Por Onix Nedel*
La cultura generalizada de la libertad que desde hace muchos años defienden los adultos ha podido cambiar, poco a poco, ciertas costumbres y actitudes de los jóvenes. Producto del desenfreno y la escasa educación en muchos temas de gran importancia, es notable como los valores que antes se defendían y, sobre todo, se respetaban por encima de cualquier moda o capricho, ahora son vulnerados, siendo la sociedad muy permisiva en el desvanecimiento de la línea fronteriza que divide los gustos efímeros y los actos correctos.
En la actualidad, el tema de la sexualidad ha tenido, lastimosamente, un giro significativo trayendo innumerables dificultades en la educación y cultura juvenil. La sociedad juvenil ve con mayor fragilidad las conductas sexuales. Es normal que las adolescentes accedan a una relación íntima a temprana edad o que los muchachos ya hayan tenido relaciones sexuales con varias mujeres antes de casarse.
¿Hasta qué punto la sociedad ha permitido esta visión laxa de los valores; sobre todo de aquellos que permiten la sana vivencia de una sexualidad? La Iglesia católica ha analizado esta problemática desde hace muchos años. Por tal motivo, su preocupación e interés se ha centrado en la familia como el núcleo donde nacen las personas y los valores de toda la sociedad. “En el pasado, aún en el caso de que la familia no ofreciera una explícita educación sexual, la cultura general, impregnada por el respeto de los valores fundamentales, servía objetivamente para protegerlos y conservarlos. La desaparición de los modelos tradicionales en gran parte de la sociedad, sea en los países desarrollados que en vías de desarrollo, ha dejado a los hijos faltos de indicaciones unívocas y positivas, mientras los padres se han descubierto sin la preparación para darles las respuestas adecuadas. Este contexto se ha agravado por un oscurecimiento de la verdad sobre el hombre al que asistimos y que conlleva, además, una presión hacia la banalización del sexo”, explica el documento Sexualidad Humana: verdad y significado, Orientaciones educativas en familia, Vaticano, 1994.
Cualquier esfuerzo que se haga (y no propiamente del catolicismo) para reconstruir los tejidos familiares contribuirán en la calidad de personas que estemos dando al mundo. Esto implica no sólo que autoridades y organizaciones no gubernamentales diseñen y apliquen estrategias que vayan hacia ese fin; también es necesario que los padres reconozcan y asuman sus responsabilidades en esta área desde la infancia.
Aunque las instituciones de educación media en Colombia han demostrado un gran interés por responder efectivamente al tema de la educación sexual, hay un pensamiento común entre las personas y quienes lo han impulsado que expone un fracaso en el trabajo realizado hasta ahora. Tal vez sean los métodos, la poca intensificación de las clases o la manera en cómo está planteada actualmente la iniciativa. Lo cierto es que ésta también puede ser una alternativa que con la ayuda de las demás entidades y el esfuerzo de los padres de familia se podrá obtener, en el tiempo menos pensado, una visión más prometedora de la sexualidad juvenil.
La tarea de la Iglesia
Así como la Santa Sede ha sido hábil y concreta en evidenciar la realidad de la sexualidad actual, también es consciente de su participación a la hora de aportar métodos que ayuden a su solución.
En el marco de este importante tema, la Iglesia Católica ha planteado varias alternativas de carácter pastoral que reflejan lo dispuesto por Dios en la Biblia y en los valores que siempre han acompañado al catolicismo. Para esto es necesario comprender nuestra realidad como seres humanos pero, ante todo, nuestros deberes como cristianos comprometidos.
En ellas encontramos la obligación que tienen los adultos y jóvenes en entender el verdadero significado del sexo, basado en el amor y en la responsabilidad que tenemos en mantener nuestra alma limpia. “El hombre, en efecto, es llamado al amor como espíritu encarnado, es decir, alma y cuerpo en la unidad de la persona. El amor humano abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor espiritual. La sexualidad no es algo puramente biológico, sino que mira a la vez al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación física tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte. Este amor está expuesto sin embargo, como toda la vida de la persona, a la fragilidad debida al pecado original y sufre, en muchos contextos socio-culturales, condicionamientos negativos y a veces desviados y traumáticos. Sin embargo, la redención del Señor, ha hecho de la práctica positiva de la castidad una realidad posible y un motivo de alegría, tanto para quienes tienen la vocación al matrimonio —sea antes y durante la preparación, como después, a través del arco de la vida conyugal—, como para aquellos que reciben el don de una llamada especial a la vida consagrada”, como lo expresa el documento la Sexualidad Humana: verdad y significado, Orientaciones educativas en familia, Vaticano, 1994.
La armonía del cuerpo y espíritu tiene entonces su esencia en el conocimiento de la Palabra y la práctica de esta. Los jóvenes, en este caso preciso, deben buscar dignificar la vida que el Señor nos ha dado a través del respeto por su propio cuerpo y del cuerpo de los demás.
Discriminación en las responsabilidades
Con gran desacierto se ha hecho normal que cuando nos hablen de los embarazos juveniles no deseados pensemos en una chica triste, con uniforme escolar y con una barriga abultada. Olvidándonos por completo de la actuación de los adolescentes del sexo masculino. Vivimos en una sociedad que acepta, hasta cierto punto, que los hombres tengan varias novias o, en el peor de los casos, que hagan alarde de las muchas relaciones sexuales que puedan sostener con cuanta mujer se les atraviese.
Esta idea ha ido desplazando temas que realmente son primordiales así como el matrimonio y las enfermedades de transmisión sexual que anualmente cobran muchas vidas. No se puede desmeritar la responsabilidad de llevar una vida coherente con las Sagradas Escrituras sólo porque necesitamos decirle a la sociedad qué tan machos pueden ser un hombre de acuerdo a la cantidad de mujeres que tenga. Tampoco desplazar la dignidad de la mujer a un segundo plano sólo porque es más importante mostrar la virilidad del sexo masculino.
Más que instruir a los jóvenes en lo que deben hacer para conseguir el agrado de Dios, se trata de un cambio generalizado de mentalidad. Que la sociedad comprenda que el Todopoderoso nos hizo a su imagen y semejanza, que ante Él somos iguales y el respeto debe ser el mismo tanto para la mujer como para el hombre. Todo eso es posible en la medida que nos dejemos guiar por el amor a Dios y hacia nuestro prójimo.
*Comunicador – Periodista. onix2502@hotmail.com
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