martes, marzo 25, 2008

TERCIARIAS CAPUCHINAS: CUMPLIENDO SU MISIÓN DE RELIGIOSAS EDUCADORAS


Por Hna. LÍA INÉS LOPERA M. *

El mundo se está hundiendo en el caos de la deshonestidad y de la violencia, el crimen organizado nos envuelve a lo ancho y largo de la patria y tenemos que aprender cómo dar una respuesta a la luz del Evangelio, cómo propiciar un cambio en nuestra sociedad desde la labor educativa que desempeñamos con esta niñez y juventud que Dios puso en nuestras manos, del odio al amor y de la confusión y amargura, a la alegría y esperanza. Sí, como mujeres educadoras tenemos que aprender y enseñar a curar estas heridas en los corazones humanos.

La mujer en general ocupa un lugar de privilegio y desempeña un papel decisivo en la historia, en la vida, en el trabajo y en el futuro del país, con mayor razón la religiosa educadora por su consagración y mística en esta noble labor. La mujer tiene inteligencia y grandeza de corazón capaces no sólo para las tareas ordinarias de la vida humana, sino para curar el odio y sanar la amargura del mundo que se destruye y desangra por la inversión de valores.

Como educadoras tenemos en nuestras manos el futuro de la sociedad y de la Iglesia. La patria espera hombres y mujeres renovados en el escenario humano, tenemos que educar las generaciones del mañana para asumir con valor y responsabilidad la tarea de luchar por una noble y urgente causa: ‘la defensa de la vida, la educación en valores de nuestra niñez y juventud’; ellos serán los artífices de la paz en el mundo, del amor, de la fraternidad y de la amistad, así como también hoy pululan los artífices del desorden, de la guerra, de la violencia y de la revolución. Hay que construir un mundo nuevo donde haya justicia, libertad, respeto a la dignidad de persona humana, amor y paz.

La mujer consagrada puede y debe ser la bandera de esta revolución pacífica que se realiza en el corazón de nuestros educandos, ella lleva a las aulas esta bella y sublime pedagogía del amor, legado precioso de todos los Fundadores, en especial de Nuestro Venerable Padre Luis Amigó quien con visión futurista se adelantó a los signos de los tiempos y plasmó en todos sus escritos la profunda vivencia de su espíritu, la pedagogía del Evangelio, única capaz de transformar el mundo.

Nuestra responsabilidad como maestras es muy grande, no sólo ilustrar las mentes, sino educar y formar a las alumnas para la tarea que la patria espera de ellas y para que ellas sean agentes de cambio en la educación, con criterios cristianos, espirituales y a la luz de una doctrina que sea promotora de renovación y cambio personal, social y político.

Los profesores de nuestros colegios deben ser íntegros en toda la extensión de la palabra, que marchen al unísono con la filosofía propia de nuestros planteles educativos, capaces de influir en las aulas y en la mente y el corazón de los alumnos; el educador debe formar cristianos auténticos, ciudadanos honestos, hombres y mujeres que amen su patria y que trabajen por promover una sociedad justa y libre de odio, de la ambición, del dinero fácil, que generan violencia y desorden; que hagan próspera y feliz la tierra de sus mayores en la cual se rinde culto a Dios y florezca la solidaridad y consagración al trabajo, a la investigación científica, al estudio, caminos de prosperidad.

El Magisterio es un verdadero sacerdocio y no puede asumirse sin un gran espíritu de responsabilidad y abnegación; hay que tener mística para la noble tarea de educar, esto vale mucho más que todos los títulos académicos y que todos los escalafones, también necesarios, pero que sin una mística responsable y abnegada, se caería en una miserable actitud de mercenario. Para un buen maestro cada ocasión es propicia para sembrar la semilla de la paz, la justicia, la verdad y el amor; para educar, para formar, estimular la creatividad de los alumnos y encontrarnos con ellos en un ambiente de simpatía y de amistad, para crear en el colegio una sólida comunidad educativa en ambiente de alegría, de solidaridad y de servicio.

Somos o nó somos. Si lo primero, dediquémonos en la talidad de nuestro ser de educadoras a la tarea de guías, de orientadoras, de servidoras; si no, no profanemos el templo de la sabiduría, no engañemos a los padres y al alumnado, no comprometamos el futuro de la sociedad, de la Iglesia y de la juventud. Quien no ve en el alumno sediento de amistad y de verdad la imagen de Dios vivo, no tiene vocación ni le obliga la profesión de educador. Llenémonos de esa esperanza profética que anuncia activamente la posibilidad de una humanidad diferente poseída cada vez más por la necesidad de ser portadora y realizadora de valores, entre otros: el amor, la solidaridad, la tolerancia, la responsabilidad y el compromiso.

El testimonio de educadores que viven lo que dicen, que hacen lo que hablan, es indispensable para que los seres humanos, niños, jóvenes y adultos aprendan lo que viven. El futuro está en nuestras manos y es ahora; y de alguna manera ahora lo estamos construyendo.

* Terciaria Capuchina.

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