Por Juan Ávila Estrada*
Sin duda alguna, la justicia es la virtud cardinal que busca mantener los equilibrios en el mundo y evitar que se presenten situaciones en las que sintamos que se nos quedó debiendo algo. La llamada Ley del talión que establecía “ojo por ojo y diente por diente” es precisamente una pretensión de buscar igualdad de condiciones entre los humanos. Esta ley pretende “dar a cada quien lo que merece” (es el principio que establece la justicia) pues de esa manera quien sacaba un ojo perdía su derecho al propio, pero al mismo tiempo impedía exageraciones que terminaban en actos de venganza y no actos de justicia por parte del que reclamaba lo suyo. Así, la venganza venía siendo una degradación o degeneración de la justicia, pues reclamaba por encima de lo permitido. Cuando hablamos de la JUSTICIA DE DIOS ¿a qué nos estamos refiriendo? Ciertamente si el Señor tuviese que aplicar sobre nosotros Su justicia y nos diera lo que merecemos, entonces estaríamos perdidos. Es por ello que más bien aplica sobre nosotros Su misericordia y no nos da lo que merecen nuestras culpas.
En este orden de ideas podemos pensar el significado que tiene para Jesús en el Evangelio el acto del perdón. Reiteradamente insiste en la necesidad de abrir para nosotros este camino de reconciliación y de solución de conflictos. Adagios como “un clavo saca otro clavo”, quedan desvirtuados de manera absoluta con las enseñanzas de Jesús. Allí donde creemos que el desquite, “sacarse la espinita”, “hacer lo mismo para que sienta lo que siento”, son el modo adecuado para restablecer el equilibrio perdido, debe llevarnos a la conclusión de habernos equivocado. La propuesta de Jesús es otra: perdonar de corazón. Este perdón no es otra cosa que el descargue de emociones negativas para ofrecer un nuevo modo de “venganza”.
El perdón es el nuevo nombre de la venganza. Jesús nos enseña que todo aquel que desee vengarse debe perdonar. Por medio del perdón hacemos sonrojar y avergonzar a quienes se declararon enemigos sin que los hubiéramos aceptado como tal. Este perdón nos concede la posibilidad de ser como nosotros hemos optado ser y no como otros nos imponen, siendo el producto de lo que los demás han moldeado en nuestra vida. ¿Ha pensado cuántas veces argumenta haber actuado de la forma como lo hizo sólo movido por lo que la otra persona le hizo? Eso es manipulación; eso es aceptar que el otro tiene las riendas de mi vida y que todo cuanto haga determinará mi comportamiento futuro. Muchas veces no comprendemos que las justificaciones para nuestros actos vienen motivados por una manipulación inconsciente que los demás ejercen sobre nosotros y que no somos dueños de nuestras propias emociones.
Miremos la actitud de Dios: ante el sacrificio de Su Hijo Jesús lo que oyó de Él fue simplemente un “perdónalos…” Ante la propuesta del Maligno para que busquemos el desquite como una forma errada de la justicia Jesús nos hace la contra propuesta del perdón. El mundo siempre dirá que sólo los fuertes sobreviven y que fuerte es aquel que no se deja, que sabe siempre ir a la delantera, que no se queda con nada, pero sobre todo sabe como vengar la sangre derramada.
A lo mejor nunca se nos había planteado la posibilidad de buscar otro medio de desquite; ¿por qué no perdonar? ¿Por qué no dejar más bien al otro sin argumentos para la confrontación y el odio? No ha de ser fácil para ninguno encontrar una respuesta distinta de lo que se espera. Sangre con sangre, diente por diente, muerto por muerto y en cambio hallar sólo un corazón que dice: mi mejor manera de vengarme de ti es dándote lo que no te mereces: mi perdón.
La Cuaresma, que es un tiempo de preparación a la Pascua mediante la conversión es la oportunidad para entender lo que nos dice el apóstol Pablo “Renovaos en la mente y en el corazón”, como quien dice: cambia tu manera de pensar, cambia tu manera de sentir. Lo “normal” entre nosotros es saber que el desquite es la manera ordinaria de la justicia, que ante la agresión hay derecho a responder de la misma manera, que el odio que sienten por nosotros no nos obliga a amar nuestro agresor y que el reclamo para no parecer tontos es esencial para no “dejar que nos la monten”. Pero Jesús vuelca todo este esquema de pensamiento humano y nos dice que hay otra manera, mucho más valiente, mucho más humana, mucho más cristiana: desarma a tu contendor, perdónale y hazle sonrojar.
Ciertamente para llegar a este estilo de vida es importante la convicción y el fortalecimiento del corazón, conscientes que es necesario vivir bajo parámetros de certezas personales y propuestas de Cristo y no supeditados a que cada acción de los demás me lleve a tener la reacción que todos esperan. ¿Qué pasaría si usted golpeara un perro con una vara? Usted sólo esperaría de él agresión, ese es su instinto, sólo así podría reaccionar, no está capacitado para más nada, ¿Pero si en vez de eso le lame la mano? Seguro se sorprenderá. Esa es la invitación que le hago. Sorprenda a quien le hace daño, déle lo que no espera, tome venganza contra él y dígale te perdono.
Contrario a lo que muchos piensan para lograr todo esto es absolutamente necesario ser valiente, decidido y gallardo. No se trata de permisividad ante la maldad, se trata más bien de combatir el mal a fuerza de bien pero no de manera pasiva como quien permite que le pasen por encima, sino como quien se arma distinto para salir a la batalla. Los buenos debemos conformar también un ejército, combatimos pero no agredimos, peleamos pero no herimos ni matamos, resistimos y no simplemente aguantamos. Nuestra fuerza no está en los brazos, sino en el corazón.
*Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Sin duda alguna, la justicia es la virtud cardinal que busca mantener los equilibrios en el mundo y evitar que se presenten situaciones en las que sintamos que se nos quedó debiendo algo. La llamada Ley del talión que establecía “ojo por ojo y diente por diente” es precisamente una pretensión de buscar igualdad de condiciones entre los humanos. Esta ley pretende “dar a cada quien lo que merece” (es el principio que establece la justicia) pues de esa manera quien sacaba un ojo perdía su derecho al propio, pero al mismo tiempo impedía exageraciones que terminaban en actos de venganza y no actos de justicia por parte del que reclamaba lo suyo. Así, la venganza venía siendo una degradación o degeneración de la justicia, pues reclamaba por encima de lo permitido. Cuando hablamos de la JUSTICIA DE DIOS ¿a qué nos estamos refiriendo? Ciertamente si el Señor tuviese que aplicar sobre nosotros Su justicia y nos diera lo que merecemos, entonces estaríamos perdidos. Es por ello que más bien aplica sobre nosotros Su misericordia y no nos da lo que merecen nuestras culpas.
En este orden de ideas podemos pensar el significado que tiene para Jesús en el Evangelio el acto del perdón. Reiteradamente insiste en la necesidad de abrir para nosotros este camino de reconciliación y de solución de conflictos. Adagios como “un clavo saca otro clavo”, quedan desvirtuados de manera absoluta con las enseñanzas de Jesús. Allí donde creemos que el desquite, “sacarse la espinita”, “hacer lo mismo para que sienta lo que siento”, son el modo adecuado para restablecer el equilibrio perdido, debe llevarnos a la conclusión de habernos equivocado. La propuesta de Jesús es otra: perdonar de corazón. Este perdón no es otra cosa que el descargue de emociones negativas para ofrecer un nuevo modo de “venganza”.
El perdón es el nuevo nombre de la venganza. Jesús nos enseña que todo aquel que desee vengarse debe perdonar. Por medio del perdón hacemos sonrojar y avergonzar a quienes se declararon enemigos sin que los hubiéramos aceptado como tal. Este perdón nos concede la posibilidad de ser como nosotros hemos optado ser y no como otros nos imponen, siendo el producto de lo que los demás han moldeado en nuestra vida. ¿Ha pensado cuántas veces argumenta haber actuado de la forma como lo hizo sólo movido por lo que la otra persona le hizo? Eso es manipulación; eso es aceptar que el otro tiene las riendas de mi vida y que todo cuanto haga determinará mi comportamiento futuro. Muchas veces no comprendemos que las justificaciones para nuestros actos vienen motivados por una manipulación inconsciente que los demás ejercen sobre nosotros y que no somos dueños de nuestras propias emociones.
Miremos la actitud de Dios: ante el sacrificio de Su Hijo Jesús lo que oyó de Él fue simplemente un “perdónalos…” Ante la propuesta del Maligno para que busquemos el desquite como una forma errada de la justicia Jesús nos hace la contra propuesta del perdón. El mundo siempre dirá que sólo los fuertes sobreviven y que fuerte es aquel que no se deja, que sabe siempre ir a la delantera, que no se queda con nada, pero sobre todo sabe como vengar la sangre derramada.
A lo mejor nunca se nos había planteado la posibilidad de buscar otro medio de desquite; ¿por qué no perdonar? ¿Por qué no dejar más bien al otro sin argumentos para la confrontación y el odio? No ha de ser fácil para ninguno encontrar una respuesta distinta de lo que se espera. Sangre con sangre, diente por diente, muerto por muerto y en cambio hallar sólo un corazón que dice: mi mejor manera de vengarme de ti es dándote lo que no te mereces: mi perdón.
La Cuaresma, que es un tiempo de preparación a la Pascua mediante la conversión es la oportunidad para entender lo que nos dice el apóstol Pablo “Renovaos en la mente y en el corazón”, como quien dice: cambia tu manera de pensar, cambia tu manera de sentir. Lo “normal” entre nosotros es saber que el desquite es la manera ordinaria de la justicia, que ante la agresión hay derecho a responder de la misma manera, que el odio que sienten por nosotros no nos obliga a amar nuestro agresor y que el reclamo para no parecer tontos es esencial para no “dejar que nos la monten”. Pero Jesús vuelca todo este esquema de pensamiento humano y nos dice que hay otra manera, mucho más valiente, mucho más humana, mucho más cristiana: desarma a tu contendor, perdónale y hazle sonrojar.
Ciertamente para llegar a este estilo de vida es importante la convicción y el fortalecimiento del corazón, conscientes que es necesario vivir bajo parámetros de certezas personales y propuestas de Cristo y no supeditados a que cada acción de los demás me lleve a tener la reacción que todos esperan. ¿Qué pasaría si usted golpeara un perro con una vara? Usted sólo esperaría de él agresión, ese es su instinto, sólo así podría reaccionar, no está capacitado para más nada, ¿Pero si en vez de eso le lame la mano? Seguro se sorprenderá. Esa es la invitación que le hago. Sorprenda a quien le hace daño, déle lo que no espera, tome venganza contra él y dígale te perdono.
Contrario a lo que muchos piensan para lograr todo esto es absolutamente necesario ser valiente, decidido y gallardo. No se trata de permisividad ante la maldad, se trata más bien de combatir el mal a fuerza de bien pero no de manera pasiva como quien permite que le pasen por encima, sino como quien se arma distinto para salir a la batalla. Los buenos debemos conformar también un ejército, combatimos pero no agredimos, peleamos pero no herimos ni matamos, resistimos y no simplemente aguantamos. Nuestra fuerza no está en los brazos, sino en el corazón.
*Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
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