Pablo seducido por el amor de Cristo
Por Johanna Milena Jurado*
Continuamos haciendo el recorrido por la vida y la experiencia del Apóstol San Pablo. En esta oportunidad, veremos cómo Cristo es para él, el centro de toda su existencia y el sentido de toda su entrega hasta llegar a decir: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Pero antes observemos por la ventana de la vida, el paisaje de nuestra cotidianidad:
A diario nos encontramos con un sinnúmero de personas. Muchas de ellas pasan de largo y no las conocemos, con otras establecemos relaciones en torno al trabajo, profesión, estudio, etc; y con otras logramos estrechar lazos de amistad más profundos, a raíz de afinidades, gustos y experiencias compartidas.
En algún momento nos habrá sucedido: Encontramos personas que reflejan algo especial en su interior, que demuestran ese “algo diferente” en sus actitudes, en su forma de ser. Son personas que se dan generosamente sin interés, personas que saben escuchar, personas prudentes y fieles a su familia, a su trabajo, personas honestas y coherentes, personas que saben perdonar de corazón, personas que cuando tú las ves o las recuerdas despiertan en ti el anhelo de ser mejor, porque convencen con su testimonio de vida, personas que aún en medio de realidades muy difíciles como la enfermedad, la separación de un ser querido, la crítica situación económica, saben mantener la paz, la serenidad y la confianza.
¿Qué las hace diferentes?, ¿Qué hay dentro para que puedan transparentar una mirada limpia, un corazón rebosante de buenas intenciones? La respuesta es sencilla: Dejan habitar a Dios en sus vidas y en Cristo encuentran la fuerza y la claridad a todas sus inquietudes. Ellas pueden decir libremente como el Apóstol san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”, “Todo”… “En Aquel”…y todo, es todo.
¿Es posible para ti hoy, esto? ¡Claro que sí!. Tenemos el ejemplo de muchas personas e igualmente de los santos, que antes de serlo fueron humanos como tú y como yo, ¿Cómo lo lograron?, ¿Qué hicieron?. Escuchemos el testimonio del Beato Santiago Alberione, fundador de la Familia Paulina: “Toda la persona debe estar en Cristo, para un total amor a Dios: Inteligencia, voluntad, corazón, fuerzas físicas, todo”.
De eso se trata, de que Cristo viva en ti, en todo lo que eres, en todos tus dinamismos: afectos, pensamientos, palabras, obras. Ser cristiano entonces, va mucho más allá del cumplimiento de compromisos para querer quedar bien y que los demás nos vean. Ser cristianos es vivir “Jesúsmente”, no sólo para “seguirlo”, sino para “identificarse con él”. "Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús" (Flp. 2, 5).
Para ello es necesario una actitud de continuo discernimiento, cada día: Aquello que dije, hice y pensé, ¿Está realmente en sintonía con lo que Jesús diría, hiciera o pensara si estuviera en mi lugar? ¿Busco mis propios intereses o el bien de los demás como lo hacía Él?. Cuando iniciamos este camino de revisión y nos ponemos delante del Señor con transparencia, humildad y pequeñez, cuando abrimos nuestro interior y dejamos que Dios nos mire con su ternura de Padre, encontraremos seguramente buenos deseos, pero también debilidades, pecados (ira, envidia, pereza, divisiones, egoísmo, que no están permitiendo que Cristo habite plenamente). Pero no por ello debemos dar pie atrás, pues precisamente cuando iniciamos ese reconocimiento sincero, empieza a actuar “la gracia”, el amor y la ternura de aquél que siempre está dispuesto a darnos la vida, y la sanación del corazón con todas sus heridas.
Después de experimentarnos reconciliados, la paz, la sonrisa, la esperanza, la confianza retornarán y los frutos del Espíritu Santo se harán presentes, especialmente el de la caridad. E ahí, un corazón nuevo, una persona transformada, una persona que se ha despojado de su “hombre viejo”, para acoger al “hombre nuevo” (Cf. 2 Cor 5, 17). Sus pensamientos son los de Dios, sus acciones las de Dios que vive en él. Esto es tener en la vida como centro a Cristo, en esto se juega el ser o no ser cristianos.
San Pablo vive esta experiencia de despojo y de vaciamiento de sí a profundidad, para tener a Cristo como centro: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gál 2, 20). Para mí, la vida es Cristo (Flp 1, 21). Ninguna otra realidad lo ha seducido de tal manera: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de Jesús. (Flp 3, 8). La vida de Jesucristo respira en su vida, su personalidad humana no es cancelada sino transfigurada en Cristo.
Ahora bien, esta experiencia sólo es resultado del “Amor que lo ha Seducido”, ¿Qué no hace una madre por amor?, ¿Qué no hacemos por la persona de la que nos hemos enamorado? Y Dios nos amó tanto que entregó a su hijo único para que tuviéramos vida. Así, Pablo experimenta el amor de Jesús hacia él, de manera única y particular: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Reconoce entonces que lo que es, no se lo debe al cumplimiento de la ley que lo ponía como protagonista y a Dios como sujeto de su justicia y sus acciones, sino por la gracia que lo sobrepasa: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15, 10).
Pablo está profundamente enamorado de Aquél que lo amó primero y logra elevar este canto que le sale del corazón: ¿Quién nos separará del Amor de Cristo, el sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En este año Paulino pide la gracia de reconocer aquello que te está impidiendo que Cristo viva y se manifieste en ti plenamente diciéndole: Señor: Quiero vivir en ti y dejar que tú vivas en mí, experimentarte en todo lo que me hace hablar, mover, pensar y amar, abandonarme en ti para llegar a la santidad, partiendo del reconocimiento de mi propias debilidades, para poder decir como san Pablo: “Ya no soy yo, ahora eres Tú, mi Señor, en mí, en mi familia, en mi comunidad, en mi barrio, en mi querido país Colombiano”. Gracias Dios.
*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.
Por Johanna Milena Jurado*
Continuamos haciendo el recorrido por la vida y la experiencia del Apóstol San Pablo. En esta oportunidad, veremos cómo Cristo es para él, el centro de toda su existencia y el sentido de toda su entrega hasta llegar a decir: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Pero antes observemos por la ventana de la vida, el paisaje de nuestra cotidianidad:
A diario nos encontramos con un sinnúmero de personas. Muchas de ellas pasan de largo y no las conocemos, con otras establecemos relaciones en torno al trabajo, profesión, estudio, etc; y con otras logramos estrechar lazos de amistad más profundos, a raíz de afinidades, gustos y experiencias compartidas.
En algún momento nos habrá sucedido: Encontramos personas que reflejan algo especial en su interior, que demuestran ese “algo diferente” en sus actitudes, en su forma de ser. Son personas que se dan generosamente sin interés, personas que saben escuchar, personas prudentes y fieles a su familia, a su trabajo, personas honestas y coherentes, personas que saben perdonar de corazón, personas que cuando tú las ves o las recuerdas despiertan en ti el anhelo de ser mejor, porque convencen con su testimonio de vida, personas que aún en medio de realidades muy difíciles como la enfermedad, la separación de un ser querido, la crítica situación económica, saben mantener la paz, la serenidad y la confianza.
¿Qué las hace diferentes?, ¿Qué hay dentro para que puedan transparentar una mirada limpia, un corazón rebosante de buenas intenciones? La respuesta es sencilla: Dejan habitar a Dios en sus vidas y en Cristo encuentran la fuerza y la claridad a todas sus inquietudes. Ellas pueden decir libremente como el Apóstol san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”, “Todo”… “En Aquel”…y todo, es todo.
¿Es posible para ti hoy, esto? ¡Claro que sí!. Tenemos el ejemplo de muchas personas e igualmente de los santos, que antes de serlo fueron humanos como tú y como yo, ¿Cómo lo lograron?, ¿Qué hicieron?. Escuchemos el testimonio del Beato Santiago Alberione, fundador de la Familia Paulina: “Toda la persona debe estar en Cristo, para un total amor a Dios: Inteligencia, voluntad, corazón, fuerzas físicas, todo”.
De eso se trata, de que Cristo viva en ti, en todo lo que eres, en todos tus dinamismos: afectos, pensamientos, palabras, obras. Ser cristiano entonces, va mucho más allá del cumplimiento de compromisos para querer quedar bien y que los demás nos vean. Ser cristianos es vivir “Jesúsmente”, no sólo para “seguirlo”, sino para “identificarse con él”. "Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús" (Flp. 2, 5).
Para ello es necesario una actitud de continuo discernimiento, cada día: Aquello que dije, hice y pensé, ¿Está realmente en sintonía con lo que Jesús diría, hiciera o pensara si estuviera en mi lugar? ¿Busco mis propios intereses o el bien de los demás como lo hacía Él?. Cuando iniciamos este camino de revisión y nos ponemos delante del Señor con transparencia, humildad y pequeñez, cuando abrimos nuestro interior y dejamos que Dios nos mire con su ternura de Padre, encontraremos seguramente buenos deseos, pero también debilidades, pecados (ira, envidia, pereza, divisiones, egoísmo, que no están permitiendo que Cristo habite plenamente). Pero no por ello debemos dar pie atrás, pues precisamente cuando iniciamos ese reconocimiento sincero, empieza a actuar “la gracia”, el amor y la ternura de aquél que siempre está dispuesto a darnos la vida, y la sanación del corazón con todas sus heridas.
Después de experimentarnos reconciliados, la paz, la sonrisa, la esperanza, la confianza retornarán y los frutos del Espíritu Santo se harán presentes, especialmente el de la caridad. E ahí, un corazón nuevo, una persona transformada, una persona que se ha despojado de su “hombre viejo”, para acoger al “hombre nuevo” (Cf. 2 Cor 5, 17). Sus pensamientos son los de Dios, sus acciones las de Dios que vive en él. Esto es tener en la vida como centro a Cristo, en esto se juega el ser o no ser cristianos.
San Pablo vive esta experiencia de despojo y de vaciamiento de sí a profundidad, para tener a Cristo como centro: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gál 2, 20). Para mí, la vida es Cristo (Flp 1, 21). Ninguna otra realidad lo ha seducido de tal manera: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de Jesús. (Flp 3, 8). La vida de Jesucristo respira en su vida, su personalidad humana no es cancelada sino transfigurada en Cristo.
Ahora bien, esta experiencia sólo es resultado del “Amor que lo ha Seducido”, ¿Qué no hace una madre por amor?, ¿Qué no hacemos por la persona de la que nos hemos enamorado? Y Dios nos amó tanto que entregó a su hijo único para que tuviéramos vida. Así, Pablo experimenta el amor de Jesús hacia él, de manera única y particular: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Reconoce entonces que lo que es, no se lo debe al cumplimiento de la ley que lo ponía como protagonista y a Dios como sujeto de su justicia y sus acciones, sino por la gracia que lo sobrepasa: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15, 10).
Pablo está profundamente enamorado de Aquél que lo amó primero y logra elevar este canto que le sale del corazón: ¿Quién nos separará del Amor de Cristo, el sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En este año Paulino pide la gracia de reconocer aquello que te está impidiendo que Cristo viva y se manifieste en ti plenamente diciéndole: Señor: Quiero vivir en ti y dejar que tú vivas en mí, experimentarte en todo lo que me hace hablar, mover, pensar y amar, abandonarme en ti para llegar a la santidad, partiendo del reconocimiento de mi propias debilidades, para poder decir como san Pablo: “Ya no soy yo, ahora eres Tú, mi Señor, en mí, en mi familia, en mi comunidad, en mi barrio, en mi querido país Colombiano”. Gracias Dios.
*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.
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