viernes, noviembre 10, 2006

RESPETEMOS LA OBRA DEL SEÑOR

“YO HE VENIDO A DAR VIDA... EN ABUNDANCIA”
Jn 10,10

Una oportuna reflexión para todos aquellos que han olvidado el valor y el carácter inviolable de la vida.

Basta dedicar un tiempo cada mañana a observar los medios de comunicación para constatar los numerosos delitos y atentados contra la vida.

Una cruda realidad que golpea en forma angustiante las frágiles fibras de esta humanidad que se engrandece con sus avances tecnológicos, pero que ha olvidado el respeto por el más importante de los dones divinos que nos ha sido encomendados: la vida.

En la actualidad, el escenario no podría ser menos alentador ante la crisis de valores y la perdida de la dignidad humana. La ley del “abusador” sacude las calles y los campos, la palabra ha sido remplazada por las armas y el diario vivir conduce a la supervivencia más que a la convivencia.

En medio del caos, la tendencia muestra un creciente comportamiento agresivo entre los hombres. La falta de oportunidades para mejorar las condiciones de vida en algunos casos, así como la intolerancia, la envidia, los celos, la ira y el desamor, hacen presencia de manera frecuente en los hogares, las escuelas y universidades, en el trabajo, en el campo y en las ciudades, causando serias dificultades en las relaciones entre los seres humanos.

Todo lo que se opone a la vida y al actuar correcto de los “hermanos en Cristo” fue claramente expuesto por Su Santidad Juan Pablo II en una de sus más importantes encíclicas publicada en el año 1995 con el título “Evangelium Vitae” o “Evangelio de la Vida”.

En sus recorridos por las naciones del mundo y como testigo de cientos de barbaries, guerras y matanzas, Juan Pablo II hizo un duro pronunciamiento contra estas acciones injustificadas ante los ojos y el corazón de la Iglesia que él mismo representaba: “Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica, no es bien visto ante los ojos de Dios”.

Y agregó en su sabia reflexión: “Todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes”, no hacen parte del plan de Dios para los seres humanos.

“También las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todo esto es totalmente contrario al honor que espera de nosotros el Creador”, complementó el Siervo de Dios Juan Pablo II.

¿TIENE LA VIDA PRECIO?
Existe una preocupación mayor y es el grado de intolerancia provocado por los estilos de vida del mundo moderno. Pareciera que la vida tuviera precio y que se pudiera, indiscriminada e irresponsablemente, cuantificar.

Los espacios para el deterioro moral siguen conquistando terreno y las acciones del mismo hombre frente a los fenómenos violentos parecen poco importar.

El “Evangelio de la Vida” señala al respecto que: “incluso el hecho de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida es, al mismo tiempo, un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral”.

Parece ser que estas opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente aceptadas.

“La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores a realizar estos actos contra la persona, deformando así su rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la dignidad de quienes la ejercen”, termina por asegurar el documento papal.

Es claro que la historia de la humanidad ha estado siempre marcada por el sufrimiento, la perdida de cientos de vidas y el derramamiento continuo de sangre. El siglo XX estuvo lleno de tragedias incontables y el XXI avanza con muchas otras más.

Así solía comentarlo Juan Pablo II: “Este siglo y los próximos serán considerados épocas de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción permanente de seres inocentes”.

Cada acto de irrespeto por la vida de un hombre es un desafío sin sentido a la forma como Dios quiere que vivamos sus preceptos. Actuar de acuerdo a sus mandamientos y tener “temor de Él”, es cumplir a cabalidad con la misión que nos ha encomendado en el mundo desde los tiempos de nuestros primeros padres: ¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!

EN EL EQUILIBRIO HAY FELICIDAD
El mundo “light” ofrece alternativas de vida muy superficiales que debemos aprender a diferenciar. El dinero rápido y fácil, la moda que incomoda, los días que no queremos santificar, el inconformismo y los problemas de comunicación entre individuos -por sólo mencionar algunos de ellos-, merecen de nuestra parte un alto, si es esa nuestra forma de actuar.

Orar con sinceridad de corazón, orar en la intimidad de nuestra habitación, orar en compañía... y el Señor escuchará; orar por el respeto y la unidad; que los frágiles y vulnerables corazones reciban un alerta para que se sientan más hijos de Dios y valoren la vida como el regalo preciado o el don maravilloso que proviene del enorme amor que por nosotros siente el Creador.

La Iglesia que Dios quiere y el mundo necesita debe procurar un equilibrio entre lo físico, lo mental y lo espiritual. Toda vida que desaparece a causa de un hermano, acrecienta la humanidad doliente. Estamos en el mundo para seguir el mandato divino: regala vida con generosidad, respétala, cuídala y has de la tuya un templo de alabanza para el ser del que somos imagen y semejanza.

La vida debe ser vista como una oportunidad para ser feliz. ¡Aprovéchala!

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