martes, julio 25, 2006

RESPETEMOS A LOS VECINOS

Una parábola sobre el servicio a los vecinos:
El carpintero del corazón de oro

En el mes de julio, nuestra reflexión se ha centrado en el valor de “respetar a nuestros vecinos”, por eso -y siguiendo lo que es ya una costumbre en nuestro periódico- ofrecemos a continuación una muy diciente parábola sobre una de las actitudes que más generan paz y sana convivencia entre los vecinos: el servicio.

Jonás era el carpintero del barrio y aunque tenía su pequeño taller varias calles más abajo, todo el vecindario sabía que podía acudir a él, ya que tenía un corazón de oro y ayudaba a la gente. Un día, luego de reparar una puerta en la casa de una anciana muy pobre, entró a su carpintería; al dejar su caja de herramientas encima de la mesa, algo llamó poderosamente su atención: allí, encima de la mesa, justo al lado de la caja de herramientas, había una bonita y reluciente moneda de oro. -¿Quién habrá olvidado aquí esta moneda?-, pensó mientras se rascaba la cabeza con la mano derecha. -Seguramente la habrá dejado olvidada alguno de mis clientes-, concluyó mientras cerraba la puerta del taller para dirigirse a casa.

Al día siguiente recibió la visita de otro vecino. El hombre acudía a pagar al carpintero por haberle arreglado el tejado de su casa, pero con lágrimas en los ojos le dijo que le era imposible pagar, pues no tenía trabajo ni dinero. Jonás le escuchó atentamente y le contestó sonriendo: -no debes preocuparte; no hace falta que me pagues nada-. El hombre agradecido le abrazó y Jonás salió a despedirle hasta la calle de forma que cuando entró de nuevo en el taller encontró dos monedas de oro brillando encima de la mesa. El carpintero, incrédulo, se frotó los ojos al descubrir este nuevo tesoro y apresuradamente las recogió y se las guardó en el bolsillo junto a la otra. Durante toda la noche y el día siguiente el buen carpintero estuvo buscando una explicación a lo sucedido y llegó a una conclusión: cada vez que ayudaba a alguien, recibía una recompensa en forma de monedas de oro. Para tratar de comprobar su teoría recogió la caja de herramientas y acudió a la casa de un vecino al que tenía que arreglarle una ventana. Una vez en su casa le arregló el marco de la ventana y no sólo no le cobró, sino que además le ajustó una bisagra de la puerta que chirriaba. Después de recibir el agradecimiento del buen hombre, Jonás corrió hacia su taller apresuradamente, abrió la puerta y....¡¡efectivamente!!, encima de la mesa aparecían cuatro monedas de puro oro.

Así fueron pasando los días y Jonás fue amasando una fortuna, aunque también, y sin darse cuenta, su codicia iba en aumento. Hasta que un buen día el carpintero entregó una limosna a un ciego a la puerta de la iglesia y corrió al taller esperando su recompensa. Cual fue su sorpresa cuando en lugar de una pieza de oro lo que había encima de la mesa era una vulgar moneda de hierro. Confundido, el carpintero salió de nuevo a la calle y a la primera persona que se encontró le entregó una cantidad de dinero aún mayor que la del ciego; a continuación entró corriendo al taller y buscó y rebuscó sus monedas de oro, pero lo único que halló fueron dos miserables monedas de hierro. Enfurecido y aterrado optó por llevar su tesoro al Banco de la ciudad para ponerlo a salvo. Pero al abrir el cofre, cuando llegó al Banco, descubrió que sus amadas monedas doradas se habían convertido en vulgares monedas de hierro.

Ya de camino a casa, desolado y cargando con su cofre lleno de monedas sin valor, cruzó por delante de una pequeña herrería. Al verle pasar, un viejo herrero salió a su encuentro para pedirle una limosna. Jonás le miró de arriba a abajo y después de pensárselo unos segundos, sonriendo, le entregó el cofre. El viejo lo abrió y su cara se llenó de una gran alegría, ya que con aquellos trozos de hierro sin valor, podría forjar decenas de herraduras con las que poder dar de comer a su familia. Al llegar a la carpintería se puso a trabajar y entonces observó que encima de la mesa había una reluciente moneda de oro. De esta manera Jonás aprendió que la verdadera recompensa está en ayudar y no en esperar nada a cambio.

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