jueves, mayo 05, 2011

La corrección fraterna: ¿Opción o deber?

Por ANTONIO AHUMADA AMARÍS*

El Divino Maestro aconseja claramente sobre la necesidad de corregir a los que pecan. Ante las ofensas personales, las injurias o hasta los defectos que observemos en la conducta de otros - sobre todo las faltas contra la fe y las costumbres, con peligro de causar un escándalo - no podemos dejar de advertir a nuestro prójimo, sin eludirlo por indiferencia o peor aún, por desprecio.

Debemos poner en práctica la norma del Señor expresada en el siguiente versículo: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano”.

Cuando tenemos la obligación de corregir y no lo hacemos, no sólo dañamos a nuestro prójimo, sino también a nosotros mismos. Tal omisión nos priva de los meritos y beneficios del cumplimiento de este deber y terminará escandalizando a quienes comprueban su negligencia.

Es evidente que al llevar a cabo este precepto hay que proceder sin la menor pasión, por ínfima que sea. Se deberá emplear toda la caridad posible en la delicadísima tarea de la reconciliación.

Es importantísimo que padres y educadores cumplan su deber en esta materia, porque así lo enseña el libro de Proverbios 22, 15: “La necedad se esconde en el corazón del niño, la vara de la corrección la hace salir de él”. Es una gran señal de amor a los inferiores avisarles de sus faltas; cuando un padre actúa con su hijo de esa manera, le procura el bien y la virtud.

Cuando San Pablo escribe a los hebreos, no vacila en afirmar: “Soporten la corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿Hay algún hijo que no sea corregido por su padre? Si Dios no los corrigiera, como lo hace con todos, ustedes serían bastardos y no hijos” (Heb 12, 7-8).

La salvación y la felicidad de los hijos resultan de una buena educación y de la justa severidad de los padres. Al contrario, una condescendencia licenciosa y la ausencia de corrección son el principio de la mala conducta y de la reprobación de los hijos: caen en excesos y crímenes que los llevan a su desgracia eterna.

Cuando la corrección es fraterna, ésta se acepta con humildad y gratitud, detiene los malos deseos, calma las pasiones de la carne, derrumba el orgullo, aplaca el desenfreno, destruye la superficialidad y reprime los malos movimientos del espíritu y del corazón. Por eso, cuando somos oídos con buena disposición por quien corregimos, se dice que ganamos a un hermano, porque le devolvimos la verdadera paz del alma y lo trajimos de vuelta al camino de la salvación.

*Licenciado en lenguas Modernas, especialidad en Español e Inglés. Universidad del Atlántico. antoahumar@hotmail.com

No hay comentarios.: