domingo, septiembre 24, 2006

MI TIEMPO DE DIOS

P. Juan Ávila Estrada
Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.

La rapidez en la comunicación, la tecnología al servicio de la eficacia, la ciencia al servicio de la calidad de vida, son cosas que -siendo buenas- se han ido poco a poco en contra del "hombre del Espíritu". Hoy rige lo pragmático y tangible, lo "útil" y rentable; es así como poco a poco los valores espirituales se han ido deteriorando con el transcurrir de lo años. Aún así, ¡quién creyera!, el hombre sigue poseyendo sed infinita de lo eterno, ganas de Dios, hambre de trascendencia; pero al no utilizar los medios adecuados para alcanzarlo, opta por fórmulas mágicas o accesorios que en pequeñas pastillas o poderosas pociones le den por ósmosis aquello que sólo la Gracia de Dios nos puede alcanzar.

El argumento más común entre los que asumen esta actitud respeto a su experiencia de fe es el famoso: "no tengo tiempo", "mis múltiples ocupaciones me impiden acercarme y fortalecer mis relaciones con el Señor." Es por ello que resulta fácil encontrar a quienes, no teniendo tiempo, quieren un "Dios en pastillas".

Tal vez lo que tendríamos que ponernos a pensar es si Dios necesita "un" tiempo para él, "sacar un ratico" para estar con él. Nosotros, que somos todo para Dios, no podemos permitir que él sea "algo" para nosotros. Si somos toda SU vida él debería ser toda NUESTRA vida. Dicha relación, establecida de esta manera, es lo que nos permite cambiar nuestras concepciones de Dios, dejar de adorar aquello que posiblemente es un dios falso (una idolatría mental), para empezar a adorar al Dios de Jesús.

Esto lleva necesariamente a la convicción de que nuestro Dios no necesita que le saquemos tiempo sino que lo involucremos en nuestro tiempo. No se trata de darle espacios a Dios como si fuéramos generosos con él y tuviera que agradecernos porque le regalamos algo, sino que lo involucremos en el quehacer de nuestra historia.

Esto podría sonar a: "mi trabajo es oración". Esto puede o no ser verdad; depende mucho de lo que consideremos oración. Porque a fin de cuentas las labores cotidianas pueden convertirse en excusa para no dedicar tiempo a orar. Aquí de lo que se trata es permitir que cada cosa nuestra, cada acción nuestra: nuestra mesa, trabajo, descanso, relaciones interpersonales, puedan tomar forma en Dios mismo.
Intentemos entenderlo mejor: no solamente podemos, sino que es nuestro deber permitir que el Señor santifique todas aquellas acciones nuestras que buscan hacer de este mundo algo mejor y que quieren llevarnos a la perfección. Aún en medio del mayor número de actividades que realizamos, podemos hacer de toda la vida y todo nuestro tiempo, tiempo de Dios. No es mi tiempo para él, que es en últimas lo que argumentamos no tener; es Él EN MI tiempo. Lo que aquí pretendo que entendamos es lo importante y beneficioso que resulta que sea Dios el que le de forma a todo lo que hacemos, no sencillamente porque le regalemos algo a Él sino porque es Él quien viene a toda nuestra vida para que ella sea realmente gloria y alabanza de su nombre.

Pensémoslo de esta manera: cuando estamos enamorados (mejor dicho, cundo amamos realmente a alguien) todos nuestros afectos, pensamientos y quehacer lo realizamos en, por y para esa persona. No sacamos un tiempo para ese alguien sino que le traemos a nuestro tiempo y a nuestra historia para que se involucre en nuestra vida entera. Acaso, cuando estamos enamorados, ¿no nos dedicamos a contar cuánto hemos pensado en la persona amada? Es más, aún en la soledad somos capaces de hablar a la persona amada sabiendo que no está a nuestro lado. Con cuánta mayor razón con Dios a quien basta invocar con la mente y las palabras para que se haga presente.

La oración, la lectura de la palabra de Dios, la Eucaristía dominical o diaria, vienen a ser solamente prolongaciones (necesarias) de Dios en nuestro tiempo. Obviamente esto sólo se entiende cuando hay un corazón enamorado.

Hoy no se puede esgrimir como argumento para el alejamiento de Dios la falta de tiempo. No es mi tiempo, no es la sucesión de las cosas en el devenir de las horas lo que tengo que interrumpir para dar cabida a Dios; más bien démosle ingreso a todo cuanto somos y hacemos. De este modo la Eucaristía y la vida de oración no serán sólo momentos sacados para Dios sino hábitos de un alma enamorada.

Finalmente, quiero que pensemos un poco en cuánto de su tiempo es suyo y permita que lo que llama suyo sea de Él. Eso es lo que llamo mi tiempo de Dios.

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