sábado, marzo 08, 2008

¿QUÉ ACELERA LA VIDA EN LOS JÓVENES?


Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro. *

Todo en la vida tiene su momento. Esto es algo que hemos ido aprendiendo poco a poco desde que empezamos a tener uso de razón; que hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene su lugar. Pero aprender la lección no necesariamente significa que seamos buenos para aplicarla; la omisión de lo aprendido, sin duda, trae dolorosas lecciones que sólo la madurez de la vida nos ayuda a comprender. Sólo cuando alcanzamos cierta edad quisiéramos que el tiempo se devolviera para conocer en nuestra adolescencia lo que ahora la vida nos ha enseñado. Esto es literalmente imposible, ya que es el vivir la vida lo que nos permite saber que “más sabe el diablo por viejo que por diablo.” Precocidad no es sinónimo de inteligencia superior y adelantarse en los procesos normales de formación puede ocasionar grandes estragos en la existencia.

Sin duda, el influjo de los medios de comunicación, la celeridad de la vida y el pretender experimentar fuertes, profundas y efímeras emociones, conducen al hombre a adelantarse en las etapas normales de su desarrollo vital.

Niñas vestidas como “señoritas”, maquilladas como adultas y niños ataviados al estilo de modelos de pasarela no puede ser nunca un buen inicio en la formación de la vida. Querer ser “grandes” para hacer las cosas de los grandes es el sueño de todos los pequeños; esto, porque el manejo inadecuado de la propia vida adulta hace creer a los niños y adolescentes que el ideal de la existencia es hacer lo que los adultos hacemos sin que haya nada ni nadie que ponga obstáculos a nuestra libertad. Cigarrillo es sinónimo de elegancia, cerveza es el premio de los héroes y la droga la puerta a la libertad.

Vista las cosas de esta manera se puede dilucidar qué lleva a los jóvenes a vivir tan aceleradamente la vida hasta el hastío de todo. Esta prisa tiene, necesariamente, que conducir a un sin sentido de la vida, cuando a los 20 años se tiene la experiencia de un hombre de 50 y a los 15 ya nada nuevo hay para explorar en el amplio campo de la existencia. No podemos desconocer que de alguna manera la sociedad, los medios de comunicación y el propio entorno hacen que los jóvenes aceleren todos sus procesos confundiendo, a veces, la cantidad de experiencias con la calidad de las mismas y derrochando todas las energías en cosas que han de llegar en su debido momento. Parece como si la vida se fuera a acabar de manera instantánea y que fuera una necesidad vivir todo de un solo tajo para que no quede nada sin hacer. El joven de hoy no quiere quedarse atrás y si antes era una virtud ser virgen a los 20, hoy es una vergüenza serlo a los 15. De este modo es imperioso mentir para no quedar como un tonto. En todo este ‘maremagnun’ de formas se olvida entonces que cada persona, a su debido momento, tiene derechos y deberes que cumplir y que no se puede intentar hacer hoy lo que es propio de otro momento oportuno. Dejamos de hacer lo que nos corresponde para asumir roles que no son los nuestros.

¿Cómo lograr, entonces, que nuestro proceso de evangelización ayude a niños y jóvenes a saber esperar a que se cumpla el tiempo de todas las cosas?

Creo que ayudaría mucho que ellos entiendan que la vida es una experiencia para compartir y crecer, no para competir. La propuesta de Jesús es vivir de una nueva forma la vida en que no sienta que compite con otros sino que sirve a otros. Esto fue lo que hizo con el joven Juan, con el rico del evangelio y con todos aquellos que se acercaron a él para aprender a crecer como debía hacerse. El evangelio dice que Jesús iba creciendo es gracia y en estatura a los ojos de Dios y de los hombres. Incluso hasta para empezar su ministerio público debió esperar hasta los 30 años para hacer aquello para lo que había sido enviado. No había en él afán de competencia, ni de gloria, ni de gobierno del mundo, ni de muerte; sabía repetir con regularidad: “no ha llegado mi hora”.

Nuestros procesos evangelizadores deben ayudar a crecer, de modo que siendo el evangelio el mismo para todos, permita a cada persona poder tener una experiencia de Jesús propia para cada edad. A veces, ante el temor de sentirnos viejos aceleramos lo que debería llegar en su momento oportuno y no antes. Por ello se cree que sólo si se es bebé de brazos se puede bautizar (a los adultos les da “oso” bautizarse en público); la primera comunión solemos enmarcarla durante los 9-11 años de edad, de ahí en adelante avergüenza entrar a una fila a recibir la comunión por vez primera; pero para el matrimonio, que sí debería esperar un poco a que se den los elementos esenciales para su realización, se piensa que basta cierta madurez biológica para llegar al altar.

En fin, creo que la experiencia nos muestra que todo se ha trastocado, nadie quiere quedar rezagado, todos quieren ir a la delantera como si se tratara de ondear la bandera victoriosa del que más vivencias haya tenido en su corta existencia. El “gustico”, como lo llamó el presidente, ya no es cosa de adultos ni de gente responsable, sino la oportunidad de entretenerse en los momentos de ocio no con la persona que amamos sino con la que sencillamente nos atrae.

Es difícil atajar cuando el mundo empuja, lo importante es saber argumentar para que cada uno sepa que en cuestiones de experiencias no se tiene una regla común, sino que cada uno en su proceso de crecimiento debe conocer cuándo está realmente preparado para algo.

* Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro

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