POR EL ARTE AL MISTERIO (2a parte)
La hermana dominica sor Caritas Müller de Cazis (Suiza), ha recibido la gracia de compartir, a través de sus esculturas en terracota, su experiencia de Dios. Estas obras de arte nos hablan de esa acción divina en su vida e intentan señalarnos el camino hacia una relación más profunda con Dios: la contemplación serena de su amor por cada uno de nosotros; un amor que se expresa como compasión, como misericordia.
Como ya lo había mencionado "La Trinidad Misericordiosa" es una escultura que nos remite al carácter trinitario de Dios en su relación con el ser humano: el Padre, en el círculo a la derecha, se vuelve hacia nosotros, nos acoge y abraza; a la izquierda está el Hijo, que asume nuestra frágil condición; en la parte superior el Espíritu Santo, que nos alienta, abre nuestros ojos y hace posible la vida de gracia. En el centro, hay una figura humana que nos representa a todos, con nuestras fragilidades y miserias, nuestros problemas y limitaciones.
UN CAMINO PARA NUESTRO TIEMPO
Roger de Taizé, (fundador de la comunidad de monjes de Taizé, en Francia), solía decir que lo más grande que podía suceder entre Dios y el hombre es la comunión en el amor. En el momento en que el hombre se descubre criatura amada por Dios y se reconoce como fruto del amor misericordioso, todo en su vida adquiere una dimensión diferente, puede entonces ser feliz en realidad.
Justamente de ese anhelo de amor, de esa sed de afecto, hablaba al inicio de la primera parte de este artículo en la edición anterior; un articulo que no pretende ser una catequesis sobre la Solemnidad de la Santísima Trinidad, pero sí un llamado a contemplar el amor misericordioso con el que hemos sido amados.
Dirigir nuestra mirada hacia el rostro trinitario de Dios, no puede ser un ejercicio de una fecha particular, si así fuera, este artículo ya hubiera perdido actualidad, pues la solemnidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ya se celebró el 11 de junio pasado, todo lo contrario, contemplar esta realidad trinitaria de Dios debe ser un camino constante en el que nos adentramos, cada vez con mayor profundidad, en el misterio de quien es Dios realmente. Como el salmista, también nosotros deberíamos decirle al Señor: “Tú rostro buscaré, Señor, no me escondas tú rostro”.
La contemplación de este rostro, hace posible la reconstrucción total del ser humano, puesto que, nadie que entre en contacto con Dios, que descubra su amor, puede seguir en la oscuridad del pecado. El amor de Dios no sólo ilumina sino que también recrea, reconstruye la humanidad maltratada y deformada por el pecado. Por eso esta contemplación es el camino ideal para el hombre de nuestro tiempo; el raciocinio y los conceptos no pueden abordar el misterio de Dios.
San Agustín llegó afirmar que entre Dios y el hombre “el abismo llama al abismo”, la infinitud e inmensidad del vacío del hombre anhela la infinitud de Dios. La sed profunda del hombre sólo puede ser saciada por Aquel que es infinito, inabarcable.
Las teorías y los razonamientos no pueden satisfacernos, mucho menos lo harán los afectos y las cosas materiales; tarde o temprano tenderemos que reconocer nuestra insatisfacción, y entonces, la contemplación del amor absoluto de Dios será el único camino con el que podremos encontrarnos con Él. Seremos conducidos hasta Él, no por los conceptos, sino por el amor que se nos ha manifestado en su hijo.
La trinidad es un misterio al que no podremos acceder desde la razón, aun así, la fe en lo que nos ha sido revelado, en lo que nos ha enseñado la Iglesia nos dará la posibilidad de creer firmemente.
El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en una catequesis sobre este misterio de la Santísima Trinidad, afirmaba: “¿Te parece demasiado difícil todo esto? ¿No has comprendido mucho? Te diría que no te preocupes. Cuando uno está en la orilla de un lago o de un mar y se quiere saber lo que hay del otro lado, lo más importante no es agudizar la vista y tratar de otear el horizonte, sino subirse a la barca que lleva a esa orilla. Con la Trinidad, lo más importante, no es elucubrar sobre el misterio, sino permanecer en la fe de la Iglesia, que es la barca que lleva a la Trinidad.
Tres pliegues en una sola tela,
pero no hay más que una tela.
Tres falanges en un dedo,
pero no hay más que un dedo.
Tres hojas en un trébol,
pero no hay más que un trébol.
Escarcha, nieve, hielo...,
los tres son agua.
Tres personas en Dios
son asimismo un solo Dios.
(Oración Popular Irlandesa).
La hermana dominica sor Caritas Müller de Cazis (Suiza), ha recibido la gracia de compartir, a través de sus esculturas en terracota, su experiencia de Dios. Estas obras de arte nos hablan de esa acción divina en su vida e intentan señalarnos el camino hacia una relación más profunda con Dios: la contemplación serena de su amor por cada uno de nosotros; un amor que se expresa como compasión, como misericordia.
Como ya lo había mencionado "La Trinidad Misericordiosa" es una escultura que nos remite al carácter trinitario de Dios en su relación con el ser humano: el Padre, en el círculo a la derecha, se vuelve hacia nosotros, nos acoge y abraza; a la izquierda está el Hijo, que asume nuestra frágil condición; en la parte superior el Espíritu Santo, que nos alienta, abre nuestros ojos y hace posible la vida de gracia. En el centro, hay una figura humana que nos representa a todos, con nuestras fragilidades y miserias, nuestros problemas y limitaciones.
UN CAMINO PARA NUESTRO TIEMPO
Roger de Taizé, (fundador de la comunidad de monjes de Taizé, en Francia), solía decir que lo más grande que podía suceder entre Dios y el hombre es la comunión en el amor. En el momento en que el hombre se descubre criatura amada por Dios y se reconoce como fruto del amor misericordioso, todo en su vida adquiere una dimensión diferente, puede entonces ser feliz en realidad.
Justamente de ese anhelo de amor, de esa sed de afecto, hablaba al inicio de la primera parte de este artículo en la edición anterior; un articulo que no pretende ser una catequesis sobre la Solemnidad de la Santísima Trinidad, pero sí un llamado a contemplar el amor misericordioso con el que hemos sido amados.
Dirigir nuestra mirada hacia el rostro trinitario de Dios, no puede ser un ejercicio de una fecha particular, si así fuera, este artículo ya hubiera perdido actualidad, pues la solemnidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ya se celebró el 11 de junio pasado, todo lo contrario, contemplar esta realidad trinitaria de Dios debe ser un camino constante en el que nos adentramos, cada vez con mayor profundidad, en el misterio de quien es Dios realmente. Como el salmista, también nosotros deberíamos decirle al Señor: “Tú rostro buscaré, Señor, no me escondas tú rostro”.
La contemplación de este rostro, hace posible la reconstrucción total del ser humano, puesto que, nadie que entre en contacto con Dios, que descubra su amor, puede seguir en la oscuridad del pecado. El amor de Dios no sólo ilumina sino que también recrea, reconstruye la humanidad maltratada y deformada por el pecado. Por eso esta contemplación es el camino ideal para el hombre de nuestro tiempo; el raciocinio y los conceptos no pueden abordar el misterio de Dios.
San Agustín llegó afirmar que entre Dios y el hombre “el abismo llama al abismo”, la infinitud e inmensidad del vacío del hombre anhela la infinitud de Dios. La sed profunda del hombre sólo puede ser saciada por Aquel que es infinito, inabarcable.
Las teorías y los razonamientos no pueden satisfacernos, mucho menos lo harán los afectos y las cosas materiales; tarde o temprano tenderemos que reconocer nuestra insatisfacción, y entonces, la contemplación del amor absoluto de Dios será el único camino con el que podremos encontrarnos con Él. Seremos conducidos hasta Él, no por los conceptos, sino por el amor que se nos ha manifestado en su hijo.
La trinidad es un misterio al que no podremos acceder desde la razón, aun así, la fe en lo que nos ha sido revelado, en lo que nos ha enseñado la Iglesia nos dará la posibilidad de creer firmemente.
El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en una catequesis sobre este misterio de la Santísima Trinidad, afirmaba: “¿Te parece demasiado difícil todo esto? ¿No has comprendido mucho? Te diría que no te preocupes. Cuando uno está en la orilla de un lago o de un mar y se quiere saber lo que hay del otro lado, lo más importante no es agudizar la vista y tratar de otear el horizonte, sino subirse a la barca que lleva a esa orilla. Con la Trinidad, lo más importante, no es elucubrar sobre el misterio, sino permanecer en la fe de la Iglesia, que es la barca que lleva a la Trinidad.
Tres pliegues en una sola tela,
pero no hay más que una tela.
Tres falanges en un dedo,
pero no hay más que un dedo.
Tres hojas en un trébol,
pero no hay más que un trébol.
Escarcha, nieve, hielo...,
los tres son agua.
Tres personas en Dios
son asimismo un solo Dios.
(Oración Popular Irlandesa).
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