en esta ocasión apareció un elemento nuevo. Al condenar la Confederación Nacional de Trabajadores, CNT, que “había reaccionado contra el influjo de la Iglesia en los sindicatos” los obispos sentenciaron: “tanto en el orden social, como en el económico, están sometidos a nuestro supremo juicio, pues Dios nos confió el depósito de la verdad.”
En una nueva pastoral, el 19 de febrero de 1958, agregaron: “que los sindicatos en que toman parte los católicos sean integrados por católicos.” Fue un confesionalismo sindical explicable dentro de la lucha anticomunista que por esos años inspiró la creación de la UTC.
Esa cruzada contra el comunismo y contra todo lo que se le pareciera, tuvo una gran semejanza con la que, en su momento, sostuvo el episcopado contra el liberalismo: “el socialismo, fuente envenenada de donde brota el comunismo”, escribieron el 11 de febrero de 1955. Citando al Papa León XIII señalaron al socialismo como “incompatible con el catolicismo.” Y al Frente Democrático de Liberación Nacional que entonces daba sus primeros pasos, como una artimaña “para atraer al socialismo a los trabajadores, para incorporarlos después al comunismo.” Con la misma severidad condenaron en el mismo documento “el moderno sistema llamado justicialismo, “contrario a las enseñanzas de la Iglesia… la justicia social que el justicialismo quiere implantar, no es la del evangelio sino la que sirve para ensalzar a un hombre y afirmarlo en el poder.”
LA LUCHA DE LAS IDEAS
La cuestión social adquirió, con los años, nuevas formas para las que el episcopado aportó sus propias respuestas.
A mediados de la década de los 60 y comienzos de los 70, la agenda de la conferencia fue ocupada por una diversidad agobiante de hechos y de temas, todos urgentes: había terminado el Concilio Vaticano II y la Iglesia se disponía a incorporar a su vida todo su aire de renovación; en Colombia se agregó por esos años el impacto del discurso y de la acción del sacerdote Camilo Torres al ingresar a la guerrilla; la encíclica Populorum Progressio, tomada como plataforma ideológica, impulsó al grupo sacerdotal de Golconda, en un movimiento de rebelión que buscaba una respuesta a los deberes sociales de la Iglesia; simultáneamente aparecieron los primeros enunciados de la Teología de la Liberación en el continente y se reunió en Medellín la Conferencia latinoamericana de obispos. Instalada por el Papa Pablo VI, al final del Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Bogotá.
Fue un período de agitación en el que la Conferencia mantuvo el talante reflexivo y orientador que mostró en documentos como el de su XXXII Asamblea Plenaria de 1976 en el que denunció el “contexto radicalizado” de grupos de sacerdotes y de laicos que “propagan doctrinas erróneas” y “llegan al extremo de desfigurar esencialmente la persona de Cristo”, y “crean un tipo inaceptable de pastoral evangelizadora social, con prescindencia de la jerarquía.”
En el mismo documento condenó la “síntesis entre cristianismo y marxismo”. Fue una extensa pastoral dedicada a la defensa de la doctrina social de la Iglesia y a rechazar sus desviaciones. Allí conminó a los sacerdotes que “se comprometen en su trabajo evangélico con los pobres”, a “reflexionar y revisar su posición,” en el caso de los que “difunden las ideas que hemos denunciado como erróneas.” Había aparecido la Teología de la Liberación.
COLOMBIA ES DIFERENTE
Cuando en 1958 la Conferencia anotó que “el capitalismo contemplado por los Sumos Pontífices no existe en Colombia con los mismos caracteres,” trazó una línea que singulariza al episcopado colombiano a través del tiempo. En esa pastoral admitieron los obispos que “sería injusto y, además nocivo, aplicar a nuestras industrias colombianas las requisitorias “que los Papas han hecho contra el capitalismo voraz y opresor.”
Diez años después y como comentario a los documentos previos a la Conferencia Episcopal de Medellín, los obispos colombianos presentaron a los demás episcopados del continente, su propia posición frente a una descripción que juzgaron pesimista y apocalíptica, porque se concentraba en los puntos negativos de la situación social de América Latina, y no dejaba espacio para la esperanza. Esa descripción, agregaron, llevaba a conclusiones precipitadas al cargar las culpas sobre los empresarios latinoamericanos y olvidaba las responsabilidades del comercio internacional. “Es una imagen unilateral de nuestra realidad,” apuntaron al reclamar, como omisiones del documento en estudio, la caridad, que es “un factor esencial en la tarea social;” las condiciones de convivencia creadas por la Iglesia en casi todos los países,” y los factores de unidad que la Iglesia ha impulsado, que si no hubiesen existido o desaparecieran “no podemos imaginar lo que sería el grado de disolución continental.” Como en 1958, la de Colombia era una Conferencia con una mirada diferente.…
APRENDIENDO DE LA GUERRA
El conflicto social y político que ha desangrado a Colombia durante los últimos 45 años, le permitió a la Iglesia evaluar y transformar su tarea evangelizadora. La prolongada guerra interna, el ejercicio pastoral en contacto con las más variadas y atroces formas de violencia, la necesidad de aportar soluciones concretas, revelaron la persistencia de la injusticia social, como una de las raíces de la guerra.
En la carta colectiva de 1994, Pastoral para la Paz, el episcopado compartió su visión del conflicto con un país que se familiarizaba, a pesar suyo, con el estruendo de las armas: Pacificar no es hacer la guerra y ganarla, sino eliminar sus causas, hacer la paz implica hacer desarrollo social; el ideal es una sociedad más justa, pero para llegar a ella se necesita una salida negociada del conflicto. Lo dijeron así en cartas pastorales, en ruedas de prensa, en predicaciones y escritos.
En ese nuevo lenguaje, la catástrofe social no se explicaba con la fórmula tradicional del abandono de los valores cristianos o de los mandamientos de la ley de Dios, o del olvido del temor de Dios. Del lenguaje abstracto de antes, el discurso episcopal pasó a lo concreto: ayudar a construir un nuevo concepto de Estado, crear una voluntad de respaldo a la paz, apoyar el crecimiento de una democracia de participación. Las virtudes tradicionales en el lenguaje episcopal aparecían como fondo de nuevas expresiones: solidaridad, tolerancia, responsabilidad social, imparcialidad en el servicio de la cosa pública, tutela de los derechos humanos, transparencia y veracidad.
Observa el historiador Ricardo Arias: “es una Iglesia que dejó atrás sus intereses particulares, sus temores frente al materialismo ateo y entendió que sin cambios profundos los problemas de la sociedad colombiana no tendrán solución.”
De esos cambios venían hablando los obispos desde decenios: reforma agraria, reforma urbana, reforma de las empresas, deberes sociales de la propiedad, y sobre ellos vuelve a hablar, incansable y terca como los profetas y, como ellos, con un lenguaje cada vez más fuerte y concreto, como el que el país le reconoce en los días que corren.
*Autor invitado – Periodista, escritor y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano – comunicacionespec@yahoo.com – comunicacionsocial@cec.org.co
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