viernes, noviembre 16, 2007

ORÍGENES DE LA ARQUIDIÓCESIS DE BARRANQUILLA Y SUS ULTERIORES PROGRESOS

Antes de 1932 el territorio del actual Departamento del Atlántico era atendido, eclesiásticamente, por la Arquidiócesis de Cartagena. Desde entonces, muchos acontecimientos se entretejen para dar vida a nuestra querida Arquidiócesis de Barranquilla.

Por RODOLFO ZAMBRANO *

Cuando el territorio del Departamento del Atlántico, en 1905, fue segregado del de Bolívar durante el gobierno del General Rafael Reyes, desde ese momento se arreció el deseo de ser independientes no sólo políticamente, sino también en la parte religioso-administrativa. El mayor impulsador de este deseo, por largo tiempo, fue Monseñor Pedro María Revollo Del Castillo, educado en Roma con una beca que le consiguiera su padrino, el Presidente Rafael Núñez.

Como había que sacar partido de las oportunidades y las comunicaciones con la capital no eran fáciles, Revollo, cura de Mompox, aprovechó el viaje a Barranquilla del Presidente Marco Fidel Suárez, en 1921, quien preocupado por el significado político de la creación de la Liga Costeña se autoproclamó miembro de la misma y se vino a la Costa en un vapor fluvial con una nutrida comitiva que incluía al Tesorero General de la Nación, don Esteban Jaramillo; al Ministro de Hacienda, don Pomponio Guzmán, más su confesor y su telegrafista. Se vinieron a inaugurar el imponente Edificio de la Aduana. En el viaje de subida por el río Magdalena, Monseñor Revollo viajó a embarcarse en Magangué para unirse a la comitiva presidencial hasta El Banco y, ahí, continuó sus conversaciones para el establecimiento de la Diócesis de Barranquilla. El Presidente Suárez, jugando un poco al “patronato” arrancó las primeras conversaciones con la Legación Apostólica y el Legado inició consultas con el prestigioso y muy respetado Monseñor Carlos Valiente, quien consideró que “la fruta aún no estaba madura”. Además, la parte económica de la supervivencia del proyecto independentista no tenía bases sólidas, ni siquiera incipientes.

Pero, se presentó una segunda oportunidad. El ahora Nuncio apostólico Monseñor Giobbe viajó a Roma y tuvo que usar la ruta conocida –río abajo–. El alcalde Nicolás Llinás Vega salió a encontrarlo a Calamar y le organizó un recorrido por toda la futura Diócesis, terminando la gira en una gran acogida en Sabanalarga.

Doña Beatriz Pumarejo De Mier, otorgó testamento y con otras de sus hermanas decidieron dotar la futura Diócesis con 6 casas del centro de la urbe, en ese momento, para que con sus rentas la nueva entidad religiosa tuviera una base para su sostenimiento. Eso ayudó mucho para que las gestiones avanzaran. En Cartagena debían conceptuar; el Arzobispo Brioschi con un enorme territorio y con difíciles comunicaciones no se opuso al proyecto segregacionista; al fin y al cabo se crearía una nueva diócesis, pero sufragánea de la suya.

En l932, las cartas apostólicas llegaron y, sorpresivamente, quien en un principio había sido partidario del statu quo temporal -Monseñor Valiente-, fue llamado a Bogotá a la sede de la Nunciatura, adonde se le comunicó la voluntad papal de nombrarlo, precisamente a él, como primer obispo de Barranquilla. Cuentan que Valiente cayó de rodillas al leer las cartas de nombramiento y le manifestó al Nuncio: “Dómine, non sum dignus” (Señor, no soy digno) y de esa manera no aceptó el episcopado. El Vaticano, entonces, seleccionó a Luis Calixto Leyva quien sí lo aceptó y ejerció con la colaboración y la ayuda del mismo Valiente y de Revollo, los más cercanos e importantes miembros de la comunidad religiosa de Barranquilla.

Ya existía de tiempo atrás la iglesia de San Nicolás, que daba sus espaldas al Camellón Abello y el frente a la plaza-parque de Bolívar rodeada de las grandes casas de los señores Lacorazza, Cardone, Volpe, Alzamora, Salazar Mesura y Urueta Insignares. Siguió Monseñor Valiente en su labor cooperadora e inició la construcción del templo del Rosario, al cual el presidente Miguel Antonio Caro lo dotó con un claustro y fue la sede de la misión capuchina para la evangelización del Cesar y La Guajira. Eran los tiempos de la guerra civil española y un selecto grupo de frailes expatriados, desde allí ejercieron una saludable labor sobre la sociedad barranquillera. El más famoso de ellos fue fray Alfredo de Totana, vicario de la diócesis algún tiempo y quien presidió el Tribunal Eclesiástico. Desde allí, la Orden Tercera de San Francisco, a la cual estaban vinculadas numerosas damas, hacía una cercana labor social.

Para ese templo contó Monseñor Valiente con la ayuda de la “Sociedad de los Hermanos de la Caridad” que, al parecer, todavía su control no había caído en manos de “los hermanos masones”. Esta benemérita sociedad, también le dio su apoyo en la obra del Asilo de San Antonio, antes de que la viuda de don Evaristo Obregón Arjona lo dotara de un hermoso pabellón para residencia de los ancianos; el esquinero que aún subsiste.

Siguiendo la expansión de obras, la Diócesis estableció también el Cementerio Católico de Calancala. Más tarde la familia Carbonell Insignares urbanizó unas tierras en la Carrera Progreso y allí se construyó la parroquia de la Sagrada Familia. La ciudad crecía y sobre la Avenida Olaya Herrera se erigió la nueva iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. En cercanías del Hotel El Prado, Don Manuel J. De la Rosa, con el apoyo de sus socios de la urbanizadora Parrish, fue factor importante para levantar el templo de La Inmaculada. El doctor Marco T. Mendoza Amarís, de ese mismo grupo, había visto una bella iglesia en uno de sus viajes y consiguió los planos para levantar una parecida.

En la calle de la vacas (Calle 30), se le rendía culto a san Roque, patrono de la ciudad, y allí se levantó una grande construcción estilo gótico, adonde el famoso padre Matutis y la comunidad salesiana han realizado una muy importante labor educativa. La colonia ocañera impulsó el templo de Torcoroma y sobre el boulevard Von Krohn se elevó el templo de la Guadalupe. En fin, son muchas los barrios que han contado con el apoyo diocesano para que la comunidad cuente con sus respectivos sitios de oración para adorar al Señor, lo mismo que las parroquias municipales a todo lo largo del departamento.

CATEDRAL CON VISIÓN FUTURISTA

La iglesia pro-catedral de San Nicolás fungió como tal hasta que Monseñor Francisco Gallego Pérez, por allá en los años 50s se empeñó en dotar a la ciudad de una gran Catedral, acorde al empuje que en esa época llevaba Barranquilla. El famoso arquitecto Angiolo Manzzoni del Grande, quien había construido para Mussolini la estación del ferrocarril romano, elaboró los planos, pero fueron tan ambiciosos y la situación económica de la ciudad tuvo un receso largo, que debieron ser reducidos algunos componentes. La torre y los techos, por ejemplo. Sin embargo, la Catedral María Reina tuvo el privilegio de ser consagrada nada menos que por el Papa Juan XXIII. Una placa recordatoria sobre el lado derecho de la entrada principal da fe del hecho. Monseñor Víctor Tamayo Bentancourt fue el cura párroco a quien correspondió la terminación de la enorme edificación. José Victor Dugand A., en la última etapa, y José Rafael Abuchaibe, compartieron los esfuerzos de la presidencia de la junta que logró la culminación de la obra. El Papa concedió a don José Rafael, la Orden Vaticana de San Silvestre por su eficaz labor en la terminación de la Casa del Señor.

El gobernador Fuad Char desplegó una intensa labor para conseguir que la manzana de la hoy Plaza de la Paz fuera negociada, demolida y desocupada para albergar a los miles de fieles de la Costa Atlántica que acudieron a ver al Santo Padre Juan Pablo II, en 1986, en el balcón de la Catedral y recibir la bendición papal. Afortunadamente había Ministro de Obras Públicas barranquillero, el ingeniero Rodolfo Segovia Salas, quien con Char se apoyaron mutuamente para que la obra de la plaza estuviera lista a tiempo.

El Arzobispo Germán Villa Gaviria soñaba en grande para embellecer el templo y consiguió comprometer al famoso artista, el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, para realizar el enorme Cristo latinoamericano suspendido sobre la pared del fondo del altar mayor. Qué titánico esfuerzo constituyó instalar el Cristo en su sitio. Sin la grúa móvil de Monómeros que facilitó Hernando Celedón, eso no hubiera sido posible. A veces parecía que el peso de la escultura iba a levantar del piso a la grúa.

Los espectaculares vitrales de cristal alemán fueron realizados por el maestro Ayala en Cali y armados cual rompecabezas para representar los 7 días de la creación. Sobre las grandes columnas laterales hay adosadas unas imágenes de muy gran tamaño: la Virgen María y San José; esa es otra obra de arte que el público desconoce el trabajo que costó realizar y ensamblar manualmente esos pequeñitos mosaicos y pegarlos en las columnas para dar origen a las vistosas imágenes. Como Barranquilla es una ciudad portuaria, el altar mayor es una canoa, un bote de pescadores tallado en solo bloque de mármol blanco, que tiene inscrustada una escultura de bronce representando un Pentecostés. A veces los feligreses entran miran pero no ven, no detallan, no se dan cuenta de todo lo que allí se ejecutó AMDG.

Hoy en día, con el arribo del Arzobispo Rubén Salazar, se realiza una intensa tarea de llevar el mensaje de la fe a tantos municipios del departamento como se pueda, a tantos barrios de Barranquilla o Soledad hasta adonde se alcance. Hay más medios modernos de comunicación y todos se usan. Las Biblias se reparten en ediciones populares profusamente. La Pastoral Social, dentro de sus recursos, se esfuerza por llevar su apoyo material a los más necesitados. El Banco de Alimentos hace lo propio.

La Catedratón, integrando los aportes de muchos creyentes, y hasta de algunos generosos no católicos –como algunos miembros de la comunidad judía siempre presentes personalmente–, planea y realiza la construcción de nuevos sitios de oración y de difusión de la Palabra del Señor. Hay que impulsar el Seminario Mayor y, por supuesto, las vocaciones sacerdotales, para conseguir los segadores de la mies del Señor.

* Miembro de la Academia de Historia de Barranquilla.

Bibliografía consultada:
* Miguel Goenaga: Lecturas locales. Imp. Dptal. 1953. Biblioteca Alfredo De la Espriella.
* Jorge Becerra J.: Biografía del padre Revollo. Edición Banco de la República 1993.
* Biblioteca Confamiliar del Atlántico.

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