viernes, febrero 18, 2011

La Navidad de nuestros días
Otra vez Jesús buscando c
asa
Por Mario Fontalvo F*

Con este clima alborotado por una niña llorona y caprichosa, lo más probable es que muchos de los damnificados de este invierno con ínfulas de Apocalipsis anticipado, andarán buscando refugio en plena Navidad, siguiendo los pasos y las penurias de aquella pareja humilde de Nazaret, que recorrió Belén en medio de la triste tarea de encontrar un lugar donde pasar la noche.

En esas ironías de la vida, o mejor, en esa insondable pero a la vez expuesta manera de actuar de Dios, precisamente por estas fechas navideñas la historia se repite, renovándose en los rostros de muchas familias desalojadas por las lluvias inagotables que anegaron los esfuerzos de toda una vida. Hoy naufragan, junto a sus enceres perdidos, en el desconsuelo de dejar su hogar y de emprender camino en busca de una nueva morada.

De acuerdo con el reporte de la Cruz Roja Colombiana (CRC) de mediados de noviembre, las lluvias habían inundado pueblos enteros, y provocado deslizamientos y emergencias en 552 de los 1.100 municipios del país. También habían destruido 1.700 viviendas y causado daños a otras 200 mil, dejando más de 1,2 millones de personas afectadas por una temporada de lluvias sin precedentes, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales. Para la Directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Elvira Forero Hernández, el 30 por ciento de estos damnificados son niños y niñas que se han visto golpeados por el invierno.

Y ahí está Jesús en una nueva Navidad buscando casa. Como también lo están muchos niños y niñas que han sido abandonados por sus padres en calles y basureros. Según el estudio ‘Niños abandonados en Colombia’, en Colombia en el 2005 se registraron 3.636 niños y niñas que han sido declarados en estado de abandono (año 2005), cifra que nos coloca en el sexto país con más niños y niñas abandonados en América Latina.

Entre 1997 y 2005, según cifras oficiales, 21.698 infantes habían sido declarados jurídicamente en abandono. Sin embargo, se advierte que la población de niños sin rumbo fijo y sin hogar puede ser mucho más grande, ya que la cifra no incluye a los que viven en la calle.

Para el Director del Centro para el Reintegro y Atención del Niño (CRAN), Gonzalo Gutiérrez Lleras, la situación es preocupante si se tiene en cuenta que en Colombia la cifra de embarazos no deseados es cada vez más creciente. De acuerdo con la Encuesta de Demografía y Salud de Profamilia de 2005, el 54 por ciento de los embarazos no son deseados o planeados. Lo más probable es que muchos de los que logren nacer seguirán con Jesús el camino de Belén, tratando de hallar un refugio amoroso que los acoja.

Una morada que igual anhelan muchos enfermos olvidados que, con una santidad silenciosa, soportan sus dolencias como la mejor manera de vivir auténticamente, sin modas y consumos, la Navidad junto a aquel que la creó, mientras otros se consumen en la festividad ficticia y lujosa del comercio. Al igual que hace más de dos mil años, muchos le cierran la puerta al amor que nace para darse al necesitado, y que se hace presente en cualquier lugar o momento, como en una Navidad eterna y portátil, en los actos de caridad más sencillos hacia aquel que sufre solo su enfermedad, en la habitación menos visitada de un hospital.

Pero la Navidad de nuestros días también se hace evidente en aquellos que, luego de muchas festividades navideñas compartidas, hoy reposan abandonados en un asilo, desvaneciéndose en el otoño de sus vidas pero con el recuerdo intacto de los abrazos familiares en nochebuenas pasadas. En ese característico dejo de nostalgia que trae diciembre, nuestros tiernos abuelos reviven con la mirada lejana, como si estuvieran viendo en el tiempo, aquel hogar remoto en el que nació su amor al Niño Dios alrededor del rincón más preciso de la casa, preparado para recibir en familia al Mesías esperado. Para muchos de nuestros adultos mayores, ese hogar ahora yace ausente y Jesús, con el rostro ajado de la ancianidad, otra vez se ha quedado sin posada.

Por eso, hoy como ayer, Jesús espera encontrar, no corazones tan fríos como la noche en que nació, sino un pesebre humilde que se engrandece con gestos de solidaridad al abrir sus puertas a aquel que lo necesita. Porque precisamente esa es la esencia de la Navidad. Ella existe gracias al plan de salvación que Dios dispuso en su Hijo humanado, para traer paz en los corazones abatidos y ayuda al que está desamparado.

Desde entonces, la Navidad se renueva todos los días en los miles de rostros de Jesús. El relato quizá más contado en el que Dios hecho hombre busca un lugar para nacer, más que una narración mística y lejana, es hoy una realidad palpable en muchos hermanos alrededor del mundo que, de una u otra forma, necesitan en el belén de sus vidas a personas de buena voluntad que abran sus puertas a su dolor, a su cansancio, a su abandono, a su calamidad o a su pobreza.

Con esta disposición del espíritu a la verdadera Navidad, la de hoy y la de todos los días, la historia del nacimiento de nuestro Salvador se convierte en una consigna de vida, que nos enseña que no es lo material lo que hace grande al hombre sino la humildad de su corazón. Por eso Jesús busca el lugar más pequeño y sencillo para nacer. Y allí, en lo humilde, se mostró la Gloria de los cielos y de la tierra.

En estos días previos, lo más seguro es que muchos de nosotros estaremos en los ajetreos navideños, buscando por las atestadas calles del comercio regalos, ropas, licor y comidas para que la Navidad no nos encuentre desprevenidos. Parece ser que lo que la Palabra de Dios nos recuerda, que debemos estar alertas a la venida del Señor, se hubiese convertido en excusa para colocar nuestra atención en lo que precisamente Él no quiere: una vida llena de lujos, que aleja nuestra mirada de los pobres, de los ancianos, de los enfermos, en fin, de todos los necesitados que tocan nuestra puerta para encontrar un corazón generoso como morada. La historia se repite y no hay cabida para Jesús en nuestra posada.

Cuántas veces le habremos dicho a Dios que no tiene espacio en nuestro refugio interior, porque lo hemos llenado de rencores, de sufrimiento y de desesperanza, desconociendo que precisamente Él viene para el pecador, para el que está solo y abatido, para el que no encuentra consuelo. Porque “Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios" (San Agustín).

En este sentido, la Navidad nos da la oportunidad ideal para empezar a reflexionar sobre aquello que debe ser cambiado en nuestra vida. Ya es bien sabido que diciembre, como último mes del año, se ha convertido con justa razón en el consentido para arreglar la casa; una actitud que también se ve reflejada en nuestra vida personal. En efecto, el cambiar del calendario tiene un efecto casi que mágico e involuntario en nuestra mente: nos dispone a pensar en cambios, en renovaciones internas y externas.

Este primer paso nos ayudará a pensarnos con un corazón humilde, reconociéndonos como seres con virtudes y falencias, que fallan y que caen, pero que cuentan en su interior con la disposición de intentar ser mejores cada día. Seres que tienen mucho para dar en la construcción de su felicidad y la de los demás.

Es tiempo, entonces, de preparar nuestro pesebre interior para el nacimiento del Dios con nosotros, quitando toda maleza, pecado, odio y dolor. Es tiempo de llenar de humildad el corazón para que la Gloria de Jesús se manifieste en nosotros.

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*Comunicador Social y Periodista. mario.fontalvo@hotmail.com

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