viernes, octubre 10, 2008

Mi papá, mi amigo, mi educador

Por Juan Ávila Estrada*

No poca es la alegría que experimenta una madre o un padre al tener por primera vez en sus brazos a un hijo recién nacido. Quienes son creyentes lo llaman “regalo de Dios” y, desde allí, empiezan por él toda clase de preocupaciones: ¿por qué llora insistentemente? ¿por qué no quiere comer? si respira mientras está acostado ,etc.

Pero, en poco tiempo, se puede olvidar ese concepto de “regalo de Dios” y la responsabilidad que conlleva el hecho de haber concebido un hijo. No es pues, entonces, decir simplemente que Dios ha bendecido la vida con un bebé sino lo que implica el cuidado y el compromiso de responder ante el Señor por tan inmenso don. Un hijo no es sólo bendición sino además responsabilidad. La certeza de ser simplemente administradores temporales de una vida que se ha puesto bajo nuestro cuidado, y el hecho de tener que responder ante el Creador por ello, debe movernos a revisar permanentemente el modo como estamos haciendo las cosas y cumpliendo nuestras tareas.

Entendido así podemos pensar de qué manera ejercemos el trabajo de ser maestros, guías y educadores de los hijos sin tener que recurrir siempre a la estrategia de buscar colegios que tienen fama de ser excelentes en la calidad de la educación para decir, entonces: “me gusta porque le enseñan valores a mi hijo”.

Es ideal para todo buen padre de familia contar con un centro educativo donde a su pequeño le refuercen toda clase de valores enseñados; pero buscar una institución que lo remplace en el papel de aquello que es propio de los progenitores es una enorme irresponsabilidad y descuido.

Bien podríamos pensar que lo esencial de una institución no es la enseñanza de los valores de una persona, eso es trabajo educativo de los padres; mas bien, el deber y el trabajo de un buen colegio es formar intelectualmente y reforzar aquello que en casa se ha aprendido y enseñado.

Aquí cabe una responsabilidad conjunta de los padres con la institución, en la que no se delegue a otro aquello en lo que quiero que un hijo sea formado. Desafortunadamente, no siempre contamos con maestros por vocación, sino también con ese otro estilo de educador que se ha convertido en funcionario del estado y que se limita a cumplir con su responsabilidad académica ajustada a un horario determinado, y por eso podemos decir que no todo educador enseña lo que consideramos esencial para el desarrollo de un hijo.

Dicho de otra manera, una familia judía o cristiana debe velar por una educación acorde a lo que cada uno cree. La vivencia de la fe se aprende en casa, pero el colegio debe fortalecer mi experiencia de lo trascendente, cualquiera que sea el concepto de ello que se tenga.

Creer que un colegio me suple como padre es tirar por la borda la concepción de responsabilidad que tengo delante del Señor. Cuando una institución educativa urge la presencia de una padre de familia, éste debe estar presto a acudir inmediatamente y creer que si le advierten acerca de un comportamiento anormal de su hijo debe confiar en aquellos a quienes quiso como compañeros de formación de su pequeño.

Un hijo aprende en casa y refuerza en el colegio. Los padres enseñan y los maestros refuerzan. Casa y colegio deben ser los dos primeros amores de un menor y debe sentirse a gusto tanto en un lugar como en el otro.

El colegio no debe ser para el estudiante un lugar para huir de su entorno familiar y un colegio no debe ser para un padre el lugar donde puede deshacerse un buen tiempo de su hijo. De otra parte sabemos que nadie recoge lo que no ha sembrado, por ello ningún padre puede generar en su vida expectativas mayores de aquello que ha sembrado en su familia. Es inaudito que un papá espere de un hijo más de lo que le ofreció bajo el argumento de no haberle faltado nunca nada (material).

Presencia no es únicamente “estar ahí” o sentir una mano que se estira permanentemente para ofrecer dinero cuando no se ha pedido. Presencia es acompañamiento en el crecimiento, en las angustias, en las incertidumbres y, sobre todo, claridad cuando se necesita que nos enseñen con la verdad y con el amor.

Al empezar esta semana de descanso escolar vale la pena que las relaciones padres-hijos se refuercen mediante el diálogo y la confianza. Esto debe cultivarse desde temprana edad. Pretender que un adolescente abra el corazón cuando se ha acostumbrado a mantenerlo cerrado toda la vida es muy difícil.


*Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.

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