viernes, diciembre 14, 2007

EDITORIAL


LA SOLIDARIDAD SANTIFICA

Al mirar todas las realidades: el ser humano, el ambiente, la flora y la fauna, inmediatamente acude a nuestro pensamiento lo esencial de la práctica del valor de la ‘solidaridad’ y lo importante que es en nuestra vida como cristianos romper todas las ataduras que nos impiden salir en ayuda frente a las necesidades de nuestro prójimo.

Es cierto que nuestro país y región son azotados por la muerte y el dolor, y podríamos pensar que son sólo esos momentos donde se exige la solidaridad. En realidad, cuando hay un auténtico anuncio de Jesucristo, un fuerte empuje al descubrimiento de Dios y a desterrar el pecado de nuestra vida, también estamos siendo solidarios. Sin embargo, no hay que desconocer que este valor se encarna en la ayuda pronta y oportuna hacia aquél que está solo, triste y desamparado como nos lo recuerda uno de los prefacios inspirados en el pasaje del ‘Buen Samaritano’: “Es bueno alabarte Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida, en la salud, en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor. Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado.”

El misterio del nacimiento, muerte y resurrección de nuestro Señor, es el ‘gran acto de solidaridad’ por todos nosotros. Sin más palabras, este valor nos impulsa a actuar como verdaderos discípulos misioneros de Jesús, a la práctica de la misericordia, a la disposición de ayudar. Hermanos, tengan la seguridad de que cada día hay una oportunidad para ser solidarios, ¿la aprovechamos o la evadimos? ¡Reflexiona! Cada vez que no somos solidarios estamos despreciando esa gracia que el Señor nos da para santificar nuestra vida.

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