jueves, julio 12, 2007

LATINOAMÉRICA Y COLOMBIA DESDE LA ÓPTICA DE LOS OBISPOS

La vida consagrada como don de Dios para la Iglesia particular, fue el tema central de la Octogésima Tercera Asamblea del Episcopado Colombiano, realizada del 2 al 6 de julio en Bogotá.

Participaron cerca de 90 obispos en representación de las 76 jurisdicciones eclesiásticas existentes en el país. El objetivo general fue profundizar en la reflexión sobre el carisma de la vida consagrada y buscar los caminos para que, viviendo la espiritualidad de la comunión, los consagrados puedan asumir su vocación propia como discípulos y misioneros del Señor en cada una de las Iglesias particulares.

Al cierre de la presente edición de Kairós (julio 4), obviamente no se contaba aun con el documento final de la Asamblea; sin embargo, alcanzamos a tener acceso al discurso inaugural de monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, Presidente de la Conferencia Episcopal, del cual transcribimos a continuación algunos apartes.

SOBRE LA VIDA CONSAGRADA
Aparecida se ha expresado de los religiosos en palabras muy precisas: “Es significativo el testimonio de la Vida Consagrada, su aporte a la acción pastoral y su presencia en situaciones de pobreza, de riesgo y de frontera. Alienta la esperanza, el incremento de vocaciones para la vida contemplativa masculina y femenina”.

LA V CONFERENCIA: ALARMAS Y DESAFÍOS
La Iglesia en Aparecida decidió repensar y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. Se trata de confirmar, renovar y vitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo que suscite discípulos y misioneros.

Aparecida, sin embargo, también prendió varias alarmas que nos movieron a asumir precisos desafíos. Me limito a diez alarmas por razones de espacio y de tiempo:

1. Percibimos, en muchos casos y niveles sociales, la ausencia de un sentido unitario de todo lo que existe con la consiguiente ansiedad y frustración. Se busca suplir al mismo con abundancia de información, pero esta solución es como si a un montón de ladrillos se le añaden otros más, esperando que así resulte un plano de construcción, una visión unitaria, una vocación de sentido. Ese sentido completo y unitario de la vida humana y de la realidad que los creyentes llamamos sentido religioso, es la respuesta que hoy a veces no se busca y a veces es rechazada aunque sea tan necesaria.
2. Percibimos un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural con una sobrevaloración de la subjetividad individual que deja de lado la preocupación por el bien común, para dar paso a la realización inmediata de los deseos individuales bajo la conocida bandera de la plena y libre realización de la personalidad, en forma inmediatista y sin preocupación por criterios éticos.
3. Se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la pertenencia a la Iglesia. El rico tesoro del continente americano, su patrimonio más valioso, la fe en Dios amor, corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose en crecientes sectores de la población.
4. Falla la transmisión de la fe en la familia donde los padres están llamados a ser los primeros transmisores de la fe de sus hijos enseñándoles a través del ejemplo y la Palabra. La niñez constituye una ocasión maravillosa para la transmisión de la fe. Por eso, esta falla es gravísima.
5. Se percibe una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones y un énfasis en el sacramentalismo sin el conveniente itinerario formativo.
6. Hay un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión. De allí la insistencia continua en nuestra identidad de discípulos misioneros.
7. Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión sino de algo nuevo, la exclusión social. Los excluidos no son solamente explotados sino “sobrantes” y “desechables”.
8. Los jóvenes están afectados por una educación de baja calidad que los deja por debajo de los niveles de competitividad. Las crisis por las que atraviesa la familia hoy en día, les producen profundas carencias afectivas y conflictos emocionales.
9. Vemos una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario de líderes católicos de fuerte personalidad, coherentes con sus convicciones éticas y religiosas.
10. Innumerables mujeres de toda condición no son valoradas en su dignidad, quedan con frecuencia solas y abandonadas, no se les reconoce su abnegado sacrificio y heroica generosidad en el cuidado y educación de los hijos ni en la transmisión de la fe en la familia.

Los desafíos fueron muchos y sólo enuncio diez:
1. Reconocer los aspectos positivos del cambio cultural como el valor fundamental de la persona, su subjetividad y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia, el valor de la sencillez, el reconocimiento en la existencia de lo débil y de lo pequeño. Este énfasis en el aprecio de la persona abre nuevos horizontes en donde la tradición cristiana adquiere renovado valor con su aprecio por la persona y la diversidad cultural.
2. Un imperativo que toca a todos nosotros es el contrarrestar la anticultura de la muerte con la cultura cristiana de la solidaridad teniendo presente, sin embargo, que el anuncio del Evangelio no puede prescindir de la cultura actual. Esta debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, como un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Sólo así la fe puede ser significativa para ellos, pero esta misma fe debe engendrar patrones culturales alternativos.
3. Revitalizar nuestro modo de ser católico. Nunca como hoy, tiempo de énfasis en la experiencia personal, subjetiva y vivencial, nos lleva a considerar el testimonio como un componente clave en la vivencia de la fe. El lenguaje testimonial se convierte en un punto de contacto decisivo. Es necesario rescatar el papel del sacerdote como formador de opinión.
4. Ante la salida de muchos católicos a otros grupos no por razones dogmáticas sino vivenciales, hemos de reforzar la experiencia religiosa, la vivencia comunitaria, la formación bíblico doctrinal y el compromiso misionero de toda la comunidad que sale al encuentro de los alejados.
5. Ante la escasez de personas que respondan a la vocación al sacerdocio y a la Vida Consagrada en América Latina y el Caribe, es urgente dar un cuidado especial a la promoción vocacional.
6. Debemos rescatar la identidad católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y audaz, de modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la educación participativa.
7. Estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral que implica pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera con procesos de iniciación que partan del kerygma. En esta línea, estamos invitados a imitar el modelo paradigmático de las primeras comunidades cristianas que buscaron nuevas formas para evangelizar. Como la Iglesia en sus inicios, podemos realizar con valentía y alegría la evangelización de la ciudad actual.
8. La opción preferencial por los pobres se reafirma como quiera que está implícita en nuestra fe cristológica. La misma implica formar en la ética cristiana que pone como desafío el bien común global. Todo proceso evangelizador debe implicar una promoción humana integral y una auténtica liberación, sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad (DI 3)
9. Debemos asumir la preocupación por la familia, el valor tan querido por nuestros pueblos, como uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia. En toda diócesis se requiere una pastoral familiar intensa y vigorosa.
10. Urge que todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, social, cultural y económica. Es necesario garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos así como también en las instancias de planificación y decisión pastorales. Igualmente, hay que acompañar las asociaciones femeninas que luchan por superar situaciones difíciles de vulnerabilidad o exclusión.

VALENTÍA DE MONSEÑOR FABIO BETANCUR TIRADO
Monseñor Fabio Betancur se encontró entre la espada y la pared al tener que escoger entre no aceptar una tutela con la consiguiente detención y tener que preservar el derecho de la Iglesia de mantener en forma privada todo lo relacionado con los procesos de admisión o exclusión del sacerdocio. El Arzobispo optó por ser fiel a la Iglesia aunque ello le trajese los problemas conocidos. Él albergaba la confianza de que el Estado colombiano mantuviese los acuerdos firmados según la praxis concordataria entre el mismo y la Santa Sede. El ramo judicial del Estado desconoció el Tratado cuya validez fue anotada por la misma Cancillería a raíz de la advertencia del Señor Nuncio y condenó al Arzobispo. Como sabemos, esa condena no prosperó y esperamos que definitivamente sea anulada.

PROCESO DE PAZ
... en coherencia con su misión y en correspondencia con el principio de que una paz sostenible y duradera implica el involucramiento de todos los actores armados ilegales, la Conferencia Episcopal ha visto la necesidad de hacer presencia en los momentos más significativos y determinantes del avance en los incipientes procesos que se adelantan con cada uno de ellos. Me refiero a tres pasos dados en este sentido.

Primero. En un momento crucial para la nación y en el que estaban en riesgo la paz y la convivencia de los colombianos, una comisión de obispos aceptó visitar un número significativo de jefes de las autodefensas recluidos por orden presidencial en el centro penitenciario de Itagüí para exhortarlos a seguir adelante en el camino iniciado y a respetar sus compromisos de defender la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas.

Segundo. En medio del escepticismo frente a la negociación de un acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que no daba signos explícitos de un avance, la Iglesia respondió positivamente a la invitación de las directivas de esa organización insurgente para adelantar un diálogo en el que se pudieran analizar conjuntamente el contexto nacional e internacional, los aspectos positivos y negativos de la negociación, las dificultades existentes y el horizonte previsto. La Conferencia Episcopal reiteró la disponibilidad de sus buenos oficios para favorecer la marcha de ese proceso e instó al Gobierno Nacional y a esa organización insurgente a dar el aporte pertinente y garantizar la estabilidad y finalización de un proceso. En este marco, la Comisión de Paz de Iglesia contribuyó a superar las tensiones que amenazaban el proceso que se desarrollaba en La Habana.

Tercero. Requerida por el Gobierno Nacional y por el señor Rodrigo Granda, miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC – EP), la Conferencia Episcopal le brindó acogida cristiana y le posibilitó su tránsito a la libertad en un lugar seguro para él. Las motivaciones de la Iglesia no podían ser otras que las estrictamente humanitarias, pero fueron, además, ocasión para poner en evidencia ante la opinión pública nacional e internacional, la vocación facilitadora seria y confiable y punto de referencia fructífero frente a todo intento de sentar las bases de procesos de paz y de reconciliación.

ACUERDOS HUMANITARIOS
La muerte de los once diputados del Valle pesa en la conciencia de los colombianos. Todos pudimos hacer mucho más para que regresaran vivos. La insistencia en un Acuerdo Humanitario no fue escuchada. Fuimos inferiores en este esfuerzo. Permitimos que murieran sin libertades y lejos de sus familias sufriendo enfermedades, hambre y desprotección. Por encima de la vida no puede existir ninguna consideración. Este dolor, no es sólo de sus familias, es de todos en el país. Aferrados a Colombia acompañamos a las viudas y a los huérfanos en su duelo. La nación entera debe ponerse de pie frente a la tragedia del secuestro y exigir la libertad de todos los que están injustamente privados de ella.

La Iglesia Católica reclama tolerancia, pero también llama a la sensatez y a la unidad con el Papa Benedicto XVI quien hace poco fijó su mirada en este drama: “Los llevo a todos en mi corazón y los tengo presentes en mi oración, pensando, entre otros, en el caso doloroso de Colombia. Dirijo mi apremiante llamamiento a los autores de esos hechos deplorables, a fin de que tomen conciencia del mal realizado y liberen cuanto antes a todos los prisioneros, para que puedan volver a sus seres queridos”.

SOLIDARIDAD CON DESPLAZADOS
Manifestamos una vez más nuestra solidaridad con los desplazados en el país quienes constituyen una tragedia nacional más, con los colombianos que han debido dejar el país para proteger sus vidas de amenazas reales y cuyo regreso esperamos sea muy pronto, con los sinceramente desmovilizados que desean rehacer su existencia y colocarla al servicio de la vida propia y ajena y con todos los que sufren debido a tragedias naturales o escasez de recursos por falta de un empleo digno.

POLÍTICA EDUCATIVA
Admiramos a los educadores, tanto rectores como profesores, así como a los padres de familia que han sabido oponerse a una campaña deforme y peligrosa de educación sexual patrocinada a nivel gubernamental y definida por los mismos educadores como incitadora a la promiscuidad. Invitamos a los jóvenes y a las jóvenes a profundizar en la visión cristiana del amor que los lleva a crecer de verdad integralmente sin quemar etapas, sin someterse a aventuras pasajeras y a prepararse convenientemente para formar en el futuro una familia en la fidelidad, la estabilidad y el amor.

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