Por MARTÍN MIRANDA, C.Ss.R *
Los evangelios, en especial el de san Juan y san Lucas, nos hacen un recuento minucioso de la figura de María.
Si miramos el evangelio de san Lucas vemos a María, mujer sencilla, de un pueblo humilde llamado Nazaret, en cuya figura Dios invierte el “protocolo del antiguo Testamento: mientras Zacarías tiene que dirigirse al templo para ponerse en comunicación con Dios, María lo hace en la sencillez de su hogar y es Dios quien baja hasta ella; el Dios grande, omnipotente, mira la humildad de una sierva que abre su mente, su corazón, su ser para inundarse de ese Dios por quien vive y en quien se mueve, su admiración es grande, el Dios del templo, el Dios de los “hombres santos” viene a una mujer sencilla, sin incienso, sin sacrificios ni holocaustos, pero abierta por la gracia que emana de su ser, esa es su admiración, ella es el cambio, la puerta al Nuevo Testamento, la mujer templo del Espíritu, que acepta concebir y abre su ser al nuevo querer de Dios.
Por eso es la primera bendecida en el nuevo querer ser de Dios, que comunica lo que recibe a su prima Isabel, la que goza en llevar en su vientre el gran regalo de Dios que traerá la salvación, la misericordia y el perdón. La grandeza de María está en ser la sierva, la esclava del Señor, la que escucha y abre su ser a la voluntad de Dios, la que pregunta, la que ama, la que responde y se ofrece plenamente a cumplir la Palabra que da vida y se hace vida cuando se abre decididamente al querer de Dios. Lucas confirma esta dimensión grande de nuestro Dios y María lo refleja plenamente en su canto de alabanza que recoge todo el querer de su pueblo y lo pone en oración a los pies de su creador.
San Juan lo reafirma en las bodas de Caná al realizar el milagro del vino, cuando no era su hora, pero por la intercesión amorosa y pronta de María abre ese espacio, esa manifestación de Dios para constatar el nuevo tiempo para la humanidad. En su hora, Jesús nos la entrega como el don más apreciado y abre de par en par la nueva y maravillosa experiencia del Dios con nosotros.
“Oh María, Virgen y Madre, que tu experiencia ilumine y siga iluminando los destinos de la Iglesia, para que al mirar tu entrega, tu vida, caminemos firmes como misioneros y discípulos de tu Hijo en la construcción del Reino. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, en estas festividades de Navidad y Año Nuevo para renovar nuestra entrega en la Misión Arquidiocesana. Amén.”
* Párroco Unidad Pastoral María Virgen de Regla
Los evangelios, en especial el de san Juan y san Lucas, nos hacen un recuento minucioso de la figura de María.
Si miramos el evangelio de san Lucas vemos a María, mujer sencilla, de un pueblo humilde llamado Nazaret, en cuya figura Dios invierte el “protocolo del antiguo Testamento: mientras Zacarías tiene que dirigirse al templo para ponerse en comunicación con Dios, María lo hace en la sencillez de su hogar y es Dios quien baja hasta ella; el Dios grande, omnipotente, mira la humildad de una sierva que abre su mente, su corazón, su ser para inundarse de ese Dios por quien vive y en quien se mueve, su admiración es grande, el Dios del templo, el Dios de los “hombres santos” viene a una mujer sencilla, sin incienso, sin sacrificios ni holocaustos, pero abierta por la gracia que emana de su ser, esa es su admiración, ella es el cambio, la puerta al Nuevo Testamento, la mujer templo del Espíritu, que acepta concebir y abre su ser al nuevo querer de Dios.
Por eso es la primera bendecida en el nuevo querer ser de Dios, que comunica lo que recibe a su prima Isabel, la que goza en llevar en su vientre el gran regalo de Dios que traerá la salvación, la misericordia y el perdón. La grandeza de María está en ser la sierva, la esclava del Señor, la que escucha y abre su ser a la voluntad de Dios, la que pregunta, la que ama, la que responde y se ofrece plenamente a cumplir la Palabra que da vida y se hace vida cuando se abre decididamente al querer de Dios. Lucas confirma esta dimensión grande de nuestro Dios y María lo refleja plenamente en su canto de alabanza que recoge todo el querer de su pueblo y lo pone en oración a los pies de su creador.
San Juan lo reafirma en las bodas de Caná al realizar el milagro del vino, cuando no era su hora, pero por la intercesión amorosa y pronta de María abre ese espacio, esa manifestación de Dios para constatar el nuevo tiempo para la humanidad. En su hora, Jesús nos la entrega como el don más apreciado y abre de par en par la nueva y maravillosa experiencia del Dios con nosotros.
“Oh María, Virgen y Madre, que tu experiencia ilumine y siga iluminando los destinos de la Iglesia, para que al mirar tu entrega, tu vida, caminemos firmes como misioneros y discípulos de tu Hijo en la construcción del Reino. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, en estas festividades de Navidad y Año Nuevo para renovar nuestra entrega en la Misión Arquidiocesana. Amén.”
* Párroco Unidad Pastoral María Virgen de Regla
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