viernes, noviembre 16, 2007

MONSEÑOR VÍCTOR TAMAYO, UN PUENTE ENTRE EL DOLOR Y EL AMOR

“¿Víctor y usted para dónde va?”, pregunta el maestro, con firmeza y extrañeza. Un niño de cabello negro, que aún no alcanza los 10 años, con un poco más de un metro de estatura y de ojos vivaces responde: “Maestro las campanas de la iglesia están sonando, algo debe estar pasando allá. Debo ir porque seguro me necesitan”.

Por DIANA ACOSTA M. *

Ese diálogo entre maestro y discípulo se repitió muchas veces en la escuelita de Yarumal, en Antioquia, a mediados de los años 40. Y en cada ocasión, el niño salía del aula de clases con la venia del maestro. Hoy, a sus setenta años, el protagonista de esta historia, con ese mismo corazón de niño, sigue acudiendo a cada llamado de campana que escucha y se ha convertido en uno de los protagonistas de la historia espiritual de la Arquidiócesis de Barranquilla.

Tamayito, como le dicen con amor, respeto y admiración miles de feligreses, llegó a Barranquilla hace 50 años. Por eso, cuando le pregunto si se siente antioqueño o atlanticense dice sin pensar: “Yo soy barranquillero. A Barranquilla la conozco toda, he visitado cada barrio de la ciudad y he visto como ha crecido. Y digo que soy barranquillero porque de Antioquia conozco muy poco, como no he tenido nada que hacer allá, no he ido”.

Nació en Anorí, Antioquia el 20 de julio de 1937 en una familia de 16 hermanos. “Mi papá decía que por docena era más barato”, apunta con la picardía que lo caracteriza. Es uno de los menores de la casa y vivió muy poco en su pueblo natal, pues siendo muy pequeño se trasladó a Yarumal. “Anorí lo volví a conocer luego que me ordenaron obispo en 2004. En Yarumal, donde crecí, era acólito de Monseñor Francisco Gallego Pérez, quien fue el cuarto obispo de Barranquilla. Un grupo de amigos y yo que estábamos en el Seminario de Santa Rosa de Osos, vinimos a ayudar a Monseñor Gallego. En ese momento había entre 20 y 25 parroquias en Barranquilla y la mayoría de los sacerdotes eran boyacenses, antioqueños... Yo era un montañerito que nunca había salido de su casa. La primera vez que me monté a un avión fue en enero del 57, cuando vine a Barranquilla, y el primer recuerdo que tengo es el calor intenso de esta tierra”.

Inició sus estudios de filosofía en el Seminario San Luis Beltrán de Barranquilla y aquí le impusieron la sotana, como un símbolo de la nueva vida que iniciaba. Su ordenación como sacerdote fue en 1964, y, en enero de 1965, fue designado auxiliar del párroco de San Clemente; al poco tiempo quedó encargado de esta parroquia. En ese enero, con las brisas características de Barranquilla, Tamayito llegó en su bicicleta, forrado en su sotana, a meterse en el corazón de los vecinos de San Clemente. “Con los muchachos del barrio limpiábamos un campito de fútbol, en lo que hoy es el Colegio Sofía Camargo de Lleras, y jugábamos parejo, yo me remangaba mi sotana... Luego de los partidos nos íbamos para la iglesia y allí todos nos poníamos a pintar las paredes o hacer cualquier cosita que faltara en el templo, mientras la abuela daba de beber a los sedientos...”

La historia de Tamayito jugando fútbol la he oído ciento de veces en mi casa, porque algunos de los jugadores eran mi papá y sus hermanos, y la señora que siempre le tenía agua de panela fría era mi abuelita; desde entonces mi familia considera a Monseñor Tamayo amigo de la casa. Y como mi caso, cientos de historias similares en centenares de hogares barranquilleros.

Esa ha sido su gran estrategia de amor: mantener el contacto con la gran mayoría de los feligreses. Sus allegados son innumerables, es común que alguien lo aborde y le diga que él casó a sus abuelos, a sus padres y que hoy quiere que lo case, o que le bautice a su hijo. Tamayito es amigo especial de muchas familias. “Cuando tienes la misión de ser párroco, lo primero que haces es construir el cuerpo de la Iglesia y eso se logra haciendo amigos. Por eso, cuando era más joven jugaba fútbol con los muchachos, me hacía amigo de las familias e íbamos, juntos, buscando un lugar donde celebrar la misa, entonces, surgía la necesidad de construir el templo. Juan Pablo II definía la parroquia como la casa de Dios en medio de las casas de los hombres, y eso era lo que yo buscaba cuando llegaba a edificar la comunidad parroquial”.

Tamayito comenzó a recorrer Barranquilla en su bicicleta, hoy lo sigue haciendo en su campero, con el cabello blanco y la sonrisa intacta. Como cuando tenía veinte años sigue regalando saludos amorosos en la calle o en cada esquina donde encuentra un amigo. Ha sido capellán del Hospital Mental, de la Universidad del Norte, del Colegio María Auxiliadora, de la Escuela Naval, entre otras instituciones, en las cuales ha sembrado semillas de amor que hoy siguen dando frutos. Cuando estaba en el Hospital Mental, una aventura de la juventud, como el mismo designa ese trabajo, encontró a una niña drogadicta que no debía estar allí y con ayuda de sicólogos y otros amigos fundó lo que hoy es UCLAD. Con la experiencia en el trabajo de rehabilitación en drogradicción también impulsó la creación de Hogares Crea. En otra ocasión se enteró que una adolescente estaba embarazada y que se había quedado sin el respaldo de la familia y del colegio, entonces se dio a la tarea de conseguirle hogar a la joven madre, pero como no encontró un lugar que la acogiera, apoyó la creación del Hogar Santa Elena.

A su regreso de Roma en 1997 se reencontró, casi veinte años después, con un grupo de estudiantes de la Universidad del Norte en una misa de medio día sabatina, en la parroquia Corazón Inmaculado de María. Los estudiantes de entonces, ahora empresarios, siguen acompañando al padre Tamayo como cuando era el capellán de la universidad en acciones benéficas. Al principio llevaban mercaditos para las familias humildes y de allí surgió la idea de apoyar a los niños con hambre. Ese es el origen de “Pan y Panela”, una fundación que todos los días proporciona desayunos a mil 200 niños que viven en el sur-occidente.

Y así, con su red de amigos y su vocación de servicio, el Obispo Víctor Tamayo ha logrado entrelazar los afectos y las necesidades para servir en los rincones más deprimidos del Atlántico. Por eso, al preguntarle quién es Víctor Tamayo responde: “Yo quiero ser ese puente entre el dolor y el amor. Soy un puente que comunica en las dos vías y que está abierto las 24 horas”.

* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Gestora Cultural.

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