Del concurso de cuento sobre el valor de la responsabilidad que adelantó Kairós con el apoyo el Editorial Norma, resultó ganador el que escribió Andrea Carolina Alandete Rodríguez, de once grado del Colegio Eucarístico de la Merced. En el segundo lugar se ubicó María José Palma, estudiante de la Institución Educativa Julio Pantoja Maldonado, del municipio de Baranoa, y el tercer puesto lo ganó Laura Noriega Canchano, estudiante de quinto grado del Colegio Comfamiliar del Atlántico. Las tres ganan libros obsequiados por Editorial Norma.
El cuento ganador:
Por ANDREA CAROLINA ALANDETE RODRÍGUEZ
Estudiante del Colegio Eucarístico de la Merced
Esta es, queridos compañeros, la increíble y veraz historia del estudiante Juan y su padre mensajero.
Era el día viernes 15 del año 2006. El lugar, la esquina de la Calle Murillo con la Carrera 8. El sitio no podía estar más congestionado. Parecía que se hubieran confabulado todos los obstáculos posibles en un solo lugar; la avenida estaba intransitable porque las obras de Transmetro habían obligado a circular en ambos sentidos por una sola calzada, en vista que la otra había sido rota para las obras de adecuación de nuevos carriles necesarios para el futuro del sistema vial. Era viernes en la tarde, para colmo día de quincena, víspera de inicio de la novena de navidad y día de pago de primas y liquidaciones de fin de año. En fin, la locura. Y sólo quedaba una hora para vencerse el plazo de hacer posible realizar un sueño.
Juan, el hijo mayor de tres hermanos, acababa de graduarse de bachiller y se presentó a Medicina en la Universidad del Estado. Por fortuna pasó los dos exámenes de admisión y ya se podía matricular. Hernando, su padre, era un mensajero que andaba motorizado y que siempre se había caracterizado por su rectitud y cumplimiento. Hernando pidió un adelanto de su prima de fin de año para pagar la matrícula de Juan, pero la aprobación de este se demoró más de lo esperado y hasta ese entonces, a la 1:30 p.m., que era el último día de matrículas, le entregaron el dinero. Para no perder el cupo, tenían que consignar en el banco antes de las 3:00 p.m.; de manera que, padre e hijo, salieron rápidamente en la moto de Hernando rumbo a la sucursal bancaria, con tan mala suerte que se encontraron en el camino con el terrible trancón. La única manera de llegar a tiempo era haciendo más de un atajo, andando en contravía y subiéndose a los andenes, a lo cual Hernando, a pesar de las súplicas de su hijo Juan, no se atrevía a realizar.
El tiempo seguía pasando y el trancón nada que se descongestionaba. Juan le insistía a su padre en que hicieran algo rápido para poder llegar a tiempo al banco y cancelar el cupo de la universidad. Hernando, por su parte, no daba su brazo a torcer y aunque sabía del anhelo que su hijo tenía de estudiar en la universidad y él de verlo realizando su sueño, no quería correr riesgos innecesarios que pudieran traerle contratiempos o problemas mayores. Además, nada aseguraba que aún así pudiera llegar a tiempo al banco. Sólo entonces, en un instante de claridad mental que sólo el sentido de responsabilidad da a una persona en medio de la angustia, a Hernando se le ocurrió comunicarse telefónicamente con su empresa, explicándoles la situación por la que estaba pasando. A pesar de que le conocían por su alto sentido de responsabilidad, Hernando quiso reafirmar la situación de emergencia que vivía en ese instante, enviando por su teléfono celular a la central telefónica de su empresa a través del sistema de bluetooth una fotografía del enorme trancón que se veía en el lugar. En la compañía no la consideraban necesaria, creían en la palabra de Hernando. Cuando él les solicitó que lo ayudaran en la emergencia enviando con otro mensajero a cancelar a la sucursal del banco más cercana el valor de la matrícula de su hijo, el gerente no lo dudó ni un solo instante. Era suficiente el alto grado de responsabilidad de su empleado para confiar en él y ayudarle en la situación que estaba viviendo.
Hernando envió los datos que necesitaba, el otro mensajero salió a consignar al banco, y él y su hijo pudieron esperar tranquilos a que el trancón se disolviera. Cuando el reloj del banco marcó las 3:00 p.m., hacía dos minutos que Juan, el hijo del mensajero Hernando, había asegurado su cupo en la universidad. Gracias a la responsabilidad de su padre, su sueño iba a hacer realidad.
El cuento ganador:
MEJOR ESTUDIAR… CON RESPONSABILIDAD
Estudiante del Colegio Eucarístico de la Merced
Esta es, queridos compañeros, la increíble y veraz historia del estudiante Juan y su padre mensajero.
Era el día viernes 15 del año 2006. El lugar, la esquina de la Calle Murillo con la Carrera 8. El sitio no podía estar más congestionado. Parecía que se hubieran confabulado todos los obstáculos posibles en un solo lugar; la avenida estaba intransitable porque las obras de Transmetro habían obligado a circular en ambos sentidos por una sola calzada, en vista que la otra había sido rota para las obras de adecuación de nuevos carriles necesarios para el futuro del sistema vial. Era viernes en la tarde, para colmo día de quincena, víspera de inicio de la novena de navidad y día de pago de primas y liquidaciones de fin de año. En fin, la locura. Y sólo quedaba una hora para vencerse el plazo de hacer posible realizar un sueño.
Juan, el hijo mayor de tres hermanos, acababa de graduarse de bachiller y se presentó a Medicina en la Universidad del Estado. Por fortuna pasó los dos exámenes de admisión y ya se podía matricular. Hernando, su padre, era un mensajero que andaba motorizado y que siempre se había caracterizado por su rectitud y cumplimiento. Hernando pidió un adelanto de su prima de fin de año para pagar la matrícula de Juan, pero la aprobación de este se demoró más de lo esperado y hasta ese entonces, a la 1:30 p.m., que era el último día de matrículas, le entregaron el dinero. Para no perder el cupo, tenían que consignar en el banco antes de las 3:00 p.m.; de manera que, padre e hijo, salieron rápidamente en la moto de Hernando rumbo a la sucursal bancaria, con tan mala suerte que se encontraron en el camino con el terrible trancón. La única manera de llegar a tiempo era haciendo más de un atajo, andando en contravía y subiéndose a los andenes, a lo cual Hernando, a pesar de las súplicas de su hijo Juan, no se atrevía a realizar.
El tiempo seguía pasando y el trancón nada que se descongestionaba. Juan le insistía a su padre en que hicieran algo rápido para poder llegar a tiempo al banco y cancelar el cupo de la universidad. Hernando, por su parte, no daba su brazo a torcer y aunque sabía del anhelo que su hijo tenía de estudiar en la universidad y él de verlo realizando su sueño, no quería correr riesgos innecesarios que pudieran traerle contratiempos o problemas mayores. Además, nada aseguraba que aún así pudiera llegar a tiempo al banco. Sólo entonces, en un instante de claridad mental que sólo el sentido de responsabilidad da a una persona en medio de la angustia, a Hernando se le ocurrió comunicarse telefónicamente con su empresa, explicándoles la situación por la que estaba pasando. A pesar de que le conocían por su alto sentido de responsabilidad, Hernando quiso reafirmar la situación de emergencia que vivía en ese instante, enviando por su teléfono celular a la central telefónica de su empresa a través del sistema de bluetooth una fotografía del enorme trancón que se veía en el lugar. En la compañía no la consideraban necesaria, creían en la palabra de Hernando. Cuando él les solicitó que lo ayudaran en la emergencia enviando con otro mensajero a cancelar a la sucursal del banco más cercana el valor de la matrícula de su hijo, el gerente no lo dudó ni un solo instante. Era suficiente el alto grado de responsabilidad de su empleado para confiar en él y ayudarle en la situación que estaba viviendo.
Hernando envió los datos que necesitaba, el otro mensajero salió a consignar al banco, y él y su hijo pudieron esperar tranquilos a que el trancón se disolviera. Cuando el reloj del banco marcó las 3:00 p.m., hacía dos minutos que Juan, el hijo del mensajero Hernando, había asegurado su cupo en la universidad. Gracias a la responsabilidad de su padre, su sueño iba a hacer realidad.
1 comentario:
Estimados amigos del Kairós, es maravillosa la labor evangelizadora que realizan, y estoy muy contento con la idea de trabajar juntos por la educación del Atlántico.
Deseo muchas bendiciones para este periódico, y sé que su misión llegará muy lejos.
Desde La Oficina de Comunicaciones del Grupo Editorial Norma les deseamos muchos éxitos.
Aunque estamos en Bogotá, la distancia no es impedimento para una misión tan bella.
Ustedes y nosotros seremos Socios en la Tarea de Educar.
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