Esperar sin actuar es no confiar, puesto que la confianza plena en el Señor requiere el compromiso humano y no ser simples espectadores frente a la desintegración, al caos y la anarquía.
Se ha vuelto costumbre reaccionar sólo en los momentos cruciales de la vida. Sin embargo, es fácil quedar paralizados al pensar que ciertas situaciones nos superan, o creer que con un comentario ya están solucionadas.
Ejemplos como muertes selectivas, robos en los barrios, licor al conducir, niñas prepago, muertes macabras, letras de canciones obscenas y un sinnúmero de situaciones que atentan contra la familia y la comunidad en general exigen en todos un compromiso permanente, organizado, de tal manera que contrarreste la ola de confusión que a diario nos invade. Las iluminaciones momentáneas, intermitentes, efímeras se convierten en una pequeña pastillita frente a un inmenso mar que requiere un tratamiento que apunte al corazón.
Ninguna tarea que consigo lleve cosas buenas es fácil, todo lo bueno cuesta. Sin embargo, esas situaciones difíciles por lo general traen en nosotros desánimo, timidez o cobardía, y nos olvidamos que los acontecimientos por muy complicados que parezcan nos aprietan, pero también nos preparan para enfrentar momentos o circunstancias más difíciles y lo mejor nos hacen más fuertes.
Analicemos como la Sagrada Escritura nos orienta y nos indica cómo debe ser nuestro actuar ante las situaciones difíciles: San Pedro, en el capítulo 4 de su primera carta nos habla de las pruebas como fuentes de alegría, porque el cristiano no busca el dolor por el dolor; más bien lo asume como necesario acompañante de la limitación humana y lo transforma en instrumento redentor; Santiago nos complementa: “Consideren como alegría perfecta el estar rodeados de pruebas de todo género. Sepan que su fe, al ser probada, produce paciencia, y la paciencia, logrará su objetivo, de manera que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.” San Pablo en la carta a los Romanos es enfático: “Al manifestar que Dios nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas. Porque estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
Por último, tengamos en cuenta que para enfrentar cualquier situación una persona o varias de forma desorganizada son insuficiente, porque, o no se les presta atención o se constituyen en blanco fácil de eliminación. En cambio, cuando nos unimos de manera organizada y teniendo como cimiento la enseñanza de Nuestro Señor Jesús, hay mayor garantía de escucha y de producir en los demás una verdadera transformación.
Se ha vuelto costumbre reaccionar sólo en los momentos cruciales de la vida. Sin embargo, es fácil quedar paralizados al pensar que ciertas situaciones nos superan, o creer que con un comentario ya están solucionadas.
Ejemplos como muertes selectivas, robos en los barrios, licor al conducir, niñas prepago, muertes macabras, letras de canciones obscenas y un sinnúmero de situaciones que atentan contra la familia y la comunidad en general exigen en todos un compromiso permanente, organizado, de tal manera que contrarreste la ola de confusión que a diario nos invade. Las iluminaciones momentáneas, intermitentes, efímeras se convierten en una pequeña pastillita frente a un inmenso mar que requiere un tratamiento que apunte al corazón.
Ninguna tarea que consigo lleve cosas buenas es fácil, todo lo bueno cuesta. Sin embargo, esas situaciones difíciles por lo general traen en nosotros desánimo, timidez o cobardía, y nos olvidamos que los acontecimientos por muy complicados que parezcan nos aprietan, pero también nos preparan para enfrentar momentos o circunstancias más difíciles y lo mejor nos hacen más fuertes.
Analicemos como la Sagrada Escritura nos orienta y nos indica cómo debe ser nuestro actuar ante las situaciones difíciles: San Pedro, en el capítulo 4 de su primera carta nos habla de las pruebas como fuentes de alegría, porque el cristiano no busca el dolor por el dolor; más bien lo asume como necesario acompañante de la limitación humana y lo transforma en instrumento redentor; Santiago nos complementa: “Consideren como alegría perfecta el estar rodeados de pruebas de todo género. Sepan que su fe, al ser probada, produce paciencia, y la paciencia, logrará su objetivo, de manera que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.” San Pablo en la carta a los Romanos es enfático: “Al manifestar que Dios nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas. Porque estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
Por último, tengamos en cuenta que para enfrentar cualquier situación una persona o varias de forma desorganizada son insuficiente, porque, o no se les presta atención o se constituyen en blanco fácil de eliminación. En cambio, cuando nos unimos de manera organizada y teniendo como cimiento la enseñanza de Nuestro Señor Jesús, hay mayor garantía de escucha y de producir en los demás una verdadera transformación.
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