La importancia de la teología en la Iglesia
Por Johan Llanos Berdugo*
Hay que reconocer que la doctrina del magisterio reciente, a pesar de que en algunas cuestiones resulte un poco problemática, ha situado a la Iglesia en un plano destacado a nivel de la política mundial. Sin embargo, detrás de esa fachada de una Iglesia que volvió a recuperar espacios perdidos, hay situaciones, sobre todo de evangelización a nivel de el espacio que se le da a la reflexión teológica, que llaman a estar preocupados, seriamente preocupados.
De aquellos grandes teólogos y escrituristas, liturgistas y moralistas, que dieron a luz el Concilio Vaticano II, no quedan muchas huellas y tampoco han surgido nuevos faros que iluminen el quehacer doctrinal con la misma potencia y permanencia. Estamos en una época de cierto adormecimiento intelectual en la comunidad de los creyentes. A esto ha contribuido notablemente el surgimiento de ciertas formas de vida eclesial caracterizadas por lo emotivo y lo sensorial, y que han creado la sensación de que la alta reflexión teológica no reviste mayor importancia. Esta especie de decadencia intelectual ha hecho que en muchos ámbitos, la Iglesia no sea tenida como interlocutor valido para los grandes temas que hoy discute la comunidad humana. Urge volver a sentarse a pensar, a producir desde el intelecto, a estructurar un verdadero y moderno pensamiento cristiano que no se limite a repetir incesantemente lo que ya se sabe, pero que quizá ya no puede significar mucho.
Muchos afirman que “el lector ordinario no quiere teología; denle pura religión práctica”. Me opongo a este tipo de afirmaciones, porque creo que cualquier hombre que quiera pensar algo sobre Dios, le gustaría tener las más claras y precisas ideas que sobre Él estén disponibles.
En ese sentido, el teólogo Gerardo A. Alfaro afirma que, escribir sobre la importancia y necesidad de la teología hubiera sido en épocas pasadas innecesario. La teología cristiana durante muchísimos años fue considerada la reina de las ciencias, y con tal designación se le colocaba en un lugar de singular importancia. Sin embargo, a inicios del siglo XXI las cosas han cambiado. Hoy, inclusive en muchos contextos cristianos, la teología es vista con desdén. Para algunos, ella es sólo un ejercicio académico inútil, el lado intelectual de la fe que hay que aguantar. Otros la ven como un obstáculo para la devoción genuina, e incluso como el enemigo racionalista de la fe. ¿Es esta presente percepción correcta? ¿Por qué y para qué necesitamos la teología? Pero, primero, ¿cómo podemos contestar estas preguntas si no tenemos un entendimiento básico de qué es teología?
Desde una perspectiva sencilla, por teología debería entenderse el discurso creyente que se esfuerza por expresar de manera sistemática y ordenada las convicciones de fe que surgen de la revelación divina y que guían la vida del pueblo de Dios.
Ahora bien, existen dentro de la teología muchas facetas importantes, pero quiero resaltar solamente dos, que pueden iluminar algunas cuestiones del trabajo evangelizador en la Iglesia y si se quiere para la Arquidiócesis en el PDR/E. La primera es la llamada actividad catequética, que no es propiamente actividad de reflexión teológica, pero que trata de comunicar el contenido de la revelación de Dios y se convierte así en el depósito que se transmite de generación en generación, y de cultura a cultura.
La segunda faceta de la teología podría designarse como teología contextual o en desarrollo. Esta existe porque toda explicación y apropiación de la revelación divina se hace desde un lugar y momento específicos. Ambas facetas son interdependientes.
La teología debe considerarse una disciplina inclusiva. Siempre tendrá algo que decir sobre ética. Siempre tendrá algo que decir también a la humanidad en sus diferentes áreas (economía, sociología, política, etc).
Si entendemos así la teología, seguramente nos será mucho más fácil reconocer el lugar central que tiene en nuestra existencia cristiana. Si bien la fe cristiana no es racionalista, tampoco es irracional. Aunque la fe tiene por objeto a Dios y sus obras, y por ello mucho de su contenido necesariamente es un poco más que racional, la comunicación de Dios al hombre -para que sea comunicación- debe ser comprensible, digerible por este.
*Ingeniero en Telecomunicaciones, Universidad Autónoma del Caribe. Lic. Ciencias Religiosas. Diplomado en Teología Bíblica. Jojellabe11@hotmail.com
Por Johan Llanos Berdugo*
Hay que reconocer que la doctrina del magisterio reciente, a pesar de que en algunas cuestiones resulte un poco problemática, ha situado a la Iglesia en un plano destacado a nivel de la política mundial. Sin embargo, detrás de esa fachada de una Iglesia que volvió a recuperar espacios perdidos, hay situaciones, sobre todo de evangelización a nivel de el espacio que se le da a la reflexión teológica, que llaman a estar preocupados, seriamente preocupados.
De aquellos grandes teólogos y escrituristas, liturgistas y moralistas, que dieron a luz el Concilio Vaticano II, no quedan muchas huellas y tampoco han surgido nuevos faros que iluminen el quehacer doctrinal con la misma potencia y permanencia. Estamos en una época de cierto adormecimiento intelectual en la comunidad de los creyentes. A esto ha contribuido notablemente el surgimiento de ciertas formas de vida eclesial caracterizadas por lo emotivo y lo sensorial, y que han creado la sensación de que la alta reflexión teológica no reviste mayor importancia. Esta especie de decadencia intelectual ha hecho que en muchos ámbitos, la Iglesia no sea tenida como interlocutor valido para los grandes temas que hoy discute la comunidad humana. Urge volver a sentarse a pensar, a producir desde el intelecto, a estructurar un verdadero y moderno pensamiento cristiano que no se limite a repetir incesantemente lo que ya se sabe, pero que quizá ya no puede significar mucho.
Muchos afirman que “el lector ordinario no quiere teología; denle pura religión práctica”. Me opongo a este tipo de afirmaciones, porque creo que cualquier hombre que quiera pensar algo sobre Dios, le gustaría tener las más claras y precisas ideas que sobre Él estén disponibles.
En ese sentido, el teólogo Gerardo A. Alfaro afirma que, escribir sobre la importancia y necesidad de la teología hubiera sido en épocas pasadas innecesario. La teología cristiana durante muchísimos años fue considerada la reina de las ciencias, y con tal designación se le colocaba en un lugar de singular importancia. Sin embargo, a inicios del siglo XXI las cosas han cambiado. Hoy, inclusive en muchos contextos cristianos, la teología es vista con desdén. Para algunos, ella es sólo un ejercicio académico inútil, el lado intelectual de la fe que hay que aguantar. Otros la ven como un obstáculo para la devoción genuina, e incluso como el enemigo racionalista de la fe. ¿Es esta presente percepción correcta? ¿Por qué y para qué necesitamos la teología? Pero, primero, ¿cómo podemos contestar estas preguntas si no tenemos un entendimiento básico de qué es teología?
Desde una perspectiva sencilla, por teología debería entenderse el discurso creyente que se esfuerza por expresar de manera sistemática y ordenada las convicciones de fe que surgen de la revelación divina y que guían la vida del pueblo de Dios.
Ahora bien, existen dentro de la teología muchas facetas importantes, pero quiero resaltar solamente dos, que pueden iluminar algunas cuestiones del trabajo evangelizador en la Iglesia y si se quiere para la Arquidiócesis en el PDR/E. La primera es la llamada actividad catequética, que no es propiamente actividad de reflexión teológica, pero que trata de comunicar el contenido de la revelación de Dios y se convierte así en el depósito que se transmite de generación en generación, y de cultura a cultura.
La segunda faceta de la teología podría designarse como teología contextual o en desarrollo. Esta existe porque toda explicación y apropiación de la revelación divina se hace desde un lugar y momento específicos. Ambas facetas son interdependientes.
La teología debe considerarse una disciplina inclusiva. Siempre tendrá algo que decir sobre ética. Siempre tendrá algo que decir también a la humanidad en sus diferentes áreas (economía, sociología, política, etc).
Si entendemos así la teología, seguramente nos será mucho más fácil reconocer el lugar central que tiene en nuestra existencia cristiana. Si bien la fe cristiana no es racionalista, tampoco es irracional. Aunque la fe tiene por objeto a Dios y sus obras, y por ello mucho de su contenido necesariamente es un poco más que racional, la comunicación de Dios al hombre -para que sea comunicación- debe ser comprensible, digerible por este.
*Ingeniero en Telecomunicaciones, Universidad Autónoma del Caribe. Lic. Ciencias Religiosas. Diplomado en Teología Bíblica. Jojellabe11@hotmail.com
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