“Sentí que tenía que escribir una obra, algo profundo, religioso, que honrara la vida, que involucrara a las personas más allá de sus creencias, de su raza, de su color u origen. Que se refiriera al hombre, a su dignidad, al valor, a la libertad, al respeto del hombre relacionado a Dios, como su Creador”. (Ariel Ramírez, Compositor de la Misa Criolla).
Por RÓGER VARGAS
Legionario de María
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Acontecimientos como la Shoá, así se le conoce a la masacre de más de 6 millones de judíos en numerosos “campos de concentración” en Europa, durante la segunda guerra mundial, “sacuden nuestra memoria, sacuden nuestro corazón. No quieren provocar en nosotros el odio; más bien, nos demuestran cuán terrible es la obra del odio. Quieren hacer que la razón reconozca el mal como mal y lo rechace; quieren suscitar en nosotros la valentía del bien, de la resistencia contra el mal. Quieren despertar en nosotros los sentimientos que se expresan en las palabras que Sófocles pone en labios de Antígona ante el horror que la rodea: "Están aquí no para odiar juntos, sino para amar juntos…” Así podemos esperar que del lugar del horror surja y crezca una reflexión constructiva, y que recordar ayude a resistir al mal y a hacer que triunfe el amor.” Con estas palabras, que el Papa Benedicto XVI pronunció durante su oración en el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006, con ocasión de su visita apostólica a Alemania, he querido iniciar la segunda parte de este artículo dedicado a una de las más importantes obras del arte latinoamericano, La Misa Criolla; compuesta en 1964 por Ariel Ramírez, el reconocido músico argentino. Las palabras del Papa nos recuerdan que ante el mal existen múltiples respuestas, sin embargo, sólo el amor –traducido en perdón y reparación- es la única respuesta que puede hacer posible que -en medio del caos de la muerte- brote la esperanza. En síntesis, ésta es la conclusión de la primera parte de este artículo.
EL ARTE Y LO QUE LAS PALABRAS NO EXPRESAN
Sin lo dicho hasta el momento, sería muy fácil quedarse en la “superficie” de esta obra de Ariel Ramírez, La Misa Criolla, y no trascender al mensaje que en lo profundo nos quiso compartir. Esta obra, compuesta por cinco piezas, se puede definir o describir de muchas maneras; para mí, no es otra cosa que un itinerario de fe. Quien la escucha de principio a fin, recorre una vía en la que se contempla el misterio de la salvación actualizado en la liturgia de la Iglesia. La Misa Criolla inicia con un impresionante canto penitencial, el “Kyrie”, que en mi opinión es como una gran “obertura”; sin este canto no se podría percibir la real dimensión de todo lo que sigue. En este Kyrie casi se puede tocar el dolor, para que tenga una idea de esto, sólo imagínese escuchar un coro de más de 200 voces cantando “Señor ten Piedad” sobre la base melódica de unas quenas y la percusión de un tambor que imita las palpitaciones del corazón humano. Terminado el Kyrie, sigue el canto del Gloria, una explosión de júbilo: tambores, charangos, quenas, se fusionan para traducir –en música- el sentido de este himno de alabanza. De la alegría del Gloria se pasa a la convicción del Credo, sin duda es la pieza más fuerte del conjunto. La cuarta pieza es el Sanctus, que en una visión general de la obra, viene a ser “una brisa suave”, una alabanza serena a la trinidad. La obra termina con el Agnus Dei (Cordero de Dios), una pieza que nos deja un “sabor” a esperanza; personalmente creo que –junto al Credo- este canto nos invita a ver nuestro mundo desde lo escatológico, desde la certeza de la Parusía, el retorno glorioso de Cristo. De una forma general, esta es la descripción de La Misa Criolla, y como ya lo hemos expresado, es uno de los mejores ejemplos sobre como el arte puede llevarnos a vivir de mejor modo los misterios centrales de nuestra fe.
¿QUÉ PUEDO LLEVAR A MI VIDA?
Sin ser judío, Ariel Ramírez compartió el dolor de quienes murieron inocentemente; más aún, quiso –sin ser responsable- reparar un poco el daño que el odio y la indiferencia causaron a millones de inocentes. Esa fue su respuesta, pudo ser otra; puedo ser contestataria, violenta, subversiva, pero no; simplemente compuso una impresionante obra musical basada en los textos del ordinario de la misa del Rito Romano; y con ello logró mucho más. Y no fue el único, aunque en reiteradas ocasiones esto se quiera ignorar. En efecto, no pocas veces se percibe un profundo resentimiento en algunos lideres judíos que –deliberadamente- desconocen la solidaridad de la Iglesia respecto al sufrimiento de quienes padecieron en los campos de concentración. Se olvidan de que miles de sacerdotes, laicos, religiosas, también fueron llevados a estos campos por oponerse a la locura de Hitler o simplemente por ayudar a familias judías. Son muchos los hombres y mujeres que hoy van camino a su canonización, precisamente por su amor heroico. Quizá los casos más conocidos son los de Santa Teresa Benedicta (Santa Edith Stein) y San Maximiliano Kolbe, una religiosa alemana y un sacerdote polaco. La primera fue asesinada en las cámaras de gas y el segundo, San Maximiliano, asesinado con una inyección de cianuro luego de sufrir hambre por muchos días. Ambos murieron en Auschwitz, ambos ofrecieron sus vidas por quienes los mataban y también por todos aquellos que compartían su mismo sufrimiento.
Resulta significativo que esta segunda parte de “El dolor de Israel y la Purificación de la Conciencia” se ha publicado en este mes en el que nuestra Arquidiócesis nos invita a «reparar las ofensas»; y creo que no puede ser otra la actitud que este artículo deba suscitar. Hay tanto por lo que tenemos que reparar: las ofensas cometidas, las omisiones, la indiferencia, el desprecio, el egoísmo, los juicios a nuestro prójimo… sin esta reparación, ¿podrá haber paz en la tierra, en tu familia, en tu trabajo, en tu parroquia? sin ella, ¿podrías llamarte cristiano?
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