viernes, diciembre 14, 2007

¡QUERÁMONOS EN FAMILIA!


PARA QUE EN ELLA REINE EL AMOR Y LA ARMONÍA

Por DIANA PINZÓN*

“La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales. La Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia.” (Exhortación apostólica ‘Familiaris Consortio’ de su Santidad Juan Pablo II).

Si ser cristiano significa haber puesto la vida bajo las enseñanzas de Cristo, una familia también es cristiana por tener a Cristo como su Señor. Esto significa que las normas y los principios de un hogar cristiano no están dados básicamente por el medio ambiente, sino por las demandas y bendiciones del evangelio del Reino de Dios. En el hogar cristiano, Cristo no es una excusa en el mes de diciembre para poner el pesebre y en él una linda figurita el día 24, ni el motivo de la novena de navidad para cantar villancicos y repartir dulces, o la razón para que el Niño Dios venga para poder recibir regalos, sino una persona viva y real con quien se mantiene contacto personal, a quien se obedece y se sirve. Al hacer esto, la familia cristiana vive para la gloria de Dios, para que, de esta manera, pueda experimentar el perdón, la corrección sin resentimiento, la paciencia, la acogida, el donarse al otro, el respeto, la ayuda mutua, el servicio y, sobre todo, la comunión, porque es Cristo vivo quien los une.

Las relaciones interpersonales no son fáciles; somos esclavos del egoísmo, de la soberbia y del orgullo, todo esto afecta la manera como nos comunicamos y como nos sentimos. Algunas veces, a quienes más amamos y con quienes convivimos, son a los que más lastimamos; quizás porque no respetamos y aceptamos su individualidad, queriendo imponerles nuestra forma de ser, pensando que esta es la correcta, sin preocuparnos muchas veces por escucharlos y valorar sus sentimientos, generando una infinidad de conflictos que nos llevan al resentimiento, a la amargura, a la intolerancia, viéndose afectada la paz, la solidaridad y la unidad en el hogar.

La familia que se basa en la Palabra tiene a Cristo como Señor, como mediador entre sus miembros para afrontar todas las dificultades, desavenencias y sufrimientos, buscando en Él discernimiento, fortaleza y consuelo para salir adelante. Gracias a esta confianza en el Todopoderoso es que vemos la oración como un puente hacia Él, buscando su apoyo para que, con su sabiduría, nos ilumine y restablezca la paz, la armonía y la esperanza; sólo en Cristo somos capaces de perdonar, de reparar hasta donde se pueda el daño cometido, para reconciliarnos y despojarnos del ‘yo’ dando paso al ‘tu’, al ‘nosotros’ y continuar.

El amor en el que se asienta la relación familiar es un misterio que abarca la totalidad de la vida, pero vivir este amor nos lleva a una actitud en la que todos los días pensaremos que podemos ser cada vez mejores; conociendo nuestros propios problemas para disponernos a la comunicación con los demás, reflejando la presencia de Jesús en nuestras vidas.

La paciencia, la convivencia, el diálogo, el silencio en los momentos en que los ánimos se salen de control, para que luego, con tranquilidad y la mente despejada, el problema pueda ser discutido en búsqueda de una solución que favorezca a todos, son cualidades que el Señor nos regala. No dejemos que nuestra familia se llene de males innecesarios que no lleven a ningún progreso fraterno, busquemos la ayuda pertinente y la dirección espiritual con el sacerdote para comenzar a trabajar en los cambios que sean necesarios.

* Miembro de la Comisión de Pastoral de Multitudes.

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