lunes, febrero 02, 2009

Encuentros con el Arzobispo

MATRIMONIO Y EUCARISTÍA
Por Julio Giraldo*
Hay un tema que siempre es de actualidad y, sobre todo, de mucha controversia; se trata de la situación de muchos católicos en el mundo que en algún momento contrajeron matrimonio por la Iglesia católica, luego se divorcian y nuevamente se vuelven a casar. En esta oportunidad hablamos con el Arzobispo Rubén Salazar para aclarar ciertas dudas que aún rodean esta importante temática.

Julio Giraldo: La Iglesia insiste en negar la comunión a quienes se encuentran en tal situación, ¿no es esta medida un poco injusta?

Arzobispo Rubén Salazar: Este tema es muy complejo porque para poder tratarlo hay que ahondar en el sentido de la salvación que Dios nos ofrece por medio de Cristo. Sin embargo, la argumentación básica es la siguiente: Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza y esto significa que todo ser humano está llamado –como camino único de realización personal- a amar y ser amado. No obstante, bien sabemos cómo somos incapaces de amar ya que nos dejamos alienar por el egoísmo que –en lugar de buscar el bien de los demás- se concentra en buscar el propio bien, el propio provecho, el propio interés, el propio placer. En esto consiste precisamente el pecado. Pero el amor de Dios ha llegado hasta el extremo de que nos ha enviado a su Hijo para que, compartiendo nuestra condición humana menos en el pecado, nos liberara del pecado dándonos su Espíritu que es el amor mismo de Él derramado en nuestros corazones. A esa gracia se accede por medio de todos los sacramentos y, de manera especial, por medio del sacramento del bautismo –por el cual somos configurados con Cristo como hijos de Dios para amarlo con todo el corazón y amarnos los unos a los otros como hermanos- y el sacramento de la Eucaristía –fuente primera y expresión de la comunión que engendra el amor con Dios y con los demás-. Para el bautizado, por lo tanto, todas las realidades se transforman profundamente y, de manera especial, la relación de amor conyugal del varón y la mujer alcanza una dimensión que da al matrimonio la fuerza para ser signo, representación, manifestación del amor de Dios por su pueblo y del amor de Cristo por su Iglesia. Por eso el matrimonio entre los bautizados es un sacramento que se alimenta en la radicalidad de su amor con el sacramento de la Eucaristía.

J. G.: Pero, ¿qué significa esto en concreto en la vida de los casados?

A. R. S.: Significa, como lo ha expresado el papa Benedicto XVI en una de sus audiencias, que el “eros” -toda la realidad del amor conyugal que incluye la relación sexual y que procede como don de la bondad de Dios Creador hacia el ser humano- participa del dinamismo del amor que lleva al ser humano a renunciar a sí mismo para buscar el bien del otro. El eros se transforma en “agápe”, es decir, en aquel amor –infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo- que lleva a los dos a amarse realmente de tal manera que ninguno se busca a sí mismo su bienestar, su placer, sino que busca siempre –renunciando a sí mismo- el bien del otro; es decir, se transforma en caridad, en un camino de purificación, de crecimiento y profundización permanente de la relación matrimonial de entrega mutua.

Y el alimento –para que se haga realidad en el amor conyugal esa entrega de amor que supera ciertamente las pobres fuerzas humanas- es el sacramento de la Eucaristía por el cual nos unimos profundamente a Cristo, entregado a la muerte en la cruz por nosotros para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Así aparece que el sacramento del matrimonio necesita del sacramento de la Eucaristía para poder ser siempre “sacramento”, es decir, no simplemente un contrato humano para unir dos egoísmos sino un signo e instrumento del amor de Dios que, desde la pareja, se irradia sobre los hijos, y, desde la familia, sobre todos los seres humanos en círculos cada vez más amplios hasta abarcar a todos. Y que el sacramento de la Eucaristía supone un matrimonio sacramento para que éste puede desarrollar todas sus potencialidades en el campo del amor.

J. G.: Pero sigo sin entender por qué aquellos que por múltiples razones se han divorciado del primer matrimonio contraído en la Iglesia no puedan comulgar.

A. R. S.: Precisamente porque el matrimonio es sacramento, es decir, signo e instrumento del amor de Dios, el amor conyugal es necesariamente un amor fiel que nunca podrá romperse como no se puede romper el amor de Dios por nosotros. Si la pareja que ha unido su vida bajo el signo sacramental rompe ese vínculo y contrae otro matrimonio, este segundo matrimonio no es sacramento y, por lo tanto, rompe también la comunión con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa así: “Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudiare a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc. 10,11-12), que no puede reconocer como válida esa nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que a aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la Fidelidad a Cristo y se comprometan a vivir en total continencia. Respecto de los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean cristianamente educar a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar pruebas de una atenta solicitud a fin de que aquéllos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados".

En otras palabras: Los casados válidamente por la Iglesia pero divorciados civilmente y vueltos a casar también civilmente no pueden recibir la comunión eucarística pero sí deben seguir participando activamente en la vida de la Iglesia a la cual siguen perteneciendo. Y la Iglesia debe seguir amándolos y acompañándolos para que contribuyan también ellos a construir un mundo basado en el auténtico amor. Por esto, no es una medida injusta sino la expresión clara del sentido profundo del matrimonio y su relación con el sacramento de la Eucaristía.
*Historiador - Periodista. julioetica@hotmail.com

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