Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro. *
Desde hace algunos años, capitales como Medellín y Bogotá han iniciado un proceso de educación a toda su gente para transformar la ciudad a partir de la transformación de la mentalidad de sus habitantes.
Platón escribió: “Es necesario que los gobernantes sean filósofos o que los filósofos sean gobernantes”; con esta premisa se han erigido en medio de nuestros pueblos algunos gobernantes que han entendido perfectamente que de nada vale pretender transformar las calles y avenidas de un municipio si antes no se cambia la mente de los que la habitan. Esto es lo que comúnmente podemos llamar “cultura ciudadana”.
Este modelo de educación se ha implementado en muchas otras partes y los resultados han sido realmente asombrosos. En la medida en que poseemos habitantes con una auténtica cultura ciudadana podremos sacar adelante proyectos de gran envergadura que permitan el desarrollo de las naciones. Esta cultura incita a la solidaridad, al sentido de pertenencia, al respeto por lo público, por las instituciones, por las leyes, por los vecinos y a no pretender que todo sea solucionado desde arriba sino precisamente desde la base, donde existen hombres y mujeres con una nueva mentalidad que los lleva a entender que todo es de todos y que cada rincón de la ciudad debe ser cuidado como un pedacito de la propia casa.
El apóstol Pablo nos exhorta diciendo: “Renovaos en la mente y en el corazón”. Esto, aplicado al hombre de hoy lo podemos interpretar como la posibilidad de cambiar nuestra forma de pensar y nuestra forma de sentir, para así mismo cambiar nuestra forma de actuar. El irrespeto a la autoridad, a lo sagrado, a las normas y la familia es sólo manifestación de una nueva mentalidad que se ha ido imponiendo en donde erróneamente se cree que todo lo que huela a reglas y leyes coartan el libre desarrollo de la persona.
En la medida en que se implementa una cultura ciudadana, tendremos mejores peatones y conductores, mejores empleados y patronos, mejores ciudadanos y cristianos. Lo propio de la cultura ciudadana es la sintonía entre todos, donde cada uno conoce no solamente sus derechos sino fundamentalmente sus deberes y es capaz de cumplirlos fielmente. La cultura ciudadana nos hace comprender que una calle en la que no vivo debe ser tan cuidada por mí como por los que en ella habitan debido al destino social de los bienes. Esta nueva forma de pensar y de sentir nos anima a respetar los compromisos adquiridos, a ser fieles en nuestras relaciones, a ser puntuales en nuestras citas, a ser honestos en nuestra elección de gobernantes, a no querer hacer prevalecer mis derechos pisoteando los ajenos sino a buscar el punto de equilibrio en el que todos podamos salir satisfechos.
El hombre nuevo del que habla Jesús en el Evangelio es aquel que no solamente sabe ser buen cristiano en su relación con Dios, sino también buen ciudadano en su relación con el Estado, las personas que lo habitan y las cosas que lo rodean. Tal vez de las cosas que más nos falta aprender es a manejar nuestras relaciones con los bienes temporales, pues una mala interpretación de la Sagrada Escritura, que hace al hombre dueño del mundo, lo ha llevado a pensar que esa soberanía le da derecho a usar las cosas de manera irresponsable sin percatarse de todos aquellos que vienen detrás y, seguramente, también necesitarán de lo que nosotros disfrutamos en el presente.
Si tenemos gobernantes que tengan no sólo mentalidad de administradores de los bienes del Estado sino gente pensante que filosofe acerca de la condición humana, seguramente todos descubrirían que la mejor inversión que se puede hacer durante su mandato es en la educación, herramienta indispensable para otorgar al hombre un nuevo modelo de pensamiento donde no prime el interés personal sino el comunitario.
Todo lo que un hombre hace contra la sociedad la destruye al hombre y a la sociedad. Los dos están tan estrechamente ligados que ninguno puede logar deslindarse del otro.
Nuestra ciudad experimenta un enorme crecimiento y desarrollo económico y comercial, pero a la par de éste es importante enseñar a todos, desde niños, a cuidar cada uno de los espacios, árboles, animales, pero sobre todo, personas que nos rodean. El día que esta mentalidad permee todos nuestros ambientes, podremos afirmar que Barranquilla es el mejor vividero del mundo.
*Párroco de las unidades pastorales San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.
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