En Bogotá, del 5 al 9 de febrero, se reunieron en asamblea plenaria los Obispos de nuestro país para reflexionar sobre diversos temas de interés nacional. Transcribimos a continuación el mensaje final de la reunión que emitió el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, Arzobispo de Tunja.
Los Obispos de la Iglesia Católica en Colombia, reunidos en la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria, para tratar el tema de la “Acción Misionera de la Iglesia”, nos dirigimos a todos los colombianos para expresarles que habiendo recibido la Palabra de Dios que nos presenta a Jesucristo como el Misionero del Padre, Él nos envía al mundo para proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación. Nuestra vocación de discípulos de Jesús se convierte en misión de pastorear el rebaño a nosotros encomendado con el compromiso de responder a los desafíos de la realidad nacional.
Pensando en una Colombia que ha dado positivos pasos en el camino del progreso, que tiene razones objetivas para la esperanza pero que anhela la paz, los Obispos unimos nuestras voces en un solo llamado: ¡Reconciliación!, con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación. Desde la reconciliación como propósito y principio, leemos y acompañamos el caminar del pueblo colombiano, para que las víctimas, los victimarios y la sociedad en general conozcan la experiencia profunda del perdón, de manera que se instaure un escenario de paz que denote más que la simple ausencia de guerra, la “plenitud de vida”, vida digna y en abundancia para todos (Juan 10,10)
La mentira es una de las causas de todo conflicto y principal obstáculo a cualquier esfuerzo de negociación política. Es necesario adentrarnos en el camino de la verdad para re-dignificar a las víctimas, actores centrales de la reconciliación y poseedoras privilegiadas de la gracia del perdón, que sólo puede y debe nacer en ellas si queremos romper el ciclo del rencor, del resentimiento y de la venganza que en ocasiones se convierten en una carga imposible de llevar. Verdad para cerrar las heridas provocadas por la violencia, de manera que exista en quienes han causado daño, un reconocimiento sincero del pecado cometido al atentar contra la vida y la libertad de otros hermanos, como paso necesario para el encuentro con la paz.
En estos tiempos en los que unos y otros se acusan por la denominada “para-política” y por su pasado violento, nosotros los Obispos pedimos a todos la calma, y sin dejar de buscar y decir la verdad, los llamamos a atender también otros problemas que afectan a Colombia. Los intereses proselitistas por encima de los del país confunden a la opinión y conducen al caos. El país reclama incesantes actos de verdad en las esferas políticas nacionales, departamentales y locales, por encima de los intereses partidistas, con el propósito de frenar la corrupción y purificar las instituciones democráticas, de manera que éstas sean una respuesta efectiva a las demandas ciudadanas de inclusión, participación y justicia social.
Escuchamos un lamento en nuestras comunidades: Las instituciones, el Legislativo, el Ejecutivo, la Administración de Justicia, la Corte Constitucional, las Fuerzas Armadas y los Organismos de control, evidencian una grave crisis. Porque estamos con la institucionalidad, todo ello nos duele y preocupa. Animamos los esfuerzos que se adelantan por develar los hechos que han restado legitimidad a las instituciones del Estado y por diseñar e implementar los correctivos pertinentes.
Exigimos verdad también para clarificar los signos de una sistemática persecución desde diversos sectores, grupos y personas hacia los valores que la Iglesia defiende, que nacen del Evangelio y tienen sustento en el respeto por la vida, la dignidad humana y la familia.
Llamamos a los medios de comunicación para que aporten a la construcción de una sociedad que se precie de la verdad. Ello requiere obrar con honestidad y equidad. Seguiremos nuestro compromiso de valorar a los comunicadores como portadores de noticias que construyan una nueva patria y los acompañaremos para que utilicen los medios con sentido humano como valor central. Los invitamos a aportarle al país debates serenos, sin encender hogueras.
Reconocemos los esfuerzos gubernamentales por ampliar la cobertura en la educación. Sin embargo, las dinámicas globalizadoras imponen superiores niveles de calidad. Animamos la educación para la conciencia y la paz en la familia, en la escuela y en los diversos espacios de la Iglesia y la sociedad. El llamado a la reconciliación comprende, a su vez, un esfuerzo nacional por establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad.
Las cifras revelan un crecimiento de la economía, sin embargo constatamos con dolor que se agudiza la pobreza. Llamamos a la banca, a la industria y a los gremios, a que no olviden que la economía debe estar al servicio del hombre, y orientada a la solución de los problemas del desempleo, a la erradicación del hambre y a la satisfacción de las necesidades del pueblo. Llamamos a todos en el país a no olvidar a los campesinos, que no encuentran suficientes alicientes para permanecer en el campo, y a los desplazados, que no encuentran ni razones ni condiciones para volver a sus tierras. Las minorías étnicas esperan que su dignidad de personas y sus espacios de autonomía sean mayormente respetados, y que se les brinde el apoyo requerido para la participación debida en la vida pública y para la construcción de su propio proyecto de vida.
El conflicto armado, cuyas causas no son enfrentadas en su integralidad, sigue golpeando a amplios sectores de la población; sus actores amenazan a la institucionalidad y extorsionan a la sociedad.
Los Obispos en Colombia sentimos que pesa sobre nuestra conciencia la destrucción de los hermanos que injustamente permanecen privados de su libertad, sometidos al secuestro. No acallaremos nuestra voz, ni cejaremos en nuestros esfuerzos hasta tanto el Gobierno Nacional y las FARC–EP posibiliten a través de un acuerdo humanitario la libertad de todos ellos. Abogaremos por otros acuerdos humanitarios que conduzcan a la erradicación en Colombia del secuestro extorsivo, de las minas antipersonal, de la agresión de la sociedad civil, del desplazamiento.
Estamos dispuestos a acompañar todos los procesos que conduzcan a la construcción de una Colombia reconciliada y en paz. Exhortamos a las FARC a facilitar espacios para la negociación y para el diálogo. Expresamos nuestra voz de ánimo al proceso que se adelanta entre el Gobierno Nacional y el ELN e invitamos a los desmovilizados de los grupos de autodefensa a proseguir con valentía y transparencia el proceso iniciado, siendo coherentes con el compromiso de aportar a la verdad, a la justicia y a la reparación. Denunciamos con preocupación y rechazamos la configuración de grupos armados emergentes. Mantendremos un compromiso de apoyo irrestricto a las víctimas y las acompañaremos en la defensa de sus derechos a la reparación y a la memoria, pero animando a la grandeza del perdón. Los que vivían de los cultivos ilícitos son objeto de la persecución del Estado, no obstante, el narcotráfico sigue siendo el combustible de la corrupción y de la confrontación armada y causa de muchos males del país.
La Iglesia, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, reconociendo nuestras limitaciones y falencias, nos comprometemos a hacer sentir nuestra voz profética que denuncia la mentira y la corrupción y que anuncia la verdad, que no es otra cosa que la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, la dignidad de las personas, la igualdad de oportunidades y la honestidad para construir entre todos un país en el que todos quepamos y en el que no haya marginados. La Iglesia seguirá anunciando un mensaje de esperanza y convoca a un acuerdo nacional por la paz y la reconciliación y a que cada uno dé su aporte para implementar un proyecto de nación en el que todos tengamos un espacio digno y unas posibilidades de realización como ciudadanos y como hijos de Dios.
Elevamos nuestra plegaria a Dios para que envíe su Espíritu y habite en el corazón de cada colombiano dándonos la fortaleza y la sabiduría para discernir los signos de vida y de muerte y tomar las decisiones para la construcción de una sociedad justa. Que María Santísima, Reina y madre de Colombia interceda por nosotros ante su Hijo, rico en misericordia y Señor de la Paz.
Bogotá, D.C., 9 de febrero de 2007
+ LUIS AUGUSTO CASTRO QUIROGA
Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal
Los Obispos de la Iglesia Católica en Colombia, reunidos en la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria, para tratar el tema de la “Acción Misionera de la Iglesia”, nos dirigimos a todos los colombianos para expresarles que habiendo recibido la Palabra de Dios que nos presenta a Jesucristo como el Misionero del Padre, Él nos envía al mundo para proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación. Nuestra vocación de discípulos de Jesús se convierte en misión de pastorear el rebaño a nosotros encomendado con el compromiso de responder a los desafíos de la realidad nacional.
Pensando en una Colombia que ha dado positivos pasos en el camino del progreso, que tiene razones objetivas para la esperanza pero que anhela la paz, los Obispos unimos nuestras voces en un solo llamado: ¡Reconciliación!, con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación. Desde la reconciliación como propósito y principio, leemos y acompañamos el caminar del pueblo colombiano, para que las víctimas, los victimarios y la sociedad en general conozcan la experiencia profunda del perdón, de manera que se instaure un escenario de paz que denote más que la simple ausencia de guerra, la “plenitud de vida”, vida digna y en abundancia para todos (Juan 10,10)
La mentira es una de las causas de todo conflicto y principal obstáculo a cualquier esfuerzo de negociación política. Es necesario adentrarnos en el camino de la verdad para re-dignificar a las víctimas, actores centrales de la reconciliación y poseedoras privilegiadas de la gracia del perdón, que sólo puede y debe nacer en ellas si queremos romper el ciclo del rencor, del resentimiento y de la venganza que en ocasiones se convierten en una carga imposible de llevar. Verdad para cerrar las heridas provocadas por la violencia, de manera que exista en quienes han causado daño, un reconocimiento sincero del pecado cometido al atentar contra la vida y la libertad de otros hermanos, como paso necesario para el encuentro con la paz.
En estos tiempos en los que unos y otros se acusan por la denominada “para-política” y por su pasado violento, nosotros los Obispos pedimos a todos la calma, y sin dejar de buscar y decir la verdad, los llamamos a atender también otros problemas que afectan a Colombia. Los intereses proselitistas por encima de los del país confunden a la opinión y conducen al caos. El país reclama incesantes actos de verdad en las esferas políticas nacionales, departamentales y locales, por encima de los intereses partidistas, con el propósito de frenar la corrupción y purificar las instituciones democráticas, de manera que éstas sean una respuesta efectiva a las demandas ciudadanas de inclusión, participación y justicia social.
Escuchamos un lamento en nuestras comunidades: Las instituciones, el Legislativo, el Ejecutivo, la Administración de Justicia, la Corte Constitucional, las Fuerzas Armadas y los Organismos de control, evidencian una grave crisis. Porque estamos con la institucionalidad, todo ello nos duele y preocupa. Animamos los esfuerzos que se adelantan por develar los hechos que han restado legitimidad a las instituciones del Estado y por diseñar e implementar los correctivos pertinentes.
Exigimos verdad también para clarificar los signos de una sistemática persecución desde diversos sectores, grupos y personas hacia los valores que la Iglesia defiende, que nacen del Evangelio y tienen sustento en el respeto por la vida, la dignidad humana y la familia.
Llamamos a los medios de comunicación para que aporten a la construcción de una sociedad que se precie de la verdad. Ello requiere obrar con honestidad y equidad. Seguiremos nuestro compromiso de valorar a los comunicadores como portadores de noticias que construyan una nueva patria y los acompañaremos para que utilicen los medios con sentido humano como valor central. Los invitamos a aportarle al país debates serenos, sin encender hogueras.
Reconocemos los esfuerzos gubernamentales por ampliar la cobertura en la educación. Sin embargo, las dinámicas globalizadoras imponen superiores niveles de calidad. Animamos la educación para la conciencia y la paz en la familia, en la escuela y en los diversos espacios de la Iglesia y la sociedad. El llamado a la reconciliación comprende, a su vez, un esfuerzo nacional por establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad.
Las cifras revelan un crecimiento de la economía, sin embargo constatamos con dolor que se agudiza la pobreza. Llamamos a la banca, a la industria y a los gremios, a que no olviden que la economía debe estar al servicio del hombre, y orientada a la solución de los problemas del desempleo, a la erradicación del hambre y a la satisfacción de las necesidades del pueblo. Llamamos a todos en el país a no olvidar a los campesinos, que no encuentran suficientes alicientes para permanecer en el campo, y a los desplazados, que no encuentran ni razones ni condiciones para volver a sus tierras. Las minorías étnicas esperan que su dignidad de personas y sus espacios de autonomía sean mayormente respetados, y que se les brinde el apoyo requerido para la participación debida en la vida pública y para la construcción de su propio proyecto de vida.
El conflicto armado, cuyas causas no son enfrentadas en su integralidad, sigue golpeando a amplios sectores de la población; sus actores amenazan a la institucionalidad y extorsionan a la sociedad.
Los Obispos en Colombia sentimos que pesa sobre nuestra conciencia la destrucción de los hermanos que injustamente permanecen privados de su libertad, sometidos al secuestro. No acallaremos nuestra voz, ni cejaremos en nuestros esfuerzos hasta tanto el Gobierno Nacional y las FARC–EP posibiliten a través de un acuerdo humanitario la libertad de todos ellos. Abogaremos por otros acuerdos humanitarios que conduzcan a la erradicación en Colombia del secuestro extorsivo, de las minas antipersonal, de la agresión de la sociedad civil, del desplazamiento.
Estamos dispuestos a acompañar todos los procesos que conduzcan a la construcción de una Colombia reconciliada y en paz. Exhortamos a las FARC a facilitar espacios para la negociación y para el diálogo. Expresamos nuestra voz de ánimo al proceso que se adelanta entre el Gobierno Nacional y el ELN e invitamos a los desmovilizados de los grupos de autodefensa a proseguir con valentía y transparencia el proceso iniciado, siendo coherentes con el compromiso de aportar a la verdad, a la justicia y a la reparación. Denunciamos con preocupación y rechazamos la configuración de grupos armados emergentes. Mantendremos un compromiso de apoyo irrestricto a las víctimas y las acompañaremos en la defensa de sus derechos a la reparación y a la memoria, pero animando a la grandeza del perdón. Los que vivían de los cultivos ilícitos son objeto de la persecución del Estado, no obstante, el narcotráfico sigue siendo el combustible de la corrupción y de la confrontación armada y causa de muchos males del país.
La Iglesia, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, reconociendo nuestras limitaciones y falencias, nos comprometemos a hacer sentir nuestra voz profética que denuncia la mentira y la corrupción y que anuncia la verdad, que no es otra cosa que la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, la dignidad de las personas, la igualdad de oportunidades y la honestidad para construir entre todos un país en el que todos quepamos y en el que no haya marginados. La Iglesia seguirá anunciando un mensaje de esperanza y convoca a un acuerdo nacional por la paz y la reconciliación y a que cada uno dé su aporte para implementar un proyecto de nación en el que todos tengamos un espacio digno y unas posibilidades de realización como ciudadanos y como hijos de Dios.
Elevamos nuestra plegaria a Dios para que envíe su Espíritu y habite en el corazón de cada colombiano dándonos la fortaleza y la sabiduría para discernir los signos de vida y de muerte y tomar las decisiones para la construcción de una sociedad justa. Que María Santísima, Reina y madre de Colombia interceda por nosotros ante su Hijo, rico en misericordia y Señor de la Paz.
Bogotá, D.C., 9 de febrero de 2007
+ LUIS AUGUSTO CASTRO QUIROGA
Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal
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