lunes, marzo 13, 2006

Editorial

Hacia la Pascua

Hemos iniciado un tiempo fuerte y especial del año litúrgico. En éste, el ayuno, la ofrenda y la oración se convierten en el alimento que nos conduce a la santidad, una santidad como experiencia de Dios en nuestra propia cotidianidad.

La radicalidad de las lecturas bíblicas es evidente, pues el Señor no quiere cristianos a medias, tibios y vacilantes. Por eso siempre será necesario aclarar algunos elementos para que no pensemos que el ayuno, la caridad y la oración pertenecen sólo a la Cuaresma o que son actitudes que únicamente pueden vivirse durante este tiempo.

Un estudiante intensifica su estudio en ciertos momentos del año, siendo consciente, sin embargo, que todo el tiempo debe estudiar. De forma similar sucede con nosotros los creyentes: sabemos que cada día del año es importante y necesario estar en oración, pero hay unos momentos concretos en los que debemos intensificarla, y uno de esos momentos es la Cuaresma, experiencia que nos conduce a la Pascua.

Para vivir de una manera más adecuada este momento de preparación a la Pascua, tenemos una ayuda especial con los textos bíblicos propios de este tiempo, que no sólo enuncian sino que a la vez explican en qué consiste cada práctica. Por ejemplo, la explicación sobre el ayuno la encontramos con detalles precisos en Isaías, capítulo 58, especialmente en los versículos 7 al 10. La caridad o misericordia, vista como ofrenda, la podemos contemplar en el texto de Mateo 25, 31: “Lo que hicieron con uno de éstos, los más pequeños, conmigo lo hicieron”. Y, finalmente, sobre la práctica de la oración podemos reflexionar en Mateo 6, 7-15: “Y al orar no repitan ustedes palabras inútiles”, puesto que Dios sabe lo que necesitamos.

Con esto nos damos cuenta que las sugerencias cuaresmales abarcan toda la existencia humana, lo cual -en el fondo- es agradar a Dios con nuestra propia convivencia, fraternidad y confianza.

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