Por Juan Ávila Estrada*
Si algo debe caracterizar a un verdadero cristiano es su capacidad para ser un auténtico ciudadano. No riñen en modo alguno estas dos dimensiones de la vida humana; “dar a Dios lo que es de Dios y al César (Estado) lo que es del César”, fue lo que enseñó Jesús en el Evangelio.
Nadie puede desconocer que si bien nacemos dentro de una familia formada en valores cristianos, también hacemos parte desde nuestra concepción y nacimiento, de un Estado que nos convierte en ciudadanos sujetos de derechos y de igual manera de los deberes que ello nos conlleva.
Yerra quien cree que se oponen los deberes naturales para con el Estado con aquellos que debemos como creyentes en Cristo.
Para los primeros cristianos siempre fue importante no dar de qué hablar ante las autoridades civiles que los veían como una amenaza contra el orden instituido y contra las leyes establecidas para regular la convivencia. Por eso los apóstoles son enfáticos en recordar la importancia de cumplir los deberes civiles y de orar por las autoridades para que Dios les ilumine siempre en las determinaciones que han de tomar.
Tal vez, en un afán mal interpretado por separar el poder espiritual y el poder temporal, (Iglesia y Estado) se ha querido hacer creer que la Iglesia o el Evangelio no tienen nada que decir ante los problemas del mundo actual o no tienen que opinar en política o legislación humana. Nada más erróneo que esto puesto que la Palabra de Dios ilumina y forma de manera integral al individuo en todos los aspectos de su vida.
El evangelio daría mucho que desear si nos limitara a establecer relaciones con Dios y nos hiciera olvidar de los deberes que nos competen como ciudadanos. Esto es algo que hemos de recordar permanentemente ya que todos los días somos vistos y evaluados como quienes debemos dar ejemplo a todos, incluso a quienes no creen.
Durante los últimos meses, Barranquilla se ha visto en la imperiosa necesidad de establecer unos correctivos en los comportamientos de sus habitantes con el fin de disminuir vicios y formas de vida aceptadas como correctas por el hecho de ser parte de sus costumbres. A todo este empeño se le ha llamado formación en la Cultura Ciudadana.
Si bien es propio del caribeño ser descomplicado, alegre y bonachón, esto no puede llevarnos a considerar que todo aquello que busca poner correctivos a costumbres malsanas es una manera de obstaculizar una alegría que es propia del hombre caribe.
Existen demasiados defectos que han convertido a nuestra ciudad no el paraíso que quisiéramos, ni el “mejor vividero del mundo” como lo pregonan muchos. Poseemos grandes valores y una forma de ser tan acogedora que nos convierten en una buena opción para criar los hijos, pero eso no puede llevarnos a tapar realidades que dañan enormemente nuestra ciudad. Manejar embriagados, irrespetar las señales de tránsito, tolerar el maltrato a la mujer, arrojar basuras a la calle especialmente en los días de invierno tiene que avergonzarnos pero no únicamente para terminar dándonos golpes de pecho cada domingo en la Eucaristía sino para tomar correctivos con los que cada uno aporte su grano de arena para transformar la ciudad.
Un solo papel al suelo que no se lance, un solo motociclista que maneje adecuadamente, un solo ebrio que ponga a otro que le conduzca el vehículo marca la diferencia. Muchas veces nos domina el pesimismo y pensamos que solos no podemos hacer nada, pero lo cierto es que lo que cada uno aporte siempre será crucial para el avance y el progreso.
Necesitamos comprender que es necesario, pero no suficiente, orar por la solución de todos nuestros defectos y pecados. La oración debe ir acompañada de la acción personal, pues lo que cada uno haga o deje de hacer, marca un referente positivo o negativo para la ciudad.
Las ciudades, como los corazones, no se construyen mediante las buenas intenciones pues ellas se quedan en los meros deseos, hay que ponerse en pie para hacer realidad el milagro que esperamos de Dios.
Quienes nos vean deben descubrir en nosotros los cristianos una forma de ser, de pensar, de hablar y de actuar tan especial que se sientan llamados a asumir el evangelio como una forma de vida; pero si nuestro comportamiento es exactamente igual al de todos entonces, ¿de qué sirve la Biblia? Ella no está para enseñarnos cómo se vive en el cielo sino cómo hemos de vivir en la tierra, nuestro primer lugar para conquistar.
*Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Nadie puede desconocer que si bien nacemos dentro de una familia formada en valores cristianos, también hacemos parte desde nuestra concepción y nacimiento, de un Estado que nos convierte en ciudadanos sujetos de derechos y de igual manera de los deberes que ello nos conlleva.
Yerra quien cree que se oponen los deberes naturales para con el Estado con aquellos que debemos como creyentes en Cristo.
Para los primeros cristianos siempre fue importante no dar de qué hablar ante las autoridades civiles que los veían como una amenaza contra el orden instituido y contra las leyes establecidas para regular la convivencia. Por eso los apóstoles son enfáticos en recordar la importancia de cumplir los deberes civiles y de orar por las autoridades para que Dios les ilumine siempre en las determinaciones que han de tomar.
Tal vez, en un afán mal interpretado por separar el poder espiritual y el poder temporal, (Iglesia y Estado) se ha querido hacer creer que la Iglesia o el Evangelio no tienen nada que decir ante los problemas del mundo actual o no tienen que opinar en política o legislación humana. Nada más erróneo que esto puesto que la Palabra de Dios ilumina y forma de manera integral al individuo en todos los aspectos de su vida.
El evangelio daría mucho que desear si nos limitara a establecer relaciones con Dios y nos hiciera olvidar de los deberes que nos competen como ciudadanos. Esto es algo que hemos de recordar permanentemente ya que todos los días somos vistos y evaluados como quienes debemos dar ejemplo a todos, incluso a quienes no creen.
Durante los últimos meses, Barranquilla se ha visto en la imperiosa necesidad de establecer unos correctivos en los comportamientos de sus habitantes con el fin de disminuir vicios y formas de vida aceptadas como correctas por el hecho de ser parte de sus costumbres. A todo este empeño se le ha llamado formación en la Cultura Ciudadana.
Si bien es propio del caribeño ser descomplicado, alegre y bonachón, esto no puede llevarnos a considerar que todo aquello que busca poner correctivos a costumbres malsanas es una manera de obstaculizar una alegría que es propia del hombre caribe.
Existen demasiados defectos que han convertido a nuestra ciudad no el paraíso que quisiéramos, ni el “mejor vividero del mundo” como lo pregonan muchos. Poseemos grandes valores y una forma de ser tan acogedora que nos convierten en una buena opción para criar los hijos, pero eso no puede llevarnos a tapar realidades que dañan enormemente nuestra ciudad. Manejar embriagados, irrespetar las señales de tránsito, tolerar el maltrato a la mujer, arrojar basuras a la calle especialmente en los días de invierno tiene que avergonzarnos pero no únicamente para terminar dándonos golpes de pecho cada domingo en la Eucaristía sino para tomar correctivos con los que cada uno aporte su grano de arena para transformar la ciudad.
Un solo papel al suelo que no se lance, un solo motociclista que maneje adecuadamente, un solo ebrio que ponga a otro que le conduzca el vehículo marca la diferencia. Muchas veces nos domina el pesimismo y pensamos que solos no podemos hacer nada, pero lo cierto es que lo que cada uno aporte siempre será crucial para el avance y el progreso.
Necesitamos comprender que es necesario, pero no suficiente, orar por la solución de todos nuestros defectos y pecados. La oración debe ir acompañada de la acción personal, pues lo que cada uno haga o deje de hacer, marca un referente positivo o negativo para la ciudad.
Las ciudades, como los corazones, no se construyen mediante las buenas intenciones pues ellas se quedan en los meros deseos, hay que ponerse en pie para hacer realidad el milagro que esperamos de Dios.
Quienes nos vean deben descubrir en nosotros los cristianos una forma de ser, de pensar, de hablar y de actuar tan especial que se sientan llamados a asumir el evangelio como una forma de vida; pero si nuestro comportamiento es exactamente igual al de todos entonces, ¿de qué sirve la Biblia? Ella no está para enseñarnos cómo se vive en el cielo sino cómo hemos de vivir en la tierra, nuestro primer lugar para conquistar.
*Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
1 comentario:
Excelente articulo. Con el ejemplo los conocereis. Como dice el padre debemos esforzarnos por mostrar en nuestra habla, nuestros actos y comportamientos lo que somos y sentimos, lo que profesamos como fe. El ejemplo es la mejor mostracion y educacion. Esforcemonos y oremos por nuestro cambio y transformacion verdadera.
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