viernes, enero 30, 2009


Dar su lugar al “pecado original”
Por Johan Llanos Berdugo*


A la razón moderna le cuesta creer hoy lo que se dice en los púlpitos y catecismos sobre el tema de la caída del primer hombre. Que la desobediencia de Adán, su “pecado”, haya hecho perder el género humano, es ya mucho más inverosímil. Dificultades en torno a este tema en parte provienen del olvido, negación, y, sobretodo, de exponer inadecuadamente hoy aquella realidad que la teología ha llamado “pecado original”. Se añade que en este punto algunos teólogos se habrían ajustado a algún esquema filosófico, asumiendo el dogma que se encuentra en la base de la cultura moderna, sea ésta capitalista o marxista afirmando que el hombre bueno por naturaleza, corrompido sólo por una educación equivocada y por estructuras sociales necesitadas de reforma. Actuando sobre el “sistema”, las aguas volverían a su cauce y el hombre podría entonces vivir en paz consigo mismo y con sus semejantes. En efecto, si no se comprende que el hombre se halla en un estado de alienación que no es sólo económica y social (una alienación, por lo tanto, de la que no puede liberarse solo con sus propias fuerzas), no se alcanza a comprender la necesidad de Cristo redentor. Toda la estructura de la fe se encuentra así amenazada. La incapacidad de comprender y de presentar el “pecado original” es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y de la pastoral actual.

No hay que cerrar totalmente la posibilidad de admitir que puedan modificarse expresiones de origen teológico como “pecado original” que, en cuanto a su contenido, tienen un origen directamente bíblico, pero que a nivel de expresión manifiestan ya un estadio de reflexión religioso. En todo caso, creo que las dificultades teológicas y pastorales que plantea el “pecado original” no son ciertamente sólo semánticas, sino de naturaleza más profunda.

¿Y qué significa esto en concreto?
En una sana presentación de la hipótesis evolucionista del mundo, no tendría sentido, evidentemente, hablar de “pecado original” si no se hace una adecuada armonización de estas dos concepciones; “pecado original”, en el más extremo de los casos, no pasaría de ser una expresión simbólica, mítica, para indicar las carencias naturales de una criatura como el hombre que, desde unos orígenes imperfectísimos, avanza hacia la perfección, hacia su realización completa. Ahora bien, interpretar inadecuadamente esta visión significa no dar el justo valor y aporte que puede hacer a la teología, como alterar radicalmente la estructura del cristianismo: Cristo se transfiere del pasado al futuro; redención significa simplemente caminar hacia el porvenir como necesaria evolución hacia lo mejor. El hombre no es más que un producto que todavía no ha sido perfeccionado del todo por el tiempo; no ha tenido lugar redención alguna porque no había pecado que reparar, sino tan sólo una carencia que, insisto, es natural. No bastan aquí las discusiones con las ciencias naturales, aunque este tipo de confrontación resulta siempre necesaria.

La vida implica la mortalidad en todos los miembros de todas las especies. La muerte forma parte de la vida. La muerte es una función biológica que no tiene nada que ver con una supuesta falta. Cierto, hay un vínculo entre el pecado y la muerte, pero este vínculo no es filosófico. La muerte biológica no apareció con el pecado. Y esto vale también para la especie homo.

El escenario construido por Agustín, y que se ha hecho clásico en el pensamiento occidental, no puede ser aceptado tal como él lo propone. ¿Hemos de renunciar a él? ¿Hemos de acogernos a las otras dos expresiones: "pecado del mundo" y "pecado de Adán"? En mi opinión, no. La noción de pecado original es indispensable. Debemos atender al contenido filosófico de los términos, y más aún a la dimensión específicamente teológica del pecado. Para ello, el punto de partida no puede ser una visión trágica de la existencia. El punto de partida ha de ser el acto salvador por el que Dios se revela y se da. Es el perdón el que pone al descubierto la verdadera naturaleza del pecado. La noción de pecado original debe, pues, ser repensada. Y para ello se hace indispensable subrayar la distinción que se da entre las tres expresiones mencionadas, así como mostrar su complementariedad.

En el plano metafísico, conviene distinguir claramente entre “principio” y “origen”. El “principio” es el lapso de tiempo que se da al comienzo del curso de la duración. Respecto al “origen”, hay que decir que no forma parte del curso del tiempo, el “origen” dice relación a algo que trasciende a la duración. La noción de pecado designa específicamente lo que rompe la relación del hombre con Dios. Esta ruptura es original; no es un acontecimiento lejano de un pasado inaccesible, sino que se sitúa en el presente como origen del pecado. La noción de pecado original explica el origen del pecado. Dado que no ocurre en el curso del tiempo, el origen utiliza un lenguaje que no es el de la cronología. El relato bíblico del pecado original no tiene nada que ver con la narración cronológica del comienzo de la humanidad.

La noción teológica de pecado original atañe a diversos tratados de teología en los que desempeña roles específicos. En Moral, explica la infelicidad del mundo y la dificultad de conversión de los justos. En Cristología, sirve para mostrar la necesidad y universalidad de la salvación (aquí el pecado debe ser visto como la condición en la que Cristo interviene, no como la condición de su intervención). En Teología, introduce una visión cristiana de la historia. En Antropología, confirma la importancia del libre albedrío. En Eclesiología, justifica la necesidad del bautismo para los recién nacidos. El concepto de pecado original pone en juego un conjunto de tomas de posición global.

*Ingeniero en Telecomunicaciones. Universidad Autónoma del Caribe - Lic. Ciencias Religiosas. Facultad de Teología Pontificia U. Javeriana. - Diplomado en Teología Bíblica. Universidad del Norte.

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