lunes, abril 23, 2007

EL RESUCITADO Y LOS RESUCITADOS

Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro.
Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro


¡ALELUYA… HA RESUCITADO EL SEÑOR! Nuestra Iglesia ha levantado su voz para exaltar las grandezas y la vida de Cristo. En la solemne celebración de la Vigilia Pascual hemos comprendido que el Dios en el que creemos venció la muerte y nos ha dado el don de una vida completamente renovada. La liturgia del fuego, de la Palabra, del agua y de la Eucaristía, nos fueron catequizando poco a poco en lo que se refiere a la presencia del Señor en su Iglesia. Hoy, cuando en la liturgia volvemos a recitar el himno del Gloria y cantamos el aleluya, no podemos menos que sentir una profunda alegría porque Jesús está vivo de una vez y para siempre.

¿Pero cuáles son las implicaciones que tiene en nuestra vida esa presencia del Señor viviente? Si Cristo venció el pecado y la muerte, ¿cómo es que seguimos pecando y muriendo? ¿Cómo es posible que el dolor, el sufrimiento y la enfermedad sigan haciendo mella en nosotros?

Lo que necesitamos entender es la promesa del Señor: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. De ahí podemos dilucidar que Jesús nunca prometió que no vamos a morir (distinto a morir para siempre), ni prometió que no habrá enfermedad, dolor o tristeza en nuestra vida, sino que cuando todas estas cosas se presenten Él estará con nosotros para que ellas no puedan aplastarnos. Si la muerte venció al hombre, Cristo venció la muerte y con él vencimos nosotros.

Vivir en “el Resucitado” y vivir como resucitados es simplemente aprender a contemplar la vida, la muerte, el sufrimiento, el dolor, aún la misma alegría de una manera diferente. Resucitar con Cristo no es impermeabilizarnos ante todo lo que naturalmente el hombre experimenta por el hecho de ser hombre, sino dar un nuevo sentido a todas las cosas. El poder del Resucitado no consiste en evitar a toda costa que el hombre experimente pena o dolor, sino acompañarle para que se sienta capaz en Él de “hacer nuevas todas las cosas”.

La resurrección de Jesús y la nuestra no es la simple reanimación de un cadáver, como sucedió con Lázaro, la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naím, sino una realidad que trasciende los sentidos y todo conocimiento o entendimiento posible. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de la promesa de Dios de ser para siempre un Dios de vivos y no de muertos. Si la muerte nos entristece y nos llena de angustia, ahora podemos comprender que la última palabra no está dicha en un féretro sino en Aquel quien dijo de sí mismo: “Yo soy la resurrección y la vida; todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.”

Un hombre resucitado en Cristo es un hombre renovado, que lucha día a día para que el mal no le absorba y que tiene como estandarte de su vida el bien y la verdad. Si bien la experiencia de la resurrección no es sensitiva, si podemos afirmar que el efecto de tal vida es fácilmente perceptible pues el que antes robaba ya no roba, el que antes mentía ya no miente y el que antes cometía adulterio ya no lo hace.

Jesús está vivo. Lo proclamaron los apóstoles, las mujeres que fueron temprano al sepulcro, los discípulos que lo vieron en Jerusalén, los discípulos de Emaús, el apóstol Pablo, la Iglesia de todos los tiempos y el hombre de hoy que continúa creyendo en su Palabra y en la fuerza de su vida y de su amor. Pero para que también los que no creen puedan sentirse movidos a la fe necesitan ver en nosotros a Aquel que es Camino, Verdad y Vida. Creerán en el Viviente cuando nos vean que amamos la vida, el bien, la verdad, los hombres y todo aquello que ha salido de sus manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Antes que nada, quiero felicitarlos, por este gran espacio, es muy lindo saber,la historia de cada uno de los templos que existen. Por otro lado quiero felicitar al padre Mauricio Rey, ya que la gran remodelación que le hizo a la parroquia San Vicente Ferrer, fue, es y seguirá sindo, de gran admiración, a demás la reestructuración espiritual fue igual, que Dios lo bendiga y le siga regalando ese dinamismo, esa sabiduría y alegría, que lo caracteriza, para seguir anunciando a unCristo vivo y lleno de poder.