viernes, enero 30, 2009



María, José y el Adviento

Por Ángela Marín Niebles*


Ábranse los cielos y llueva de lo alto,
bienhechor rocío como riego santo.
¡Ven! hermoso Niño, ¡Ven! Dios humanado,
Luce hermosa estrella, brota flor del campo.

La Virgen Madre como todas las madres en espera de un hijo se debió haber preparado -aún en la pobreza- para dar a luz. Ella debió haber tejido alguna ropita y mantas, guardando alimentos, entre otras actividades mientras esperaba a su bebé. Por su parte, es seguro que San José debió haberle fabricado una cuna y juguetes al Mesías esperado, era lo menos que se esperaría de un hábil carpintero.

Todos estos planes se desbarataron al dictarse la orden del empadronamiento. Por lo tanto, ellos emprendieron el largo y fatigoso viaje -más para María que estaba a finales del embarazo- hacía Belén. Toda esa situación se presentó para cumplir los deseos de Jesús de nacer en la absoluta pobreza despreciando incluso las cosas que se consideran necesarias en la actualidad.

La fe de esta niña y del joven carpintero fueron inmensas al abandonarse por completo en manos del Señor, sin tener que comer ni donde refugiarse ellos se mantuvieron firmes y Dios los premió con el más hermoso y maravilloso regalo: "El nacimiento de Jesús en sus vidas".

La Virgen ha podido decirle a San José que no viajaran por el estado en que se encontraba pero no lo hizo; humilde y pacientemente aceptó, tal como se lo expresó al Ángel Gabriel en la anunciación, ser esclava del Señor disponiéndose a cumplir su Palabra. El viaje y la posterior llegada a Belén no fueron fáciles y más aún al no encontrar un lugar donde descansar y reposar.

Es difícil imaginar a la Virgen peleando contra el mundo, guardando un maravilloso secreto, un valioso secreto que de haber sido contando antes le habría facilitado mu­chísimo las cosas a su familia y la habría llenado de honores en vida. No es fácil pensar que ella callara al escuchar los de­seos de un pueblo que esperaba al Mesías Prometido, no es fácil oír este deseo expresado en cada oración y en cada reunión; todo el pueblo judío cla­maba la venida del Salvador y… ella callaba… guardaba en silencio el gran secreto… el Salva­dor ya había llegado y se estaba gestado en su purísimo vientre.

Esta es una gran enseñanza que nos da María en esta época y que nos recuerda una de sus advocaciones: "Nuestra Señora del Silencio". Ella es aquel ser que calla y escucha, que no pide sino que da, y más aún, es aquella persona que acepta en si­lencio los designios de Dios.

En este nuevo Tiempo de Adviento, sigamos el ejemplo de María y José. Preparémonos para que en nuestras vidas nazca Jesús. Busquemos el diálogo y no la discusión, recordemos que ellos se mantuvieron en silencio a pesar de todas las cosas que escuchaban y María -cuando hablaba- lo hacía invirtiendo en cada palabra todo el amor del que era capaz, ya que ella conocía y esperaba en las promesas del Señor.

Prepárate para que el Niño Dios nazca en tu vida. Déjale entrar, nacer en tu familia, en tu trabajo, en tu barrio y comunidad.


*Directora del Coro Arquidiocesano.

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