jueves, mayo 10, 2007

EDITORIAL

ANUNCIANDO A CRISTO EN UN MUNDO HOSTIL

En un mundo donde cada quien defiende su forma de actuar y de pensar; donde el corazón del hombre se ha endurecido y la bondad se va haciendo estéril; donde el respeto y la justicia han quedado a un lado, se necesita a gritos la voz y, sobretodo, el testimonio de hombres y mujeres que estén dispuestos a entregarse totalmente, con confianza plena, al Señor.

Cada momento de la vida tiene sus afanes que parecieran nos quitaran astutamente la posibilidad de un encuentro más cercano, maduro y profundo con Dios. Infortunadamente nuestro contorno ha tomado por prioridades cosas pasajeras y ha olvidado que el amor de Dioses lo que permanece por siempre. Alguien acertadamente decía: “El amor a Dios no puede darse por supuesto; si no se cuida, muere. Si, por el contrario, nuestra voluntad se mantiene firme en Él, las mismas dificultades lo encienden y fortalecen. El amor a Dios se alimenta en la oración y en los sacramentos, en la lucha contra los defectos, en el esfuerzo por mantener viva su presencia a lo largo del día mientras trabajamos, en las relaciones con los demás, en el descanso… Amar es, en cierto modo, poseer ya el cielo aquí en la tierra”.

En la niñez, los juguetes y aparatos electrónicos se convierten en el deseo constante y en el refugio permanente. A los jóvenes se les enseña diariamente la importancia del estudio, y lo es, pero es triste ver cómo para la mayoría de ellos éste se encuentra por encima de Dios. La vida adulta se ve presionada y acechada constantemente por un sin número de dificultades que las convertimos en el pretexto perfecto para renegar de Dios; el refugio en esta época de la vida es trabajar y el gran ausente es Dios, lo que conlleva a conductas irregulares y vacíos existenciales.

Es en este contexto de la vida misma donde el presbítero, hombre de Dios, anuncia sin miedo y temor, con la pedagogía propia para cada momento y lugar, el amor de Dios. Los hombres y mujeres del Señor tienen las limitaciones propias del ser humano pero, a la vez, tienen la seguridad de la promesa Divina del Espíritu Santo, y están revestidos para ser sabios en medio de la necedad, buscar la santidad en medio de la fragilidad, anunciar la verdad donde reina la mentira y promover la justicia donde hay desigualdad.

Que durante el jubileo presbiteral que en la Arquidiócesis viviremos en esta primera semana de mayo, la oración por nuestros presbíteros nos una aun más como miembros de la Iglesia y avive en cada católico del Atlántico el compromiso de orar permanentemente por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

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