jueves, enero 14, 2010

Año Sacerdotal

Receta para preparar un sacerdote
Por Juan Ávila Estrada, Pbro*

Ingredientes
Un joven previamente escogido y seleccionado (Déjele esa parte al Señor).
Espacio suficiente donde pueda marinarse el tiempo necesario.
Es importante un equipo completo de chefs de alta calidad.
Sal al gusto (del Señor) para que pueda saborizar.
Una buena dosis de estudios filosóficos y teológicos.
Biblia y oración en grandes cantidades (mientras más, mejor).
El toque final pertenece al Espíritu Santo.

Primero el Señor toma al joven previamente seleccionado, lo enamora, le echa el cuento y le invita a convertirse en pescador de hombres. Aquí cuenta mucho el acompañamiento espiritual de su párroco o de un sacerdote amigo. Sin importar el susto que éste tenga, se le lleva a un proceso largo de marinación que puede durar ocho años o más. Este tiempo se da en un espacio lo suficientemente cómodo pero sobrio en el que es ayudado a discernir por un equipo especializado de chefs; los hay internacionales, de esos que han viajado y se han preparado en la gastronomía italiana o la de la madre patria (España), pero los hay también criollos que conocen bastante de tubérculos pero hacen maravillas con lo que brota de nuestra hermosa tierra.

En el equipo de chefs siempre hay un jefe de cocina: llamémosle Rector, quien ha sido puesto en el lugar por disposición de su superior y es el encargado de supervisar que todo se esté haciendo de acuerdo a los cánones internacionales estipulado en la receta. Los ingredientes deben ser de óptima calidad para que el producto sea apreciado por todos y pueda agradar a los comensales. Empiece colocando al joven en el marinador (Seminario) Es importante echar la sal desde el principio y no esperar al final de la preparación. Es posible que el joven salga convertido en un sacerdote de excelente presentación pero demasiado simplón, de esos que la gente dice que no tiene gusto ni sabor aunque agrada en el plato lo que se ve. La salecita dejémosla al gusto de Dios, Él sabe mejor que nadie cuál es la cantidad que cada uno necesita. Si la echan los chefs es probable que se les vaya la mano y lo dejen intragable o peligroso para producir una hipertensión. De antemano empiece a quitar todo aquello que puede entorpecer la receta en el ingrediente principal. Retire nervios (que sea prudente pero no cobarde), elimine excesos de grasa (que no resulte pesado con sus compañeros para que no le cojan fastidio). Recuerde que para ser excelente sacerdote se necesita ser excelente humano.

Mientras marina al joven agréguele repetidamente una buena cantidad de literatura y estudios de filosofía; saltarse esta parte de la receta puede dar como resultado un fundamentalista muy peligroso de esos que terminan diciendo que conocen el lugar donde se conserva el cordón umbilical que cortaron a Adán o que el Espíritu Santo es una paloma de preciosos ojos azules y pico rosado. Mientras tanto fundamente sus estudios con una adecuada formación espiritual; esta es la parte en la que el Señor puede salpimentar mejor, mientras más intimidad con él, el sabor será de mejor calidad en el resultado final.

Terminado el proceso de formación filosófica es importante retirarlo del marinador ordinario y pasarlo a un nuevo recipiente (es peligroso no hacerlo porque puede agriarse). Se pone entonces en una comunidad parroquial, la cual empieza a degustar y decir qué tal va quedando la receta. Es importante saber que en esta receta, el cliente final desde antes puede opinar acerca de cómo va quedando todo y hasta opina dando su parecer a los que están al frente de la preparación.

“Tengan cuidado: está muy salsudo o parece que tiene exceso de pimienta, pues está picosito”. Aquí la opinión de la comunidad vale, es tenida en cuenta.

Vuelve al marinador corriente y se le dan los toques finales que son muy importantes, pues el producto debe ser digerible y no producir intoxicación. Desafortunadamente algunos terminan mandando al puesto de salud que montaron en el garaje del frente.

La parte final de la receta lleva una buena dosis de teología y Sagrada Escritura. El joven no sólo debe saber a Biblia sino saber de Biblia, pero sobre todo saber a Dios. Quien lo pruebe debe encontrar el dulce sabor de Jesús en él. Agréguele una buena porción de amor mariano y amor eclesial. Es nocivo encontrar un sacerdote que cree amar a Dios pero irrespeta su Iglesia, sus superiores y todo aquello en lo que creyó cuando empezó su proceso.

Finalmente, preséntelo al superior que éste, si lo estima conveniente, le pondrá la esencia de todo el proceso, pondrá las manos sobre él y pedirá Dios le conceda el don del Espíritu Santo para que lo consagre y los configure a imagen de Cristo.

A todos los comensales les recomiendo: cuidado con magullarlo de tanto manoseo, ni le digan que es el mejor plato que han servido en la mesa de su comunidad, se lo puede creer y puede pervertir su sabor original. Cuando le tengan que retirar el plato de la mesa no lo compare con lo que le sirvan después.

Cada producto final siempre es distinto. Dios no hace platos iguales jamás.
¡Buen apetito!

*Párroco de la unidad pastoral San Carlos Borromeo y Padre Nuestro

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