viernes, mayo 12, 2006

EL EVANGELIO DE JESÚS

“Tanto amó Dios al mundo…”

“No salgo de mi asombro al ver con qué rapidez han abandonado a quien los llamó mediante la gracia de Cristo para pasarse a otro evangelio. Pero no hay otro evangelio. Lo que pasa es que algunos los están confundiendo e intentan manipular el evangelio de Cristo. Pues sea maldito cualquiera –yo o incluso un ángel del cielo- que les anuncie un evangelio distinto del que yo les anuncié. Ya les había dicho, y ahora lo repito: Si alguno les anuncia un evangelio distinto del que han recibido, ¡caiga sobre él la maldición! (Gálatas, 1, 6-10).


Sin duda este texto tomado del la carta de San Pablo a los Gálatas es bastante fuerte. Sobre el contexto histórico en que fue escrito podríamos decir que guarda muchas similitudes con el que actualmente vivimos. Algunas comunidades cristianas empezaron a aceptar desviaciones del mensaje inicial que los apóstoles les habían transmitido, ante lo cual San Pablo les exhorta a regresar a la verdad y rechazar el error.

La tentación de desvirtuar y contaminar la pureza del Evangelio de Jesús siempre ha estado al acecho en los más de 20 siglos que tiene la Iglesia. Hoy como ayer, no son pocos los que se dejan seducir por “doctrinas falsas y atrayentes” que en nada se relacionan con la verdad que el Señor Jesús trasmitió a los apóstoles. Verdad que a su vez fue entrega al cuidado de la Iglesia. Por eso, en este tiempo en que tantas dudas se han suscitado en torno al Evangelio en creemos los cristianos, es importante que conozcamos de qué manera esta buena noticia llegó hasta nosotros.

Antes de continuar es bueno que tengamos claro que cuando hablamos del Evangelio de Jesús nos estamos refiriendo al mensaje de salvación contenido en los cuatros textos evangélicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

EL INICIO DE LOS EVANGELIOS
En el tiempo en que los acontecimientos que cambiaron para siempre el sentido de la historia humana eran recientes, muchos hombres y mujeres se dieron a la tarea de consignar -por escrito- aquello que en su mente y su corazón estaba aun muy fresco: la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Podría parecer algo demasiado simple, pero –en esencia- fue así como, a partir de una especial acción del Espíritu Santo, empezaron a surgir los primeros escritos del Nuevo Testamento: los evangelios. Ahora bien, esto no fue un proceso instantáneo, tomó mucho más tiempo de lo que podríamos imaginar.

Del mismo modo en que ocurrió con los escritos del Antiguo Testamento, aquello que inicialmente sólo era una experiencia de fe, que se compartía una y otra vez de viva voz, siempre en un contexto de comunidad, pasó a ser palabra escrita. De la oralidad se llegó a la Escritura, y con ella inició una nueva etapa en la historia de la Iglesia naciente.

LAS DOS GRANDES FUENTES
Entre muchos otros, dos textos del Nuevo Testamento pueden ser de gran ayuda ahora que queremos acercarnos un poco al corazón de nuestra fe, «EL EVANGELIO DE JESÚS», la Revelación de Dios -en Cristo- contenida en sus dos grandes fuentes: la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura.

Estos dos pasajes pueden facilitarnos el proceso de conocer y valorar los evangelios que hoy día encontramos en el canon de las Sagradas Escrituras, es decir, la lista de libros inspirados que agrupa nuestra Biblia; al mismo tiempo, pueden aclararnos algunas dudas que hoy, por acontecimientos recientes como la publicación del “Evangelio de Judas” y la polémica generada por la novela de Dan Brown “El Código Da Vinci, están inquietando a muchos creyentes.

El primer texto es del Evangelio de San Juan; en su versículo final, específicamente el versículo 25 del capítulo 21, el escritor sagrado señala: “Jesús hizo muchas otras cosas; tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse”, (Jn 21, 25). El segundo texto es del Evangelio de San Lucas; en sus dos primeros versículos el evangelista afirma: “Muchos han tratado de escribir la historia de los hechos sucedidos entre nosotros, tal y como los enseñaron quienes, habiéndolos visto desde el comienzo, recibieron el encargo de anunciar el mensaje”. (Lc 1-2).

Al leer el pasaje de San Juan, algo nos queda muy claro: la verdad sobre Jesús no está contenida en su totalidad en lo que se escribió, puesto que mucho quedó sin escribirse, sin embargo, esa otra parte que falta, lejos de perderse por completo, quedó conservada en la otra gran fuente de la Revelación: la Tradición de la Iglesia. Esto nos ubica frente una realidad incuestionable, nunca podremos tener una imagen real de la persona de Jesús, sino le encontramos a través de las dos vías por las que nos ha sido comunicada la Revelación: la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura.

NO HUBO ESCRITURA SIN PALABRA HABLADA
Es probable que esto suene un poco complejo, en realidad es más sencillo de lo que parece. Partamos del hecho de que la Escritura Sagrada, ha brotado en su totalidad de la Tradición, es decir, antes de ser Palabra de Dios escrita, fue Palabra de Dios transmitida oralmente de generación en generación. Una es hija de la otra, por eso decíamos que de la oralidad se paso luego a la escritura.

Ahora bien, esto no quería decir que cualquier persona podía transmitir sus ideas como Palabra de Dios. De igual modo en que hubo una asistencia permanente del Espíritu Santo en el desarrollo de la Escritura Sagrada, la Tradición fue siempre preservada –por el mismo Espíritu- de cualquier desviación.

Sobre este tema, y en el contexto de las primeras comunidades cristianas, el segundo texto que hemos citado, del Evangelio de San Lucas, nos ofrece un elemento bastante significativo. Lucas habla de una enseñanza, de un proceso de transmisión de la fe, previo a la escritura de los evangelios. Con esto el evangelista condicionaba la veracidad del Evangelio al testimonio de aquellos que fueron los testigos oculares, los primeros depositarios del mensaje, estos habían recibido la misión de anunciar este mensaje, de enseñarlo a otros de modo integro. Al leer pausadamente este texto de San Lucas, podremos identificar esas dos fuentes que hemos mencionado. En el fondo lo que Lucas nos comunica en este pasaje es que «lo que nos enseñaron los testigos, eso escribimos, nada más, nada menos».

NADIE QUE BEBA DE LAS DOS FUENTES PUEDE SER HEREJE
Lamentablemente no todos los que escribieron se dejaron conducir por el Espíritu que habita en la Iglesia, no pudieron escuchar la voz de Dios en la voz de los apóstoles. Con base a interpretaciones particulares de la persona de Jesús redactaron muchos escritos que en su contenido se desviaban de la verdad. La historia ha confirmado, una y otra vez, que cuando se deja de lado la importancia de la Sagrada Tradición, o mejor, cuando se desprecia o se desconoce una de esas dos fuentes de las que hemos hablado, se empieza caminar hacia el error. Fue así como surgieron los libros apócrifos.

Otro elemento que debemos tener en cuenta es que muchos de estos escritos no fueron redactados con mala intención, simplemente los autores quisieron plasmar el sentir de una comunidad sobre la persona y la misión aquel en quien creían. Por eso, aunque no son libros inspirados, nunca han dejado de tener importancia para la Iglesia.

LA SEMILLA ENTRE LAS ZARZAS
La semilla del evangelio estaba creciendo en un terreno no muy apto, más de una vez la enseñanza de los apóstoles era mezclada con doctrinas contrarias a la fe. Sin embargo, cuando el error surgía, bastaba con mirar hacia la fuente: “aquellos que siendo testigos desde el comienzo, recibieron el encargo de anunciar el mensaje”.

En nuestro tiempo, no son pocas las zarzas que crecen y que distraen la atención de muchos frente a lo verdaderamente fundamental: la buena de salvación, la noticia de que “tanto amó Dios al mundo para que todo el crea en Él no muera si no que tenga vida eterna.

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