Llegar al final del año se ha vuelto para muchos una experiencia que envuelve gratificación y expectativa, esperanza y frustración.
Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro. *
Los sentimientos que acompañan el término de un año y el inicio de otro son ambivalentes: vemos correr el tiempo en nosotros, evaluamos lo que se hizo o dejó de hacer, lo que anhelamos para el futuro próximo y los recursos con que contamos para llevarlo a cabo. Nos sentimos con más experiencias, más vida vivida y menos vida para vivir, pero seguros de seguir luchando para que la muerte no nos sorprenda a la vuelta de la existencia sin haber hecho aquello que teníamos que hacer. La certeza de no ser imprescindibles en el universo y que el mundo sigue girando aun cuando no existamos, es lo que nos mueve a dejar una huella imborrable en el corazón de quienes amamos para que algo de lo que somos quede en el alma de quienes nos rodean.
Podemos mirar el 2008 como un “año nuevo” o como un “año de renovación”. No se trata de pretender borrar el pasado como si nada hubiese pasado, sino mirar con esperanza lo que se avecina por la convicción de estar sembrando aquello que queremos cosechar. Al pisar el primer día del mes de enero podemos quedar con la sensación de que todo es igual, y que el cambio de día, de mes, de año o de siglo lo único que nos muestra es la sucesión inexorable del tiempo que nos apremia a ser mejores humanos para que la mediocridad no sea nuestra maleta de viaje hacia la eternidad. Hablar del pasado y del futuro sólo es posible en la medida en que somos forjadores de historia, protagonistas de lo que ocurre en el mundo y siervos conscientes de hacer lo que se debe hacer en el momento adecuado. No hay pasado, ni futuro, ni año nuevo para quienes sólo se limitan a permitir que el tiempo les llegue y les muestre su poder mediante canas o arrugas. La novedad de un nuevo ciclo de la tierra alrededor del sol se da cuando la historia se hace en el tiempo y no el tiempo en la historia. Renovar la vida es permitirnos el lujo de ser más que hombres y llegar a convertirnos en verdaderos humanos, es decir, aquellos que no se limitan a cumplir las funciones propias de todo ser viviente, como respirar, alimentarse y reproducirse para después morir sino, ante todo construir, servir y amar, para que todo el que se encuentra con nosotros sienta que nuestra presencia les ayudó a ser mejores y que cada palabra, gesto y actitud les ayudó a crecer.
Ya no es suficiente levantar una copa de champaña, ni comer uvas, ni correr con maletas a la medianoche para pedir al “destino” (¿la suerte?) que el año nuevo nos traigas cosas bellas. No es el simple deseo de parabién o de compañía de la suerte lo que debe acompañar el recibimiento del nuevo año; ahora se trata de no dejar nada al azar pensando que la historia está escrita y que nosotros únicamente tenemos que ajustarnos a ella y esperar que esta vez si salga todo bien porque así está determinado, sino más bien entender que lo que sucede no está escrito, por el contrario, somos nosotros los que vamos trazando las líneas de nuestro futuro por la manera como enfrentamos el presente. La premisa de “nacer con estrella” o “nacer estrellados” no vale para quien cree en su participación en la historia y ve su vida no como un accidente histriónico del cosmos sino como parte de un plan trazado desde toda la eternidad por el Hacedor de todo que nos colocó en el tinglado del universo para que diéramos la nota precisa que pudiera dar la armonía de su canción.
Comprender las cosas de esta manera nos ayuda a entender que cada uno debe hacer siempre lo que debe y que la omisión en nuestros deberes trastoca los planes de Dios que quiere que todo concurra para nuestro bien y su gloria.
¿Qué desea usted para el nuevo año? No lo desee, sencillamente hágalo realidad, pero entienda que el hombre nada puede hacer solo y que su nota sólo da el tono cuando es percutida por Dios.
¿Año nuevo o año de renovación? En Jesús todas las cosas pueden ser nuevas, él tiene poder para ello. No importa la cantidad de años o de acontecimientos que hayan pasado por su vida, empiece nuevamente y su vida toda se renovará en él.
* Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro. *
Los sentimientos que acompañan el término de un año y el inicio de otro son ambivalentes: vemos correr el tiempo en nosotros, evaluamos lo que se hizo o dejó de hacer, lo que anhelamos para el futuro próximo y los recursos con que contamos para llevarlo a cabo. Nos sentimos con más experiencias, más vida vivida y menos vida para vivir, pero seguros de seguir luchando para que la muerte no nos sorprenda a la vuelta de la existencia sin haber hecho aquello que teníamos que hacer. La certeza de no ser imprescindibles en el universo y que el mundo sigue girando aun cuando no existamos, es lo que nos mueve a dejar una huella imborrable en el corazón de quienes amamos para que algo de lo que somos quede en el alma de quienes nos rodean.
Podemos mirar el 2008 como un “año nuevo” o como un “año de renovación”. No se trata de pretender borrar el pasado como si nada hubiese pasado, sino mirar con esperanza lo que se avecina por la convicción de estar sembrando aquello que queremos cosechar. Al pisar el primer día del mes de enero podemos quedar con la sensación de que todo es igual, y que el cambio de día, de mes, de año o de siglo lo único que nos muestra es la sucesión inexorable del tiempo que nos apremia a ser mejores humanos para que la mediocridad no sea nuestra maleta de viaje hacia la eternidad. Hablar del pasado y del futuro sólo es posible en la medida en que somos forjadores de historia, protagonistas de lo que ocurre en el mundo y siervos conscientes de hacer lo que se debe hacer en el momento adecuado. No hay pasado, ni futuro, ni año nuevo para quienes sólo se limitan a permitir que el tiempo les llegue y les muestre su poder mediante canas o arrugas. La novedad de un nuevo ciclo de la tierra alrededor del sol se da cuando la historia se hace en el tiempo y no el tiempo en la historia. Renovar la vida es permitirnos el lujo de ser más que hombres y llegar a convertirnos en verdaderos humanos, es decir, aquellos que no se limitan a cumplir las funciones propias de todo ser viviente, como respirar, alimentarse y reproducirse para después morir sino, ante todo construir, servir y amar, para que todo el que se encuentra con nosotros sienta que nuestra presencia les ayudó a ser mejores y que cada palabra, gesto y actitud les ayudó a crecer.
Ya no es suficiente levantar una copa de champaña, ni comer uvas, ni correr con maletas a la medianoche para pedir al “destino” (¿la suerte?) que el año nuevo nos traigas cosas bellas. No es el simple deseo de parabién o de compañía de la suerte lo que debe acompañar el recibimiento del nuevo año; ahora se trata de no dejar nada al azar pensando que la historia está escrita y que nosotros únicamente tenemos que ajustarnos a ella y esperar que esta vez si salga todo bien porque así está determinado, sino más bien entender que lo que sucede no está escrito, por el contrario, somos nosotros los que vamos trazando las líneas de nuestro futuro por la manera como enfrentamos el presente. La premisa de “nacer con estrella” o “nacer estrellados” no vale para quien cree en su participación en la historia y ve su vida no como un accidente histriónico del cosmos sino como parte de un plan trazado desde toda la eternidad por el Hacedor de todo que nos colocó en el tinglado del universo para que diéramos la nota precisa que pudiera dar la armonía de su canción.
Comprender las cosas de esta manera nos ayuda a entender que cada uno debe hacer siempre lo que debe y que la omisión en nuestros deberes trastoca los planes de Dios que quiere que todo concurra para nuestro bien y su gloria.
¿Qué desea usted para el nuevo año? No lo desee, sencillamente hágalo realidad, pero entienda que el hombre nada puede hacer solo y que su nota sólo da el tono cuando es percutida por Dios.
¿Año nuevo o año de renovación? En Jesús todas las cosas pueden ser nuevas, él tiene poder para ello. No importa la cantidad de años o de acontecimientos que hayan pasado por su vida, empiece nuevamente y su vida toda se renovará en él.
* Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario