Por Claudio Blanco Malabet, Pbro*
Tanto las notas marciales y alegres del Himno a Barranquilla, como su letra, pueden producir en nosotros reacciones diversas relacionadas tanto con los valores que ellas proclaman y con los vacíos que reconocemos a través del desarrollo mismo y situaciones adversas de la ciudad.
“Barranquilla, procera e inmortal, ceñida de agua y madurada al sol; sabia joven del árbol nacional, del jubiloso porvenir crisol” Estas frases, y las demás del himno nos producen nostalgia de un pasado brillante, nos enfrentan a realidades de subdesarrollo frente a otras regiones del país, y deberían motivarnos para luchar realmente por una ciudad que en estos inicios del tercer milenio pueda superar el estancamiento al que se ha visto sometida y renovar sus valores y posiciones en el ámbito nacional.
Cuando Monseñor Rubén Salazar Gómez fue nombrado Arzobispo de Barranquilla, realicé un diagnóstico de la Barranquilla de hace 10 años y a la que llegaba el nuevo Arzobispo para orientar la vida cristiana de la ciudad.
Quiero retomar algunos de estos conceptos que se refieren a las situaciones de orden religioso, social y político de esos momentos: La Ciudad de Barranquilla es la capital del departamento del Atlántico y constituye con todo este departamento, la Arquidiócesis de Barranquilla. La ciudad ha sido desde su formación un polo de atracción de gente de todas partes, no sólo de nuestro país, sino también del extranjero. En la historia del departamento y de la ciudad son muy significativas las colonias de los inmigrantes que aportaron su esfuerzo y presencia en el nacimiento y desarrollo de la ciudad: árabes, hebreos, palestinos, italianos, españoles, alemanes, turcos, chinos y de otras nacionalidades que junto con nuestros nacionales, propios de la región y venidos de otras partes, desplazados de la violencia desde todos los rincones del país, han encontrado en Barranquilla y su gente, una tierra de paz y concordia, y han constituido una mezcla especial del temperamento y la idiosincrasia de la gente nuestra, dándonos un hombre muy particular en su modo de ser, en sus vivencias sociales y religiosas y en su modo de concebir el mundo.
Barranquilla es la capital del Caribe colombiano y esta realidad ha hecho que los factores socioeconómicos y políticos hayan creado situaciones de conflicto y de violencia entre sus habitantes: grandes sectores de la población sumidos en la pobreza absoluta, marginados de las oportunidades normales de trabajo, de vivienda, educación, seguridad social, entre otras; un número reducido de personas que tienen la riqueza y que iluminados por el Evangelio deberían trabajar para buscar el equilibrio que nace de la justicia y que genera la paz. En pocos años Barranquilla ha crecido, se ha multiplicado y lamentablemente se ha ajustado a los albores del siglo XXI en el orden de lo suntuario y lo técnico, pero ha dejado rezagado el crecimiento de su vida cristiana y de su equilibrio social buscando con preferencia el bienestar de lo temporal. Todavía nosotros como Iglesia, nos ufanamos de los fieles que vienen a nuestras misas el domingo, pero no contamos todos los que no vienen y los que han desertado a otras sectas o religiones, o los que necesitan nuestro testimonio y presencia para redimirse de la pobreza la marginalidad y muchas otras situaciones adversas. Es aquí donde esta Iglesia particular necesita caminar con pasos de gigante para estar a la altura de los retos que se nos plantean. Es aquí, donde el presbiterio debe hacer un examen de conciencia frente a toda esta problemática. Esta situación ha generado en cifras de población y en problemas humanos, sociales y religiosos, una dramática delincuencia, un hacinamiento que propicia la inmoralidad, especialmente en los barrios marginados, una apatía religiosa que se convierte en una deserción. Estas situaciones, antes no vistas en nuestra ciudad y en el departamento, se han manifestado en una desmoralización y corrupción creciente y preocupante, y en unas formas de vida que han pasado de una población sencilla y bullanguera a una población cosmopolita mezcla de todas las procedencias en donde no hay arraigo de los valores de nuestros antepasados. Una clase política voraz y rapante que a través de sus negociados propicia la corrupción, el desgreño administrativo y un ejemplo negativo en todos los órdenes de la administración pública.
Frente a estas circunstancias y otras más que sería prolijo enumerar, la Iglesia de Barranquilla ha propiciado una acción más eficaz, con una Pastoral agresiva y planificada, acorde con los retos que nos plantean las carencias que tenemos y las nuevas necesidades del milenio que vivimos, una Pastoral en donde la Iglesia haga parte integrante del proceso de desarrollo frente al siglo XXI y no sea una simple espectadora que busca mantener una fe dormida o unas “conquistas” aparentes que se han evaporado frente al ímpetu del paganismo creciente, conquistas en las cuales nos sentimos seguros por tradición sin enfrentar las necesidades urgentes de una sociedad que ya no nos tiene en cuenta por la convicción de su fe, sino porque de algún modo podemos serle útiles.
Barranquilla es el punto focal de toda la Costa Caribe en lo divino y en lo humano, y es el polo de desarrollo de toda la región con todos los atractivos que puede tener una ciudad cosmopolita como tal.
Afortunadamente estamos saliendo del estancamiento y nuevamente la clase dirigente se preocupa por el futuro de la ciudad. Los nuevos administradores de lo público están haciendo un esfuerzo por crear una conciencia colectiva de honestidad, servicio y solidaridad entorno a valores ciudadanos.
En este próximo cumpleaños de Barranquilla deseamos que la ciudad siga contando con ciudadanos que hagamos el esfuerzo y la tarea de servirle con desinterés, de ser responsables del cargo que ejercemos y concurrir así al éxito de su vida política, gremial, comercial religiosa y ciudadana.
¡Feliz cumpleaños, Barranquilla!
* Párroco de las Tres Ave Marías
Tanto las notas marciales y alegres del Himno a Barranquilla, como su letra, pueden producir en nosotros reacciones diversas relacionadas tanto con los valores que ellas proclaman y con los vacíos que reconocemos a través del desarrollo mismo y situaciones adversas de la ciudad.
“Barranquilla, procera e inmortal, ceñida de agua y madurada al sol; sabia joven del árbol nacional, del jubiloso porvenir crisol” Estas frases, y las demás del himno nos producen nostalgia de un pasado brillante, nos enfrentan a realidades de subdesarrollo frente a otras regiones del país, y deberían motivarnos para luchar realmente por una ciudad que en estos inicios del tercer milenio pueda superar el estancamiento al que se ha visto sometida y renovar sus valores y posiciones en el ámbito nacional.
Cuando Monseñor Rubén Salazar Gómez fue nombrado Arzobispo de Barranquilla, realicé un diagnóstico de la Barranquilla de hace 10 años y a la que llegaba el nuevo Arzobispo para orientar la vida cristiana de la ciudad.
Quiero retomar algunos de estos conceptos que se refieren a las situaciones de orden religioso, social y político de esos momentos: La Ciudad de Barranquilla es la capital del departamento del Atlántico y constituye con todo este departamento, la Arquidiócesis de Barranquilla. La ciudad ha sido desde su formación un polo de atracción de gente de todas partes, no sólo de nuestro país, sino también del extranjero. En la historia del departamento y de la ciudad son muy significativas las colonias de los inmigrantes que aportaron su esfuerzo y presencia en el nacimiento y desarrollo de la ciudad: árabes, hebreos, palestinos, italianos, españoles, alemanes, turcos, chinos y de otras nacionalidades que junto con nuestros nacionales, propios de la región y venidos de otras partes, desplazados de la violencia desde todos los rincones del país, han encontrado en Barranquilla y su gente, una tierra de paz y concordia, y han constituido una mezcla especial del temperamento y la idiosincrasia de la gente nuestra, dándonos un hombre muy particular en su modo de ser, en sus vivencias sociales y religiosas y en su modo de concebir el mundo.
Barranquilla es la capital del Caribe colombiano y esta realidad ha hecho que los factores socioeconómicos y políticos hayan creado situaciones de conflicto y de violencia entre sus habitantes: grandes sectores de la población sumidos en la pobreza absoluta, marginados de las oportunidades normales de trabajo, de vivienda, educación, seguridad social, entre otras; un número reducido de personas que tienen la riqueza y que iluminados por el Evangelio deberían trabajar para buscar el equilibrio que nace de la justicia y que genera la paz. En pocos años Barranquilla ha crecido, se ha multiplicado y lamentablemente se ha ajustado a los albores del siglo XXI en el orden de lo suntuario y lo técnico, pero ha dejado rezagado el crecimiento de su vida cristiana y de su equilibrio social buscando con preferencia el bienestar de lo temporal. Todavía nosotros como Iglesia, nos ufanamos de los fieles que vienen a nuestras misas el domingo, pero no contamos todos los que no vienen y los que han desertado a otras sectas o religiones, o los que necesitan nuestro testimonio y presencia para redimirse de la pobreza la marginalidad y muchas otras situaciones adversas. Es aquí donde esta Iglesia particular necesita caminar con pasos de gigante para estar a la altura de los retos que se nos plantean. Es aquí, donde el presbiterio debe hacer un examen de conciencia frente a toda esta problemática. Esta situación ha generado en cifras de población y en problemas humanos, sociales y religiosos, una dramática delincuencia, un hacinamiento que propicia la inmoralidad, especialmente en los barrios marginados, una apatía religiosa que se convierte en una deserción. Estas situaciones, antes no vistas en nuestra ciudad y en el departamento, se han manifestado en una desmoralización y corrupción creciente y preocupante, y en unas formas de vida que han pasado de una población sencilla y bullanguera a una población cosmopolita mezcla de todas las procedencias en donde no hay arraigo de los valores de nuestros antepasados. Una clase política voraz y rapante que a través de sus negociados propicia la corrupción, el desgreño administrativo y un ejemplo negativo en todos los órdenes de la administración pública.
Frente a estas circunstancias y otras más que sería prolijo enumerar, la Iglesia de Barranquilla ha propiciado una acción más eficaz, con una Pastoral agresiva y planificada, acorde con los retos que nos plantean las carencias que tenemos y las nuevas necesidades del milenio que vivimos, una Pastoral en donde la Iglesia haga parte integrante del proceso de desarrollo frente al siglo XXI y no sea una simple espectadora que busca mantener una fe dormida o unas “conquistas” aparentes que se han evaporado frente al ímpetu del paganismo creciente, conquistas en las cuales nos sentimos seguros por tradición sin enfrentar las necesidades urgentes de una sociedad que ya no nos tiene en cuenta por la convicción de su fe, sino porque de algún modo podemos serle útiles.
Barranquilla es el punto focal de toda la Costa Caribe en lo divino y en lo humano, y es el polo de desarrollo de toda la región con todos los atractivos que puede tener una ciudad cosmopolita como tal.
Afortunadamente estamos saliendo del estancamiento y nuevamente la clase dirigente se preocupa por el futuro de la ciudad. Los nuevos administradores de lo público están haciendo un esfuerzo por crear una conciencia colectiva de honestidad, servicio y solidaridad entorno a valores ciudadanos.
En este próximo cumpleaños de Barranquilla deseamos que la ciudad siga contando con ciudadanos que hagamos el esfuerzo y la tarea de servirle con desinterés, de ser responsables del cargo que ejercemos y concurrir así al éxito de su vida política, gremial, comercial religiosa y ciudadana.
¡Feliz cumpleaños, Barranquilla!
* Párroco de las Tres Ave Marías
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