jueves, junio 30, 2011

Celibato: ¿Sacrificio o amor a Cristo y la Iglesia?

Por Jhon Pino Berdugo*

“Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un fiel sacerdote, misericordioso y fiel en lo que toca a Dios, y expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando”. (Hb 2, 17-18).

Al optar por una vida en Cristo, por una plena configuración con él, en nuestras mentes no debe pasar la palabra sacrificio. Recuerdo unas palabras de una persona muy santa, nuestro anterior Arzobispo de Barranquilla, Monseñor Rubén Salazar, al referirse al celibato: “Cuando una madre cuida a su hijo recién nacido, lo hace: ¿por amor o por sacrificio? por amor, el celibato se lleva con amor”. El ser célibe es el ofrecimiento de la totalidad del amor por Jesucristo y por la Iglesia. Ese optar por Jesús debe llevarnos a la integración plena de la afectividad, que es asumida con amor, fecundado por el verdadero amor al servicio de Dios y de la Iglesia.

Al ir configurándonos con Cristo, hay que pedir la ayuda de Dios. El celibato se mantiene mediante la oración. Es un don que hay formar para vivir humanamente en castidad. Por lo tanto, no es una vacuna para los aspirantes a las órdenes sagradas.

No obstante, hay que educar la afectividad, al amor responsable y con una madurez para alcanzar el celibato. Una madurez afectiva, es lo primordial, ir creciendo en ella, ya que el aspirante al ministerio sacerdotal, habrá potencializado su afectividad y sabrá evitar cualquier tipo de dependencia de los demás con respecto de sí mismo. Será capaz de formar en ellos una afectividad abierta a los demás, ésta se fecundará en el amor recibido de Dios en Jesucristo, fin último de nuestra existencia. Por lo tanto, hay que estar en la capacidad de amar y de darse de una manera recta y pura.

Nosotros como futuros presbíteros, seremos pastores de una comunidad con ansias de Cristo, estamos comprometidos en el mismo esfuerzo por apropiarnos constantemente del sentido del celibato en nuestra propia vida y en nuestro futuro ministerio. Ya que estamos expuestos a las mismas tentaciones humanas de todo ser. La calidad de nuestra castidad se manifiesta a través de las actitudes tomadas en nuestras relaciones con los demás.

Nuevamente se integra la dependencia, podemos crear dependencias o rechazos mal sanos, si nuestras relaciones con aquellos que nos rodean son exclusivas o posesivas y si dejamos que en nuestro entorno se formen pequeños grupos que manifiestan favoritismo alguno.

Es así como oro para que el Señor nos fortalezca y nos sostenga en esta misión, para poder ayudar a quienes nos han sido confiados, igualmente a permanecer fieles a nuestro propio compromiso como personas humana al servicio del Reino de Dios.

Nuestra madre, la Virgen María, madre todos seminaristas y sacerdotes, nos ayude a vivir este don de Dios como lo es el celibato. Ella, quien educó a Jesús y lo ayudó en su proceso de madurez humana, esté presente siempre en nuestro proceso de formación para asumir el don del celibato consagrado a Dios y a la iglesia. María casta y pura, nos ayuda a comprender el celibato como entrega y camino seguro para llegar a imitación de su hijo Jesús.

La opción por el celibato configura al candidato con Cristo hasta en su estilo de vida más personal e intimo, lo hace modelo de virginidad y de castidad.

Por lo tanto, el celibato no es un sacrificio por el que hay que optar, sino que es el amor al ofrecimiento de la totalidad a Jesucristo y por la Iglesia. Para así poder decir con seguridad como san Pablo: “Él me agarró y toda mi vida es de Él”.

*Unidad pastoral Jesús Orante j.jpinob@hotmail.com

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