lunes, febrero 02, 2009

¡Quitad la Piedra!

Por Ayrton de los Santos Torres Soñett*
Las narraciones de los Evangelios brotan de una sola fuente, la experiencia del Misterio Pascual de Jesús: el Cristo que nació, vivió, murió y resucitó. Estos hunden sus raíces en la historia de Palestina del siglo I, donde Jerusalén era una de las más importantes ciudades del mundo antiguo. Aunque en una determinada época, sometida al imperio romano. Es aquí donde vemos a Jerusalén en “crisis”, que tiene su centro vital en el Templo, pero desgarrada por un pluralismo de corrientes religiosas que desorientan el corazón de los fieles. En este terreno cae la semilla de la Buena Nueva, que echó raíces en el corazón de los pobres y de aquellos que para esa sociedad eran considerados los últimos. Es en esta época donde aparece un hombre que cambió la cotidianidad de la ciudad, que con sus actos inimaginables, con una elocuencia maravillosa, impactaba e irrumpía en el pensamiento de la época.
Pero, ¿quién es este personaje? Es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, aquel que a pesar de ser tan impactante, tan importante, nunca se olvidó de las cosas sencillas, ni abandonó a las personas simples que lo amaban: esto lo vemos reflejado al pasar cuatro días después de la muerte de Lázaro, donde Jesús no se olvidó de él y al escuchar la noticia de la enfermedad de Lázaro, supo reaccionar de la manera más confiada, serena y sencilla posible. (Jn 11 3-4)
Es Jesús el que toma la iniciativa de ir a la casa de Lázaro, sabiendo que al llegar se encontraría con que éste hacía cuatro días había muerto (Jn 11,15). Visualizo a ese hombre que irradia a través de su mirada la esperanza y la fe auténtica de confiar en su Padre, a ese hombre que las dificultades y las adversidades no le apartan del cumplimiento de la voluntad de Dios.
La ciencia ha demostrado que un cuerpo al durar veinte minutos sin irrigación sanguínea, causa lesiones graves al organismo. Lázaro ya llevaba cuatro días muerto, cuatro días sin tránsito sanguíneo, para el hombre no hay nada que hacer.
Impacta la actitud de María que, lanzándose a los pies del Maestro, expresaba sus más sinceros sentimientos de soledad, tristeza y confianza por medio de lágrimas, que junto con las de aquellos que la acompañaban, produjeron en Jesús la conmoción y la turbación interior (Jn 11, 33). Su emoción se sumergió en un profundo sentimiento, ¡Jesús lloró!, derramó lágrimas al ver el dolor, el destino y la fragilidad humana (Jn 11,35). Es una segunda conmoción la que le motiva a ir al sepulcro (Jn 11, 38) y, al llegar al lugar, pide retirar la piedra (Jn 11, 39). Pero es Martha la que le dice que su hermano ya olía mal, en ella se encuentra reflejada la mirada de aquellas personas que se fijan en lo que para el mundo es imposible. A diferencia de esto, Jesús miraba para lo posible; lleno de una seguridad profunda, de una confianza ilimitada.
Jesús manifestó un poder ilimitado, incomprensible para el hombre, mostró su poderío por encima de las leyes naturales y de la ciencia misma, ordenó que Lázaro saliera fuera de la tumba (Jn 11,43). ¿Qué persona era esta que ordenaba a un muerto salir de su tumba? Todo esto era inadmisible para el hombre. Pero para asombro de todos, aparece un hombre atado de pies y manos con vendas (Jn 11, 44) ¡Es Lázaro!, aquel que estando muerto obedeció la orden de Jesús y salió a su encuentro, es esa Palabra la que da vida, la que penetra y vivifica, la que reanima al hombre de un estado sin vida; es esa Palabra la que permitió que millones de células nerviosas recobraran vida, la que permitió que se reorganizaran las conexiones cerebrales; esa Palabra la que hizo que el corazón volviera a palpitar; esa Palabra la que dio vida nuevamente; esa Palabra que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9). Jesús se mostraba como el Señor de la muerte, como aquel que es capaz de dar vida.
Existe en este texto meditado, un gesto que impacta al escrutarlo y es cuando Jesús ordena retirar la piedra (Jn 11, 38) ¿Por qué lo hizo, teniendo todo el poder para realizarlo Él mismo? Inferimos en este acontecimiento la acción del hombre que debe aportar su esfuerzo para retirar la piedra que existe en su vida y se expresa en el miedo, en la inseguridad, en el desespero, en la angustia, en todos estos sentimientos que no son propios de un discípulo, ese hombre que debe abrir las puertas de su corazón para permitirle intervenir sin reserva en todas las áreas de su vida.
El mundo de hoy tiene sed de Dios, pero necesita abrir su corazón a la persona de Jesús, para que Éste pueda actuar. Nosotros como discípulos, misioneros y enviados del Señor, tenemos la obligación de guiar y conducir a las almas al encuentro con la persona de Jesús, a ayudarlos a abrir sus corazones, de manera especial en esta navidad, retirando la piedra que no permite la acción divina y puedan dejar permear su ser de Aquel que es capaz de dar la vida, dándola en abundancia. Pero, primeramente, debemos saciar nuestra sed de Dios y para ello se necesita vivir en intimidad con Jesús, conocerlo, estar con Él (Mc 3, 13), para que en esta época podamos cumplir con nuestra misión que está reflejada en la transmisión del mensaje de esperanza y de salvación.

*II DE FILOSOFIA. Seminario Regional de la Costa Atlántica Juan XXIII
ayrtondelossantos@hotmail.com

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