Por Kevin Richard Barrera Utria*
La Iglesia nace y se hace en la acción evangelizadora y apostólica, pues ella continúa la misma acción de Cristo encomendada por el Padre y comunicada por los apóstoles para la salvación del género humano.
Esta acción misionera de la Iglesia tiene su raíz y su fuente en Cristo mismo que, para cumplir la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los Cielos, nos reveló Su misterio y efectuó la salvación del hombre con Su obediencia (Fil 2,8). Es en Él y por Él como la Iglesia desde sus inicios, desde su fundación ha difundido, asimilado y vivido la comunión con el Padre por Cristo, por esta razón la Iglesia goza de aquella verdad revelada, que la impulsa a anunciar, a trabajar en la construcción del Reino en medio de este mundo, siguiendo las enseñanzas y el mandato de su Señor (Mt 16, 15), de tal manera que la acción evangelizadora de los apóstoles y de los discípulos no es otra que la del mismo Cristo, pues Él los envía en Su nombre (Lc 9, 1 ss), como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los apóstoles (Jn 20, 21) (Mt 28, 18-20).
Este solemne mandato de Cristo, de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los apóstoles con la misión de llevarla hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8). De aquí que haga suyas las palabras del apóstol “¡Ay de mí si no evangelizare!” (I Cor 9, 10), y por eso se preocupa incansablemente por enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas las nuevas iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. (LG 17)
Ahora bien, esta acción trasformadora de la Iglesia, es decir, la misión, es asistida por la Gracia santificadora del Espíritu Santo que, como en Pentecostés, (Hch 2, 1- 13) fortalece y acrecienta la esperanza en las gentes e impulsa a la Iglesia a anunciar a Cristo experimentando al tiempo la alegría y el gozo de Su Resurrección, apartando de ella el temor y la cobardía a ejemplo de las primeras comunidades Cristianas (Hch 2, 14 - 38). Es indudable la acción del Espíritu Santo en el obrar evangelizador de la Iglesia, pues así como Jesucristo fue impulsado por el mismo Espíritu para poder realizar su misión (Lc 3, 22- 23; 4, 1) del mismo modo en Pentecostés la Iglesia es impulsada a la obra evangelizadora encomendada por el Señor.
“La Misión pues de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obedeciendo al mandato de Cristo y movida por la Gracia y la Caridad del Espíritu Santo se hace presente en acto, pleno a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, a la libertad y a la Paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la Gracia de tal manera que, se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo” (AG 5)
Por lo anteriormente dicho, la Iglesia que posee el tesoro de la humanidad: “Cristo”, es evangelizadora, misionera por naturaleza, es Sal y Luz del mundo (Mt 5, 13 - 16) y fermento de santidad, esta es su tarea esencial, evangelizar y ser testigo del Amor de Cristo por la humanidad. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad Cristiana recibida en el bautismo, alcanzando su plenitud en la confirmación, por ello debemos manifestar a Cristo al mundo como amigo del hombre.
En fin la Iglesia es sujeto de la acción evangelizadora y apostólica porque es ella el cuerpo de Cristo, por ello debe seguir la misión de su maestro y dicha misión es hacer presente el Evangelio, es decir él mismo, con su acción, con su dinamismo, con su autoridad y su poder; por lo tanto la Iglesia debe prolongar la acción de Cristo, que es anunciar el Reino de los cielos, ayudar a que la gente descubra la presencia de Dios en su propia vida y enderezar su vida por la acción de Dios, por esta razón la Iglesia se ve vinculada de esta manera a la acción de Jesucristo, del maestro, cabeza y fundador de la misma.
Tanto ayer como hoy, el Señor sigue derramando su vida por la labor evangelizadora y apostólica de la Iglesia que con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo (I P 1, 12) continúa la misión que Jesús recibió del Padre.
*Estudiante del Seminario Regional Juan XXIII. Primer año de Teología. teofilo_373@hotmail.com
La Iglesia nace y se hace en la acción evangelizadora y apostólica, pues ella continúa la misma acción de Cristo encomendada por el Padre y comunicada por los apóstoles para la salvación del género humano.
Esta acción misionera de la Iglesia tiene su raíz y su fuente en Cristo mismo que, para cumplir la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los Cielos, nos reveló Su misterio y efectuó la salvación del hombre con Su obediencia (Fil 2,8). Es en Él y por Él como la Iglesia desde sus inicios, desde su fundación ha difundido, asimilado y vivido la comunión con el Padre por Cristo, por esta razón la Iglesia goza de aquella verdad revelada, que la impulsa a anunciar, a trabajar en la construcción del Reino en medio de este mundo, siguiendo las enseñanzas y el mandato de su Señor (Mt 16, 15), de tal manera que la acción evangelizadora de los apóstoles y de los discípulos no es otra que la del mismo Cristo, pues Él los envía en Su nombre (Lc 9, 1 ss), como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los apóstoles (Jn 20, 21) (Mt 28, 18-20).
Este solemne mandato de Cristo, de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los apóstoles con la misión de llevarla hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8). De aquí que haga suyas las palabras del apóstol “¡Ay de mí si no evangelizare!” (I Cor 9, 10), y por eso se preocupa incansablemente por enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas las nuevas iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. (LG 17)
Ahora bien, esta acción trasformadora de la Iglesia, es decir, la misión, es asistida por la Gracia santificadora del Espíritu Santo que, como en Pentecostés, (Hch 2, 1- 13) fortalece y acrecienta la esperanza en las gentes e impulsa a la Iglesia a anunciar a Cristo experimentando al tiempo la alegría y el gozo de Su Resurrección, apartando de ella el temor y la cobardía a ejemplo de las primeras comunidades Cristianas (Hch 2, 14 - 38). Es indudable la acción del Espíritu Santo en el obrar evangelizador de la Iglesia, pues así como Jesucristo fue impulsado por el mismo Espíritu para poder realizar su misión (Lc 3, 22- 23; 4, 1) del mismo modo en Pentecostés la Iglesia es impulsada a la obra evangelizadora encomendada por el Señor.
“La Misión pues de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obedeciendo al mandato de Cristo y movida por la Gracia y la Caridad del Espíritu Santo se hace presente en acto, pleno a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, a la libertad y a la Paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la Gracia de tal manera que, se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo” (AG 5)
Por lo anteriormente dicho, la Iglesia que posee el tesoro de la humanidad: “Cristo”, es evangelizadora, misionera por naturaleza, es Sal y Luz del mundo (Mt 5, 13 - 16) y fermento de santidad, esta es su tarea esencial, evangelizar y ser testigo del Amor de Cristo por la humanidad. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad Cristiana recibida en el bautismo, alcanzando su plenitud en la confirmación, por ello debemos manifestar a Cristo al mundo como amigo del hombre.
En fin la Iglesia es sujeto de la acción evangelizadora y apostólica porque es ella el cuerpo de Cristo, por ello debe seguir la misión de su maestro y dicha misión es hacer presente el Evangelio, es decir él mismo, con su acción, con su dinamismo, con su autoridad y su poder; por lo tanto la Iglesia debe prolongar la acción de Cristo, que es anunciar el Reino de los cielos, ayudar a que la gente descubra la presencia de Dios en su propia vida y enderezar su vida por la acción de Dios, por esta razón la Iglesia se ve vinculada de esta manera a la acción de Jesucristo, del maestro, cabeza y fundador de la misma.
Tanto ayer como hoy, el Señor sigue derramando su vida por la labor evangelizadora y apostólica de la Iglesia que con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo (I P 1, 12) continúa la misión que Jesús recibió del Padre.
*Estudiante del Seminario Regional Juan XXIII. Primer año de Teología. teofilo_373@hotmail.com
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