Por Edgardo Bernales Altamar, Pbro*
El próximo 26 de octubre estaremos conmemorando un año de la conclusión de la XII Asamblea General del Sínodo de Obispos cuyo tema fue: «La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia». Sus frutos se están cosechando ya en las Iglesias particulares por el dinamismo que impulsó en la profundización de la centralidad de la Palabra de Dios en la vida y misión de toda la Iglesia, si bien es cierto que vendrán muchos más a la luz de la futura exhortación post-sinodal que acostumbra el Santo Padre a dar como fruto precioso de las conclusiones de los obispos participantes.
Aprovechando esta conmemoración y expectantes por la exhortación del Santo Padre, quisiera proponer en este breve artículo una mirada que pueda servir de memoria al mensaje final de los padres sinodales y la oportunidad de recordar cuán importante debe ser en nuestra vida, en la vida y misión de nuestras comunidades parroquiales y, en general en toda nuestra querida Arquidiócesis de Barranquilla, la Palabra de Dios que jamás envejece y siempre tiene algo nuevo que decirnos.
Utilizando la imagen del viaje, un viaje espiritual, los Padres Sinodales nos proponen cuatro etapas desde la eternidad de Dios hasta llegar a nuestras casas, donde la Palabra encarnada, que no es otra que Jesucristo, está a la puerta y llama; si alguno oye su voz y abre la puerta, entrará, y cenará con él (cfr. Ap 3,20).
La primera etapa de este viaje espiritual es el reconocimiento de la Voz de la Palabra. Si hay algo claro en todas las Escrituras es esto: Dios habla, sale de sí y viene al encuentro del hombre, de su pueblo; Dios se revela, ésta es la voz de la Palabra. La revelación nos enseña que Dios no es introverso, por el contrario buscar desde siempre hablar al corazón del hombre: “El Señor les habló desde fuego, y ustedes escuchaban el sonido de sus palabras, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz” (Dt 4,12). Dios crea todo con su voz y le da al hombre creado la posibilidad de entrar en diálogo con Él.
La Voz de Dios no se cansa, sino que sigue su camino a través de la historia hasta convertirse en Palabra escrita. Como bien mencionan los Padres sinodales: Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, son el memorial canónico, histórico y literario que atestigua el evento de la Revelación creadora y salvadora (Mensaje al Pueblo de Dios-Sínodo de Obispos No 3). Pero la Palabra abraza y se extiende más allá de la Escritura que necesita de la presencia permanente del Espíritu Santo para comprenderla, interpretarla, comunicarla y dar testimonio de ella. Esto nos recuerda que nuestra fe no tiene como centro un libro, sino toda la historia de salvación y una persona, Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne.
Continuando con este viaje, la segunda etapa es el reconocimiento del Rostro de la Palabra. Los Padres sinodales nos recuerdan que las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro (No 4). La Palabra entra en el espacio y el tiempo y asume un rostro y una identidad humana: Cristo “imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col 1, 15) que caminó por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habló una lengua local con los rasgos del pueblo judío y de su cultura. Este rostro humano de la Palabra nos recuerda que la Biblia es también “carne” que se expresa en lenguas particulares, en formas literarias e históricas, en concepciones ligadas a una cultura antigua, guarda la memoria de hechos a menudo trágicos, en su interior resuena la risa de la humanidad y fluyen las lágrimas, así como se eleva la súplica de los tristes y la alegría de los enamorados. Por eso, nosotros, lectores de las Escrituras, si no queremos correr el riesgo de malinterpretarlas, debemos tener un conocimiento proporcionado que nos permita descubrir en ellas la voz y el rostro de Dios; aquí juega un papel importante la formación bíblica que desde las parroquias y con el apoyo de la Comisión Bíblica Arquidiocesana se debe generar.
La tercera etapa es el reconocimiento de la Casa de la Palabra. Sí, la Palabra de Dios tiene una casa y esta casa se llama Iglesia. Es en, con y desde la Iglesia donde se proclama, se anuncia la Buena Nueva del Reino de Dios, el Kerigma; se profundiza “el misterio de Cristo a la luz de la Palabra para que todo el hombre sea irradiado por ella” (Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 20), la Catequesis, y se celebra, la Liturgia, teniendo un puesto muy importante la homilía que aún hoy, para muchos cristianos, es el momento culminante del encuentro con la Palabra de Dios.
Esta casa tiene cuatro columnas como menciona los Hechos de los Apóstoles: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones” (Hch 2,42); es decir, la enseñanza-predicación, los sacramentos, la oración, la comunión fraterna.
La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina a lo largo de los caminos del mundo para inundar los pueblos de la tierra de verdad, de justicia y de paz. Por eso, la tercera etapa es el reconocimiento de los Caminos de la Palabra, es decir la Misión. Sabemos muy bien que existe hoy, cada vez más, una ciudad moderna secularizada, en sus plazas y calles, donde parece que reina la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, como mencionan los Padres Sinodales (No 10). Es aquí donde nuestra voz, manos, pies, corazón tienen que sentir el impulso renovador y el grito de Dios que nos envía a no cansarnos de hablar de todo lo bueno que quiere y es capaz de hacer el Señor en nuestra vida y en nuestra familia.
Cristo, la Palabra eterna del Padre, quiere, y efectivamente lo hace, caminar por las calles de nuestra querida Arquidiócesis y detenerse ante el umbral de nuestras casas. En nuestras casas, la familia es un espacio fundamental donde debe entrar la Palabra de Dios y nuestros niños y jóvenes deben ser los destinatarios, con una pedagogía apropiada y específica, que los ayude a descubrir el atractivo de la figura de Cristo y a dejarse seducir por Su llamado.
Acojamos, por último, la invitación de los Padres sinodales a hacer silencio para escuchar con eficacia la Palabra del Señor y mantengamos el silencio luego de la escucha porque seguirá habitando, viviendo en nosotros y hablándonos. Hagámosla resonar al principio de nuestro día, para que Dios tenga la primera palabra y dejémosla que resuene dentro de nosotros por la noche, para que la última palabra sea de Dios. (Conclusión Mensaje al Pueblo de Dios-Sínodo de Obispos 2008). Y que ella encuentre siempre un espacio para que haga su obra transformadora y de conversión en cada uno de nosotros.
*Licencia en Teología Bíblica - Pontificia universidad de la Santa Cruz (Italia)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario