viernes, mayo 16, 2008

EDITORIAL


MARÍA, DISCÍPULA MISIONERA

Cuando llega el mes de mayo, se nos viene a la mente la imagen sublime de la mujer. Esa es la propiedad de este mes que trae ese matiz femenino, tal vez porque en estos días celebramos la fiesta en que honramos a la madre, el ser más precioso que el hombre tiene sobre la tierra. De igual manera, la Iglesia insiste en estos días para que fijemos con atención nuestra mirada en el modelo que nos propone la Virgen María, como expresión de la ternura de Dios con la humanidad.

Contemplar a María es ver el fiel retrato de la verdadera 'discípula misionera' de Jesús, mostrando con ello que evangelizar es llevar a todas partes la buena nueva de la salvación testimoniando con la propia vida lo que se anuncia, siendo éste el principal compromiso que asumimos como cristianos. Esta gran misión que fue encomendada por Jesús a la Iglesia para comunicar vida y una vida plena (Jn 10, 10), vida fraterna de hijos de Dios al ejemplo del mismo Señor, el siervo "que vino no a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20, 28), nos debe llevar a considerar en María una perfecta evangelizadora y misionera partiendo del título que Su Santidad Pablo VI le ha otorgado: "Sea ella la 'estrella de la evangelización' siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de desesperanza".

María es el espejo para los discípulos y las discípulas de Jesús; es el primer medio para conformar, cada vez más, nuestra propia vida a su persona y a su mensaje. María, que vivió con fe inquebrantable cuanto Jesús dijo e hizo, nos precede y acompaña, como lo expresa el Papa Juan Pablo II: "la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia".

Desde el momento del anuncio del ángel conocemos que son escasas las palabras en María e igualmente sucede en los momentos que de manera especial tiene que intervenir en la vida de Jesús; sin embargo, vemos en sus actitudes una entera adhesión al proyecto divino y, por ello, una experiencia inigualable por el hecho de haber vivido la misión como Madre de Dios.

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