Por Jaynes de Jesús Hernández Natera*
La honra es como un vaso de agua limpia y pura que se puede mantener, vivificar su sabor y olor con virtudes, como también agotarse, evaporarse, contaminarse, pero si ocurre, no es el fin, ya que se puede restaurar si se bebe en la fuente de agua viva que es Cristo, y se tiene plena confianza en María, Vaso Honorable, quien nos surte con su pureza y nos alimenta el espíritu, ella es Vaso espiritual y Vaso insigne de devoción, fuente de amor.
“Si conocieras el don de Dios”(Juan 4,10), dice Jesús a la samaritana. Sus palabras llenas de vida, vida nueva y digna, llaman a tomar parte de Su misión a la samaritana, quien alegre, libre y sana corrió a las calles a comunicar que ya no tendría más sed; a partir de ese momento, en aquella aldea muchos creyeron en Él por lo que había contado la mujer (Juan 4,39). Jesús le dio agua del manantial de Su misericordia a aquella samaritana que había tenido varios maridos; una mujer sedienta de amor, ignorada, desvalorizada en el pueblo; ella desconocía que podría recuperar el sentido de la estima y respeto de sí misma. Al encontrarse con Jesús, Él la llevó a encontrarse consigo misma para que así reconociera que estaba en el camino equivocado y se animara a darse cuenta que aún podría hacer algo bueno. Este es un fiel ejemplo de que nunca es tarde para restaurarnos. En agradecimiento a Dios, la samaritana dio su testimonio al pueblo.
Amiga es hora de que te preguntes: ¿Has dado testimonio de la resurrección de Cristo y de cuánto te ama? Comunicar a Cristo hace parte de nuestra dignidad, las mujeres somos las primeras en anunciar a Cristo (Mateo 28.1-1 - Lucas 24,8-11).
Las mujeres somos destacadas por el magisterio de la Iglesia, es por eso que en este se habla acerca de nuestra dignidad. El Papa Juan XXIII declaraba en la encíclica “Pacem in Terris” un alegato a favor de la mujer: “La mujer, cada vez más consciente de su dignidad humana, no tolera ser considerada como un instrumento, sino que exige que se le trate como persona, tanto en el hogar como en la vida pública”.
Por su parte, Juan Pablo II en su carta apostólica en 1988 “Mulieris Diginitatem”, honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre en el proyecto y en el amor de Dios y divulgaba que en la historia familiar, personal y social, la mujer ha ocupado un lugar valioso e insustituible, lo cual, las mujeres debemos reconocerlo, defenderlo, y cultivarlo. Benedicto XVI nos dice: “Desafortunadamente la dignidad y misión dada por Dios a la mujer no ha sido siempre comprendida y estimada”, y afirmó: " Las mujeres son constructoras de paz y comunicadoras de humanidad en un mundo que demasiadas veces juzga su valor con fríos criterios de explotación y aprovechamiento”.
Amiga, es importante que conozcas en el Documento de Aparecida los numerales: 451- 458, en el cual hay aportes como: “- La sabiduría del plan de Dios nos exige favorecer el desarrollo de la identidad femenina en reciprocidad y complementariedad con la identidad del varón- Por eso, la Iglesia está llamada a compartir, orientar y acompañar proyectos de promoción de la mujer con organismos sociales ya existentes, reconociendo el ministerio esencial y espiritual que la mujer lleva en sus entrañas: recibir la vida, acogerla, alimentarla, darla a luz, sostenerla, acompañarla y desplegar su ser de mujer, creando espacios habitables de comunidad y de comunión”.
En el numeral 455 se dice: “las mujeres constituyen, en general, la mayoría de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe y colaboradoras de los pastores, quienes deben atenderlas, valorarlas y respetarlas”.
Dignidad y honra
Hay que amarse a sí misma por el gran hecho de ser hijas de Dios Padre y por lo tanto, debemos auto-valorarnos como mujeres dignas y defender la honra por el amor a Dios. Preguntémonos: ¿Cuántas veces por el temor de perder un puesto de trabajo, el aumento de sueldo, una calificación académica, temor a la soledad o por sentimientos como la envidia y avaricia, le somos infieles a Dios y de paso denigramos nuestra honra?
La persona es un ser social, convive con las demás personas en sociedad y actúa en el complejo mundo de la vida social y política; por tanto, cualquier acto que afecta la honra de la propia mujer, afecta la honra de su familia y la de sus seres cercanos.
María exalta la dignidad y honra de la mujer
“En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible. La figura de María, discípula por excelencia entre discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia. (Aparecida, 451). Hay esperanza para toda mujer cuando el vaso de su honra tiene alguna impureza y esa esperanza es Jesús y María.
*Miembro de la Comisión de Pastoral Vocacional. jaynesher@hotmail.com
La honra es como un vaso de agua limpia y pura que se puede mantener, vivificar su sabor y olor con virtudes, como también agotarse, evaporarse, contaminarse, pero si ocurre, no es el fin, ya que se puede restaurar si se bebe en la fuente de agua viva que es Cristo, y se tiene plena confianza en María, Vaso Honorable, quien nos surte con su pureza y nos alimenta el espíritu, ella es Vaso espiritual y Vaso insigne de devoción, fuente de amor.
“Si conocieras el don de Dios”(Juan 4,10), dice Jesús a la samaritana. Sus palabras llenas de vida, vida nueva y digna, llaman a tomar parte de Su misión a la samaritana, quien alegre, libre y sana corrió a las calles a comunicar que ya no tendría más sed; a partir de ese momento, en aquella aldea muchos creyeron en Él por lo que había contado la mujer (Juan 4,39). Jesús le dio agua del manantial de Su misericordia a aquella samaritana que había tenido varios maridos; una mujer sedienta de amor, ignorada, desvalorizada en el pueblo; ella desconocía que podría recuperar el sentido de la estima y respeto de sí misma. Al encontrarse con Jesús, Él la llevó a encontrarse consigo misma para que así reconociera que estaba en el camino equivocado y se animara a darse cuenta que aún podría hacer algo bueno. Este es un fiel ejemplo de que nunca es tarde para restaurarnos. En agradecimiento a Dios, la samaritana dio su testimonio al pueblo.
Amiga es hora de que te preguntes: ¿Has dado testimonio de la resurrección de Cristo y de cuánto te ama? Comunicar a Cristo hace parte de nuestra dignidad, las mujeres somos las primeras en anunciar a Cristo (Mateo 28.1-1 - Lucas 24,8-11).
Las mujeres somos destacadas por el magisterio de la Iglesia, es por eso que en este se habla acerca de nuestra dignidad. El Papa Juan XXIII declaraba en la encíclica “Pacem in Terris” un alegato a favor de la mujer: “La mujer, cada vez más consciente de su dignidad humana, no tolera ser considerada como un instrumento, sino que exige que se le trate como persona, tanto en el hogar como en la vida pública”.
Por su parte, Juan Pablo II en su carta apostólica en 1988 “Mulieris Diginitatem”, honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre en el proyecto y en el amor de Dios y divulgaba que en la historia familiar, personal y social, la mujer ha ocupado un lugar valioso e insustituible, lo cual, las mujeres debemos reconocerlo, defenderlo, y cultivarlo. Benedicto XVI nos dice: “Desafortunadamente la dignidad y misión dada por Dios a la mujer no ha sido siempre comprendida y estimada”, y afirmó: " Las mujeres son constructoras de paz y comunicadoras de humanidad en un mundo que demasiadas veces juzga su valor con fríos criterios de explotación y aprovechamiento”.
Amiga, es importante que conozcas en el Documento de Aparecida los numerales: 451- 458, en el cual hay aportes como: “- La sabiduría del plan de Dios nos exige favorecer el desarrollo de la identidad femenina en reciprocidad y complementariedad con la identidad del varón- Por eso, la Iglesia está llamada a compartir, orientar y acompañar proyectos de promoción de la mujer con organismos sociales ya existentes, reconociendo el ministerio esencial y espiritual que la mujer lleva en sus entrañas: recibir la vida, acogerla, alimentarla, darla a luz, sostenerla, acompañarla y desplegar su ser de mujer, creando espacios habitables de comunidad y de comunión”.
En el numeral 455 se dice: “las mujeres constituyen, en general, la mayoría de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe y colaboradoras de los pastores, quienes deben atenderlas, valorarlas y respetarlas”.
Dignidad y honra
Hay que amarse a sí misma por el gran hecho de ser hijas de Dios Padre y por lo tanto, debemos auto-valorarnos como mujeres dignas y defender la honra por el amor a Dios. Preguntémonos: ¿Cuántas veces por el temor de perder un puesto de trabajo, el aumento de sueldo, una calificación académica, temor a la soledad o por sentimientos como la envidia y avaricia, le somos infieles a Dios y de paso denigramos nuestra honra?
La persona es un ser social, convive con las demás personas en sociedad y actúa en el complejo mundo de la vida social y política; por tanto, cualquier acto que afecta la honra de la propia mujer, afecta la honra de su familia y la de sus seres cercanos.
María exalta la dignidad y honra de la mujer
“En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible. La figura de María, discípula por excelencia entre discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia. (Aparecida, 451). Hay esperanza para toda mujer cuando el vaso de su honra tiene alguna impureza y esa esperanza es Jesús y María.
*Miembro de la Comisión de Pastoral Vocacional. jaynesher@hotmail.com
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