A todos los atlanticenses la Iglesia nos invita de manera insistente a una Semana Santa de interiorización para meditar, paso a paso, el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es el “tiempo favorable” que nos brinda el calendario litúrgico de la Iglesia Católica para dejarnos interpelar, desde la Palabra de Dios, sobre la vida tanto personal como de la comunidad. Por eso, el Misterio Pascual que celebramos es el misterio de Cristo Resucitado.
Que bueno es tomar esta Semana Santa para hacer, desde la fe, un buen examen de conciencia que nos cuestione sobre nuestras relaciones con Dios Padre, con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo, sin olvidar que en nuestra integralidad humana también entablamos relaciones con nosotros mismos, con el otro y con la naturaleza. Sin lugar a dudas, este ejercicio nos ayudará a sanar y corregir tantas aptitudes, gestos y hábitos que contradicen nuestra vida de creyentes en Aquel que nos ha salvado.
En estos días santos, la Iglesia nos hace un llamado a la conciencia moral y a nuestro comportamiento ético desde los principios del Evangelio; son días para vivirlos en familia, en silencio interior y exterior que favorezcan al espíritu humano a entrar en sintonía con el ‘misterio’ que se celebra. La Semana Mayor, más que envolverse en tradicionalismos, espectáculos religiosos, vacaciones o ‘parranda santa’, es entrar en el aposento de nuestra vida y Dios, que ve todo lo secreto, nos escuchará; es el llamado que Jesús nos hace para resucitar con él. La primitiva comunidad cristiana comprendió desde sus orígenes el ‘nuevo’ sentido para la Pascua Judía: “Purifíquense de la vieja levadura para que sean una masa nueva, ya que ustedes son ácimos. Pues Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado. Celebremos la fiesta, no con levadura vieja, ni con un fermento de malicia y perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad” ( 1 Cor. 5, 7-8).
Aunque sabemos que no es la única oportunidad para hacer el bien, estos días santos nos invitan con insistencia a compartir con los más necesitados, con aquellos que sufren y lloran en una sociedad que pareciera cada día marginar más a los pobres. Por eso, la Iglesia nos exhorta a hacer obras de caridad, entendiéndose la caridad no sólo desde el aspecto material, sino desde la SOLIDARIDAD, es decir, el gesto de escuchar, de buscar aquel que se nos ha perdido, del abrazo fraternal y reconciliador, en otras palabras es “colocarse en los zapatos del otro”. Precisamente en esto consiste lo que el Vaticano II llamó ‘Espiritualidad de Comunión’, y que más tarde Juan Pablo II, el Siervo de Dios, reforzaría diciendo: “Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada al corazón sobre todo hacia el Misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado… es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece.” ( NMI 43)
¡Que diferente será la Semana Mayor 2008 si logramos vivirla desde esta profundidad que la Iglesia nos regala en la celebración del Triduo Pascual!
Que bueno es tomar esta Semana Santa para hacer, desde la fe, un buen examen de conciencia que nos cuestione sobre nuestras relaciones con Dios Padre, con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo, sin olvidar que en nuestra integralidad humana también entablamos relaciones con nosotros mismos, con el otro y con la naturaleza. Sin lugar a dudas, este ejercicio nos ayudará a sanar y corregir tantas aptitudes, gestos y hábitos que contradicen nuestra vida de creyentes en Aquel que nos ha salvado.
En estos días santos, la Iglesia nos hace un llamado a la conciencia moral y a nuestro comportamiento ético desde los principios del Evangelio; son días para vivirlos en familia, en silencio interior y exterior que favorezcan al espíritu humano a entrar en sintonía con el ‘misterio’ que se celebra. La Semana Mayor, más que envolverse en tradicionalismos, espectáculos religiosos, vacaciones o ‘parranda santa’, es entrar en el aposento de nuestra vida y Dios, que ve todo lo secreto, nos escuchará; es el llamado que Jesús nos hace para resucitar con él. La primitiva comunidad cristiana comprendió desde sus orígenes el ‘nuevo’ sentido para la Pascua Judía: “Purifíquense de la vieja levadura para que sean una masa nueva, ya que ustedes son ácimos. Pues Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado. Celebremos la fiesta, no con levadura vieja, ni con un fermento de malicia y perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad” ( 1 Cor. 5, 7-8).
Aunque sabemos que no es la única oportunidad para hacer el bien, estos días santos nos invitan con insistencia a compartir con los más necesitados, con aquellos que sufren y lloran en una sociedad que pareciera cada día marginar más a los pobres. Por eso, la Iglesia nos exhorta a hacer obras de caridad, entendiéndose la caridad no sólo desde el aspecto material, sino desde la SOLIDARIDAD, es decir, el gesto de escuchar, de buscar aquel que se nos ha perdido, del abrazo fraternal y reconciliador, en otras palabras es “colocarse en los zapatos del otro”. Precisamente en esto consiste lo que el Vaticano II llamó ‘Espiritualidad de Comunión’, y que más tarde Juan Pablo II, el Siervo de Dios, reforzaría diciendo: “Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada al corazón sobre todo hacia el Misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado… es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece.” ( NMI 43)
¡Que diferente será la Semana Mayor 2008 si logramos vivirla desde esta profundidad que la Iglesia nos regala en la celebración del Triduo Pascual!
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