Por Johan Llanos Berdugo*
Para el periodista católico es importante saber que la Iglesia, que por su misión e historia, se presenta como “espacio de esperanza para las culturas” en cada momento histórico en el que se producen profundas mutaciones y aparecen nuevos medios de comunicación, las va asumiendo de tal manera que ella “no existe para adaptarse al medio, sino para evangelizar el medio”. También ha sucedido en el siglo XX cuando surge la comunicación interplanetaria en la “aldea global”.
Los MCS (Medios de Comunicación Social) modernos no son ajenos ni al ser ni a la misión de la Iglesia. El Concilio Vaticano II representó el acontecimiento histórico y cultural que puso las bases para una nueva teología de la comunicación a partir de la eclesiología de la Lumen Gentium y de la Gaudium et Spes, e hizo posible que el decreto Inter Mirifica (1963) institucionalizara la comunicación social en la Iglesia, dando a luz a dos hitos posteriores como son la Instrucción Pastoral Communio et Progressio (1971) y la más reciente Aetatis Novae (1992). Todo ello abrió una época de realizaciones cada vez más satisfactorias a todos los niveles, haciendo que los mass media (medios masivos de comunicación) sean, de hecho, parte integrante de la cultura católica, pero reinterpretados a la luz de la mejor tradición humanista, filosófica, sociológica y eclesiológica.
Con razón, como diría Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi(EN): “La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios… Sin embargo, su empleo en la evangelización supone casi un desafío: el mensaje evangélico deberá llegar, a través de ellos, a las muchedumbres, pero con la capacidad de penetrar en las conciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y personal, y con capacidad para suscitar a favor una adhesión y un compromiso verdaderamente personal” (EN 45). En la base de esta afirmación se encuentra la antropología y la teología de la creación como presupuesto para comprender el significado y la justa utilización de los MCS que se nos regalan como dones de la creación al servicio y para el bien de la humanidad. Este puede ser un presupuesto nuclear para poder acoger como don del creador los MCS y convertirlos en reflejo de la grandeza divina que se ha revelado en el “Gran Comunicador”, de su amor que es Jesucristo el Señor.
De este núcleo sustancial deducimos la estrecha relación del cristianismo y los mass media debido a que, como todos sabemos, el hecho cristiano –a diferencia de otras religiones- está basado en la comunicación de Dios con el hombre. La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y tiene como interlocutor al hombre: “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos […], llegada la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,1-2). El mismo Cristo en su vida se presentó como el perfecto “Comunicador”.
El teólogo español Olegario G. de Cardedal hablará del periodismo católico en estos términos: “la historia de éste es la epifanía del Eterno…un hombre creyente sabe que al principio era la palabra y no el silencio, el sentido y no el absurdo, el Dios soberano de la vida y no la muerte originaria…Todo ejercicio verdadero de la palabra…debería ser un eco del Verbo, la palabra por antonomasia en la que es Dios quien se nos da y dice. Gozo y aventura la de administrar día a día ese sacramento de la palabra”. Por la ley de la Encarnación el mensaje evangélico se reproduce en cada época según su lenguaje, sus medios e instituciones.
Esto exige que el periodista católico, primero, tenga muy clara su identidad de católico; segundo, que posea una preparación profesional de primera fila, y tercero que tenga una formación teológica y espiritual a la altura de su “trabajo activo como evangelizador”. Sólo de esta manera estará capacitado para la observación y discernimiento de los mass media desde los postulados de su fe.
Lo importante para un profesional católico que trabaja en los medios, es que él sea alcanzado por la novedad que representa el mensaje cristiano, por la capacidad que tiene para cambiar la vida de aquellos a los que alcanza y que les mueve a comunicarlo al mundo. La eficacia de la evangelización ha dependido, en todas las épocas de la santidad, de sus miembros y de la capacidad de la Iglesia para utilizar las formas de comunicación dominantes.
En cuanto a la presencia que debe tener la Iglesia en los medios de comunicación -considerados estos últimos como instrumentos para la pastoral- se debe proponer una integración, es decir, se necesitan cristianos profesionales en los medios de comunicación y también medios de comunicación cristianos para poder decir nuestra propia y libre palabra en una sociedad democrática, abierta y pluralista. La Iglesia valora mucho la importancia de los medios de comunicación social en las relaciones humanas, el notable servicio que pueden prestar al reconocimiento de los derechos de la sociedad, de la familia, el indiscutible apoyo que prestan a la cultura y a la educación.
Es evidente que no pueden achacarse a los medios de comunicación culpas que ellos no tienen, como pueden ser la falta de capacidad crítica de quienes leen los periódicos, ven la televisión, escuchan la radio, o leen el KAIRÓS. Tan absurdo es afirmar que porque lo ha dicho este medio ya es verdad, como poner siempre en duda la credibilidad de lo que aparece en la prensa escrita o en los medios audiovisuales; esos medios no son los únicos que tienen deberes éticos, porque el primer deber de los usuarios cristianos será ese discernimiento y esa selección.
La ética debe formar parte de las exigencias objetivas de la información, pues “la persona y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social”. En este sentido, “el bien de las personas no se puede realizar independiente del bien común en las comunidades a las que pertenece. Por ejemplo, sustituir la estética y la ética por las exigencias publicitarias, económicas o ideológicas del guión”. Como decía Kierkegaard “Si no podemos ser éticos, seamos estéticos”.
*Ingeniero en Telecomunicaciones. Universidad Autónoma del Caribe.
Lic. Ciencias Religiosas. Facultad de Teología Pontificia U. Javeriana.
Diplomado en Teología Bíblica. Universidad del Norte.
jojellabe11@hotmail.com
Para el periodista católico es importante saber que la Iglesia, que por su misión e historia, se presenta como “espacio de esperanza para las culturas” en cada momento histórico en el que se producen profundas mutaciones y aparecen nuevos medios de comunicación, las va asumiendo de tal manera que ella “no existe para adaptarse al medio, sino para evangelizar el medio”. También ha sucedido en el siglo XX cuando surge la comunicación interplanetaria en la “aldea global”.
Los MCS (Medios de Comunicación Social) modernos no son ajenos ni al ser ni a la misión de la Iglesia. El Concilio Vaticano II representó el acontecimiento histórico y cultural que puso las bases para una nueva teología de la comunicación a partir de la eclesiología de la Lumen Gentium y de la Gaudium et Spes, e hizo posible que el decreto Inter Mirifica (1963) institucionalizara la comunicación social en la Iglesia, dando a luz a dos hitos posteriores como son la Instrucción Pastoral Communio et Progressio (1971) y la más reciente Aetatis Novae (1992). Todo ello abrió una época de realizaciones cada vez más satisfactorias a todos los niveles, haciendo que los mass media (medios masivos de comunicación) sean, de hecho, parte integrante de la cultura católica, pero reinterpretados a la luz de la mejor tradición humanista, filosófica, sociológica y eclesiológica.
Con razón, como diría Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi(EN): “La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios… Sin embargo, su empleo en la evangelización supone casi un desafío: el mensaje evangélico deberá llegar, a través de ellos, a las muchedumbres, pero con la capacidad de penetrar en las conciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y personal, y con capacidad para suscitar a favor una adhesión y un compromiso verdaderamente personal” (EN 45). En la base de esta afirmación se encuentra la antropología y la teología de la creación como presupuesto para comprender el significado y la justa utilización de los MCS que se nos regalan como dones de la creación al servicio y para el bien de la humanidad. Este puede ser un presupuesto nuclear para poder acoger como don del creador los MCS y convertirlos en reflejo de la grandeza divina que se ha revelado en el “Gran Comunicador”, de su amor que es Jesucristo el Señor.
De este núcleo sustancial deducimos la estrecha relación del cristianismo y los mass media debido a que, como todos sabemos, el hecho cristiano –a diferencia de otras religiones- está basado en la comunicación de Dios con el hombre. La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y tiene como interlocutor al hombre: “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos […], llegada la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,1-2). El mismo Cristo en su vida se presentó como el perfecto “Comunicador”.
El teólogo español Olegario G. de Cardedal hablará del periodismo católico en estos términos: “la historia de éste es la epifanía del Eterno…un hombre creyente sabe que al principio era la palabra y no el silencio, el sentido y no el absurdo, el Dios soberano de la vida y no la muerte originaria…Todo ejercicio verdadero de la palabra…debería ser un eco del Verbo, la palabra por antonomasia en la que es Dios quien se nos da y dice. Gozo y aventura la de administrar día a día ese sacramento de la palabra”. Por la ley de la Encarnación el mensaje evangélico se reproduce en cada época según su lenguaje, sus medios e instituciones.
Esto exige que el periodista católico, primero, tenga muy clara su identidad de católico; segundo, que posea una preparación profesional de primera fila, y tercero que tenga una formación teológica y espiritual a la altura de su “trabajo activo como evangelizador”. Sólo de esta manera estará capacitado para la observación y discernimiento de los mass media desde los postulados de su fe.
Lo importante para un profesional católico que trabaja en los medios, es que él sea alcanzado por la novedad que representa el mensaje cristiano, por la capacidad que tiene para cambiar la vida de aquellos a los que alcanza y que les mueve a comunicarlo al mundo. La eficacia de la evangelización ha dependido, en todas las épocas de la santidad, de sus miembros y de la capacidad de la Iglesia para utilizar las formas de comunicación dominantes.
En cuanto a la presencia que debe tener la Iglesia en los medios de comunicación -considerados estos últimos como instrumentos para la pastoral- se debe proponer una integración, es decir, se necesitan cristianos profesionales en los medios de comunicación y también medios de comunicación cristianos para poder decir nuestra propia y libre palabra en una sociedad democrática, abierta y pluralista. La Iglesia valora mucho la importancia de los medios de comunicación social en las relaciones humanas, el notable servicio que pueden prestar al reconocimiento de los derechos de la sociedad, de la familia, el indiscutible apoyo que prestan a la cultura y a la educación.
Es evidente que no pueden achacarse a los medios de comunicación culpas que ellos no tienen, como pueden ser la falta de capacidad crítica de quienes leen los periódicos, ven la televisión, escuchan la radio, o leen el KAIRÓS. Tan absurdo es afirmar que porque lo ha dicho este medio ya es verdad, como poner siempre en duda la credibilidad de lo que aparece en la prensa escrita o en los medios audiovisuales; esos medios no son los únicos que tienen deberes éticos, porque el primer deber de los usuarios cristianos será ese discernimiento y esa selección.
La ética debe formar parte de las exigencias objetivas de la información, pues “la persona y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social”. En este sentido, “el bien de las personas no se puede realizar independiente del bien común en las comunidades a las que pertenece. Por ejemplo, sustituir la estética y la ética por las exigencias publicitarias, económicas o ideológicas del guión”. Como decía Kierkegaard “Si no podemos ser éticos, seamos estéticos”.
*Ingeniero en Telecomunicaciones. Universidad Autónoma del Caribe.
Lic. Ciencias Religiosas. Facultad de Teología Pontificia U. Javeriana.
Diplomado en Teología Bíblica. Universidad del Norte.
jojellabe11@hotmail.com
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