Por Benjamín Latorre Araújo *
En el tiempo de Pascua, la Iglesia como madre y maestra, nos enseña la lectura y estudio del libro Hechos de los Apóstoles. En el texto encontramos la manera de vivir y actuar de las primeras comunidades cristianas y la actividad de los apóstoles Pedro y Pablo. También encontramos las maravillas que obró el Espíritu Santo en los hombres y mujeres que vivieron la transformación de sus vidas a partir de la Resurrección del Señor. El Espíritu fue el principal protector de los discípulos que venciendo el “... miedo a los judíos”, salieron a anunciar la Buena Nueva de Cristo Resucitado por Jerusalén, Samaria, Galilea, Antioquía, Éfeso, Tesalónica, Galacia, Filipos, Corinto, Atenas, Chipre, Cartago, Roma “y hasta los confines de la tierra” (cf. Hch. 1, 8).
La experiencia y el gozo pascual, lo compartían reuniéndose en sus casas para “la enseñanza y la oración” (cf. Hch. 5, 42). La casa era el lugar de reunión de las primeras comunidades cristianas. Es mucho lo que tenemos que aprender de los discípulos de la comunidad primitiva: “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones” (cf. Hch. 2, 42).
Las virtudes de las primeras comunidades son muchas: vivían unidos, compartían con alegría y sencillez lo que tenían, tenían un mismo pensar y sentir. Son muchos también los problemas y dificultades que tuvieron que soportar como comunidad: persecuciones, piedras, azotes, cárcel y hasta el martirio. Pero crecieron, y el numero de los seguidores “aumentaban en número” cada día.
En nuestra Arquidiócesis vivimos la gracia del PDR/E y desde hace diez años, se viene fortaleciendo la experiencia de las primeras comunidades con la reunión semanal de los núcleos familiares. Cada martes, grupos de familias nos reunimos para vivir la fe, proclamar la Palabra y orar como hermanos. El lugar de las reuniones de los martes, es la casa de uno de los miembros de ese núcleo. La casa como en los primeros tiempos vuelve a ser lugar de reunión para el anuncio del Evangelio y formar pequeñas comunidades eclesiales. De ahí que acojamos la invitación, que a través de una carta mensual nos hace el señor Arzobispo, Monseñor Rubén Salazar Gómez, de reunirnos varias familias de la cuadra o manzana, o del conjunto residencial para proclamar y meditar el Evangelio del domingo próximo.
En estos días de la cincuentena Pascual es más notoria la importancia de la casa, porque facilita vivir la alegría y el gozo de un Cristo Resucitado y prepararnos para Pentecostés. Es desde la “Iglesita doméstica”, de mi casa, donde puedo empezar a cumplir mis compromisos bautismales de ser discípulo y misionero de Jesús.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos muchísimas referencias a la casa. Indicándonos su importancia para el nacimiento de la Iglesia y la misión de anunciar a Jesucristo. La importancia para la misión de hoy, sigue siendo la misma. En el relato encontramos el pasaje del carcelero de Pablo y Silas en Filipos, quien estremecido por el testimonio de Pablo lo invita a su casa (cf. Hch. 16, 30 – 34). El carcelero – un pagano que se siente deslumbrado por las maravillas de Dios - los llevó a su casa, preparó un banquete, celebró con toda su familia “la alegría de haber creído en Dios”.
La casa de Lidia en Filipos es otro ejemplo a seguir. La conversión de Lidia – una mujer unida religiosamente al judaísmo – es obra del Señor y su casa no sólo será la residencia de Pablo, sino el lugar de encuentro para la comunidad de Filipos “Entren y quédense en mi casa” es la invitación agradecida de Lidia. (Cf. Hch. 16, 13 -15).
Para que la misión evangelizadora de la Iglesia arquidiocesana dé los frutos que el Señor espera, necesitamos otra Lidia en cada núcleo, que ofrezca su casa para la realización de las asambleas familiares y también diga: “vengan y quédense en mi casa”. Es la expresión alegre que debe escucharse para multiplicar cada día el número de asambleas y seguir construyendo la Iglesia que Dios quiere y el Atlántico necesita. Se cumplen diez años de la primera reunión en asamblea familiar. Fue el punto de partida de una misión que continúa por la gracia de Dios.
Pedro fue acogido en la casa de Simón el curtidor en Joppe (cf. Hch. 9, 43) y también fue recibido en la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde muchos se reunían a orar (cf. Hch. 12, 12).
La casa de Nazareth
Una casa muy importante para el plan de Dios y que no podemos dejar de mencionar es la casa de Nazareth. Cuentan que el pequeño pueblo de Nazareth, no tenía más de 20 casas, pero en una de esas casas vivía una jovencita “llena de gracia” que fue dócil a la acción del Espíritu Santo y responde el “Hágase... ” (cf. Lc. 1, 38) que es un Sí a Dios. María se convierte desde ese momento en Oyente y Servidora de la Palabra. No hay duda, la casa de Nazareth fue una casa de virtudes: fe, oración, servicio, trabajo. Cada hogar ayudado por la gracia de Dios, debe ser imitación del hogar de Nazareth. Es el desafío para todas las familias, precisamente cuando más amenazas se ciernen sobre la familia, núcleo fundamental de la sociedad.
El PDR/E necesita casas como la de Marta y María en Betania (cf. Lc. 10, 38) que semanalmente abran sus puertas a Jesús Maestro de Vida Eterna y nos sentemos a escucharlo. Ese ejercicio frecuente, casi diario de escuchar al Maestro, nos permite tener un encuentro con Jesucristo para conocerlo y descubrir el querer de Dios. Es sin lugar a dudas, un encontrarnos con Jesús Resucitado que nos habla a través de Su Palabra y lo experimentamos en la comunidad, la Iglesia y la vida sacramental. Roguemos al Espíritu de Amor que “abra nuestras mentes para entender las Escrituras” y poder dar el testimonio de las primeras comunidades.
* Miembro Ecap Santa Ana
En el tiempo de Pascua, la Iglesia como madre y maestra, nos enseña la lectura y estudio del libro Hechos de los Apóstoles. En el texto encontramos la manera de vivir y actuar de las primeras comunidades cristianas y la actividad de los apóstoles Pedro y Pablo. También encontramos las maravillas que obró el Espíritu Santo en los hombres y mujeres que vivieron la transformación de sus vidas a partir de la Resurrección del Señor. El Espíritu fue el principal protector de los discípulos que venciendo el “... miedo a los judíos”, salieron a anunciar la Buena Nueva de Cristo Resucitado por Jerusalén, Samaria, Galilea, Antioquía, Éfeso, Tesalónica, Galacia, Filipos, Corinto, Atenas, Chipre, Cartago, Roma “y hasta los confines de la tierra” (cf. Hch. 1, 8).
La experiencia y el gozo pascual, lo compartían reuniéndose en sus casas para “la enseñanza y la oración” (cf. Hch. 5, 42). La casa era el lugar de reunión de las primeras comunidades cristianas. Es mucho lo que tenemos que aprender de los discípulos de la comunidad primitiva: “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones” (cf. Hch. 2, 42).
Las virtudes de las primeras comunidades son muchas: vivían unidos, compartían con alegría y sencillez lo que tenían, tenían un mismo pensar y sentir. Son muchos también los problemas y dificultades que tuvieron que soportar como comunidad: persecuciones, piedras, azotes, cárcel y hasta el martirio. Pero crecieron, y el numero de los seguidores “aumentaban en número” cada día.
En nuestra Arquidiócesis vivimos la gracia del PDR/E y desde hace diez años, se viene fortaleciendo la experiencia de las primeras comunidades con la reunión semanal de los núcleos familiares. Cada martes, grupos de familias nos reunimos para vivir la fe, proclamar la Palabra y orar como hermanos. El lugar de las reuniones de los martes, es la casa de uno de los miembros de ese núcleo. La casa como en los primeros tiempos vuelve a ser lugar de reunión para el anuncio del Evangelio y formar pequeñas comunidades eclesiales. De ahí que acojamos la invitación, que a través de una carta mensual nos hace el señor Arzobispo, Monseñor Rubén Salazar Gómez, de reunirnos varias familias de la cuadra o manzana, o del conjunto residencial para proclamar y meditar el Evangelio del domingo próximo.
En estos días de la cincuentena Pascual es más notoria la importancia de la casa, porque facilita vivir la alegría y el gozo de un Cristo Resucitado y prepararnos para Pentecostés. Es desde la “Iglesita doméstica”, de mi casa, donde puedo empezar a cumplir mis compromisos bautismales de ser discípulo y misionero de Jesús.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos muchísimas referencias a la casa. Indicándonos su importancia para el nacimiento de la Iglesia y la misión de anunciar a Jesucristo. La importancia para la misión de hoy, sigue siendo la misma. En el relato encontramos el pasaje del carcelero de Pablo y Silas en Filipos, quien estremecido por el testimonio de Pablo lo invita a su casa (cf. Hch. 16, 30 – 34). El carcelero – un pagano que se siente deslumbrado por las maravillas de Dios - los llevó a su casa, preparó un banquete, celebró con toda su familia “la alegría de haber creído en Dios”.
La casa de Lidia en Filipos es otro ejemplo a seguir. La conversión de Lidia – una mujer unida religiosamente al judaísmo – es obra del Señor y su casa no sólo será la residencia de Pablo, sino el lugar de encuentro para la comunidad de Filipos “Entren y quédense en mi casa” es la invitación agradecida de Lidia. (Cf. Hch. 16, 13 -15).
Para que la misión evangelizadora de la Iglesia arquidiocesana dé los frutos que el Señor espera, necesitamos otra Lidia en cada núcleo, que ofrezca su casa para la realización de las asambleas familiares y también diga: “vengan y quédense en mi casa”. Es la expresión alegre que debe escucharse para multiplicar cada día el número de asambleas y seguir construyendo la Iglesia que Dios quiere y el Atlántico necesita. Se cumplen diez años de la primera reunión en asamblea familiar. Fue el punto de partida de una misión que continúa por la gracia de Dios.
Pedro fue acogido en la casa de Simón el curtidor en Joppe (cf. Hch. 9, 43) y también fue recibido en la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde muchos se reunían a orar (cf. Hch. 12, 12).
La casa de Nazareth
Una casa muy importante para el plan de Dios y que no podemos dejar de mencionar es la casa de Nazareth. Cuentan que el pequeño pueblo de Nazareth, no tenía más de 20 casas, pero en una de esas casas vivía una jovencita “llena de gracia” que fue dócil a la acción del Espíritu Santo y responde el “Hágase... ” (cf. Lc. 1, 38) que es un Sí a Dios. María se convierte desde ese momento en Oyente y Servidora de la Palabra. No hay duda, la casa de Nazareth fue una casa de virtudes: fe, oración, servicio, trabajo. Cada hogar ayudado por la gracia de Dios, debe ser imitación del hogar de Nazareth. Es el desafío para todas las familias, precisamente cuando más amenazas se ciernen sobre la familia, núcleo fundamental de la sociedad.
El PDR/E necesita casas como la de Marta y María en Betania (cf. Lc. 10, 38) que semanalmente abran sus puertas a Jesús Maestro de Vida Eterna y nos sentemos a escucharlo. Ese ejercicio frecuente, casi diario de escuchar al Maestro, nos permite tener un encuentro con Jesucristo para conocerlo y descubrir el querer de Dios. Es sin lugar a dudas, un encontrarnos con Jesús Resucitado que nos habla a través de Su Palabra y lo experimentamos en la comunidad, la Iglesia y la vida sacramental. Roguemos al Espíritu de Amor que “abra nuestras mentes para entender las Escrituras” y poder dar el testimonio de las primeras comunidades.
* Miembro Ecap Santa Ana
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