
Uno de los aspectos más hermosos que trae consigo participar en la Eucaristía es que revela nuestro ser más profundo. En efecto, cada misa puede ser una epifanía, una oportunidad para que se nos revele el anhelo que late en nuestro corazón y que tiñe toda nuestra persona: la comunión. El hermano Roger de Taizé afirmaba que la Eucaristía abría la puerta a una verdadera antropología, a una visión nueva del hombre. La liturgia nos abre la puerta para que en símbolos, gestos y palabras, podamos descubrir una vez más que estamos llamados a vivir en unidad con Dios y entre nosotros. La celebración despierta, aviva el deseo del encuentro pleno... y en cierta medida también lo cumple.
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Termine esta lectura en la edición 141 de Kairós.
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